María Teresa Andruetto: Cleofé

f_andruetto3La editorial cordobesa Caballo Negro publicó recientemente Cleofé (2017), el último libro de poesía de María Teresa Andruetto. Compartimos una selección de poemas de ese volumen y una nota de la autora sobre cómo fue la escritura de estos textos.*

María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, Córdoba, 1954) publicó en poesía Palabras al rescoldo (Córdoba, Argos, 1993), Pavese y otros poemas (Córdoba, Argos, 1998), Kodak (Córdoba, Argos, 2001), Beatriz (Córdoba, Argos, 2005), Pavese/Kodak (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2008), Sueño Americano (Córdoba, Caballo negro, 2009), Tendedero (Buenos Aires, CILC, 2010), Antología (Colombia, colección Otramina, EAFIT, 2017) y Cleofé (Córdoba, Caballo negro, 2017). Incluida en numerosas antologías, revistas y sitios virtuales de su país y el extranjero, tradujo del portugués la poesía de Marina Colasanti (Ruta de colisión, Córdoba, Ediciones del Copista, 2004), y realizó la antología y entrevista a la poeta uruguaya Circe Maia para La pesadora de perlas (Córdoba, Viento de Fondo, 2013). Publicó también novelas, libros de cuentos, ensayos, obras de teatro y numerosos libros para niños y jóvenes. Traducida a varias lenguas, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos y obtuvo, entre otras distinciones, el Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil/Juvenil SM, el Premio Hans Christian Andersen, el Premio Cultura de la Universidad Nacional de Córdoba y el Konex de Platino.

 

DeMujer colgada al cuello”

El paraíso es un árbol

De chica imaginaba el paraíso
como un árbol más grande que los reales,
con sus flores lilas, allá arriba. Melia
azedarach, cinamomo, agriaz,
había muchos en mi pueblo, enhebrábamos
collares con los estigmas de sus flores
y hacíamos tortitas con bumbulas amarillas.
Lila de Persia, orgullo de la India con frutos
purgantes, abortivos. Frente a la escuela,
había un patio repleto de esos árboles,
una mañana corrió entre los niños la noticia
y cruzamos hacia el cerco de ligustros
intentando ver  la cuerda, el sitio oscuro,
hasta que la maestra nos devolvió a los gritos
al mástil, el himno, la bandera. Cuando voy
a la casa de mi madre, veo esos árboles
de frutos venenosos, vuelvo al vecino
que perdió una noche su sentido de vivir
y se colgó en el patio de la casa
esquina, la que tenía un bar
y un almacén.

 

Para que fluya

Por el Monte de las Ánimas, va
una madre con sus hijas, llevando
las cenizas de su madre. La que ha muerto
amaba las cascadas, las flores amarillas,
las retamas. Hacia allá la llevan
las tres, hacia el nacimiento
del agua, la esparcen
para que fluya.

 

El orden natural

La nena no sabía hablar, pero la madre
dijo es esto y esto y le enseñó a la nena
y la nena aprendió.

¿Sabe ahora?
Sí, sabe.

La madre dice ésta es la casa
donde se hacía el guiso, la casa donde
estábamos de fiesta. Y ésta es la belleza
de la casa. La belleza es nomás eso,
nadie sabe para qué sirve,
pero ni a nonna ni a figlia
se le olvida.

La hija se pregunta cómo fue
que pasó todo, la rueda del tiempo,
la vida sin fin y sin principio.

¿Sabe ahora la nena?
Sí, sabe.

Ciao cara, ciao figlia.

Ciao, mamma.

 

De “Conversaciones con mi madre”

Orgullo

Eran pasiones porque cada uno
tiene su cada qué.
¿Son buenas las pasiones?
Sí, son buenas.
¿Para qué sirven?
Para pelear. Cosi e la vita.
Así es.
Antes no era.
No era.

 

La buena hora

Me gusta porque venís
a la buena hora. Yo borré todo,
había una puerta, la dejé abierta,
y todo se fue. Una vez cerré
y me hablaba todavía. Después
otra vez se fue.

No quería casarme
(¿qué es eso?, una persona
que lava y plancha, porque
el hombre tiene más economía),
no quería casarme y no me casé.
¿Te acordás? Él me echaba el ojo
y yo caí; después fue bueno, fue
mi amigo. Ahora estoy enferma
de desacuerdo, veo gente que camina,
que canta todo el día y no sé
quién soy. Pero vos venís
a la buena hora, la hora
en que está abierta
mi casa.

Las madres no saben
muchas cosas pero son buenas
para encarar las cosas. Eso
fue lo que propuse.
¿Tu mamá
o vos? No sé, no me acuerdo.
Ella tuvo miedo, creo que algo
así, porque no la vi más,
pero fue hace mucho. Madre
es una pasión que no sirve
para nada.
¿Ser madre?
Vivir con eso. ¿No te gustaba
ser mamá? ¿Madre de chicos? No.
¿Y a tu mamá le gustaba? No,
no le gustaba. Nunca me retó
pero cansa un poco, cansa
acompañar.
La vida antes
era más dura, ahora es más fácil.
¿Vos estabas ahí? Sí, yo estaba
cuando era chica.

Lo mejor para vos, hija.
Y para vos, mamá.
Sí, para mí también,
un poquito,
que me toquen los pellizcos.

 

Digo, dice

Digo: ¿es una canción?
Dice: Es una paloma, una palabra
hecha mía.

 

Cleofé

no sé quién soy,
no tengo nombre.

 

* Nota de la autora.

Cleofé, de María Teresa Andruetto, Córdoba, Caballo Negro, 2017

…ya había escrito con palabras de otros: con Beatriz Vallejos, con Patti Smith, con Pavese…, en Beatriz, en Sueño americano, en Pavese y otros poemas; también en cuentos y novelas incluí palabras de  otros –personas comunes– sin categorizar, enlazadas con las mías. Pero aquí se trataba de las palabras de mi madre.
No sé cuánto duró la escritura, cuatro años tal vez, porque cuatro años antes de morir, mi madre se hundió en el Alzheimer. Nuestras conversaciones habían sido siempre muy ricas y eso no cambió cuando se profundizaron la desmemoria y el desvarío. Ella me decía, en un lenguaje nuevo, cosas que yo percibía verdaderas. Hablábamos, como dice Hélène Cixous, la lengua que hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas.
Cuatro años entonces, o cinco, aunque un poema de la primera parte y “Ritornello” son muy anteriores y estaban entre mis archivos, esperando asilo. Mientras iba hacia alguna parte la escritura (un libro de poemas navega en medio de otras cosas, a su aire y a su cauce), una de mis hijas fue madre, tuve que levantar la casa familiar y saqué a mi madre de su pueblo (que alguna vez había sido el mío) y la llevé  a una institución cerca de casa, donde –ocupándose otros de sus cuestiones físicas–  pude entregarme más libremente a conversar  con ella. Intercambios a niveles desconocidos sobre una cuerda de acrobacia entre el miedo y el ridículo, hacia la disolución del lenguaje, pero también hacia la profunda verdad que venía hacia mí. Quise dejar viva esa desarticulación –entre el temblor y la risa– aun a riesgo de no ser entendida (ese no entender –esa lucha mía por comprender– era parte de lo que nos sucedía), de modo que las palabras en cursiva (aunque editadas, trasmutadas a veces de un lugar a otro) son efectivamente palabras dichas por mi madre en su desvarío (nada hay ahí que le adjudique que no haya salido de su boca).
…había escrito otros poemas que hablaban de mi madre, de mí como madre, de mi hija convertida en madre y de otras madres, y entonces en el largo acompañamiento hacia el final, en el desquicio de nuestras hablas, se fue armando este Cleofé, un libro que lleva su extraño nombre, un libro sobre nuestra lucha contra el olvido y al mismo tiempo sobre la posibilidad que tuvimos de olvidar todo lo que nos pasó, lo bueno y lo malo que nos hicimos, para quedarnos con lo único que importa. En esas conversaciones yo sólo quería prestar oído a su corazón, interfiriendo lo menos posible, para escuchar no a la madre sino a la mujer que había en mi madre. Escucharla para escribir juntas, aun a riesgo de que lo escrito no fuera un poema ni un relato ni nada, aún a riesgo de que me dijeran que también yo estaba loca…, y así fuimos las dos, ella en el relato que se resquebrajaba, yo en la voz que apuntalaba cada tanto, para sentir en carne viva que, como dice Sharon Olds, toda madre lleva una mujer colgada al cuello.

 


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