Diecinueve casas blancas / Marcelo Cutró

Diecinueve casas blancas
Marcelo Cutró
Rosario, CR Ediciones, 2021


La voz en el paisaje

Por Leandro Llull

Por estructura y por búsqueda, Diecinueve casas blancas es, cuanto menos, un libro doble: la sensación de la novela hilvanada en la secuencia de poemas; la suma de imágenes condensadas por el idioma del mito. Pero lo cautivante para el lector es el desplazamiento en un espacio, acompañado por la voz que cuenta y a la par se detiene en instantes que podrían recortarse y fugarse de la línea de los hechos.

La voz entra y sale del protagonista. Habla por él, y luego sube o baja y lo hace por los acallados de la pampa (los pueblos aniquilados por el conquistador) o las presencias temblorosas del paisaje. Y en este sentido, si bien la labor poética de Marcelo Cutró ya nos tiene acostumbrados a su minuciosidad en el tratamiento de la imagen, aquí se mueve con una precisión que puede captar lo titilante en su mínimo parpadeo como al “tácito rigor de la luz”, o descubrir que “es una tela blanca el cielo, / que envuelve voluntades / a punto de estallar”.

En ese rigor se elaboran las escenas y cada poema aporta su fotograma o su capítulo: “Círculos de azúcar en el sartén. / El próximo manjar será brillante, como un anillo. // Manjou, allí donde la música deja la tierra, sonríe. // Ocurre en sus manos, la alegría. / Su dedo índice rodea mi boca”. Como vemos, el don del detenimiento actúa con todas sus fuerzas y basta un puñado de versos para que la narración flote y se vuelva asequible como la superficie misma del agua en la que se espeja el relato.

Así, el esmero por atrapar aquello que cintila, eso que coincide con la voz que lo nombra, sopla a lo largo y a lo ancho: “Vibra el atardecer. / Música que duele constantemente. / Necesito extraer esas figuras / que limitan la entonación cautiva. // No hay alegría en este refinamiento. / Habrá que combatir contra el oro de la luz”. De esa materia menuda es que está hecha la historia; ahí donde late la duda del que enrostra el entorno y su pasado, surge la música y con ella las imágenes que la articulan.

Por último, podríamos referir que la leyenda del cacique Melín, su hijo Cué y su esposa Nube Azul se rumorea desde un impersonal enunciado por la tierra. Es el punto en el que la voz se adentra en el paisaje, mira con ojos de Jano y encuentra su reflejo en el palpitar del protagonista (ese director de orquesta que ha venido a alojarse en una de las diecinueve casas blancas construidas sobre la orilla, junto a su esposa, la consagrada fotógrafa Manjou, para el hacerse cargo del concierto del Op. 57 de Carl Nielsen durante el Primer Encuentro Intercontinental de Aguas Fabulosas). También es el punto en el que “la piel de los caballos, junto a la laguna, / desprende un pensamiento afelpado, / un sólido silencio”. Y, además, el punto en el que el relato se fragua en el mito y nace el poema.



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