Carlos Surghi

Licencias extraordinarias*

El aparecido

¿Qué hacer con esto
si sucede como pura aparición
y es entonces recuerdo real
la rosa, la cosa
la nieve o el poema?

¿a través de quién
-en que alguien que estuvo allí,

fue pasado a la blancura
vulgar divertimento
parálisis de un recuerdo

en el que vuelve y te nombra
como el último aparecido?

así es el poema

-alguien que camina por el campo
y trabaja en una fábrica de sombras
para el lado invisible de las cosas

quien flota
víctima de una broma
que es fantasma de toda adolescencia
en su propio resplandor de madrugada

que pase y se quede,
que nadie más entre, que la naturaleza
afuera en total indiferencia se aniquile

pero que disuelva la misma rosa
la misma cosa, la nieve del poema

un último aparecido y nada más

que camine por el campo
hasta alejarse de tan ausente

-ausente para sí y los otros
en la luz azul del cielo
la aurora embriagada de esperar

esperar que el poema, la rosa y la cosa
también la nieve
pasen al lado invisible de las cosas

donde el poema trabaja
una música en su gran resonancia

y víctimas del capricho del que se aleja

¿qué somos? ¿pura entonación de lo que habla?
¿restos de alguna flotación? ¿simple fluorescencia helada?

la presencia que niega y delata la broma de la nieve

somos el saber de mañana
feriados y licencias al pasado,

saber de invierno
sentimental y aleccionado

por maniobras en el campo de estrellas,
playones municipales cubiertos de escarcha
pistas de la oscuridad donde desfilan
figuras de un deporte de salón
ejercicios de una broma ejecutada

¿y quién fue? ¿quién lo hizo?
¿quién llenó de nieve su bolsa de dormir
cuando exhausto volvía a buscar el sueño?

¿quién trazó el adentro y el afuera de una carpa?
¿su zona iluminada? ¿el lado visible, el lado que desaparece?

la certidumbre, la cosa cierta
lo hecho de la materia de los sueños
-o cualquier otro desperdicio del olvido

es la palabra que dice

aquí las instrucciones para levantar
una carpa de montaña

¿y qué es un recuerdo?
¿un campamento donde el que duerme
aprende a dar el paso visible
paso que conduce
al reino del aparecido?

todo aparecido es un huésped
ingresa a la pálida habitación sin puertas ni ventanas
-nuestra memoria encendida, la aurora de Stevens

aunque como quien ingresa
a un círculo de árboles de invierno
y en ellos, busca por delante y por detrás
la soberbia transparencia
los amigos ejecutantes
-pregunta

¿no es más que una corona de palabras
el fuego revelador de asadores boreales
lo que en su resplandecencia nos recuerda?

si nada hay
si todo ya es vacío
presencia del aparecido –dicen

lo que vuelve es el elogio
oro en la ceniza
la voz que alguien

un soplo, una chispa
renovará en el aire del pasado
la carpa del iluminado
a la que ingresa para irse

¿y la inmanencia del desastre?
¿lo fatal? ¿el amigo borracho que al orinar
ve en un paredón la visión maldita del futuro?

sin nostalgia, sin anhelo
que todo pase por donde pasa

una estela que consigo lleva
la rosa, la cosa y también el poema

el sueño reiterado de amigos en la nieve

y ascendente hasta desaparecer
liviano y ligero como aquello que corre,

materia de un sueño que nadie sueña
más visible en la voz

-que el aparecido sea la forma absoluta

forma que habla de la ausencia de la forma
en lo vulgar sublime
de toda distracción
por delicadeza de pensar en uno

poema?

¿a través de quién
-en que alguien que estuvo allí,

fue pasado a la blancura
vulgar divertimento
parálisis de un recuerdo

en el que vuelve y te nombra
como el último aparecido?

así es el poema

-alguien que camina por el campo
y trabaja en una fábrica de sombras
para el lado invisible de las cosas

quien flota
víctima de una broma
que es fantasma de toda adolescencia
en su propio resplandor de madrugada

que pase y se quede,
que nadie más entre, que la naturaleza
afuera en total indiferencia se aniquile

pero que disuelva la misma rosa
la misma cosa, la nieve del poema

un último aparecido y nada más

que camine por el campo
hasta alejarse de tan ausente

-ausente para sí y los otros
en la luz azul del cielo
la aurora embriagada de esperar

esperar que el poema, la rosa y la cosa
también la nieve
pasen al lado invisible de las cosas

donde el poema trabaja
una música en su gran resonancia

y víctimas del capricho del que se aleja

¿qué somos? ¿pura entonación de lo que habla?
¿restos de alguna flotación? ¿simple fluorescencia helada?

la presencia que niega y delata la broma de la nieve

somos el saber de mañana
feriados y licencias al pasado,

saber de invierno
sentimental y aleccionado

por maniobras en el campo de estrellas,
playones municipales cubiertos de escarcha
pistas de la oscuridad donde desfilan
figuras de un deporte de salón
ejercicios de una broma ejecutada

¿y quién fue? ¿quién lo hizo?
¿quién llenó de nieve su bolsa de dormir
cuando exhausto volvía a buscar el sueño?

¿quién trazó el adentro y el afuera de una carpa?
¿su zona iluminada? ¿el lado visible, el lado que desaparece?

la certidumbre, la cosa cierta
lo hecho de la materia de los sueños
-o cualquier otro desperdicio del olvido

es la palabra que dice

aquí las instrucciones para levantar
una carpa de montaña

¿y qué es un recuerdo?
¿un campamento donde el que duerme
aprende a dar el paso visible
paso que conduce
al reino del aparecido?

todo aparecido es un huésped
ingresa a la pálida habitación sin puertas ni ventanas
-nuestra memoria encendida, la aurora de Stevens

aunque como quien ingresa
a un círculo de árboles de invierno
y en ellos, busca por delante y por detrás
la soberbia transparencia
los amigos ejecutantes
-pregunta

¿no es más que una corona de palabras
el fuego revelador de asadores boreales
lo que en su resplandecencia nos recuerda?

si nada hay
si todo ya es vacío
presencia del aparecido –dicen

lo que vuelve es el elogio
oro en la ceniza
la voz que alguien

un soplo, una chispa
renovará en el aire del pasado
la carpa del iluminado
a la que ingresa para irse

¿y la inmanencia del desastre?
¿lo fatal? ¿el amigo borracho que al orinar
ve en un paredón la visión maldita del futuro?

sin nostalgia, sin anhelo
que todo pase por donde pasa

una estela que consigo lleva
la rosa, la cosa y también el poema

el sueño reiterado de amigos en la nieve

y ascendente hasta desaparecer
liviano y ligero como aquello que corre,

materia de un sueño que nadie sueña
más visible en la voz

-que el aparecido sea la forma absoluta

forma que habla de la ausencia de la forma
en lo vulgar sublime
de toda distracción
por delicadeza de pensar en uno

 

El rastreador

Trabaja en su displicencia el misterio, pero

¿abre puertas a blancos pasillos?

¿acumula horas plomizas prontas a guardar?

¿o mira hacia atrás y disuelve en un instante
la caja de acero que guarda un recuerdo?

ni el paso firme
ni la mano iluminada cortando la niebla

nada conduce hacia delante,
el lugar donde aquello que flota, por fin
cae –en silencio se recuesta
sobre un pesebre congelado
de indicaciones erguidas
a la puerta de un corral

como el enigma perezoso
–escoltado por astros, perdedores,
amigos de la infancia–

no hace otra cosa el misterio
más que bostezar por las mañanas

y no es andar y andar
aunque sólo se trate
del sonambulismo del deseo

–es errar, saltear caminos
salir a la muerte espantada,
lo que acumula y olvida

el detrás desierto de un galpón
aspas inmóviles de un molino
el agua putrefacta de tanques australianos

todo aquello que alimenta la mente
y en el andar
guiar una columna de aire

todo el vacío posible,
lo que cabe en la continuidad simétrica
de pasillos repletos de nieve

y en el andar
llevar por la huella a la huella

la distinción del solitario
que a pasos del pasillo
cubre de nieve los pasos del pasar

–pobre boy scout que acompañamos
a la oscuridad de su hora final

y de andar y andar

así se dice

¿se hace cierto un recuerdo
en la mente vacía de la huella que guía?
tan cierto como que a la voz de aura
rostros en la oscuridad aparecen, huellas en los pasillos

peritos mercantiles
jóvenes hermosos
bachilleres
desheredados del campo

son astros, perdedores, amigos de la infancia

los primeros desencantados

de buscar el rastro en el aire –tan cierto
como el trabajo del misterio antepuesto al presente

o el silencio, que obliga a hablar
a un fondo de telones guturales

y así decir

todo análisis es un rastro
a lo anterior del viaje de la mente
un trabajo del duelo
a su forma sin duelo

aunque no sea un recuerdo
sino la biografía misma del andar y andar

sin poder llevar, por la senda correcta
de los álamos que se encienden de día,
todos esos rostros perdidos, nombres
cenizas, gestos de amor sin belleza

y la tristeza –como un valle al cual
conducir la propia pena de-toda-mal-entonada
mística-chacarera–

indiferente nos recuerda
si se divisa, que

no es de aquí para allá llevar
vaquitas misteriosas del campo argentino
sino saber plantear
sin método la pregunta
la búsqueda olvidada
un objeto sin sujeto

que aún así, dice y dice

¿qué hacer con uno al despertar
y de huella en huella, de rastro en rastro
al continuar, en pasillos repletos de nieve,
ya no poder avanzar?

 

La anunciación del elogio

I

El elogio
–no de la nieve
tampoco el poema,

sino de aquello
que de muy lejos
viene a nombrar

y no descansa,
ni siquiera emite
destellos de pereza

–por cierto, el elogio
anunciación que no anuncia
y se pregunta y nos pregunta

¿qué es entonces la ocasión?
¿esperar algo de ella?

acaso mil loras que huyen antes de la nieve
o zorros, a los pies de la asistencia perfecta que

el poema no llama

¿qué dice, qué dice entonces
el elogio cuando llega?

cuando lo que nombra vuelve a ser lejano y
lo íntimo, elogio siempre de lo ajeno

cuando a la señorita del campo
le dicta en su oreja
la licencia extraordinaria para todas las palabras

y al tartamudo, en un instante,
lo ilumina y lo impulsa
hacia la suerte oída de su tonta verdad: el eco

bien, no es lo que hacemos
–nada de nada– sino
lo que en nosotros hace

quién más sino
la huida, la paciencia
–el arribo y el asombro en su forma de sueño

¿y mientras tanto?
¿en tanto que la espera perdura?
¿adónde aprender a esperar?

¿las verdes plumas de la rama de invierno?
¿la asistencia invisible de huellas que se alejan?

no, el anuncio ya es elogio
visión de lo aparecido
reino prometido

y en las plumas verdes, la nieve
y en las huellas perfectas, la asistencia
presencia de lo que atiende,
y elogia, si sólo lo nombra,
y asombra

 

II

Un cambio en su apariencia
por debajo de lo grave, lo leve
el arco femenino, lo más próximo

una visita inesperada
que disuelve la infancia
y todo lo hace incierto

salvo, haber sido visitada
por inspiración, gracia, detención de
su juventud en un retablo de provincia

–quien posa para la mirada sagrada
pequeña madonna, compañerita deseada

y vierte a su alrededor
risas, lágrimas
la obscena ignorancia del decoro

tal vez por orientación del Quattrocento
la escuela tonal de los alumnos aplicados
Antonello la Annunciazione!

y ante una pregunta –que nada explica

¿qué pasó al hacerse forma?
¿al ser elogio mismo que asombra?

mucho más que pura atención
a miradas que en silencio la acompañan

tal vez, menos que un destino cierto:
objeto de deseo o empleada de comercio

la respuesta es
que al cambiar nada cambia

pero no nos pertenece, la belleza llega
flota, se hunde al irse y en todo caso llama
golpea en la habitación de lo impostergable,

obliga a posar para todas las miradas,
encender la calentura de una santa como una lámpara
y así sí, el cambio en su apariencia se hacer cierto

que la mano se eleve y flote
que junte los pliegues del velo
que el rostro llame por lo espiritual-sublime
de lo grave o lo leve
la madonna o la compañerita
ya que resulta ser

que el asombro de todo elogio
es lo insoportable

su cuerpo de niña
envuelto en la nieve

temprana anunciación

a toda vulgaridad sagrada

 

III

Qué es el poema como anunciación:
Wallace Stevens y más

tal vez el ala ligera o
el entrecejo de lo visto,
–como si lo real alcanzara
su punto de vuelo, la sólida
tardanza de una pluma al caer

o con la disolución de la anécdota
todo-nada se volviera más cierto

¿más cierto que qué?

un elogio en el suspenso
es eso: lo próximo y distante
donde tiene que estar
el poema que se anuncia a lo vano

¿más cierto para quién?
la gacela de Arkansas
el mirlo de La Florida
la serpiente del otoño

quienes elogian objeciones antepuestas a la mente
–aunque los destinatarios del poema
jamás lo hayan leído

y sin embargo, en él
todo se hace a lo que es

–la reticencia, o la generosidad
de un objeto que ya no debe ser de nadie

pues sólo así, puede decir
que ha ocupado el lugar de una montaña
o que un emperador, al tocar lo que toca,

lo congela, lo hace elogio
anunciación o mística de invierno

en aquel que dice
speak of the dazzling wings
que no es otra cosa más que
hablar de las alas deslumbrantes

 

* Nota del autor.
Los poemas aquí publicados forman parte del libro inédito Licencias extraordinarias, el cual junto a El escudo de hielo, Lecciones de Romanticismo alemán y Fiordos para Wittgenstein conforman la tetralogía del hielo.


Carlos Surghi (Villa María, 1979)

Poeta, ensayista, crítico literario e investigador universitario. Es licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba, becario del CONICET en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Fue integrante de la revista El Banquete.

Poesía
Villa Olímpica, Córdoba, Nudista, 2013
Regalo de bodas,
Córdoba, Recovecos, 2007
Mujeres enamoradas, Córdoba, Recovecos, 2006

Ensayo
La experiencia imposible (Blanchot y la obra literaria), Córdoba, Editorial Universidad Nacional de Córdoba, 2012
Orientaciones invisibles, Dianus, 2016
Batallas secretas (ensayos sobre la ausencia de la literatura), Córdoba, Ferreira Editor, 2012
Los nombres del fantasma, Córdoba, Alción, 2010
Abisinia Exibar (tres ensayos sobre Néstor Perlongher),
Córdoba, Alción, 2009

Links
Poemas. En Afinidades Electivas / Hacienda Glamorosa
Ensayo. «Barroco y éxtasis en Néstor Perlongher», en Revista Chilena de Literatura / «Blanchot y la imposibilidad de la literatura como experiencia», Universidad Nacional de Córdoba
Entrevista. Cuestionario Schmidt