Canton lleno. Ensayos sobre la obra literaria de Darío Canton. Compilación: Demian Paredes

Canton lleno. Ensayos sobre la obra literaria de Darío Canton
Demian Paredes (compilador)
Buenos Aires
El Cuenco de Plata
2019

Artículos: Osvaldo Aguirre: «Escribir para siempre. La poética de Darío Canton» / Cristian Molina: «Las energías del poema en Darío Canton» / Elvio E. Gandolfo: «Sobre Darío Canton y sus obras» / Guadalupe Salomón: «La novela experimental» / Pablo Gianera: «Instrucciones para mirar el tiempo» / Delfina Muschietti: «Darío Canton y la fórmula del enmascarado en los libros poeti-lógicos» / Ezequiel Alemian: «Merodeos (alrededor del Abecedario Médico Canton)» / Ana Porrúa: «Naturaleza y anacronismo: la travesía del objeto en la poesía de Darío Canton» / Darío Canton: «El primer medio siglo de La mesa»

Uno de los grandes proyectos de la literatura argentina de las últimas décadas es el que viene desarrollando el poeta Darío Canton, desde sus inicios con su innovadora obra poética hasta el presente con la serie autobiográfica De la misma llama. Integran este volumen —por cierto notable, coordinado por el crítico y perdiodista Demian Paredes— artículos firmados por críticos literarios y escritores e investigadores académicos que han seguido de cerca la obra del autor. A continuación presentamos las páginas iniciales de uno de los trabajos, escrito por Elvio Gandolfo, que realiza una lectura de las obras de Canton en su conjunto. Agregamos una serie de poemas que habíamos publicado en la revista del viejo sitio PoesíaArgentina (N° 4, 2013).


Sobre Darío Canton y sus obras

Elvio E. Gandolfo

Conocí mucho antes algunos de sus libros que al autor. Con seguridad leí La mesa más o menos cuando apareció (1972), en Rosario, aunque no sabía de quién era, porque no figuraba el autor. Más tarde recibíamos con mi padre los envíos postales de poesía bajo el título genérico de ASEMAL (1975-1979), incluso luego de que la revista que publicábamos, el Lagrimal Trifurca (1968-1974), había dejado de aparecer. Negado para los juegos de palabras, no creo haberme dado cuenta por mí solo en ese momento de que no era más que una variación de ordenamiento de las letras de La mesa. También leí con mucho interés Corrupción de la naranja (1968), algo que me quedó grabado porque llegué a fabricar un falso recuerdo: que todo el libro tenía que ver con esa naranja y su progresivo deterioro. Eso no era cierto: son apenas cuatro páginas iniciales, aunque la existencia real de la naranja y su observación le dan una fuerza de convicción tremenda. En un intento semejante, muchos años después el inglés Peter Greenaway filmó obsesivamente la corrupción de la carne animal en A Zed and Two Noughts (1985).
La cantidad torrencial de editoriales, revistas y lecturas existente entre fines de los ’60 y mediados de los ’70 tanto en Argentina como en América Latina me impiden recordar si leí o no algunos de sus otros libros de poesía: La saga del peronismo (1964), Poamorio (1969), Poemas familiares (1975), y Abecedario Médico Canton (1977). Es casi seguro que leí los Poemas familiares, porque lo editó el sello Crisis y compraba casi todo lo que iban sacando. Estoy seguro, en cambio, de que La saga del peronismo la leí recién ahora, para escribir esta nota, “bajándola” del completísimo sitio web de Darío Canton, que incluye toda su obra, y comentarios o filmaciones de video sobre presentaciones o entrevistas.
El “ciclo poético” se desarrolla al regreso de su residencia becada en Berkeley para estudiar sociología (carrera que entonces empieza a desarrollarse, impulsada por Gino Germani). Antes había estudiado filosofía. Ya en Berkeley se le ocurre escribir el primer libro, La saga del peronismo, a partir de un recuerdo en medio del campus universitario; luego vendrá una conversación con algunos alumnos que oye y lo impulsa (típicamente, los invita a que cuenten qué piensan del fenómeno). Vivió allí entre 1960 y 1963, y publica La saga… apenas regresa a Buenos Aires, en 1964. Cuando acepté escribir este texto dentro de un volumen de crítica y ensayo propuse leer en orden los nueve volúmenes del ciclo autobiográfico monumental De la misma llama (2004-2016).
Mejor aún, pensé después: empezaré por sus libros de poesía. Antes había leído varios de los grandes volúmenes autobiográficos, pero a marchas forzadas, a veces salteando texto al azar. Me había deslumbrado, como a todos, el volumen “verde”, que en la visión del autor es el más “histórico” aunque resulte el más íntima y verdaderamente autobiográfico, con una combinación extraordinaria de texto e imágenes de todo tipo, en particular fotografías antiguas o actuales de lugares “históricos” autobiográficos, encargadas a un par de amigos fotógrafos sucesivos. Pensaba que la lectura continuada, en el orden de los volúmenes, me brindaría sentidos nuevos. A su vez la propia planificación expresada en ellos mismos va sufriendo cambios, tanto formales como de magnitud, a medida que avanza.
Dos ideas fijas fuertes son: documentar lo que él ve como la elección clara por la literatura en vez de la sociología, y la irritación progresiva y continua ante la falta de reconocimiento, que él cree no sólo justo sino incluso necesario. A eso se agrega el despliegue permanente de lo escrito en poesía, mezclado siempre, “pelo a pelo”, con el proceso mismo de corrección, de elaboración del poema. De hecho los “volantazos” de Canton respecto a su obra y a sí mismo son numerosos, contradiciendo esas ideas fijas.

El ciclo poético
Los poetas que publicaban, con mayor o menor destaque, en esa época inicial (mediados de los ’60) compartían cierta vulnerabilidad ante la idea misma de publicar. Un testimonio claro es la contratapa de su segungo libro, Corrupción de la naranja, incluido en una colección de Ediciones del Mediodía. La misma elaboraba una serie de “Poetas argentinos contemporáneos. Primera selección”, de la cual no hubo una segunda.
Allí se mezclaban nombres muy conocidos, un poco menos, y casi nada: Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Marcelo Pichon Riviére, Alberto Cousté, Oscar Balducci (uno de los amigos fotógrafos de Darío Canton), el libro de la naranja de él mismo, y Federico Gorbea.
Si se sacude el cedazo, los cuatro primeros nombres (Aguirre, Alonso, Bayley, Madariaga) siguen sonando aún hoy. Aunque habría que decir que Aguirre es más recordado por su tarea de editor de la revista y las ediciones de Poesía Buenos Aires que por su propia obra. Kohon es más conocido como director de cine (al que hay que rastrear hoy allí como a Canton en la poesía). Más peleada es la supervivencia de Pichon Riviére (recordado en parte como director del suplemento cultural del diario Clarín), Cousté es más conocido en España, donde vivió largamente publicando novelas, ensayos, prólogos y antologías.
El libro de Canton es el segundo de su obra. Esos dos ya muestran cierta inquietud: el primero es un libro sobre el peronismo cuando todavía era materia casi prohibida. El de la naranja resuena por mérito propio (en especial por ese corto ciclo inicial de cuatro páginas).
El libro siguiente, Poamorio, es de amor y sexo, y se lo podría señalar como acentuación del estilo poético general de Canton, que se asentaría sobre todo a partir de las hojas enviadas por correo de ASEMAL. Incapaz de quedarse quieto, le elige un diseño provocador: la tapa es en realidad el medio del volumen, y la tapa “real” ocupa el centro, ambas caracterizadas, en el ejemplar que poseo, por el color amarillo limón del papel (hubo varios colores de tapa: azul, rojo…). El lenguaje empleado es liso, existencial, a veces común hasta lo chirriante, buscadamente directo y a la vez agresivo, y despliega un modo de tratar lo sexual hasta entonces poco conocido en la poesía argentina.
A esa altura es un cómplice clave (de los tantos que ha tenido Canton a lo largo de su vida) el diseñador Juan Andralis, muerto tempranamente junto a la madre por una emisión de gases. Eso provocará otro de los “seguimientos” fijos de Canton: la compra y difusión entre sus hijos de aparatos destinados a evitar ese tipo de destino (otro caso semejante fue el de Germán Rozenmacher y un hijo en la ciudad de Mar del Plata, nueve años antes).
Pero Canton da un nuevo giro, esencial, conceptual. Publica La mesa, un “tratado poeti-lógico” que constituye una exploración al mismo tiempo enciclopédica e inventiva de ese mueble clave del paisaje hogareño, histórico y asociativo. Recuerdo que en los círculos apilados de lectores de poesía provocó un interés cierto aunque esquivo, porque era anónimo (lo cual aumentaba sin embargo el impacto conceptual). Era un libro pequeño, de bolsillo, editado por Siglo XXI, con tapas de color naranja, y distribuido con un músculo superior al de una editorial chica “de poesía” común y riesgosa (como la anterior Ediciones del Mediodía para Corrupción de la naranja).
Poemas familiares es aceptado por su amiga Julia Constenla para las ediciones de Crisis (tal vez la principal revista de cultura de la época). En otro territorio, sigue con el tono general de uso del lenguaje directo de Poamorio. En parte por la crisis económica (valga la redundancia) y por el desplazamiento de Constenla dentro de la estrucutra editorial, el trámite de edición se alargó.
El libro siguiente es, de nuevo, un giro hacia otra parte: el Abecedario Médico Canton (“amansamiento” del título original: Vademedicumnemotecnicusabreviatus). Reproducido completo en el tercer tomo (De plomo y poesía) de De la misma llama, se basa en dos vademécum reales, propiedad de su padre médico. El nombre de cada remedio es tomado en su sonoridad asociativa, provocando explicaciones delirantes,
sorpresivas, o secas. Por ejemplo: “Mandrax: Mandrake”, o “Jaquedryl: Jacqueline”. Y así sucesivamente, con cientos de nombres.
Esos son los “libros de poesía” de Dario Canton, al que cabría agregar, muchos años después, Fuero íntimo (2016), “intervalo poeti-pictórico” “absorbido” en 2016 por la primeraparte de la gigantesca La yapa (tres volúmenes). Aunque para leerlo como libro de poesía habría que dedicarse un buen rato a tareas manuales, ya que viene incluido con un perforado descartable dentro del tamaño normal de la serie (el hecho de que la integridad del libro que se busca cuidar quede muy comprometida después por el trozo de papel que falta parece metaforizar toda la empresa quijotesca de Canton).
El “libro de poesía” argentino es un artefacto peculiar, con rendimientos propios. Instala un contenedor especial, por lo general pequeño, que puede ser variado en su composición, pero que casi siempre aspira a un “estilo” o una “temática” o a poemas extensos. La publicación “online” de poesía, hoy abundante, no ha logrado reemplazar su eficacia para ir construyendo, por acumulación, la obra (y la hipotética repercusión) de un poeta.
Ocurre algo semejante con las distintas ediciones “cartoneras”, donde también publicó. A su manera, reproducen los éxitos y los callejones sin salida, con sucesivas soluciones a partir de sus contradicciones. Por ejemplo, su eficacia en subrayar en los países desarrollados su carácter de “canal popular” (a partir de elementos pobres como el cartón descartado y el armado artesanal), países que inyectaron subsidios o premios a su economía básica, y multiplicaron su reproducción en países distintos.
Allí el texto de cada uno queda subsumido en ese estilo general áspero donde el formato nuevo “crudo” importa más que el lugar del título en una obra del autor. Esa tarea la realiza con eficacia el “libro de poesía”, breve, impreso, cosido o bien pegado, a través del cual se han desarrollado las obras poéticas de gente como Beatriz Vignoli, Francisco Garamona, el chileno Claudio Bertoni, Enrique Molina, Francisco Gandolfo o Alberto Girri. En los casos más connotados la obra completa, o los “poemas reunidos”, constituyen otro formato, distinto, donde importa mucho el modo en que se realiza la acumulación. Los nombres de la poesía y su repercusión van apareciendo y desapareciendo, variando, con un ritmo hasta cierto punto azaroso. Por dar un ejemplo: los delgados libros de poesía sueltos del esquivo e italianizado Rodolfo Wilcock facilitan su “redescubrimiento” repetido.
Leí ahora en orden el ciclo poético de Canton. Me volví a interesar, a fastidiarme por momentos. Su poesía no me resulta muy atractiva a priori, pero siempre ofrece ejemplos aislados de logro, o tramos de originalidad persistente, como La mesa. La saga del peronismo me pareció un intento bien apuntado de tratar el tema, pero que parece quedarse corto de puro equilibrado. Otro plano de su poesía es teatral, dramático, dialogante: “No temas pisar los vidrios, Eva, / los han puesto para herirte. / ¿No lo crees?”. Los diálogos a veces son entre él y él mismo. Pero calculo que si en la época de sus primeras apariciones los hubiera ido leyendo, habría pensado que ahora sí había un terreno propio creciente, intrigando sobre el desarrollo futuro.
Por desgracia, siempre inquieto y ansioso por tener respuestas directas de los lectores (impulso alimentado en parte por su persona de sociólogo, negada, pero poderosa, como veremos más adelante), Canton inventó un canal nuevo y original, tanto como lo es hoy el “streaming” respecto a la televisión. Cansado de las exigencias y paciencias de la edición impresa, empezó a publicar las entregas por correspondencia de ASEMAL. A mi juicio el nuevo vehículo se desarrolló tanto que “se llevó puesto” a su ciclo poético, como en un accidente carretero, cuando parecía empezar a cuajar. El “acto de desaparición” se volvería más complejo y completo con la larga inclusión paralela del poema y lo que él llama “el cuento del poema”, o corrección, en los tomos autobiográficos.

La bisagra
El conjunto de ASEMAL lo constituyen 20 “tentempiés de poesía” de entre 4 y 6 páginas en papel color manila, con poemas que Canton había sacado de libros por editar, y había redistribuido temáticamente. La tapa incluía la figura de un búho y un consejo a los lectores: “Lea despacio. Mastique bien las palabras”. Cada número era enviado por correo abierto a un promedio de 800 lectores. Para seguir recibiéndolo era esencial contestar opinando. La apuesta a la comunicación incluía algún juego, como adivinar la palabra que faltaba en una tapa (era “miedo”, y un lector acertó). Para muchos la publicación, gratuita, diversa, generosa, era un globo de oxígeno sorpresivo y sorprendente en tiempos aceleradamente oscuros. En el 2000 apareció una recopilación: La historia de ASEMAL y sus lectores (Mondadori). En los últimos números aparecían tres textos denominados “el cuento del poema”: el detalle de cómo se había llegado al resultado final en cada caso.
El libro incluía una amplia representación de las cartas de lectores, repartidas entre famosos y desconocidos, y en cuyas respuestas aparecían muchos de los rasgos de Canton como opinador, juez, y propagador de fastidios diversos y momentos de distensión. En ese sentido es ejemplar el prolongado intercambio con el patagónico y joven Juan Carlos Moisés, con quien opera como un adusto maestro. O el que establece con un brasilero, que se pierde por un tiempo pero con quien instala, apenas reconectados, una batería de consejos optimistas en medio de un panorama más bien desalentador.
A su vez la idea del “cuento del poema” se hace carne en Canton y de hecho es la idea primigenia alrededor de la cual irán apareciendo a través del tiempo los tomos de De la misma llama. Como en el ciclo de libros poéticos, también dentro del campo general hay cambios repentinos. Originalmente se habían planeado dos tomos, que pronto fueron cuatro y al fin seis, con tres gruesos tomos de La yapa.
Aquí tengo que hacer una confesión de lector. La “niña de los ojos” de Canton, la combinación de teoría correctora y poema, en mi experiencia pulveriza la fuerza que podrían tener los poemas en un “libro de poesía”, instalándolos en una especie de cadena de montaje o “continuum” sin fin, indiferenciado, donde la sensación más frecuente es la de que alguien habla sin parar mientras uno trata de concentrarse en el poema. A su vez el sistema de corrección de Canton se parece al de cualquier otro (sintetizar, cortar, alargar, buscar precisión en las palabras) y pronto se vuelve repetido, re-conocido, anodino. No en vano, con elegancia, uno de sus guías esenciales –Alberto Girri– se negó implícitamente a dejarle ver sus propias correcciones, una obsesión que Canton parece haber desarrollado justamente en Estados Unidos (con sus enormes depósitos de originales y sus libros de entrevistas que escarban en el proceso creativo). Es cierto que recorrer las bambalinas de un teatro puede resultar fascinante las primeras veces, pero a la larga es muchísimo menos interesante expresivamente que la obra que el público absorbe sentado en su butaca de espectador.
Por lo tanto a partir de cierto momento me salteé con frecuencia “esa parte”, sin sentimientos de culpa. Sobre todo porque a medida que crece la estatura del libro sin límites, titánico, que es la seguidilla de tomos de De la misma llama, poco a poco la supuesta columna central del proyecto se va adelgazando hasta casi desaparecer.
A menudo también las columnas destinadas a los poemas son usadas por Canton como lugar de descarga de estados de ánimo, situaciones existenciales y mero registro del paso del tiempo y crecimiento del tema de la muerte y la vejez. En el conjunto hay tramos bien recortados: por ejemplo los tomos I (Berkeley 1960-1963), II (Los años en el Di Tella 1963-1871), y III (De plomo y poesía 1972-1979), a pesar de su extraordinaria variedad, funcionan como un conjunto relativamente homogéneo.
Se ha observado a menudo que De la misma llama es propiamente una novela, cuyo protagonista es Dario Canton, con algunos personajes importantes y centrales, en particular su hijo Ezequiel, de quien se reproducen numerosos textos y cuadros. A su vez el tomo sobre Berkeley cumple con el objetivo por el cual fue así, “in media res”, a mitad de la acción, como Canton decidió comenzar, en vez de por el principio –infancia, adolescencia, etc.–: un período bien definido, porque tenía el sello con la fecha de arribo y de regreso marcado en el pasaporte, lo cual fabricaba una unidad de relato fuerte, reforzada por la lejanía geográfica. Comienza también su obsesión documental, todavía bajo control, usando mapas, folletos de guía y fotos del campus para compartir su “aquí estoy yo” (remedando la flecha de los mapas del subterráneo: “usted está aquí”) en el mapa de lo real. Ya en ese tomo muestra un sentido importante de la organización específica de ese aparato tan extraño que es el tomo (cualquiera de los tomos) de De la misma llama, distinto al de cualquier otra empresa autobiográfica. El cierre de ese primer volumen es impecable, tan eficaz como el final de una película de Hollywood: una fotografía de Darío Canton pisando Ezeiza, inclinado hacia adelante, con poco equipaje, regresando.
La lectura de ese primer tomo me fue creando tanto la posibilidad de un sentimiento de culpa como la necesidad de esquivarlo mediante un truco de lectura. Como empecé a notar que la personalidad del Canton del libro me fascinaba de un modo totalmente distinto al de la personalidad de la persona real (efecto que se acentúa en los dos tomos siguientes) decidí que eran dos seres separados por entero. Uno es creado por las necesidades narrativas de su muy peculiar autobiografía, el otro está dotado a la vez de la firmeza individualizadora y la variación constante de un ciudadano, o consumidor, más bien (en los tramos recientes de nuestras democracias cada vez más falibles y más atadas a lo económico) de la así llamada realidad.
El primero tiende a reforzar lo que es la libertad del que lee, sin la cual ese acto pierde mucho de su sentido. Llevado por el relato, por la vida contada, noté que me preocupaba, me enojaba con él, y muy en particular me reía, muchas veces a carcajadas, de sus peripecias. Decidí que ese se llamaría Darío C. El otro, Darío Canton, es de desarrollo más lento: de hecho creo que la obsesión fastidiosa por la trascendencia como poeta en la posteridad o la figuración fue reemplazada poco a poco por la construcción de sí mismo, recortando los filos agresivos y dulcificando la dureza como sólo el paso del tiempo en décadas puede hacerlo.
Leyendo, de entrada me preocupaba que Darío C. se fuera a pasar tres años fuera de Argentina justo cuando empezaba a desplegar una familia, con Susana y el hijo Ezequiel. Después me reía mucho con su modo de manejar el asunto. A la vez que me preguntaba si quien había escrito una carta determinada –íntima no en el sentido de develar datos incómodos, sino un modo de pensar simple, más sensato que los intentos racionalizadores de Darío C.– habría aceptado publicarla. En el bloque de los tres primeros tomos, se iban desarrollando otras proyecciones: Canton terminaba por separarse, volvía a casarse, parecía emplear las mismas estrategias con los mismos resultados catastróficos (lo cual me hacía reír mucho ante ese personaje ficticio-real), volvía a separarse, volvía a llevarse por delante la misma piedra en el camino y volvía a caer (risas aumentadas). Resumiendo: Darío C. (como así también Darío Canton) se casó cuatro veces, y tuvo hijos con tres de ellas. La estrategia puede parecer negativa, hasta que en La yapa se descubre que en lo concreto se tradujo en una vejez rodeada de hijos y nietos que se encuentran periódicamente, usando el equilibrio de aguante y placer que caracteriza a casi toda familia humana. Aunque aquí registrados por De la misma llama en imágenes y palabras.
El perfil de Darío C. tiene el carácter cuadrado y repetitivo de los personajes literarios, incluso historietísticos. Mientras sigo sus aventuras, me explico parte de los motivos por los cuales dudé siempre del despliegue final de su obra poética. Experiencia cercana: menciono en una mesa de bar su nombre. Cuando se trata de gente “del palo” cultural se reacciona de inmediato: ¿el de la autobiografía? La menor distancia ante ese contexto instala en cambio la nube de la duda: ¿poeta? ¿de qué libros?
No puedo sino pensar que la persecución de la presencia final, inamovible (una entelequia) en el plano de la poesía argentina (¿justamente allí, un planeta tan endeble?) sólo puede sentirla un personaje de novela. Porque además quiere que sea cuantificable: entrevistas, recortes de diario, comentarios, figuración en los fascículos de Capítulo (la serie de Centro Editor de América Latina) (allí Canton no está). El enfoque cuantifi-cable (en vez de maleable, cambiante, sujeto siempre a duda) lo lleva a especulaciones casi delirantes, que le impiden ver la realidad limitada, berreta del sistema cultural argentino (en comparación con el estadounidense, tan cuantificable y a la vez tan infantil en su confianza ciega en las cifras y los porcentajes).
Creo que en Berkeley, y en su conexión con el peronismo, Canton establece un vínculo con la sociología mucho más importante de lo que él mismo cree. De hecho su última investigación (de una serie sobre las elecciones argentinas) la presenta en una fecha tan tardía como 2013. La herramienta clave (la cuantificación de datos de primera mano, el método de la encuesta) une férreamente su parte artística o literaria formal, a la sociológica.
Para volver a la saga autobiográfica: los dos tomos siguientes a su regreso de Berkeley (sobre el trabajo con Germani en el Di Tella, y sobre los años de dictadura) aportan por toneladas justamente lo que hasta ahora la narrativa argentina se ha mostrado remisa a proveer (salvo algún caso excepcional, como Manuel Puig): la vida cotidiana, diaria, sin esa tirantez entre los extremos: los chicos malos y los chicos buenos en interpretación cruzada, inconciliable. Un cimiento para la realidad absurda, de dibujo animado televisivo, que ha adquirido la política, la ética, los afectos en el mundo reciente en que estamos sumergidos mientras leemos la reconstrucción salvaje, concreta y minuciosa de Canton. Nos enteramos de lo que es viajar en ómnibus por la ciudad, de lo que salen los departamentos, de lo que cobra en los plazos fijos (planillas facsimilares incluidas).
Ese campo de vida y de batalla cotidiana sigue cruzado con todo lo demás: sus relaciones amorosas, sus repetidas reacciones de rencor y de envidia ante el “éxito” o figuración de otros (el poeta Roberto Juarroz), o su costumbre de decir exactamente lo que piensa (sobre Juan Gelman y sus diminutivos, por ejemplo).
Reforzando la tendencia a no verlo, están la historia familiar y las consecuencias del lugar social de Canton, y los sucesivos lugares donde vivió. Primero en 9 de Julio, ciudad de la provincia de Buenos Aires donde nació, hijo de un médico importante (una sala del hospital donde trabajaba lleva su nombre), tercero de tres hijos varones, separado por una década del segundo. Después en Carmelo, pequeña localidad uruguaya de donde sale la “lancha de Cacciola” que cruza al Tigre argentino, ciudad de las vacaciones y de ramas míticas de su familia. Allí la familia adquirió campos. El padre muere cuando él tiene 14 años, y deja un hueco que fomenta a un tiempo la inseguridad y la competencia permanente con figuras paternas (en especial Gino Germani, a quien buscó enmendarle la plana con sus minuciosas investigaciones sobre los votantes peronistas). La madre vive muchos años en el gran departamento cercano a la plaza de Congreso donde pasan a vivir al trasladarse a Buenos Aires. Se la adivina importante para él afectivamente (a su vez bloqueadora: se niega a conocer las mujeres posteriores a Susana). Es sobre quien aporta más material visual cuando se abren las compuertas de imágenes a partir del tomo V.
Desde de la muerte de la madre, y luego del hermano mayor (Walter), queda el más equilibrado Héctor, manejando la administración de los campos. Entretanto Darío ha iniciado el plan de la obra autobiográfica (y de corrección de poemas), y se ha enfrentado con los límites durísimos de lo real, lo cual lo hunde en una depresión importante (según él mismo). Cuando muere Héctor, se venden los campos de Carmelo, y la herencia le permite ir publicando los tomos de De la misma llama como se merecen: amplios, muy ilustrados, muy bien diseñados por él y Rubén Fontana.
En el sistema de contradicciones de su vida y su obra eso lo hace feliz, pero también lo ubica en un puesto incómodo ante la cultura “progre”, tan influyente en las últimas décadas. A su vez la falta de constricciones económicas hace que él escriba, diagrame, reúna información y pague fotógrafos o investigadores sin límites o avisos en la prensa. Se podría hacer el chiste de que también él es el que lee la obra. Salvo por el hecho de que un pilar importante en extensión de los volúmenes son los largos comentarios y precisiones de los amigos o personalidades a quienes les pasa los tomos para que opinen sobre ellos. Son clave los testimonios de Noé Jitrik (con quien está relacionado desde siempre) y Julio Schvartzman. Pero el chiste tiene algo de verdadero: la propia magnitud de la obra la hace cara y escasa. Son más de 5.000 páginas, de las cuales se han editado solo algunos cientos de ejemplares. Parte de la irradiación lograda tiene mucho que ver con la tozudez del propio Canton, instalado en departamentos de la ciudad de Buenos Aires con sus familias sucesivas y después en “oficinas” que exhiben en las fotografías el carácter transitorio, un poco caótico,
de verdaderos campamentos de un guerrero o caminante ya legendario (aunque en parte secreto) de la autobiografía y la microhistoria de la cultura argentina.
Canton busca (y encuentra) en H. A. Murena un guía, que ejerce su tarea con cierta brusquedad característica. Un día llega a verlo y Murena no está. Se lo dice Alberto Girri, quien se ofrece para al menos leer sus poemas y siguen viéndose. Cuando se empeña en conocer con exactitud quién bautizó a la revista Contorno no lo logra, pero trata a los hermanos Viñas, y los dos aparecen en De la misma llama como solían ser descriptos: seguros, informados, contundentes, en el caso de David en una época donde su pasión por la polémica lo hacía aparecer como un macho alfa en lucha por su territorio.
Mucho más tarde, Canton empieza a ser mirado por gente de otra época: reconocido, admirado y revisado de cerca o atraídos solo por el corte tangencial, la rareza. Son los “jóvenes” de los ’90, o los integrantes de un producto de perfil legendario como la revista 18 whiskys, también apodíctica, y manifiestamente breve (2 números), que fascina a Canton por la contundencia en lograr mucha repercusión con poca cantidad. Publica en la editorial cartonera de Cucurto, recorre el espinel. Asiste a una presentación de libros del sello, entre ellos el suyo: abundante de gente, errante, un poco (o mucho, según el momento de quien la vive) frustrante para gente de otra generación, como Canton, que se retira temprano. Ante las búsquedas tenaces de Darío C. sobre detalles menores (como la persona exacta que bautizó a la revista Contorno) me río y establezco una exageración paródica: “Claro, él puede porque es un oligarca oriental, tiene tiempo, yo en cambio sigo teniendo que trabajar en periodismo, prólogos, traducciones, antologías o diarios y revistas”. Es lo que me pasó cuando lo fastidió el modo en que tenía repercusión un “happening” con apoyo mediático prefabricado. Obviamente si yo sentía fastidio (a veces me pasaba lo contrario: era un lector constante de Andy Warhol y de Marcel Duchamp), lo dejaba pasar sin mover un dedo.
En realidad el trabajo que venía realizando Darío Canton con lo que terminó por ser la Obra (en el sentido alquímico) eran los libros autobiográficos. En las calles, por otra parte, se desviaba y acudía a menudo a verlo a Ricardo Zelarrayán, ya internado y desmejorando, uno de los núcleos de “gente del palo” mas constantes y conmovedores en sus incursiones.

**

Darío Canton: Seis poemas y un divertimento que oficia de breve intervalo

Incluidos en el tomo VII. La yapa (1990-2013), de la serie De la misma llama

1.

Temores

Al ciego
que en el vagón
acompañándose
con la guitarra
cantó con buena voz
como la de Fiorentino
de no mucho caudal
pero afinada
dos canciones
le eché en el vasito
una moneda
de un peso
que las máquinasnunca me tomaban.
Que Dios se lo pague
fue su reacción.
Me dejó preocupado:
¿estaría mirando?
El tintineo
¿le habrá dicho algo?


2.

Cada día

En una pecera blanca
enlozada
peces
de un solo c/olor
y distinto tamaño
se amontonan
en el fondo.
Una descarga los sacude
hace girar en remolino
nadar desesperados
el abismo los traga


3.

Persistencia

Aquellos
a quienes quisimos
aunque no estén
siguen
cumpliendo años
en su día
hoy sólo nuestro


Divertimento

Sobre el incesto poético
o la cuadratura del círculo
según el Profesor Doctor
Emanuel Ginóbili:
el que alcanza
a los descendientes
de Víctor Redondo
y Arturo Cuadrado.


4.

No hay como la lectura

(con los auspicios de la UNESCO)

Poeta de 80
en buen estado
de conservación
y conversación
busca mujer menor
o la inversa
si consiente
de buen grado
con idénticas condiciones
para leer en la cama
abrazados
las mejores obras
de la literadura


5.

Ella

Sé buena conmigo
mimame
preparame
dejame que te acaricie
señora
las tetas
más abajo
me caliente
tomala
huevos y todo
enfundala suave
señora
de a poco
en tu vaina
abrazame fuerte
besame
con toda la boca
señora
cuando acabes conmigo


6.

Variaciones

1
¿Adán nada
Nada nada.
¿Y qué hay
de la andanada?
Es propia
del nihilismo.
¿Y de la hondonada?
Esa tiene que ver
con el cante jondo.

2
Dan a Adán
su merecido
en Sudán
por aquello de
quien mal anda
mal acaba
como dice
la Cabala.
—¡Acabala con la Cabala!
contestó de mala gana
ya me tenés cansada;
no siempre se puede
ganar en la lotería.

3
¿Quién no quisiera
en la vida
ser diva?
No servida;
servidora
en todo caso
o servijuana
que también era una dama
doncella, mejor
al servicio de Francia.

4
Safo en su fosa
sentada en un sofá
fuma un faso
y canta un tango
(adivine cuál).
¿No es curioso
que el oso panda
—no el cúnico—
se enamore
de un quelonio?
¡Que lo parió!
dijo Mendieta
a modo de comentario
y se sentó pensativo
a recordar los noventa
cuando todo se vendía
y deja atrás la noche
que no es buena
que hace daño
y se acaba
yoyollando siempre

5
Was Adam tall?
Not at all.
Yo no estaría
tan seguro:
se perdieron los huesos.
Acaso pasaba
por altibajos.
O era rengo
¿por qué no?



Links

Más textos sobre Darío Canton en op.cit. «Una ilusión objetiva…», por José Villa
Página del autor (contiene trabajos críticos y documentales, textos de Darío Canton y referencias). En Darío Canton