La irrupción de lo ajeno / La casa de la niebla, de Elena Anníbali

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La casa de la niebla
Elena Annibali
Buenos Aires
Ediciones del Dock
2015
62 páginas

 

 

 

Por Diego Bentivegna

Las palabras que leemos al abrir La casa de la niebla, el tercer libro de poesía de la cordobesa Elena Annibali (Oncativo, 1978), son definitivamente raras. “Im amusinis hamar Arielin iev im zavguis hamar Aramin…”. En la opacidad del epígrafe que elige Annibali es posible entrever, disipadas detrás de la bruma, algunas pistas que muestran algún grado de familiaridad: Ariel, Aram, raíces hebreas que nombran personas y lugares y que en el poemario operan como marcas bíblicas que anuncian, más que un mundo mítico, un territorio extrañado: “como lázaro, el de betania, estuve o estoy / dormida / muerta”. Un lugar donde conviven, como en el personaje del Evangelio nombrado en estos versos, los vivos y los muertos, el cuerpo y sus fantasmas.
El poemario se divide en tres secciones. La primera gira en torno a la figura del hermano y de un accidente automovilístico en las rutas de la provincia de Córdoba, con indicios de que eso sucede en la llanura, entre sembradíos y excursiones de caza. La segunda explora lo que la poeta llama, de manera deliberadamente ambigua, “la zona”. La tercera, más heterogénea, reúne poemas variados en la que la relación con lo animal (la loba, los conejos), lo infantil y el simulacro (las revistas, los cuadros, los muñecos) juegan un rol central.
Ya desde el primer poema, La casa de la niebla se presenta como una invocación, es decir, como una palabra en diálogo: “señor, vos le diste a mi hermano un ford falcón rojo”. Con este verso, el libro comienza como empiezan las plegarias: con un vocativo, con un llamado, que entra en serie con otros. En efecto, más adelante, hay un poema en el que se habla de un teléfono que suena de manera imprevista. “Desde algún lugar han llamado los otros” es el verso que abre el poema. No se dice de manera clara, pero, por la atmósfera general de todo el libro, ese teléfono parece sonar en la noche. Las voces que llegan a través de ese aparato, las voces de los que llaman, son las de una comunidad de ausentes, formada por los que partieron o los que han desaparecido.
Esas voces, en última instancia, no pueden ser asignadas de manera directa a un sujeto, voces que no se identifican con una lengua. Es en la irrupción de lo ajeno donde se juega la poesía de Anníbali, que, en sus mejores momentos, trabaja el verso con una música que parece tener su origen en otro lado, como si  sus poemas estuvieran atravesados por un rumor o por una escucha que se percibe por un tubo, pero que no puede ser captada del todo.
La originalidad de la poesía de Anníbali pasa por su trabajo con la tradición, sin ser nunca, sin embargo, una poesía que pueda ser encapsulada como “tradicional”. Hay poco contacto en estos versos con el canon de los noventa, con el canon llamado, un poco velozmente, “objetivista”, que podrían confirmarles a los poetas de la generación más joven a la que pertenece Anníbali una retórica y una dicción poéticas sólidas. La casa de la niebla hace pensar, en cambio, en cierto trabajo perlongheriano sobre la sintaxis, otra vez como en un rezo (“en el cuarto de las bolsas de maíz, donde cuajan / los demonios familiares / hay grietas”). Su imaginario es, además definitivamente nocturno, un imaginario en el que operan componentes de filiación romántica y decadente (“el abandono en que/ cae el mundo/ con la noche”).
Son poemas atravesados por criaturas noctámbulas, por fantasmas y apariciones. A pesar de su título, más que en relación a una casa, la poesía de Anníbali se construye en torno a una cripta, un lugar en el que los sentidos que atraviesan la formación de un sujeto permanecen, se acumulan y se densifican.

 

Poemas de La casa de la niebla

I
señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo
para llegar a la casa de la niebla
y después qué
le dijiste?
le explicaste que el camino estaba cortado?
¿que el motor estaba roto?
¿que todo estaba roto?
¿que no había vuelta?
¿qué hiciste, cómo
para convencerlo?
para que te diera la mano
se sentara en la sillita de mentira
dejara que la oscura hostia de tu nombre
le llegara a la boca
¿o le metiste una piedra?
o una moneda, un gancho,
un papelito
de dónde lo enmudeciste, lo hiciste
olvidar
olvidarnos
qué señas le habrás hecho para que en vez de volver a casa
apagara el motor del falcon
se escurriera de la sedosa perfección del cuero
de la música en la radio
del ronroneo cachondo del auto
y se bajara con vos
para ir adónde
¿a cazar pajaritos?
¿a ver el dorado pasto extinguirse tras el fuego del invierno?
¿a romper el cristal del agua para que beban las crías?
o era verano, quizá por entonces
y le diste el agua peligrosa de tu cielo
entradora, el agüita, sí
clarita, el agua, bueno
pero detrás de eso vos sabés que un agua así da más sed
uno se entierra más en el pozo
y más
hasta echarse tierra en el lomo
y ni el ángel constante y poderoso de los molinos de viento
puede salvarte
no
¿sabías que mi hermano iba a decir sí?
cuando viste el polvito que levantaba el falcon rojo en el camino
no pensaste dejarlo ir?
aunque sea, señor, porque él era toda belleza
a esa edad,
toda alegría
toda
razón de ser

 

III
Epumer el cobrizo, el glorioso,
te prestó la escopeta, y el galgo
que no temía hundirse en el agua
en la laguna espejeaba, todavía, la luna
no sabías matar, hasta entonces,
y mataste
esa mañana
mataste
dos o tres sirirís, en pleno vuelo
no conociste el arco glorioso del sexo practicado
no viajaste más allá de ese campo y la colonia
no le viste la mueca al diablo
y su diente de oro
pero aprendiste que la muerte entra en cada
pequeña
grande carne
que el incendio del cañaveral te tocaría
taparía las entradas
mustiaría el paraíso y su flor

 

Los telares
las mujeres se llaman faustine
o amelia
labran el telar
en los buenos tiempos urdieron
en las tramas
niños sudorosos corriendo
tras los rebaños
díscolos ancianos domando la tierra de potrero
segando la hilacha rubia de los trigos
tejieron en ronda
la canción del atardecer
la muerte del albañil
el pelaje suntuoso de la loba
no recordamos cuándo
pero comenzó un día
los dibujos se hicieron frágiles
difusos
como si el vidrio prístino de los ojos
se hubiera ensuciado
como si el paisaje se diluyera
entre los dedos
o fuera un sueño difícil
cuesta pensar en el vuelo
al ver el pájaro en la trama
cuesta imaginar los sábalos radiantes
si los hijos se cruzan
formando un río
todos los colores tienden
hacia la noche
donde todos lo rostros son
idénticos
donde las manos tejen
cosas de las que no se habla

 

X
ya no soy una mujer silenciada, puedo
hacer lo que quiera
ya no puedo echarle la culpa a un hombre
al trabajo
a la falta de tiempo o dinero
¿querés escribir? –me dije-
vas a escribir, entonces,
sin quejarte
sin victimizarte
y cuando puedas
donde puedas
es así que entre las 7.30 y las 9.0 de los domingos,
antes de entrar a mi segundo trabajo
me siento en el bar y lo hago:
un ejercicio solitario y un poco clandestino
por una hora y media mi cuerpo es una casa que arde
el caleuche
la casa de los locos
las ventanas dan al infierno
el patio, el corredor con geranios
dan al infierno
después me pongo el uniforme
y la que fui por un rato
me saluda por las ventanas
el muñón, la cabeza ardida
y soy otra
y soy otra

 


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