Jimena Arnolfi: Hay leña

Presentamos una muestra de poemas de Jimena Arnolfi correspondiente a su libro Hay leña, publicado por Caleta Olivia (San Justo, Pcia. Bs. As., 2017) y agregamos un fragmento del prólogo, escrito por Sara Paoletti.*
La autora nació en Buenos Aires en 1986. Sus textos circulan en antologías, diarios, revistas y publicaciones online. Publicó el libro Todo hace ruido (Buenos Aires, Pánico el Pánico, 2013) y la plaqueta Metafísica (La Fuerza Suave, 2015).  Edita el  blog El Poema del Momento.

 

f_jimena_arnolfi_1Maleza

Nos avanza el monte,
trae la espesura,
llega hasta la casa,
entrecruza las ramas,
enrosca lo bueno con lo malo.
Si ahora tirás el corazón
por la ventana,
caería sin ser visto,
se perdería rápido
entre árboles y arbustos.
No digas más nada.
Es difícil comulgar
con la naturaleza.
Volver hacia adentro,
arraigarse como el tala.
A veces el paisaje
se resiste a ser habitado.
Hoy trabajamos la tierra
y prendimos fuego la maleza.
Toda la noche miramos la brasa.

 

Hoy

Ordené la casa, encontré cosas
que no sabía que existían
y las tiré sin culpa.
Limpié durante horas,
fregué la superficie de todo,
dejé las sillas arriba de la mesa
para que luzca el piso.
Fue el pequeño triunfo del día
y cuando menos lo pensaba,
miré el trapo rejilla contaminado.
Es evidente que debe haber algo más.
También miré los potus y helechos,
plantas inmunizadas, que parecen
no necesitar nada ni nadie.
Creo que hay una confianza excesiva
en esa temporada llamada duelo.

 

Araña

Muchas veces sucede.
Camino entre los árboles,
choco una telaraña,
cubre toda mi cara.
No es fácil sacar el tejido
pegado a los poros.
La red no se rompe,
así me atrapa el recuerdo.
La memoria se basta a sí misma,
trabaja con convicción
como una araña, obrera,
suave y fuerte a la vez.

 

Luciérnagas

A los costados entre los espinillos,
los bichos de luz parecen luces de navidad.
Todos tienen razones para brillar.

Yo no sé dar luz, enciendo fósforos
que el viento apaga. La noche es de todos
y me tira los ojos para adentro.

Más al fondo la violencia del pantano.
Intento recordar lo que vendrá,
pienso en los peligros.

Quiero darme entera al monte.

 

t_hayle_j_arnolfi* Prólogo (fragmento), por Sara Paoletti

Hay leña puede ser un diario de viaje hacia la naturaleza. Así lo leí yo, en esa clave. Quizás porque sé que Jimena alquilaba un PH con terraza en Olivos y trabajaba en el microcentro y desde hace poco más de tres años ella y su compañero viven en medio del campo, en una casa vieja y preciosa, acompañados por una amorosa banda de perros, en la zona rural de Gualeguaychú. Podría parecer un viaje idílico. Los poemas tejen, sin embargo, una urdimbre más compleja: “A veces el paisaje/ se resiste a ser habitado”. Donde hay oscuridad también hay asombro, fascinación y peligro, brillo y espesura. La naturaleza no es dócil. Es una criatura de muchas caras, con respiración propia –como el mar que escuchaba mientras leía–, repleta de principios que Jimena anota en forma de poema para desentrañar alguna incógnita. “Necesito confiar, la naturaleza/ sabe cosas que la experiencia no conoce”, dice. La criatura puede ser embriagadora, como cuando se vuelve de la huerta con el aroma del tomillo y la albahaca en las manos por ejemplo. Y también extrema, puro instinto: “Mis perros son felices pero si van al monte/ encuentran animales muertos y los devoran”.
Afincarse en la naturaleza requiere una labor de mucha paciencia y fe. Se necesitan aprender muchas cosas. A hacer fuego para contener el monte que siempre avanza, a esperar la lluvia y a descifrar el cielo. Saber cuál es luna indicada para la siembra, la cosecha, la poda. Conocer el poder de cada yuyo y entender que ningún estado es absoluto. “Una majestuosa montaña puede ser reducida,/ erosión mediante, a un triste puñado de tierra”. Hay que detener la marcha, acompasarse en un nuevo ritmo natural y entrenar la mirada: “El monte reclama un ojo activo”. La escritura sugiere que Jimena aprendió todo esto y también a volverse hacia sí, y desplegar un frondoso mundo interior sin idealizaciones del pasado ni del presente, sin pliegues donde esconderse. Nos ofrece un poemario, –un diario poético de viaje, insisto– que expone con honestidad las preguntas, los placeres, los miedos y la violencia de un universo en el que conviven la dulzura de la higuera repleta de frutos al final del verano y la invasión agria de cascarudos, que salen de sus escondites para alimentarse de animales muertos en estado de putrefacción.
Mientras leía los poemas de Hay leña recordé, a causa de las palabras de Jimena, éstas otras de Juan L. Ortiz: “Sí, estamos todos cansados, y nos olvidamos demasiado del oro del otoño. Acaso la revolución consista en lo que el hombre por siglos ha estado postergando: la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver cómo crecen, día a día, las florcitas salvajes”.
Este libro de poemas parece la mejor prueba de que a Jimena la alcanzó la necesidad del descanso y emprendió el camino de llevar adelante su existencia en sintonía con la tierra, la luna, la poesía y todas las criaturas –interiores y exteriores– que habitan el pedazo de mundo donde decidió contemplar cómo crecen las flores salvajes. La verdadera revolución.

 


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