Licencias extraordinarias*
El aparecido
¿Qué hacer con esto
si sucede como pura aparición
y es entonces recuerdo real
la rosa, la cosa
la nieve o el poema?
¿a través de quién
-en que alguien que estuvo allí,
fue pasado a la blancura
vulgar divertimento
parálisis de un recuerdo
en el que vuelve y te nombra
como el último aparecido?
así es el poema
-alguien que camina por el campo
y trabaja en una fábrica de sombras
para el lado invisible de las cosas
quien flota
víctima de una broma
que es fantasma de toda adolescencia
en su propio resplandor de madrugada
que pase y se quede,
que nadie más entre, que la naturaleza
afuera en total indiferencia se aniquile
pero que disuelva la misma rosa
la misma cosa, la nieve del poema
un último aparecido y nada más
que camine por el campo
hasta alejarse de tan ausente
-ausente para sí y los otros
en la luz azul del cielo
la aurora embriagada de esperar
esperar que el poema, la rosa y la cosa
también la nieve
pasen al lado invisible de las cosas
donde el poema trabaja
una música en su gran resonancia
y víctimas del capricho del que se aleja
¿qué somos? ¿pura entonación de lo que habla?
¿restos de alguna flotación? ¿simple fluorescencia helada?
la presencia que niega y delata la broma de la nieve
somos el saber de mañana
feriados y licencias al pasado,
saber de invierno
sentimental y aleccionado
por maniobras en el campo de estrellas,
playones municipales cubiertos de escarcha
pistas de la oscuridad donde desfilan
figuras de un deporte de salón
ejercicios de una broma ejecutada
¿y quién fue? ¿quién lo hizo?
¿quién llenó de nieve su bolsa de dormir
cuando exhausto volvía a buscar el sueño?
¿quién trazó el adentro y el afuera de una carpa?
¿su zona iluminada? ¿el lado visible, el lado que desaparece?
la certidumbre, la cosa cierta
lo hecho de la materia de los sueños
-o cualquier otro desperdicio del olvido
es la palabra que dice
aquí las instrucciones para levantar
una carpa de montaña
¿y qué es un recuerdo?
¿un campamento donde el que duerme
aprende a dar el paso visible
paso que conduce
al reino del aparecido?
todo aparecido es un huésped
ingresa a la pálida habitación sin puertas ni ventanas
-nuestra memoria encendida, la aurora de Stevens
aunque como quien ingresa
a un círculo de árboles de invierno
y en ellos, busca por delante y por detrás
la soberbia transparencia
los amigos ejecutantes
-pregunta
¿no es más que una corona de palabras
el fuego revelador de asadores boreales
lo que en su resplandecencia nos recuerda?
si nada hay
si todo ya es vacío
presencia del aparecido –dicen
lo que vuelve es el elogio
oro en la ceniza
la voz que alguien
un soplo, una chispa
renovará en el aire del pasado
la carpa del iluminado
a la que ingresa para irse
¿y la inmanencia del desastre?
¿lo fatal? ¿el amigo borracho que al orinar
ve en un paredón la visión maldita del futuro?
sin nostalgia, sin anhelo
que todo pase por donde pasa
una estela que consigo lleva
la rosa, la cosa y también el poema
el sueño reiterado de amigos en la nieve
y ascendente hasta desaparecer
liviano y ligero como aquello que corre,
materia de un sueño que nadie sueña
más visible en la voz
-que el aparecido sea la forma absoluta
forma que habla de la ausencia de la forma
en lo vulgar sublime
de toda distracción
por delicadeza de pensar en uno
poema?
¿a través de quién
-en que alguien que estuvo allí,
fue pasado a la blancura
vulgar divertimento
parálisis de un recuerdo
en el que vuelve y te nombra
como el último aparecido?
así es el poema
-alguien que camina por el campo
y trabaja en una fábrica de sombras
para el lado invisible de las cosas
quien flota
víctima de una broma
que es fantasma de toda adolescencia
en su propio resplandor de madrugada
que pase y se quede,
que nadie más entre, que la naturaleza
afuera en total indiferencia se aniquile
pero que disuelva la misma rosa
la misma cosa, la nieve del poema
un último aparecido y nada más
que camine por el campo
hasta alejarse de tan ausente
-ausente para sí y los otros
en la luz azul del cielo
la aurora embriagada de esperar
esperar que el poema, la rosa y la cosa
también la nieve
pasen al lado invisible de las cosas
donde el poema trabaja
una música en su gran resonancia
y víctimas del capricho del que se aleja
¿qué somos? ¿pura entonación de lo que habla?
¿restos de alguna flotación? ¿simple fluorescencia helada?
la presencia que niega y delata la broma de la nieve
somos el saber de mañana
feriados y licencias al pasado,
saber de invierno
sentimental y aleccionado
por maniobras en el campo de estrellas,
playones municipales cubiertos de escarcha
pistas de la oscuridad donde desfilan
figuras de un deporte de salón
ejercicios de una broma ejecutada
¿y quién fue? ¿quién lo hizo?
¿quién llenó de nieve su bolsa de dormir
cuando exhausto volvía a buscar el sueño?
¿quién trazó el adentro y el afuera de una carpa?
¿su zona iluminada? ¿el lado visible, el lado que desaparece?
la certidumbre, la cosa cierta
lo hecho de la materia de los sueños
-o cualquier otro desperdicio del olvido
es la palabra que dice
aquí las instrucciones para levantar
una carpa de montaña
¿y qué es un recuerdo?
¿un campamento donde el que duerme
aprende a dar el paso visible
paso que conduce
al reino del aparecido?
todo aparecido es un huésped
ingresa a la pálida habitación sin puertas ni ventanas
-nuestra memoria encendida, la aurora de Stevens
aunque como quien ingresa
a un círculo de árboles de invierno
y en ellos, busca por delante y por detrás
la soberbia transparencia
los amigos ejecutantes
-pregunta
¿no es más que una corona de palabras
el fuego revelador de asadores boreales
lo que en su resplandecencia nos recuerda?
si nada hay
si todo ya es vacío
presencia del aparecido –dicen
lo que vuelve es el elogio
oro en la ceniza
la voz que alguien
un soplo, una chispa
renovará en el aire del pasado
la carpa del iluminado
a la que ingresa para irse
¿y la inmanencia del desastre?
¿lo fatal? ¿el amigo borracho que al orinar
ve en un paredón la visión maldita del futuro?
sin nostalgia, sin anhelo
que todo pase por donde pasa
una estela que consigo lleva
la rosa, la cosa y también el poema
el sueño reiterado de amigos en la nieve
y ascendente hasta desaparecer
liviano y ligero como aquello que corre,
materia de un sueño que nadie sueña
más visible en la voz
-que el aparecido sea la forma absoluta
forma que habla de la ausencia de la forma
en lo vulgar sublime
de toda distracción
por delicadeza de pensar en uno
El rastreador
Trabaja en su displicencia el misterio, pero
¿abre puertas a blancos pasillos?
¿acumula horas plomizas prontas a guardar?
¿o mira hacia atrás y disuelve en un instante
la caja de acero que guarda un recuerdo?
ni el paso firme
ni la mano iluminada cortando la niebla
nada conduce hacia delante,
el lugar donde aquello que flota, por fin
cae –en silencio se recuesta
sobre un pesebre congelado
de indicaciones erguidas
a la puerta de un corral
como el enigma perezoso
–escoltado por astros, perdedores,
amigos de la infancia–
no hace otra cosa el misterio
más que bostezar por las mañanas
y no es andar y andar
aunque sólo se trate
del sonambulismo del deseo
–es errar, saltear caminos
salir a la muerte espantada,
lo que acumula y olvida
el detrás desierto de un galpón
aspas inmóviles de un molino
el agua putrefacta de tanques australianos
todo aquello que alimenta la mente
y en el andar
guiar una columna de aire
todo el vacío posible,
lo que cabe en la continuidad simétrica
de pasillos repletos de nieve
y en el andar
llevar por la huella a la huella
la distinción del solitario
que a pasos del pasillo
cubre de nieve los pasos del pasar
–pobre boy scout que acompañamos
a la oscuridad de su hora final
y de andar y andar
así se dice
¿se hace cierto un recuerdo
en la mente vacía de la huella que guía?
tan cierto como que a la voz de aura
rostros en la oscuridad aparecen, huellas en los pasillos
peritos mercantiles
jóvenes hermosos
bachilleres
desheredados del campo
son astros, perdedores, amigos de la infancia
los primeros desencantados
de buscar el rastro en el aire –tan cierto
como el trabajo del misterio antepuesto al presente
o el silencio, que obliga a hablar
a un fondo de telones guturales
y así decir
todo análisis es un rastro
a lo anterior del viaje de la mente
un trabajo del duelo
a su forma sin duelo
aunque no sea un recuerdo
sino la biografía misma del andar y andar
sin poder llevar, por la senda correcta
de los álamos que se encienden de día,
todos esos rostros perdidos, nombres
cenizas, gestos de amor sin belleza
y la tristeza –como un valle al cual
conducir la propia pena de-toda-mal-entonada
mística-chacarera–
indiferente nos recuerda
si se divisa, que
no es de aquí para allá llevar
vaquitas misteriosas del campo argentino
sino saber plantear
sin método la pregunta
la búsqueda olvidada
un objeto sin sujeto
que aún así, dice y dice
¿qué hacer con uno al despertar
y de huella en huella, de rastro en rastro
al continuar, en pasillos repletos de nieve,
ya no poder avanzar?
La anunciación del elogio
I
El elogio
–no de la nieve
tampoco el poema,
sino de aquello
que de muy lejos
viene a nombrar
y no descansa,
ni siquiera emite
destellos de pereza
–por cierto, el elogio
anunciación que no anuncia
y se pregunta y nos pregunta
¿qué es entonces la ocasión?
¿esperar algo de ella?
acaso mil loras que huyen antes de la nieve
o zorros, a los pies de la asistencia perfecta que
el poema no llama
¿qué dice, qué dice entonces
el elogio cuando llega?
cuando lo que nombra vuelve a ser lejano y
lo íntimo, elogio siempre de lo ajeno
cuando a la señorita del campo
le dicta en su oreja
la licencia extraordinaria para todas las palabras
y al tartamudo, en un instante,
lo ilumina y lo impulsa
hacia la suerte oída de su tonta verdad: el eco
bien, no es lo que hacemos
–nada de nada– sino
lo que en nosotros hace
quién más sino
la huida, la paciencia
–el arribo y el asombro en su forma de sueño
¿y mientras tanto?
¿en tanto que la espera perdura?
¿adónde aprender a esperar?
¿las verdes plumas de la rama de invierno?
¿la asistencia invisible de huellas que se alejan?
no, el anuncio ya es elogio
visión de lo aparecido
reino prometido
y en las plumas verdes, la nieve
y en las huellas perfectas, la asistencia
presencia de lo que atiende,
y elogia, si sólo lo nombra,
y asombra
II
Un cambio en su apariencia
por debajo de lo grave, lo leve
el arco femenino, lo más próximo
una visita inesperada
que disuelve la infancia
y todo lo hace incierto
salvo, haber sido visitada
por inspiración, gracia, detención de
su juventud en un retablo de provincia
–quien posa para la mirada sagrada
pequeña madonna, compañerita deseada
y vierte a su alrededor
risas, lágrimas
la obscena ignorancia del decoro
tal vez por orientación del Quattrocento
la escuela tonal de los alumnos aplicados
Antonello la Annunciazione!
y ante una pregunta –que nada explica
¿qué pasó al hacerse forma?
¿al ser elogio mismo que asombra?
mucho más que pura atención
a miradas que en silencio la acompañan
tal vez, menos que un destino cierto:
objeto de deseo o empleada de comercio
la respuesta es
que al cambiar nada cambia
pero no nos pertenece, la belleza llega
flota, se hunde al irse y en todo caso llama
golpea en la habitación de lo impostergable,
obliga a posar para todas las miradas,
encender la calentura de una santa como una lámpara
y así sí, el cambio en su apariencia se hacer cierto
que la mano se eleve y flote
que junte los pliegues del velo
que el rostro llame por lo espiritual-sublime
de lo grave o lo leve
la madonna o la compañerita
ya que resulta ser
que el asombro de todo elogio
es lo insoportable
su cuerpo de niña
envuelto en la nieve
temprana anunciación
a toda vulgaridad sagrada
III
Qué es el poema como anunciación:
Wallace Stevens y más
tal vez el ala ligera o
el entrecejo de lo visto,
–como si lo real alcanzara
su punto de vuelo, la sólida
tardanza de una pluma al caer
o con la disolución de la anécdota
todo-nada se volviera más cierto
¿más cierto que qué?
un elogio en el suspenso
es eso: lo próximo y distante
donde tiene que estar
el poema que se anuncia a lo vano
¿más cierto para quién?
la gacela de Arkansas
el mirlo de La Florida
la serpiente del otoño
quienes elogian objeciones antepuestas a la mente
–aunque los destinatarios del poema
jamás lo hayan leído
y sin embargo, en él
todo se hace a lo que es
–la reticencia, o la generosidad
de un objeto que ya no debe ser de nadie
pues sólo así, puede decir
que ha ocupado el lugar de una montaña
o que un emperador, al tocar lo que toca,
lo congela, lo hace elogio
anunciación o mística de invierno
en aquel que dice
speak of the dazzling wings
que no es otra cosa más que
hablar de las alas deslumbrantes
* Nota del autor.
Los poemas aquí publicados forman parte del libro inédito Licencias extraordinarias, el cual junto a El escudo de hielo, Lecciones de Romanticismo alemán y Fiordos para Wittgenstein conforman la tetralogía del hielo.
Carlos Surghi (Villa María, 1979)
Poeta, ensayista, crítico literario e investigador universitario. Es licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba, becario del CONICET en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Fue integrante de la revista El Banquete.
Poesía
Villa Olímpica, Córdoba, Nudista, 2013
Regalo de bodas, Córdoba, Recovecos, 2007
Mujeres enamoradas, Córdoba, Recovecos, 2006
Ensayo
La experiencia imposible (Blanchot y la obra literaria), Córdoba, Editorial Universidad Nacional de Córdoba, 2012
Orientaciones invisibles, Dianus, 2016
Batallas secretas (ensayos sobre la ausencia de la literatura), Córdoba, Ferreira Editor, 2012
Los nombres del fantasma, Córdoba, Alción, 2010
Abisinia Exibar (tres ensayos sobre Néstor Perlongher), Córdoba, Alción, 2009
Links
Poemas. En Afinidades Electivas / Hacienda Glamorosa
Ensayo. «Barroco y éxtasis en Néstor Perlongher», en Revista Chilena de Literatura / «Blanchot y la imposibilidad de la literatura como experiencia», Universidad Nacional de Córdoba
Entrevista. Cuestionario Schmidt