Bengalas/ Velorio y velódromo, de Mariana López

t_vyvelodromo_mlopezVelorio y velódromo
Mariana López
Bahía Blanca
Editorial Vox
2015
40 páginas

 

 

 

 

Por Marcelo D. Díaz

La pregunta acerca de cuál es la velocidad de las cosas podría ser un interrogante que atraviesa la lectura del texto de Mariana López. Hay un poema inicial que captura emociones casi en un estado fotográfico. La imagen congelada del paso del tiempo y las borrosas representaciones sobre el pasado conviven: “Una nena prepara su muñeca para hacer un largo/ viaje. La peina, la viste con sus mejores ropas,/ improvisa un cinturón con un lazo, le calza unos/ zapatitos de plástico. Guarda otros vestidos y/ accesorios en una valija chica. Al momento de/ partir, deja la muñeca en la casa, abandonada para/ siempre”. La plasticidad de la lengua se transforma porque es, en este caso, la materia en la que acontece lo real como si el mundo fuese un artificio. La instantánea de la niña y la muñeca podría ser una analogía con un juego de espejos, a la manera de Las Meninas de Velázquez, se focaliza la atención en un mosaico de luz cuando en realidad se quiere evidenciar otra situación, entre sombras, donde en última instancia están nuestras biografías.
Los poemas dibujan un puente temporal y afectivo: “En esta foto estoy disfrazada de bailarina, al lado está mi hermana./ De chica quería ser bailarina pero en vez de bailar me la pasaba/ dibujando bailarinas y terminé siendo pintora. Mi hermana, que en/ ese momento quería ser princesa, ahora es música. En el pelo/ tenemos unas florcitas de tela que se compraban en la mercería, y/ nos encantaban”. Lentamente la imagen de la bailarina comienza a moverse de lugar, en forma simultánea los sentidos se modifican, se produce una suerte de transformación donde las marcas, las huellas, que definen nuestra voz desaparecen para convertirse en algo nuevo: “Cuando vuelan los pájaros arman la forma de otro animal:/ seis gorriones arman un rinoceronte y/ ocho gorriones arman un león y/mis pulmones son estuches de guitarra./Es bailarín y tiene cáncer,/ me lo contó en la primera cita”. Las diferentes formas de la imaginación, las diferentes formas de las cosas en movimiento se corresponden con las diferentes maneras en que la experiencia ocurre.
En ese aspecto la voz se vuelve multiforme y desde diferentes ángulos construye una biografía fragmentada, con huecos y espacios en blanco. Es el movimiento de unas coordenadas a otras y el cambio de la voz el que transforma la velocidad de la lectura de a poco.
La enfermedad es el núcleo semántico en el que converge el texto. La sensibilidad, por qué no el temor, frente a la posibilidad de desaparecer completamente: «Fue la primera cita más extraña de mi vida,/porque había de esas lucecitas que son como una nieve/en los boliches./Yo quería comprarme un colectivo/ y atropellarlo para no tener más problemas». La pérdida puede tener dos modalidades, o acontece en un microsegundo, como una muerte premeditada, como un accidente efectivo e inevitable, o se trata de un lento agotamiento de la voluntad idéntico al tiempo que le toma a un copo de nieve hacer contacto con la tierra. Ese sentimiento recorre el libro de un extremo a otro, cuánto tardaremos en desaparecer.
La experiencia, las pequeñas aventuras del orden de lo cotidiano, están plagadas de contingencias: «No tengo conocidos, quedé relegada como un papel/ de origami… tal vez hoy soy un cisne, ayer un/ cangrejo. Es difícil tomar una forma. Sólo replegarse,/ poner un brazo con un brazo, hacer coincidir las dos/ piernas, como un insecto. Un ojo con un ojo, egipcios,/ y ya las vocales coinciden, hasta desaparecer. ¿Cómo/contar una historia?». ¿Habrá un tono exacto para ordenar la relación, o la correspondencia, entre las experiencias y las imágenes? Tal vez el orden de nuestras acciones, valga la redundancia, es accidental, allí dónde creemos encontrar una casuística en verdad no hay nada más que leves y arbitrarias sincronizaciones apenas percibidas por nuestra imaginación: «Bajo tierra/ la luz es una suposición». Como si el mismo mundo no fuese otra cosa más que una maqueta de vaya a saber qué modelo olvidado. Si hay angustia, o miedo, no están dados sólo por el transcurrir del tiempo ya que el tiempo continuará acumulado en esa base abstracta de imágenes flotando que registramos desde el primero hasta el último de los días.
Por último, los poemas realizan un paso del orden sensorial al orden mental, del orden de lo concreto al errático y fantasioso universo de las ilusiones, de la pregunta sobre cómo nos ven los otros a cómo nos imaginamos a nosotros mismos frente a los otros (padres, hermanos, amigos, parejas) y en el centro de estos movimientos sostenidos entre miradas diferentes aparece, como en un chispazo, el sentimiento de la ausencia acompañándonos en plena descomposición.

 

Poemas de Velorio y velódromo

No tengo conocidos, quedé relegada como un papel
de origami… tal vez hoy soy un cisne, ayer un
cangrejo. Es difícil tomar una forma. Sólo replegarse,
poner un brazo con un brazo, hacer coincidir las dos
piernas, como un insecto. Un ojo con un ojo, egipcios,
y ya las vocales coinciden, hasta desaparecer. ¿Cómo
contar una historia?
Me enfermé, me agarró la enfermedad que les agarra
a los colores, que se contaminan de otros hasta que
no se puede distinguir qué son.
Mi cerebro de pulpo se despliega y contorsiona, con
sus brazos agarra autos, destruye puentes y avenidas.
Puede caer sin estar arriba de algo, confunde los
objetos. Maneja velocidades distintas con los
tentáculos.
Cada uno de sus ocho brazos tiene veinte discos
gelatinosos que poseen sensibilidad, y ese hormigueo
de estímulos confunde al pulpo: pierde la noción de
espacio y de verdad.

***

estamos en tu país
sabés el nombre de todas
las cosas
un globo verde
en el pasillo
del vagón
que va hacia adelante
cuando el coche frena
y hacia atrás
cuando avanza
nadie se hace cargo
toda gente grande
bajó con ellos
por la puerta del medio
una caminata por el bosque
incendiado de bengalas
hasta la frontera
un sótano con las familias
que toman repetidas veces
agua con jabón
de una vieja bañadera
un pequeño insecto o una bala perdida
que realiza un corte
en el elemento
hojaldrado del sueño

 


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