La condición de todas las épocas / Dossier Joaquín Giannuzzi

dossier giannuzzi: dos antologías

9 poemas
Por Damián Lamanna Guiñazú
El tiempo en el cuerpo
Por José Villa


9 poemas

Por Damián Lamanna Guiñazú

En esta selección de poemas de Joaquín Giannuzzi se traslucen todas las selecciones que me sobrepasaron o decidí no hacer. Pude haber encarado un recorrido por sus poemas sobre flores o accidentes; pude haber elegido todas sus ars poéticas, una selección de sus hits que sabemos todos o un paneo por sus poemas sobre basurales y descomposiciones. O quizá pude haber optado por los retratos de escritores y músicos, los disparos nocturnos o esa gran familia privada transformada a lo largo de los años: fracasé o, mejor dicho, desistí para intentar contarlo y perderlo todo, para volver a hundirme en ese caudal verbal cada día más moderno, asfixiante e inabarcable.

Tampoco la arbitrariedad radical. Esta selección, a grandes rasgos, parte de tres premisas: en primer lugar, incluir un poema de cada uno de sus libros –ocho editados en vida y uno póstumo-; en segundo lugar respetar mi propia intuición a lo largo de los años: se trata de poemas que encontré marcados en mis libros, raspados en mochilas y leídos hasta desgajarse a lo largo de quince años, poemas que compartí por redes o le leí en voz alta a alguien con toda mi densidad a cuestas (recuerdo, por ejemplo, el momento exacto y la fascinación con la que leí por primera vez el poema del atleta en la barra); en tercer lugar, construir un panorama lo más amplio posible de la obra de Giannuzzi. Al respecto de esto último, se hablado mucho –incluso en el dossier crítico que preparamos para esta edición de opcit- de lo programático en los temas, el tono y el ritmo de Giannuzzi a lo largo de todos sus libros y eso quedará a la vista en estos poemas. Sin embargo, también podremos observar la multiplicidad de matices, tópicos, obsesiones, distancias con los objetos y pensamientos que le dieron forma a esta obra tan homogénea, elegante y disruptiva. Tan gigante y reveladora en estos tiempos absurdos y cínicos. Que cada lector o lectora sea capaz de concebir un espejo denso a la altura de sus obsesiones, necesidades y preguntas. Que logre sincronizar su intimidad con ese mundo violento que le pide que saque la cabeza por la ventana de una buena vez. 


La paloma

Contemplé el cuerpo de la paloma
que la muerte hizo descender
extrañamente, con un peso desconocido
hacia un trozo increíble de la tierra.
Liberado del cielo pedía sombra
el temblor abatido de su gris azulado.
La meditación, el deseo,
huyeron de mí como animales fatigados
ante esa nueva irrealidad que cubría el suelo.
Era en verano, yo estaba solo
y la paloma yacía muerta como en el centro
de una dulce costumbre iniciada hace tiempo.
Me senté a su lado, ni triste ni alegre,
e inicié con mi pie un absurdo movimiento
hacia el cuerpo silencioso, interrogando
en la insensata búsqueda
de un remoto estremecimiento en la sangre inmóvil.
Y la respuesta, como siempre,
me fue dada parcialmente
en la falta de sentido que adquiere el mundo
cuando uno detiene su mirada
por más tiempo de lo debido.
Pensé en otros veranos,
lejanas tardes con palomas que seguían
todavía la morada del aire
cuando la muerte era sólo
un lujo del pensamiento, una rara
decepción que desmentía el fuego.
Ahora,
junto a la paloma que yacía muerta
no me era dado comprender lo esencial
sino los ilusorios aconteceres
siempre jóvenes del mundo. Y en el hueco de las alas
que contuvo el aire vivo
se cumplía la podredumbre, indiferente,
tal la conducta que empujó mi pie
desde una voluntad desconocida
para hurgar el oculto secreto.

De Nuestros días mortales, 1958


Este mundo, muchachos…

Este mundo, muchachos, ¿no lo oyen?
reclama otra especie de poesía.
Remitirse a su injuria, incorporarla
al estupor particular de ustedes
no cuenta. El tema
del cuerpo propio, confesional,
y de la seca conciencia de sus parientes
apenas tiene que ver
consigo mismo. El mundo
reclama dura claridad conjunta;
su mísera, su extraña, su ilegible
comedia al descubierto está pidiendo
objetivos avances de palabras
que superen, mutilen el escándalo
la neurosis del átomo de arcilla.
Porque es difícil; poco
puede adaptarse el mundo
a las curvas secretas de cada uno:
si las abres se aleja como un perro
sorprendido en la puerta; si las cierras
te golpea en la frente siendo ajeno
y a ti el error te pertenece siempre.
Este mundo, muchachos, quiere otra
especie de poesía. La estética
desde adentro hacia afuera
triste, podrida, incierta, tambalea
y en dirección contraria
vive ardiendo y camina la cuestión
el gran problema.

De Contemporáneo del mundo, 1962


Este tipo

Estoy sentado en el umbral de mi casa.
Miro pasar la gente, los autos, el país en este verano del 71
mientras me rasco los sobacos
mientras no me decido a salir a escena
renuncio a practicar un destino.
Mis bostezos son sorprendentes aun para esta época.
Soy un tipo que fuma, que se hurga los dientes,
que conoce el engaño mil veces aceptado.
Un tipo que está allí, simplemente,
mirando con estilo de perro,
sin poder elegir, con el conocimiento inerte
para toda causa que vaya más allá de la noche próxima.
Pero usted debe suponer que vale tanto como cualquier otro
si ahora hay héroes que están muriendo
para que este tipo viva realmente.

De Un arte callado, 2008


Por alguna razón

Compré café, cigarrillos, fósforos.
Fumé, bebí
y fiel a mi retórica particular
puse los pies sobre la mesa.
Cincuenta años y una certeza de condenado.
Como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido;
Bostezando al caer la noche murmuré mis decepciones,
escupí sobre mi sombra antes de ir a la cama.
Esta fue toda la respuesta que pude ofrecer a un mundo
que reclamaba de mí un estilo que posiblemente no me
correspondía.
O puede ser que se trate de otra cosa. Quizás
hubo un proyecto distinto para mí
en alguna probable lotería
y mi número no salió.
Quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.
Quizás la marea histórica lo resuelva por uno y por todos.
Me queda esto.
Una porción de vida que me cansó de antemano,
Un poema paralizado en mitad de camino
hacia una conclusión desconocida;
un resto de café en la taza
que por alguna razón
nunca me atreví a apurar hasta el fondo.

De Señales de una causa personal, 1977


Atleta en la barra

El cerebro se oculta pero determina
trayectorias felinas de la masa
desplazando su centro
de gravedad, un péndulo tendido
en un campo elástico y aéreo.
Conteniendo el aliento
desde la oscuridad seguimos
la ceremonia cultural del cuerpo
concentrado en la luz,
así mismo librado,
vinculados sus miembros
como líneas de fuerza que ejecutan
una coreografía diseñada
siguiendo su estructura. Vemos
como alegres tensiones en los músculos
retienen energía
para tender el arco
y describir un círculo veloz
cuyo centro es la mano
y luego otro desde cada pie.
Hasta que el alto conjunto se desprende
del hierro, de su marco
de referencia y gira
sobre su eje horizontal y vuelve a tierra
en rápida parábola final.
Una ovación y cae como un gato.

De Principios de incertidumbre, 1980


Cuando el mundo es puesto en duda

Entre verso y verso se instala una pausa
donde el mundo es puesto en duda: entonces
pongo mi amarga cabeza a circular por el jardín.
Busco un rumor terrenal
a un costado de la escritura consciente.
Palpo un higo maduro, una dalia inclinada
por el peso del agua
hacia este oscuro planeta. No residen aquí,
en estos suaves, acuerdos, las negaciones
de la existencia, su sonido negro. Al pie del muro
un susurro de violetas, la humedad feliz
de la vida individual. Del otro lado
los días de la muchedumbre que alza los puños
poseída por un conocimiento decisivo. Estas cosas
han optado por sí mismas. Toman la tierra
por asalto, la fecundan con un sentido
que me estoy debiendo. Ahora suena un disparo:?
¿debo elegir? ¿Mentir en la oscuridad de mi
habitación?
¿Cómo ser exacto? La época apresura su pánico
dentro de mi cabeza, allí
donde un aullido oscila oscuramente
de un extremo a otro de lo desconocido.

De Violín obligado, 1984


Lluvia nocturna detrás de la estación de servicio

Bajo la lluvia nocturna, una tumba caótica
de cosas abandonadas a sí mismas
que demora en cerrarse. Pero todavía el conjunto
puede volverse creador sobre su propio sueño.
En esta decantación del desorden
una fría suciedad pegajosa, un estado de frontera
de objetos a punto de perder su identidad.
En la inmóvil confusión gotea el agua
silenciosa. Envuelve llantas reventadas,
botellas astilladas, ruina de plástico, recipientes chupados,
cajones despanzurrados, metales llevados
a un límite de torsión, quebraduras,
andrajos no identificados, asimetrías tornasoladas
por la grasa negra. He aquí una crisis de negación
en esta abandonada degradación intelectual
de criaturas seriadas, nacidas a partir
de la materia martirizada, la idea y el deleite
y que fueron manipuladas, raspadas, roídas, girando
sobre chapas rígidas y correas de transmisión
y en definitiva condenadas por lo monótono.
Pero en aquella derrota humana de las cosas,
en los desperdicios mojados podían descubrirse
figuras creadas a partir de la mezcla,
diseños irreales arrebatos a lo fortuito:
y entre gotas de lluvia y aceite quemado
una intención de belleza y de formas cumplidas
bajo la maloliente oscuridad.

De Cabeza final, 1991


La batalla

La manada policial había bloqueado
las calles laterales. Una operación mental
tácticamente correcta y fría. Pero en el tumulto
vibraba un núcleo incandescente
donde se decidían las cosas con puños alzados,
alaridos, blasfemias y razones coléricas.
Volaron llamas, escupitajos, mamposterías,
vidrios pulverizados, bulones: el lenguaje
encarnado de gente que sabe lo que quiere
en tiempos miserables. La multitud onduló
jadeante y ciega al estallido del gas
y aunque condenada a una asfixia de lágrimas
perforó por un instante
el cerco de escudos y plástico reforzado.
Silbaron balas y el aire humoso
se astilló en la dispersión. La furia general
se concentró, vaciada en las tensadas cavidades
de cada rostro. En la cabeza de la nación
hubo un leve crujido, como si allá afuera
hubiera sucedido algo todavía desconocido.
Las pantallas de la televisión
dieron por apagada la escena. Había otros temas
que atender y desmentir el desorden:
allí donde al amor sólo le quedaban
falsas definiciones, pero también sospechando
cuántas mutaciones llegarían
a depender de aquella batalla perdida
en el recodo de una guerra interminable.
Después, montado en un aullido de sirenas,
llegó el Estado perfecto en auxilio de los muertos.

De Apuestas en lo oscuro, 2000


Viaje suspendido

Un soplo de viento gris en la ventana
te arranca del sueño. Te espera
un avión embargado en el aeropuerto.
Dudosas promesas de una época distinta:
¿te alcanzará la fe para tanto
o te dispones a un viaje de vencido?
Alzás el bolso donde has apilado
ropas y papeles, caminás hacia la puerta
y al aferrar el picaporte tu mano
descubre la náusea del umbral y retrocede.
De pronto se ha inclinado tu espinazo
y la revolución está muerta:
se fue sin despedirse
en un recodo tumefacto de nuestro tiempo
sin saber hacia dónde. Así que volvés
a la misma cama donde la soñaste.
Entonces te aferrás
al cráneo pulido y vacío de Marx
que tantos mártires engendrara
para dar mundo a la justicia. Y vos
tendido, demasiado fatigado
para alcanzar el tren
de aquel enorme pensamiento y su verdad sin tregua
con todo un siglo por delante.

De ¿Hay alguien ahí?, 2003



El tiempo en el cuerpo

Por José Villa

Una vez, a mediados de los ochenta, estaba mirando distraídamente la televisión hasta que durante una tanda publicitaria apareció un microprograma que yo seguía. Se llamaba Los Creadores; consistía en la lectura de un poema ilustrada por una música de fondo y algunas imágenes del autor. Los poetas presentados eran en su mayoría argentinos y latinoamericanos. En uno de esos episodios  llamaron mi atención los primeros acordes de “Almendra”, un tema instrumental de Spinetta grabado en el álbum Kamikaze. Lo siguiente fue conmovedor, la lectura en off de un locutor del poema “Café y manzanas” con la guitarra spinetteana acompañándolo; lo que significó, creo, mi primer contacto con la obra de Giannuzzi y una resolución que se apropió de ese momento. También es significativo para mí el poema “Alfonsina”; lo escuché leído por su autor en la biblioteca Carriego de Palermo, después de que Giannuzzi dijera que Storni era una poeta que admiraba por su poesía y por su hermosa personalidad. Recuerdo que Giannuzzi cambió algo de su entonación de locutor-cronista volviéndola más cálida y reflexiva, sin perder ese don comunicativo que era su marca. En aquella versión de “Alfonsina”, donde dice “Ella debió ser un simulacro, / en todo caso un ensayo de lo viviente, / con vestidos, con huesos, con locura y tabaco.” decía “urgencia sexual y tabaco”. Lo cierto es que empecé a captar esa zona de la poesía de Giannuzzi en donde la belleza se define como una manifestación física por el lenguaje. Tiempo después, encontré otra expresión de esta idea en “Memoria de Raúl Gustavo Aguirre”, que toma la poesía como modificación orgánica, detención temporal, aislamiento de una parte de la verdad. Creo que los poemas seleccionados tienen algo de esta característica física de la experiencia estética, una especie de diferencia entre el tiempo histórico y lo innominado o sagrado que de algún modo se sigue manifestando; son esas muchachas jóvenes que yendo hacia los oficinas reviven la luz del tiempo ido: “con livianas y blancas vestiduras y caballos / por el azul del mar lavadas en la arena”. Pero también está este tiempo, el que deja marcas legibles aun después de la muerte, en los huesos de alguien que fue esclavo; es el tiempo del peso determinado. Giannuzzi desciende hacia sus conclusiones con la virtud armónica de su frase para dar un poema, moldura retórica contra corrupción permanente.


Café y manzanas

Café y manzanas en la tarde de junio.
En un tibio rincón civilizado
mis sentidos abarcan una situación ligeramente abstracta.
El mundo se ha vuelto hospitalario
como una tregua en medio de la historia.
Las manzanas despiden un resplandor amarillo,
el café entrega su humo íntimo.
Para mi fracaso de individuo contemporáneo
todo esto parece suficiente,
el frío interno de las manzanas,
el calor inestable del café,
dos razones de la naturaleza que escapan a mi dominio.
Así que estoy con mi trasero desparramado
en un aposento adecuado a mi clase social.
Puestas a buen recaudo las cosas suaves
allí se cierran las puertas al tumulto general.
Pero a veces estalla una bomba en el piso bajo
y la policía acude para saber quién es quién
en este mundo.

De Señales de una causa personal, 1977


Alfonsina

En verdad, no me explico.
Veo las cosas que ella tocó, la madera
que pisó con la planta desnuda al bajar de la cama,
la taza celeste de su desayuno real.
No me explico cómo pudo ser, estar
y desplazar objetos, todo al mismo tiempo;
cómo pudo,
arcilla moviente y orgánico suceso,
apagar la luz,
abrir la puerta, salir a la calle,
cruzar el viento su biografía corruptible,
llegar a la playa con un cáncer de pecho
y seguir caminando.
Leyendo estos versos no concibo,
la sustancia dramática pegada
a la materia histórica,
al cuerpo, a la mesa, al peine, a la cuchara.
Alguien debió moverse detrás suyo,
una segunda versión inclinada
para dictarle estas cosas que leo,
un morador de otro reino que asumía
la gestación nocturna de lo genuino.
Ella debió ser un simulacro,
en todo caso un ensayo de lo viviente,
con vestidos, con huesos, con locura y tabaco.

En Las condiciones de la época, 1967


Memoria de Raúl Gustavo Aguirre

Hay últimos poemas recorriendo mi oído
leídos por teléfono en la noche
de un año irracional y tú
simplemente feliz como una afirmación.
Porque entonces eran poemas posibles
y dejabas al tiempo de los otros su adecuada solución
la distancia no te consume
y desmiente la teoría de una oscuridad personal.
¿Pero en qué clase de verdad
están sumergidas tu cantidad, tu jornada tangible,
la confusión del yo en la desgracia cardíaca,
ahora que la realidad gira desamparada
abandonada por tu imaginación?
Una y otra vez tu poesía responderá por esto,
un acto de presencia modulando el secreto
de todas las certezas
que te daban razón contra la brusca asfixia.
Aquí, sin pruebas acerca de lo velado
junto al teléfono inútil o en tristes fragmentos
de habitaciones y calles carnales
mi oído insiste en alojar musicalmente
todo lo que tú nos inventabas: un lenguaje
para una sucesión de figuras ordenadas,
principios de expresión
que dilatan nuestros nervios principales,
progresiones de larga duración en este dudoso planeta.
Qué especie de triunfo en una caída superior,
no lo sabemos. Pero hasta que podamos
regresar del error y la amenaza de la materia
esta destrucción reclamará un significado.

De Violín obligado, 1984


Escuchando el laúd

Escuchando en el laúd la nota antigua
uno ve poetas en el pasado pero no asesinos.
Ve la ingrávida sustancia incorporada
A la calamitosa energía de la historia
y esta confusión no termina de aclararse.
Increíbles poetas entre nubes de sangre
salvando a medias la verdad, dejando el resto
a la convicción del crimen general
como un error que debe soslayarse. Cómo
Consiguió la belleza aislar las rosas,
Construir un recluso jardín incorrupto
Y dar materia a este cantor eterno.
Pero la estúpida crueldad y el martirio
No fueron cosas transitorias ni objetos irreales
que pueden apartarse como una falla terrestre,
una fractura en la roca, un paso en falso en el mundo.
Aquí están todavía, no en el mito
y a su manera se empeñan en dar música.
Las cuerdas siguen sonando en medio de la masacre;
La vida corporal de esta madera finamente curvada
es aceptada como un conocimiento ilusorio.
El laúd rescata un engaño hasta el fin de los tiempos.

En Las condiciones de la época, 1967


Muchachas en la mañana

Muchachas de cambiado ámbar que hubieran justificado
la mañana en la calle,
camino a las habitaciones de luz negativa
a la inversión de los espacios mutilados
donde la idea del asesinato marchita las cabezas.
Qué propicio pudo haber parecido
el presente esta mañana,
cuando sus cuerpos se adelantaban
como una nueva oportunidad al tejido del mundo,
cuando el viento fresco giraba en sus cabellos
desmintiendo la terrible vida de las oficinas.
Muchachas que hubieran seguido
un camino que se perdió, hace tiempo,
con livianas y blancas vestiduras y caballos
por el azul del mar lavadas en la arena.

De Principios de incertidumbre, 1980


Cultivos

Arrojé hacia la tierra del jardín
un hueso de durazno: que los elementos
te sean propicios, y que la naturaleza
no pierda su oportunidad. Espero
que el todo sea fiel a sus certezas
y cada cosa produzca su joven árbol.
Y aquí estoy cultivando lo que sucede
con mi propia fe. Pero necesito
conjunciones favorables, agua y temperatura
para encuentros decisivos
y convicciones que maduran
una fermentación feliz. Cuerpo y palabra
para el brote dorado en la rama desnuda.

De Apuestas en lo oscuro, 2000


La gravedad y la gracia

He aquí el mundo de la caída absoluta,
la hoja desprendida
que flota y oscila hasta posarse:
el suelo después de la gracia;
la bala que silbando en declinante
parábola, da en el blanco
y se desploma con el cuerpo.

Mis piernas pesaron mucho este año;
los astronautas volvieron al planeta enloquecido
y desde muy abajo susurraron los muertos.
Tambaleando, me aferré entre los vivos, busqué
una especie de salvación a mi medida:
aquí un rostro amado, allí una mano tendida;
arranqué cabellos, ramas, dientes y alas
a partir de un cielo vacío
donde una fe desconocida
ya se había disuelto.
En el descenso general me vi arrastrado;
pedí gracia
y pensé en Pedro, al revés colgado,
viendo caer este mundo hacia las estrellas.

De Principios de incertidumbre, 1980


Mosca final

Tiesa en el vidrio y su engaño, todavía
se aferra a un resto de luz menguante.
Calmada forma final
ya no tiene razón contra el invierno.
Un fracaso a la vista del cielo:
veo la dignidad
de concluir con la tarde, en un gris moribundo
aplastado a lo traslúcido. Una pizca
de frío residuo planetario
hacia abajo chupado, a lo indistinto.
En su descenso cumple
una certeza de orden, mientras ignoro
la ley de mi propia disolución.
La muerte
no me reserva esa lógica suave,
su tranquila mecánica
sino un final inexacto, sometido
a un desesperado anhelo personal.

De Cabeza final, 1991


Crónica de la columna vertebral

Para levantar las pirámides
doscientos mil hombres, a lo largo
de tres generaciones, cargaron y arrastraron
millones de toneladas de piedra.
Dos imágenes de restos óseos
revelan el costo de las obras:
la columna vertebral de los obreros
aparece curvada en dos secciones,
muestra fisuras, bordes corroídos,
luxaciones, agobio eterno.
La de los faraones, sacerdotes y altos
funcionarios, se ven erguidas
y frescas como recién nacidas.
Después de 4.000 años,
vértebra sobre vértebra, crujido a crujido,
el espinazo innumerable
sigue cargando el peso
del sueño y la podredumbre de los señores.

De Apuestas en lo oscuro, 2000