Elvio Gandolfo

El año de Stevenson. Segundo trimestre*

Inédito

En tránsito

El flaco todavía
vive en Londres. Se
pega a la mesa de algún
bar (está bien: o pub),
conversa: sabe armar la
charla. Se queda un rato
largo. Después se va,
sigue. Como siempre, llueve,
o hay niebla, o está nublado.
Por eso usa una corbata roja,
pantalones marrones, abrigos
elegantes, el pelo largo:
se distingue del entorno. La mayor
parte del tiempo está en silencio,
caminando, incluso en la casa,
sentado, mirando nada.
Varios lo conocen, saben
el apellido, más o menos
cuánto pesa el cuerpo flaco.
Conocen a la familia
(hacen faros: él después no;
está loco, dicen, no hace nada).
Está en silencio el flaco
tejiendo, imaginando, incluso
pensando justamente
en absolutamente nada.
Se irá en otros años que vienen
a otra parte lejana,
pero ahora anda por ahí,
por las calles, cruza
los puentes, incluso silba.
Un buen loco, dice alguien,
no tiene nada de plomo, charlando
con él siempre aprendés algo,
o te reís.
Camina mucho, salvo cuando
está a la vez demasiado frío
y demasiado húmedo. Sonríe suave,
se podría graficar como jejeje.
Para decirlo breve: la disfruta,
la pasa bien. Aunque tiene que
empezar a cuidarse.
Lo conocen unos cuantos
pero muchos más no.
En ese entonces
nadie sabe que es
Stevenson.


Basta

No me jodan
con las bicicletas
(anduve de sobra antes
de los 40),
no me jodan
con los gimnasios
(no fui a los 15,
ni a los 20, ni
a los 40, ni a los 60),
no me jodan
con la ecología
(tiré papeles arrugados
carozos y cáscaras
en la calle
a toda edad),
no me jodan con el apocalipsis
(que venga cuando quiera);
en estos meses
un quiebre
del corazón
me dio
la edad
del diluvio.


No se puede confiar

Se nos fue nomás,
apenas a los 103,
el Viejito Pascuero.


Te digo

Las noches
no tendrían que acabar,
los días tampoco.

El tiempo tendría
que circular como
una bola niquelada
entre niveles e
intersticios.

La vida debería
estar presente
siempre, los árboles
deberían perder y recobrar
todas las hojas
el mismo día
de la semana,
el mes, el año.

Algo tendría que
escurrirse entre
los cuerpos de
hombres y mujeres
circulando, fluyendo,
yéndose lento o rápido
hacia el mar.

La muerte seguiría
aportando la
necesaria seriedad.
Tu propio ser
debería estar pensando
con la cabeza apoyada
en la mano, evocando
el futuro con precisión
extrema, solicitando
de los atardeceres
la necesaria nostalgia,
la imprescindible latencia
de tu forma de irte,
Irene, seas quien seas.

       4-7-18

Propósitos complejos

Quisiera ser distinto en muchas cosas,
pero yo soy yo, no otro.
Tener manos de movimientos más delicados,
y no éstas prensiles y tecleadoras
de teclas de PC, no de pianos Steinway
como seguramente habría querido mi madre
cuando vivía, allá en el antiguo
bulevar Oroño del peligroso barrio Sur.

Quisiera haber sido un poco menos crédulo,
pero la misma madre pianista y cocinera,
mantuvo en mí la creencia en los Reyes
hasta avanzada edad, con terca decisión.
Así que ahora crédulo sigo siendo
hasta cierto punto, en un mar de seres
astutos, filosos, hasta avivados.
De nada sirve, creo, que no los considere
envidiados gestores de un saber
sino entusiastas papanatas de un falso saber.

Me habría gustado vivir para llegar a viejo,
pero ahora ya llegué. Eso no cambia nada,
todo sigue igual de potente, igual de trancado,
igual de humano, en todo sentido. Todo, digamos,
¿es lo mismo? A veces sí, a veces no, el
distribuidor de caminos no cambia el ritmo,
ni la variedad. Para decirlo de otro modo, imitando:
no me gustaría vivir con Ursula Andres, pero a veces sí.
A veces, o un poco tarde, o aún: me habría gustado
ir a la Luna, pero es un poco tarde. Me habría gustado
ir al cielo o al infierno, pero es un poco temprano.


Diez casi haikus

1
Una línea más y
tendría tres:
demasiado.

2
Salís de la baldosa
y caés en la zanja:
descuidado.

3
Sólo falta quitarte
la última prenda:
me acobardo.

4
Cuidado con los poemas
largos: la gente
se va.

5
Si querés narrá:
eso funciona,
hasta cierto punto.

6
Pensalo, mascullalo,
pero no
lo escribas.

7
La lluvia cae,
es abundante,
y unitaria.

8
La primera vez
que la viste
supiste.

9
La última vez
que la viste
desaprendiste.

10
Es el último:
vale todo
y nada.


Long time ago

Para D. S.

Desnudos los dos
sobre un colchón gastado
te pregunté cuál era,
para vos, la parte
favorita de tu cuerpo.

La espalda, dijiste,
sin dudar un segundo.
Pensé, es cierto:
es derecha, blanca,
sostenida por una
columna de hueso
como una línea recta.
Después se expande,
mágica, suavemente,
pensé.

Nada de su cuerpo,
el de ella, para ella
(la boca, los pequeños senos,
los brazos, las piernas),
llegaba a la misma
altura perfecta
de la espalda. Lo demás
se insertaba allí
como las partes
ensambladas
de un zapato bello,
desarmado aún,
sin suela,
en las manos hábiles de
un aparador experto.
No lo sabía
pero empezaba entonces
a elaborar absorto
mi propia estética.

6-10-19


PUENTE

Puente I

No me hables:
escuchame.
Perdoname:
no me di cuenta.
Sí: tendría
que haber hablado.
Pero me puse
a escuchar yo
las palabras
de aquel entonces.
De los dos.
Agucé el oído:
se oía poco,
éramos tranquilos
para comunicarnos.
Sí, tenés razón.
Mejor hablá vos.
No, no, no:
de lo que se te ocurra,
de lo que quieras.
Dale.


Puente II

No me mires:
miramos tanto
en esos años.
No, yo tampoco
miraré.
Bajaré los ojos,
o miraré de reojo:
a esta altura
me da vergüenza.
Sí, es cierto:
no tendría
que reírme,
pero no puedo evitarlo.
Jajaja, no sé.
Creo que porque
en relación
a esos años,
somos totalmente
los mismos
y totalmente
otros.
Sí, sí, sí:
esas cosas
que son y no son
totalmente
me hacen reír.
De acuerdo:
mirame todo
lo que quieras.


Puente III

Mejor no recuerdes.
Por nada. No sé.
¿A vos no te pasa
que empezás
a recordar
y no podés
parar?
¿O si no, que
querés recordar
y recordás no
lo que querés
sino cualquier cosa?
Una mesa de bar,
un cuartito de hotel
en La Paloma,
una cama doble,
un cruce del río
en vapor.
¿Cómo, cómo?
Sí, en esos años
había. Un cruce
largo, saboreado:
sospecho que vos
también lo recordás
bien. A tu manera.
Yo, a la mía.
Sí, a lo mejor
es mejor que
recordemos juntos
aquel cruce juntos.
Dale.


Puente IV

Sobre todo
no me toques.
No sé por qué,
porque sí:
de puro curda.
Eso sí que
no puedo
reconstruirlo.
Ahí sí que antes
era una cosa
y ahora otra:
es lo que pasa
con las superficies.
¿O no? ¿Pedazos
de lo que fue o era
quedan pegados
en la piel?
¿Te parece?
¿Cómo lo que dijo
el francés: lo
profundo es la piel?
No sé, no sé.
Me da susto,
terror incluso.
¿Y si lo que jode
es lo de adentro,
y si yo ya hace
rato que dejé
de creer en el espacio
y sobre todo el tiempo?
De acuerdo, de acuerdo,
no te enojes.
Sí, el tiempo existe,
totalmente, según vos,
pero para mí
es justo lo que más
es y no es al mismo
tiempo. Perdón
por la redundancia.
Nada: estaba pensando.
Ya sé: hagamos
una cosa. Cruzá
la mesa con
la mano. Como
si fueras
a darme algo.
Con mucho cuidado:
no parece, pero
nos miran
desde las
otras mesas.
Así, así, así.
Ahora bajala un
poco más.
Eso es, apoyala
sobre la mía
como quien
no quiere la cosa.
Eso, eso es.
Dejala ahí, tranqui.
Como hablábamos
antes.
No sé: en seguida
te digo.


Puente V

¿Cómo? No:
seguía pensando.
Es cierto:
ahora te toca
a vos. Oigo
y obedezco.
No te entiendo:
repetilo. ¡Ah, sí!
Perdón. Había
entendido otra
cosa. Me saco
el saco. Tenés
razón: empezaba
a sentir calor.
Sí, un poco más
fresco, y más
tranquilo. De
acuerdo: no hablo.
Nos miramos.

De acuerdo:
ahora hablo,
por orden tuya.
Te lo digo:
después de un rato
de silencio y fresco
veo más claro.
¿Me das permiso?
Entonces paguemos,
me pongo el saco
(o me pongo el pongo.
Jaja. Perdón).
Y ahora salgamos
a la vereda. A la
eterna calle.
Olvidando en cada
paso lo que hablamos
o hicimos adentro.
Dejando que la rueda
del espacio siga
girando, y la
del tiempo
también. Marchando
suave. No sé, no sé.
¿Y vos? Dale,
te acompaño.


La mort

Siempre de pronto,
siempre de golpe,
asustándote
(¡booooooooo!):
la muerte, la gran
interruptora,
el gran interruptor
de la energía
cósmica. Por eso
se dice de un rostro
atormentado: murió,
y de pronto, quedó
sin electricidad,
en paz, tranquilizado.

¿Pero no es la larga
enfermedad un ablandador,
un preparador? Lo lamento:
no.
La enfermedad es humana,
larga, fastidiosa o heroica.
La muerte en cambio
es un ser tajante, con dos
piernas (o patas), dos brazos,
una cabeza y
sobre todo, una
gran guadaña. Si no,
es otra cosa: un gran
fantasma, un gran
monstruo, una gran
nube radioactiva.
La muerte, en cambio,
es un ser en blanco
y negro, un alto
Nosferatu del cine mudo
(aquí nada de colorinches
mexicanos). Si se quiere,
entre nosotros, la Mujer
Alta, no el Hombre de Negro
(eso es en inglés).

La muerte cierra la
puerta y no la abre
nunca más. Podés romperte
los puños y los pies pegando:
no se abre. Machacado,
destruido por la pérdida
de alguien querido o
hasta amado, solo
podrás escribir sobre
la muerte cuando
te reconstruyas.

Nada más alejado
de la muerte que
una pandemia (buenas
intenciones, solidaridad,
estamos todos juntos).
Incluso cuando se muere,
se muere en cantidades,
con respiradores, en
grandes salones de baile
o fabriles, reacondicionados
como espacios sanitarios.
A la muerte la sanidad
no le importa un carajo.
Mueve la guadaña y se retira,
victoriosa pero seca, sin
buscar el shock público.
Aunque sí puede
ser irónica, hasta sutil.
Hasta tiene su sentido
del humor. En compañía del
Rey, se cruzan a García que
pasa corriendo, y ella
le comenta al rey, intrigada:
qué raro verlo acá a García,
estamos en Oviedo
(o Cañuelas, o Pando)
cuando en realidad
tenía que encontrarlo
en Ispahan
(una pausa)
esta noche.

La muerte no
se queda en casa,
no tiene casa,
“ese lujo burgués”,
masculla entre dientes,
como para asustar.
Ella trabaja sin parar,
sin domingos o siestas,
mientras arrastra la punta
metálica de la guadaña
(que suena a lata)
sobre los adoquines,
en su tarea
cotidiana.


* Nota del autor.
Los poemas elegidos están escritos en los últimos tres años y son inéditos. Pertenecen a un proyecto general. Se llama «El año de Stevenson». Si llego a terminarlo alguna vez serían cuatro libros con casi noventa poemas cada uno. Porque cada tomo lleva como título «Primer trimestre», «Segundo trimestre», etc. Los incluidos pertenecen al mes de junio del segundo trimestre. Solo escribo poesía cuando se me presenta escrita, digamos. Ahora aparece un poco menos que antes (cuando escribí el primer trimestre, hacía más de una década que no escribía poesía). En cuanto esté terminado (faltan poco más de diez poemas) lo publicaré. En el libro hay algún otro sistema automático. Por ejemplo, poemas escritos tomando la primera línea de cada cuento de libros de Raymond Carver, César Aira, Julio Cortázar y yo mismo. Se produce un curioso efecto de coherencia linguística. En este segundo trimestre agregué además mucho poema escrito para revistas o diarios, no recopilados en De lagrimales y cachimbas y La huella de los pájaros, ediciones grupales de Rosario.


Elvio Gandolfo (San Rafael / Rosario, 1947)

Narrador, poeta, periodista cultural y traductor. Vivió en Rosario, Montevideo y Buenos Aires. Dirigió con su padre Francisco la revista literaria El Lagrimal Trifurca en Rosario (1968-1976). Colaboró con las revistas argentinas Diario de poesía, El Péndulo, V de Vian y La mujer de mi vida;  los semanarios uruguayos Opinar, Jaque, La Razón, La Democracia y el mensuario Punto y Aparte; y los suplementos La Opinión Cultural,  Radar (de Página 12), Revista Eñe (de Clarín), ADN e Ideas (de La Nación). Integró el equipo coordinador de El País Cultural desde 1989 hasta mayo de 2014. Realizó con Aldo Garay 24 programas televisivos de Los libros y el viento (2006) para TV Ciudad de Montevideo. Elvio Gandolfo es uno de los grandes escritores argentinos contemporáneos.

Poesía
El año de Stevenson. Primer trimestre, Rosario, Iván Rosado, 2014

Cuentos
Las diez puertas, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2019
Vivir en la salina (Cuentos completos), Córdoba, Caballo Negro, 2016
Libro de mareo, Tren en movimiento, 2016
Cada vez más cerca, Córdoba, Caballo negro, 2013 (Premio de la Crítica Feria del Libro)
The Book of Writers, Córdoba, Caballo negro, 2010
Cuando Lidia vivía se quería morir, Buenos Aires, Perfil, 2000
Ferrocarriles Argentinos, Buenos Aires, Alfaguara, 1994
Dos mujeres, Buenos Aires, Alfaguara, 1992
Caminando alrededor, Montevideo, Banda Oriental, 1986
La reina de las nieves, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, , 1982

Novela
Los lugares, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2018
Mi mundo privado, Buenos Aires, Tusquets, 2016
Boomerang, Buenos Aires, Planeta, 1993 (Primera Mención Premio Planeta)

Nouvelle
Real en el Rosedal, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2009
Ómnibus, Buenos Aires, Interzona, 2006

Ensayos y crítica
La mujer de mi vida, Mar del Plata, Letra Sudaca, 2015
Parece mentira, Montevideo, Fin de siglo, 1993
El libro de los géneros, Buenos Aires, Norma, 2007 / Reedición aumentada como El libro de los géneros recargado, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2017

Links
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Poemas. En Aire Nuestro / Luvina / De Sibilas y Pitias
Narrativa. En Eterna Cadencia: «Mirándola dormir», relato, «Los lugares», extracto de novela
Entrevistas. «Ahora los géneros…», por G. Yuste / «Hacen falta libros entretenidos», por J. Mattio / Entrevista en Desde la Ciudad sin Cines / «Consejos de un cuentista», por R. Garzón