Biancamaria Frabotta. Versiones de Jorge Aulicino

Presentamos poemas de Por manos mortales (Buenos Aires, Gog y Magog, 2019) de Biancamaria Frabotta, traducidos por Jorge Aulicino. Fabrotta nació en Roma en 1946, donde vive actualmente. Ha enseñado literatura contemporéanea en la Universidad de Roma “La Sapienza”. Publicó varios libros de poesía, entre ellos Il rumore bianco (Feltrinelli, 1982), La viandanza (Mondadori, 1995, Premio Montale 1995), La pianta del pane (Mondadori, 2003, Premio Lerici-Pea 2003), De mani mortali (Mondadori, 2013). En 2018 publicó Tutte le poesie 1971-2017 (Mondadori). Tradujo a Ana Blandiana en colaboración con B. Mazzoni (Un tempo gli alberi avevano occhi, Donzelli, 20014). Ha escrito ensayos, crítica literaria, obras teatales y dramas radiofónicos. Colaboró en Il Manifesto, l’Espresso y numerosas revistas más.


Los objetos del paisaje

Comencé a traducir a Biancamaria Frabotta cuando leí su poema a la casa en la que vivió Gore Vidal, en la costa amalfitana. Me atrajo esa escena en la que se mezcla el recuerdo y el presente de una casa en la que se rastrean las señales de una vida. Cuando pude leer todos los poemas de Da mani mortali, un fundido de libros y poemas sueltos, como lo aclara la autora, quien quizá no por nada en la nota final dedica tantas líneas a «Il più gentile gesto dell’amicizia» (El gesto más gentil de la amistad) que es el dedicado a la casa de Vidal. La fascinación de esa casa me la trasmitió el poema, y mi fascinación fue, pues, por el poema y las figuras y objetos que se mueven en él. Habla de un lugar donde se tejieron dos vidas, confortables, nada pobres ni necesitadas, sino todo lo contrario. Y habla de la marca del tiempo, la vejez y la muerte en ese confort del escritor triunfante, de su morada y sus objetos sobre una de las costas marítimas más bellas de la tierra. Después, cuando tuve todo el libro, la primera secuencia, «La prima generazione dei biancospini» (La primera generación de espinos blancos) me atrajo también, por motivos parecidos: la relación con las cosas de una casa y con el paisaje, en este caso nunca plácido ni sosegado, sino sometido naturalmente al clima. En la contratapa del libro escribí que al leer a Frabotta se tiene «la sensación de que da vuelta las palabras poniendo afuera lo de adentro, como esa tierra que acaba de ser azotada por una tormenta en uno de sus poemas». Esto se debe a su sintaxis y también al uso especial que hace de cada término y a la presencia constante de la imagen visual. Una combinación para mí muy satisfactoria que da por resultado una poesía que pareciera retraerse para no ser dramática, y mucho menos sentimental.

Creo que, mirada desde afuera del idioma y desde afuera del país, una poesía pierde algo, que es la serie de resonancias familiares que puede tener cada palabra, y la habilidad con que el autor las hace resonar en esa familiaridad a la vez que las «extranjeriza», por así decirlo. Desde afuera, nos queda el extrañamiento, sumado al nuestro propio frente a un idioma extraño, aunque sea tan cercano para nosotros en este caso, tan entrevisto en el lenguaje cotidiano, donde hay tantas hebras de italiano. Creo que esa carencia y esa suma se compensan al final. Frabotta nos da idea del estado de la poesía en su país, siempre con el punto de vista del extranjero que la traduce. Hay muchas otras puntas de las que tirar en este libro. Para mí, el hilo central es esa relación entre intimidad y exterior. Y el reporte del paso del tiempo sobre el confort y la aspereza. A lo lejos se oyen explosiones. Pero el heroísmo ha cesado.
Jorge Aulicino


El gesto más gentil de la amistad

No sé qué ligera niebla triste
sobre la pileta de modesta grandeza
que nadie últimamente ha dragado
apenas rizada en la hora tardía
cambia en velo de larva el agua
parcamente hojeada ente ruidos
sordos de la oscuridad, como con un dedo sucio
las páginas opacas de un libro muy leído.
El escaso viento tiene bajo tono
nos humedece las pantorrillas frías
bajo el vestido de fiesta. En el jardín
no abandonado del todo
siento la pena de antiguos pecados
el crujido de las hojas, los pensamientos
de los visitantes caídos por casualidad
en un modo de existir poco común.
En la aventura olemos el abismo y el fin.
Nos guía fuera del programa de fin de año
la caravana de las siluetas que sale del pueblo
muchachos, creo, tal vez recién estibados
en esta boca del Averno, les veo la forma
fuerte de los glúteos bajo los jeans y las desnudas memorias
lista para ampliar la justa medida de las cosas
como a menudo les sucede a los que acaban de llegar
a un reino del que no tienen dominio.
Directo hacia los confines de ultramar
el ogro, cargado de fama y de humor
ha dejado al tedio sus posesiones
los trabajos terminados y no terminados, en silla de ruedas
regresa a su viejo Nuevo Mundo.
En la bodega de los recuerdos con él
vadea la onda el cuerpo insepulto
del compañero izado a la pila no ardiente.


Rasguño sobre el grafiti de la inmortalidad
encerrado en la urna soberbia del pueblo,
no aplacada, vaga su sombra infeliz.
Una avenida de cipreses, viejos, corpulentos,
se detiene sobre el vacío negro de la marinitud
inmensa, y me conmueve la humilde recurrencia
repetida a intervalos, la escansión rítmica
la convivencia entre la inteligencia y el absurdo.


Más violento que la ira era el ímpetu del luto.
No comía más con gusto ni se lavaba
ni paraba de llorar, sino ensañándose
sobre el cadáver tumefacto de la vida que
le sustrajo antes de tiempo el amigo dilecto.
Inapelable había sido la sentencia del dios.
Cualquiera puede perder un hermano carnal
pero deja de sollozar aquel a quien
los dioses dieron un corazón paciente.
A la mesura torne el invicto, renuncie a su fiebre.
Pero el insomne no escuchaba voz humana ni divina
con los hombros vencidos, en el barullo de la gente
clamaba, la muerte pareciéndole lo mismo que la vida.


Grasosos entre los restos del banquete servil
los cubiertos yacen abandonados
en la cocina. En compañía de recientes
libertos elegidos como custodios de la decadencia
esperamos que los músicos toquen
las cuerdas de la resonancia y de la nostalgia
las voces encuentren los tonos más opacos
al grito de la tammurriata* real.
Tamboriles, caducas pandillas, la fiesta se va entre los dedos
jóvenes ensortijados, repatriados de cabellos brillantes
indígenas desarraigados de la comunidad de los bienpensantes
apátridas desbandados, para ellos se alzarán
los himnos de la Rondinaia** en ruinas
el desorden ronco de una partitura
muy viva, ya que de Ellos es el usufructo
de la crujiente lancha hundida
el costado de Ravello. Porque solo a ellos
pro tempore, fueron confiadas las llaves
de una noche dedicada a la despedida
y a la rigurosa invernada sin amanecer.

* Tammurriata: danza tradicional de la Campania, sur de Italia,
marcada por el son del tambor. (N. de T.)
** Rondinaia (nido de golondrina): la villa construida en la roca de
la costa amalfitana en que vivió el escritor estadounidense Gore Vidal
durante 33 años. (N. de T.)


El milagro de las lenguas

Sin saberlo ladra para mujeres
y niños el perro de la vecina.
En la hora migrante que moja
los bordes de la calle, en las fosas
cavadas, en los años, por la joven
caza canalla ladra en el sol
para que, ante él, el telón no caiga.


Un pájaro de mal agüero
que no hemos merecido
alza vuelo desde el canalón.
Por vanagloria o por venganza
se nos hiela la sangre
con el ingenio de un grito
inventado esta noche.


Querría que las hubiese traído
hasta aquí el viento, a estas plumas.
Un viento gris bajo la mimosa.
Pero están hace mucho, prenda
de un juego de paciencia
entre la tórtola y el zorro.


Los nuevos climas

En el verano del dos mil tres
todo se secó silenciosamente.
Un maravilloso azul apuntaba
sobre nosotros como un arma radiante
oprimía los pies contra el suelo, rociaba
de cal las paredes, penetraba, sin
siquiera un gota de lluvia
-ni a la noche-
dentro de nuestros ojos desorbitados.
Del tronco del manzano goteaba pez negra
y en febrero fue preciso cortarlo.
La higuera se salvó poniéndose al revés
el sediento vestido leve de sus hojas
y en julio recogimos higos secos
de la tierra, como en Navidad.
La sequía se llevó también dos durazneros
que se habían unido uno al otro
a espaldas de todo, en un solo árbol de fuego.


“El 1° de mayo de aquel 1789, bajé al jardín
al alba, para ver en qué estado se encontraba
después de aquel terrible invierno en que el
termómetro había bajado, el 31 de diciembre, a 19
grados bajo cero.” Bernardin de Saint-Pierre

El invierno de dos mil siete
nos salteamos el invierno.
Como en un capricho de Goya
el otoño empezó y no terminó
sino en la primavera, con las moscas
que nunca murieron dentro
de un espejo inquieto y venenoso.
Los de la ciudad casi no se dieron cuenta
de la premeditada tibieza
inmersos como estaban en el
tráfico de sus empresas
cotidianas -solo alguno
a veces se desvelaba
con un pie hinchado, el pelo
revuelto, aunque recién
cortado, el saco del pijama
enroscado sobre el vientre
o totalmente desnudo bajo el edredón-.
En el campo cada yema sufría
la falsa turgencia de los brotes traicionados
por el sol cálido de esos días
en que de los prados brotaba una
impetuosa hierba sin color.



*

Il gesto più gentile dell’amicizia

Non so quale leggera nebbia triste
sulla vasca di modesta grandezza
che nessuno di recente ha dragato
appena increspata dall’ora tarda
varia un velo di larve l’acqua
parcamente sfogliata tra i rumori
sordi del buio, come un dito pigro
la pagina opaca di un libro troppo letto.
Il poco vento tiene basso il tono
ci inumidisce i polpacci infreddoliti
sotto l’abito di festa. Nel giardino
non ancora abbandonato del tutto
sento la pena di trascorsi peccati
il fruscìo delle foglie, i pensieri
dei visitatori capitati per caso
in un modo di esistere non comune.
Nella traversata fiutiamo l’abisso e la finzione.
Ci guida per il fuori programma di fine anno
la cavalcata delle sagome salite dal villaggio
ragazzi, credo, forse un tempo stipati attorno
a questa bocca d’Averno, ne intravedo la forma
forte dei glutei sotto i jeans e le crude memorie
vergate a dilatare la giusta misura delle cose
come sovente accade ai nuovi venuti
nel regno di cui non possiedono il dominio.
Diretto verso i confini d’oltremare

l’orco greve di fama e di humour
ha lasciato al tedio la sua proprietà
i lavori finiti e non finiti, in carrozzella
ritorna nel suo vecchio Nuovo Mondo.
Nella stiva dei ricordi con lui
varca l’onda il corpo insepolto
del compagno issato sulla catasta non arsa.


Graffio sul graffito d’immortalità
rinchiuso nell’urna superba della villa
non placata vaga la sua ombra infelice.
Un viale di cipressi, vecchi, corpulenti
s’arresta sul vuoto nero della maritudine
immensa e mi commuove l’umile ricorrenza
ripetuta degli intervalli, la scansione ritmica
la convivenza fra l’intelligenza e l’assurdo.


Più violento dell’ira era l’impeto del lutto.
Più non mangiava con gusto, né si lavava
né di piangere smetteva, se non infierendo
sul cadavere tumefatto della vita che gli
ha sottratto anzi tempo l’amico diletto.
Inappellabile era stata la sentenza del dio.
Chiunque può perdere un fratello carnale
ma smetta di singhiozzare colui al quale
gli dei hanno concesso un cuore paziente.
Alla misura torni l’invitto, rinunci alla sua febbre.
Ma l’insonne non ascoltava voci umane, né divine
con le spalle curve, nel frastuono della gente
smaniava,la morte parendogli simile alla vita.


Unti fra i resti del cenone servile
gli strumenti giacciono negletti
in cucina. In compagnia di recenti
liberti eletti a custodi del declino
aspettiamo che i musici tocchino
le corde della risonanza e della nostalgia
le voci trovino i toni più opachi
al grido della tammurriata regale.
Tamburelli, caduche camorre, la festa è tra le dita
giovanotti inanellati, rimpatriati dai capelli lucidi
indigeni sradicati dalla comunità dei benpensanti
apolidi sbandati, per noi alzeranno
gli inni della Rondinaia in rovina
il subbuglio roco di una partitura
viva viva, giacché di Loro è l’usufrutto

della scricchiolante lancia affondata
nel costato di Ravello. Perché solo a loro
pro tempore, sono state affidate le chiavi
di una notte votata al commiato
e la rigida invernata priva d’alba.


Il miracolo delle lingue

Senza saperlo abbaia per donne
e bambini, il cane della vicina.
Nell’ora migrante che bagna
i bordi della strada, nelle fosse
scavate, negli anni, dalla giovane
caccia canaglia abbaia dentro al sole
affinché, su di lui, il sipario non cali.


Un uccello del malaugurio
che non abbiamo meritato
s’alza in volo dalla grondaia.
Per vanagloria o per vendetta
freddandoci il sangue
con l’ingegno di un grido
inventato stanotte.


Vorrei che l’avesse portate
fin qui, il vento, queste piume.
Un vento grigio sotto la mimosa.
Ma sono qui da tanto, pegno
di un gioco di pazienza
tra la tortora e la volpe.


I nuovi climi

Nell’estate del duemila e tre
tutto si prosciugò silenziosamente.
Un meraviglioso azzurro puntato
su di noi come un’arma radiosa
premeva i piedi sul suolo, spruzzava
di calce le pareti, entrava, senza
nemmeno una goccia di pioggia
anche di notte
dentro i nostri occhi spalancati.
Dal tronco del melo colava pece nera
e a febbraio bisognò abbatterlo intero.
Il fico si salvò scrollandosi di dosso
la veste lieve delle foglie assetate
e a luglio cogliemmo fichi secchi
da terra, come fosse Natale.

La siccità portò via anche due peschi
che si erano avviticchiati l’uno all’altro
all’insaputa di tutti, in un solo albero da fuoco.


Il 1° maggio di quel 1789, scesi in giardino
all’alba, per vedere lo stato in cui si trovava
dopo quel terribile inverno in cui il termometro
era sceso, il 31 dicembre, fino a 19 gradi
sotto zero.” Bernardin de Saint-Pierre

Entrando nel campo cercai
le roselline selvatiche nella rete
gli iris infestanti, i papaveri
i gelsomini bianchi e dopo,
i cavoli, i carciofi fra i narcisi,
sull’arancio ferito i grappoli
profumati della zagara.
In terra giaceva l’edera vizza
screziata di morte lumache
eppure, scriveva Bernardin
non tutto era stato ucciso

dalla terribile severità di quell’inverno.
Ancora, in stile fiorito, il suo giardino
godeva di tardive, ma robuste violette
promesse di fragole e primule, risalenti
filari e tracce di linfa nei peri.
In verità le viti cominciavano
appena ad aprire i germogli.



Links

Poemas. En Otra Iglesia es Imposible / Círculo de Poesía / Festival de Poesía de Medellín