La rama del tiempo/ Inmemorial, de Diego Colomba

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Inmemorial
Diego Colomba
Baltasara Editora
Rosario
2015
150 páginas

 

 

 

Por José Villa

Los poemas de este libro de Diego Colomba, resueltos en concentrados movimientos, en algún caso en la línea del poema hermético, figuran un punto de la memoria donde habla una voz que quiere totalizarse o al menos desaparecer para ser la memoria misma. No obstante, no se trata de un movimiento precisamente acabado; sino que más bien tiene el punto de partida de un resto personal, es decir, de aquel que se fue y que en este sentido sigue siendo. Reminiscencias de la infancia, el trabajo en el campo, rastros, efectos y formas de la naturaleza, la luz, fragancias e imágenes extáticas componen el vacío ancestral que deriva hacia la gran sala de la soledad concentrada y retenida en una rama del tiempo. Inmemorial, puede decirse, tiene un efecto abrumador y resistente, determinado porque se mueve en una trama concreta y suspensiva, indeterminado porque abre una imagen que se va y que en ese movimiento se crea. La inscripción de Pavese al inicio del volumen –Nuestra niñez, el resorte de todos nuestros estupores, no es lo que fuimos sino lo que somos desde siempre (…) Aquí recordar no es moverse en el tiempo, sino salir de él– remite al cruce entre los tiempos históricos y míticos, o a la materia a través de impulsos, ritmos, secretos y símbolos.


Poemas de Inmemorial


Bichos canasto

Auguran
la feliz
defoliación
de la memoria.

 

Dios

Un bloque macizo de piedra
que cayó del cielo
en los dominios ruinosos
del gallinero
el yunque.

 

Camino rural

Olor del zorrino.

Mis pasos
se hunden
un instante
en la tierra
natal.

 

A la deriva

Arrastra la resaca del día
a un remanso de turbios restos
su último espejismo.

 

Espíritu

Caña bizcochos y cigarros
a la sombra del sauce.

Y el canto añoso del jilguero.

 

Especies

El falso alcanfor que no pasa
por el tamiz del mosquitero
una vez que se entornan los postigos
aún verdea inmune a las heladas
que hacía mucho no se repetían
y no se cansa de decirlo el hombre
que lo plantó hace un puntal de años
creyendo que abundaría en sombras
y se quedó en la altura y no dio frutos
sino racimos de hermosas flores blancas
y un perfume que repele los mosquitos
en verano y en invierno si se frotan
sus hojas que distrae a quien las huele
del rigor perenne de la vida.

 

Bajo la parra

Como extraños
taciturnos
beben
y comen
a la memoria
de una sombra
más fría
y distante.

 

Prodigio

La lluvia radial
del regador
salpica el polvo.

Como la alegría
emana
su vaho animal.

 

Chispa

Trizas
del alba
en el pastizal.

Los jilgueros
repiten el reclamo.

Hay en lo vivo
algo inextinguible.

 

Curioso

Hurgo
en la tierra
mojada.

Esparzo
su acre
rumor.

Entre los dedos
se aligera
la turba
de los días.

 

La mesa

Bajo los huesos duros
del olivo
un estropicio
de hojas secas y resina
agrava la miseria
del tiempo
la ruina
del porlan.

 

No es la luz

Son las sombras las que inflaman
las achiras amarillas.

 


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