Joaquín Giannuzzi: Testimonios / audios / créditos
Joaquín
Por Carlos Pereiro
Joaquín Giannuzzi, hoy
Por Santiago Sylvester
Audios
Poemas leídos por Giannuzzi
Joaquín
Por Carlos Pereiro
En diciembre de 2003 editamos el libro ¿Hay alguien ahí?. Al finalizar la presentación varios nos fuimos a cenar. Joaquín prefirió volver a su casa porque al día siguiente viajaba a Salta. Fue la última vez que lo vimos, unos días más tarde, en enero de 2004, antes de cumplir ochenta años, falleció.
Esta editorial le debe mucho. Fue el responsable de que el inicio de este sello no fuera tan difícil como le sucede a cualquier proyecto que recién comienza sobre todo cuando sobra el entusiasmo y falta el dinero.
En 1990 publicamos nuestro primer libro, una antología de poesía cuyo jurado, además de él, eran Cristina Piña y Francisco Madariaga. Tal vez porque éramos vecinos -la editorial está a dos cuadras del departamento donde vivía- se convirtió un poco en el vocero del jurado, nos entregó la lista de los autores seleccionados.
Le propusimos publicarle un libro, si tenía alguno inédito descontando su negativa: la editorial apenas comenzaba y él era desde mucho tiempo antes un poeta reconocido. Para nuestra sorpresa nos dijo que sí, que tenía una antología cuyos poemas él mismo había seleccionado. Más allá de recomendarnos a cuanto poeta se cruzaba en su camino, a partir de ese momento fuimos sus exclusivos editores: publicamos Cabeza final, libro con el que ganó el 1º Premio Nacional de Poesía, otra antología y el más arriba mencionado ¡Hay alguien ahí?.
Por último queremos agradecer a sus hijas Marcela y Leda que nos permitieron publicar Un arte callado, libro que había quedado inédito, y sobre todo su Obra completa, un libro de 672 páginas que incluye todo lo que escribió.
Transcurridos ya veinte años de su muerte aún recordamos con nostalgia sus chistes malos, su humor cáustico con el que intentaba disimular su ternura.
Nos produce una gran felicidad que se lo siga leyendo, inclusive más que cuando estaba vivo.
Nos parece una gran idea que se lo homenajee en este 2024 en que cumpliría cien años.
Joaquín Giannuzzi, hoy
Por Santiago Sylvester
La poesía de Joaquín Giannuzzi significó, para mi generación, un despojamiento de metáforas, de palabras sonoras, de celebración, y sobre todo el propósito de instalar el lenguaje en la realidad cotidiana, de modo que la refleje con palabras de todos los días. Él mismo lo dijo con un enunciado que casi se convirtió en una fórmula creativa: “La poesía no nace. / Está allí al alcance de toda boca / para ser doblada, repetida, citada. / Total y textualmente.” Y agrega: “Poesía / es lo que se está viendo.”
Giannuzzi recoge en sus poemas una característica que él mismo se dio en una entrevista: “soy un pensador discontinuo”, dijo; y las dos cosas eran ciertas. La suya es una poesía a la que mejor le cabe el rótulo de poesía de pensamiento, trabajada con precisión y con un punto de vista infrecuente; pero que no está asentada sobre una pura reflexión, ni sobre una construcción mental, sino sobre una discontinuidad de experiencias densas, empastadas de vida. De ahí la cotidianeidad sorprendente de sus resultados, con los que terminó configurando una opinión escéptica sobre el mundo y sobre el lenguaje en el estado más bien lírico en que lo encontró.
En esa tarea de despojamiento no estuvo solo; podemos recordar a Alberto Girri, a Roberto Juarroz, a Jorge Calvetti, a Mario Trejo, y a unos cuantos más; pero las intenciones de Giannuzzi fueron tan explícitas, y su resultado tan contundente, que tiene casillero propio en la poesía argentina contemporánea.
Cuando lo conocí, su escepticismo ya tenía elaborada una versión de la condena metafísica que nos concierne: ésa que por sólo estar aquí tenemos que purgar. “Vivimos en un mundo condenado”, decía a lo Kafka, aunque lo hacía sin tremendismo, casi como una gracia; y como yo lo acusaba de ser un pesimista profesional, concebimos la broma de que, cuando por fin muriera (cumpliendo así la más seria de las estadísticas), se levantaría de la tumba para decirnos: “¿Vieron que yo tenía razón?”.
Fuimos amigos durante casi cuarenta años; solía pasar largos veranos en Salta, en Campo Quijano, un pueblo del Valle de Lerma. Y fue en Salta, llegando a los ochenta años, donde le falló el corazón, y tuvimos que enterrarlo con vista a los cerros de la cordillera, al comienzo de la Quebrada del Toro. Siempre me pareció una ironía, no sólo del destino sino también de él mismo, que este hombre irremediablemente porteño fuera a dejar sus huesos a 1.500 kilómetros de Buenos Aires. Desde ahí nos sigue diciendo que también la muerte es una manera de tener razón.
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Poemas leídos por Giannuzzi
Mi hija se viste y sale – La batalla – Heroica – Crónica de la columna vertebral – Cabeza final
Astronomía – Usted no comprende – Terapia intensiva – La primera cita
Créditos
Agradecimiento especial: a Moira Giannuzzi
Dirección del dossier y edición: Damián Lamanna Guiñazú – José Villa
Colaboradores: Osvaldo Aguirre, Jimena Arnolfi, Jorge Aulicino, Sabrina Barrego, Julián Berenguel, Carlos Battilana, Fabián Casas, Diego Colomba, Marcelo. D. Díaz, Ignacio Di Tulio, Alicia Genovese, Guido Chiossone Zitta, Carlos Pereiro, Graciela Perosio, Santiago Sylvester, Gustavo Yuste
Fotografías: halladas en internet / fabricadas e intervenidas de filmaciones de la televisión pública.
Septiembre de 2024
Por los derechos de los argentinos,
por la democracia