Crack
Gabriel Pantoja
Córdoba
Ediciones La Terraza
2015
31 páginas
Por Marcelo D. Díaz
En Crack, primer libro de poesía de Gabriel Pantoja, la escritura no se organiza de manera secuencial, o periódica, el discurso funciona como un dispositivo textual en el que se repiten versos y líneas en el sentido quizá de un espiral. Los poemas cumplen la función de ser una pieza en la articulación de una maquinaria de lectura y de escritura mayor en el que el todo dialoga con las partes y las partes silenciosamente desenredan un nudo de significaciones en múltiples direcciones.
Por momentos no hay coordenadas ni hay instrucciones de lectura y los significados son piezas en movimiento en constante transformación: «no dije “caían naranjas del poema”/dije sí “rodaba el número sobre la mesa floja como gotera”/ y si no dije/ “caían, etcétera” y sí dije “etcétera, gotera y mesa”/¿es porque caí?». La reflexión sobre la propia materia de la poesía, el regreso de la mirada hacia el corazón de la lengua se puede identificar con una operación formal, decidida, donde el poeta vuelve su mirada sobre sí y se pregunta cómo hablamos, de qué manera aquellas palabras que utilizamos diariamente en realidad pueden tener una suerte de referencia distorsionada del mundo y en esa distorsión entre la referencia y lo referido acontece la poesía: «escribía, en cambio “miraba por la ventanilla del 33 la luz de la tarde/repetirse en miles de hilachas contra el objeto dios de tus piernas cuando…”/ y, pienso, si escribía que “miraba” y escribía “33, y tus piernas, y dios contra/ el objeto” y si no dije “etcétera del caer” y sí “gotera del número flojo” y si /pienso que pienso./mal./mal: primer estado del ser./mal: me rompí./mal: son las once./ mal: estoy hace quince años en ese martes de la plaza». El discurso poético está ordenado entonces mediante pequeñas contraseñas de lectura que son como chispazos entre un significado y otro, un índice de numeración que no termina de alinearse, que no responde a un mapa de ruta resuelto donde se enuncien o articulen los sentidos del lector.
El lenguaje es una radiografía del pensamiento y el pensamiento es un cámara oscura donde las ideas apenas pueden verbalizarse: «estaba la piedra y el comentario sobre mí: llovía./ y luego ese estado confuso: se me habían caído/ las ideas. y eran como agua./ con eso viniste vos/ ¿forma que lavé? ¿tierra cedida a mis pesos?/ ¿estado de vos mezclado aquí? ¿firmeza de río?/estaba la piedra cayéndonos y la fe/ de que algo venía creciendo y la cosa/ de que entramos siempre/ al agua que despedimos». El acto de narrar equivale aquí a iluminar la oscuridad de nuestras ideas, sería una antorcha que delimita los sentidos de nuestro lenguaje y restituye junto con el orden de las palabras el orden de nuestra experiencia.
Las preguntas sobre la escritura, sobre el modo en que se compone una narración (una novela personal), son también preguntas acerca de nosotros mismos y por fuera de todo programa de escritura profundizan la singularidad del yo poético y proyectan su voz en el vacío: «fui yo el muchacho que esperó que esta máquina pasara,/escribiera la novela, quebrara la tarde en miles de vidrios./ ¿abriera la ventana de una habitación como un loto cerebral/veinte años después y entreviera la luz de una materia perdida?/abriera entonces otra ventana para asir el pliegue de la memoria /a una falsía todavía más serena que la de aquella vez de la piedra./mirar así detenidamente el árbol, el único que /recuerdo como el punto sobre el cual volvería para hacer /crías de la tarde, casi como un padre./fui el que sabía que cierto plan se cumplía en el desvío. En un juego de luces y sombras se produce un correlato mientras por un lado la lengua poética se llena de sentidos por otro se vacía: la mano que se estirará formando otros cuencos en los que vendrán/a estacionarse lluvias y reinos y naves (y se extinguirán)/así cada átomo semántico hacía fracasar una perspectiva material: /hay 33 maneras de hacer estallar un mirlo./hay 33 formas de producir un martes./en eso quedamos. No existe un único método para ejercitar nuestra visión, la lengua aquí es un vidrio pulverizado del que quedan sólo astillas y fragmentos sueltos con un orden interior difícil de atar, o enhebrar, y más allá de los hilos invisibles de la palabra casi en un mismo plazo está el poeta tomando notas en forma improvisada de todo lo que acontece.
Nos realizamos en el tiempo de manera subjetiva y de acuerdo al modo particular de representarnos nuestro alrededor se concreta en la dimensión temporal de la conciencia lo real y es allí donde la poesía focaliza su atención: (¿hay otro futuro que no sea el de los propios pasos hacia atrás?)/ (…) futuro es hendir la tela del espacio por la que arrojaremos como letreros/ en la oscuridad de la noche la bola del lenguaje. El poeta lleva consigo una máquina –verbal– portátil que le permite desplazarse de un lugar a otro entre diferentes coordenadas temporales, ayer, hoy, mañana, donde y cuando sea necesario puede reparar la fractura original, la falta que transforma al lenguaje en una suerte de avalancha en la que no quedan restos de lo que fuimos o de lo que seremos.
Poemas de Crack
1
no dije “caían naranjas del poema”
dije sí “rodaba el número sobre la mesa floja como gotera”
y si no dije
“caían, etcétera” y sí dije “etcétera, gotera y mesa ”
¿es porque caí?
escribía, en cambio “miraba por la ventanilla del 33 la luz de la tarde
repetirse en miles de hilachas contra el objeto dios de tus piernas cuando…”
y, pienso, si escribía que “miraba” y escribía “33, y tus piernas, y dios contra
el objeto” y si no dije “etcétera del caer” y sí “gotera del número flojo” y si
pienso que pienso.
mal.
mal: primer estado del ser.
mal: me rompí.
mal: son las once.
mal: estoy hace quince años en ese martes de la plaza.
¿existieron las cinco de la tarde de dios?
había poema anaranjado sobre la mesa, había atardecer del objeto
recordatorio, luego fui la mesa, yo, el rodar de la naranja, el libro de poemas,
el traje de la lluvia, las piernas de dios cruzadas para mi mal.
me rompí.
¿y ahora?
pienso. acá se aflojó la metafísica. acá es muchas cosas igual
a menos acá.
ahora me parto al centro como una naranja del libro de poemas que
me toca escribir y, encima, negarme:
no fui yo.
¿había sido el agua elemental de unas piernas cruzadas, dadas vueltas
para mí, quedadas para mí? mujer, chica de la plaza del martes, luz
coincidente con la piedra de mi libro, coincidente dios con la ventana del 33.
flojo de mí: pensando en que había centro en las cosas
que había pensar, que había cosas y así.
mal: debía empezar por esto.
¿hace fiesta la luz de las cinco en el mal, hay luz de las cinco
recién a las once?
“he sido feliz en un lugar equivocado”, escribí.
pero pensé: ¿eso lo puse yo?
no, fui yo
9
no sabré si esto es una novela:
dispuesto sobre la mesa está el dios miniatura de las piedras.
yo abriendo las paredes mentales de un muchacho que viaja en el 33 y
sueña secuencias de un solo día. sueña conmigo.
sueña las 33 impresiones fotográficas de la chica cancán, la infinita
extensión de dos piernas como ríos cruzados que lo envuelven, ese bramido furioso de la tarde del martes donde me copio los gestos de padre, ese
vidrio de luz rota con que accidenté el estado natural de mis cosas: yo
era el que estaba en la habitación tirando los pájaros.
y vos dormías.
40
primero Viamonte unas siete cuadras
doblaba a la izquierda por Urquiza, subía dos, tomaba Colón
y bordeaba el río, varias calles de Cañada hasta arriba,
entonces, antes de Pueyrredón, hacia la derecha, la plaza.
ahí sol de las cinco, banquito, ahí el pájaro de la piedra
la inclinación de un asiento en el interior del 33 y
los campanarios de la iglesia.
dos antes, me acuerdo entre Quirós y 27, había llovido.
después el punto que no era punto, sino un giro y ya la intensidad
del animal repetido: el sol de la tarde y el encadenamiento, la estrépita carrera
hacia la fábula, los animales flotantes de la memoria, la luz de unas piernas
estallando en la piecita, ya el oro metafísico sobre la mesa, ya el estudio
de los miles de organismos del tiempo, ya tres corderos para mis puertas,
ya las 33 formas con que fui variando el ángulo de la misma historia, ya
el muchacho que leía una novela como las líneas de su mano, ya toda
la antigüedad guarecida en la progresión de un instante, ya el lente dañado
del fantasma, ya entonces el día en que dios fue mi estructuralismo,
los múltiples fotogramas de un cuerpo imaginado y fue ese instante
reciente sobre mi piecita de la calle Santa Rosa.
fue mi futuro.
¿de la flotación de un rayo engendraríamos miles de piedras?
salía del colegio. el programa de dios iba otra vez a encontrarlo
en las 33 criaturas formadas por el desvío.
esto deberá escribirse, escribí. esto debía quedar escrito, debí pensar.
no sabía cuándo el destino iba a volverse otra vez esquina
no sabía que todas las partes de tu cuerpo eran como barrios de una ciudad
que ahora dormía.
Links
- Reseñas. En Hoy Día, por Leandro Calle / «Tomarse el 33», por Daniel Groisman, en Eldedodeicida
- Poemas. En El Club del Capullo
- Video. Lectura, en Niño Raro