Marcos Herrera

Madrigales*


Madrigal nº 4

La verdad
no existe.

Son los vidrios de la mitología que abandonaste
cuando decidiste operarte los ojos.

Cada ojo, un tubo de ensayo
en donde un dios
enclenque y mal pago
mezcla líquidos,

colores fantásticos
que atacan sin que los veas,

como lobos a ovejas,

para que al amanecer
me abraces antes de que me despierte

y me digas que nunca más
vas a viajar a las profundidades


Madrigal nº 6

Unas chapas, unas maderas
y un poco de esperanza

pueden construir una
estúpida casa o rancho.

El amor es igual.
Un malentendido.

Pero es imposible escaparse.

Las simbólicas trampas culturales
nos hacen creer que no hay
nada mejor:

ahí es cuando se me empiezan
a ocurrir poemas.

Cristales y palancas para
despertar a un dinosaurio que yo creía
muerto para siempre.

Proust decía que un libro era
como unos anteojos que
te hacían ver cosas que, si no, no podías ver.

El amor es igual:
los anteojos de Proust, pero con más potencia,
una potencia demencial que todo lo deforma.

No tengo tabla de valores, te dije,
tengo necesidades.


Madrigal nº 7

Bacteria patógena, de cuerpo arrollado en hélice.

A este grupo pertenecen las de
la sífilis y otras que producen fiebre recurrente en el hombre.

Una espiroqueta: eso es el amor.

Se transmite por contagio y,
como cualquier otro valor moral o cultural,
de padres a hijos.

Las palabras, el lenguaje corporal
y la mirada
son los dispositivos claves
en este devastador intercambio.

Frustración, ruina y, en el mejor de
los casos, una especie de indiferencia
a la que los protagonistas se acostumbran
son las consecuencias finales
de esta maravilla.


Madrigal nº 8

Hago una lista con mis pecados,
mis mentiras y mis actitudes egoístas.

Me canso antes de terminar
y tiro el cuaderno a la basura. Después,
me arrepiento y saco el cuaderno del tacho
y arranco la hoja en la que escribí.

La arrugo y la tiro.

Estoy solo.

Escucho tu voz a través de
los auriculares invisibles que
te olvidaste de sacarme
cuando te fuiste.

Si te lastimé, fue porque
me pediste que te lastimara
y eso no estuvo nada mal.

Susurros en la almohada
del psiquiatra.

Me arrodillo en la cocina
y digo: recemos.

(Quiero ver si la tecnología cristiana
sirve para algo).

Como si te estuviera hablando,
como si no te hubieras ido, repito: recemos.

Empiezo:

unos botones dorados
que se mueven en el aire,

esta aceitosa burbuja
de la que no puedo salir,

tus pulsaciones
cada vez más nítidas,

unas flores horribles
como peces que nadan en círculos,

tus ojos tristes, voltaicos,
condenándome para siempre.

Amen.


Madrigal nº 11

Mi cuerpo no sirve
a pesar de los zumbidos
de esta resurrección eléctrica.

Mi boca no puede decir
mi bebé, mi nenita, mi sol.

Sueño todas las noches
que hago un nudo con una soga verde
y que tengo una cuchara con los
dientes del diablo y
que mis nervios vuelven a ser
instrumentos musicales
para tocar una canción que
se llama Desgracia.

A pesar del título,
es una canción alegre.

La letra habla de un auto
que va a más de ciento cuarenta
por una autopista vacía y que
el sol brilla y que
a todos en la vida nos toca
sonreír unas cuantas veces
y que en nuestra sangre hay
posibilidades de que encontremos
un alto porcentaje de predisposición
a la felicidad
pero…

No me acuerdo cómo sigue la letra.

En realidad sí me acuerdo
pero a nadie le interesa la otra parte.

Las piedras
absorben los ojos de los perros
si se quedan mirándolas más de tres segundos
y los tímpanos del aire
no escuchan las plegarias
ni las fuentes hacen que los deseos
que viajan en las monedas que caen en sus lechos
se cumplan
jamás.


Madrigal nº 12

Estamos en Japón en una cama paranormal. Las sábanas revueltas. Veo tu pie porque yo tengo la cabeza para un lado y vos para el otro.

Abrí los ojos
pero no me puedo mover

to
da
vía. TOdAvíA
puedo imaginar mi cerebro
pegado a tu cerebro
que TOdAvíA siguen a 20.000 metros
de altura en el avión. Relinchaste cuando la enorme máquina alada inició sus lentas acrobacias preparándose, esperando el permiso de aterrizaje. Primero vino una azafata a ver qué te pasaba y luego vino otra porque la primera no lograba que dejaras de relinchar. Yo me reía, porque te conozco, y dejaba que se ocuparan las azafatas, que para eso les pagan: para que cuando las personas reLINx chan en el lago helado del cielo suelten su perorata para tranquilizar a los freaks relinchalinx amedretados por el miedo que rebota. En sus relinchos está alojada la amargura y el pánico de haber nacido una y otra vez. Se retroalimentan. En un momento pensé que te iban a atar y amordazar porque los relinchos pueden ser contagiosos y todos los pasajeros se pueden convertir en caballos. Pero alcanzó con una o dos pequeñas cachetadas de la más veterana de las azafatas y otro whisky. Entonces, empezaste a rebuznar. Pero los rebuznos son más suaves que los relinchos. Solo yo los escuchaba.

Puedo imaginar mi cerebro (mientras miro tu pie hermoso)
pegado a tu cerebro
cuando el avión empezó a bajar

se veía Tokio. Empe za za mos a bajar.
pero TOdAvíA
no bajábamos. Una enorme curva te curó los rebuznos definitivamente. Aunque empezaste a llorar en silencio. No se curó, pensé. Cambió de enfermedad. Es normal. Todos lo hacemos.

Era el anochecer y se veían las luces de la ciudad tartamudeando.

Ni vos ni yo decíamos nada
pero nuestros cerebros
que estaban pegados como siempre y como siempre cuando están
pegados piensan lo mismo: glóbulos rojos bailando, gotas oníricas, avispas dopadas, un bichero clavado en la garganta de un tiburón, a mi padre le gustaba la pesca pesada, las cosas que compramos (una cuna, juguetes, adornos) para perder a ese hijo que estábamos esperando.

Ya habíamos tomado whisky en el avión.
pero la habitación del hotel
fue nuestra Hiroshima
privada.

Veo tu pié. Sigo sin moverme.
Tu pié es hermoso.
Brilla o es mi cerebro el que lo hace brillar.

Tu pié es más hermoso acá,
en Japón, que en Buenos Aires. No, no puede ser. TOdAvíA es el mismo pie.

Pienso:
nuestra vida fuera de foco.
Pienso: cuando nos besábamos en un taxi, al principio. Parpadeábamos para ver si el otro estaba espiando.
Íbamos a tu casa. Depredadores con cascabeles en las orejas, etc., etc. Las gotas de la lluvia
en el parabrisas me hicieron pensar en
pupilas y en las cuentas impagas de un rosario moviéndose entre los dedos de
una mujer de cien años.

Ese taxista era un enviado de dios para
aplastar al gusano del destino, para destruir la cúpula de la suerte. Cuando llegamos se dio vuelta y me miró y cuando yo le pagaba dijo: el dolor es el dolor, no vamos a empezar a hablar ahora de eso ¿no? Y después (vos ya te habías bajado del auto —¡huiste!— y yo estaba esperando el vuelto), dijo: ¿conocen Japón? Me dio el vuelto y lo dejé hablando solo. Tardamos más de siete años en subirnos a ese avión para viajar al destino
que había sugerido con una pregunta ese taxista loco.


* Nota del editor. Los poemas que integran Madrigales pertenecen a una serie inédita concluida en el presente año.


Marcos Herrera (Buenos Aires, 1966)

Narrador y poeta. Su libro Músicos de frontera (1992) ganó el primer premio del Concurso de Poesía organizado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (su jurado estaba compuesto por Joaquín Giannuzzi y Mónica Sifrim, entre otros). En 1999, Ricardo Piglia incluye su relato «Cacerías» en la antología Las fieras, antología del género policial en la Argentina. En el año 2000, su novela Ropa de fuego obtiene el premio del Fondo Nacional de las Artes. Sobre su novela La escuela de satán Ricardo Piglia refirió: “Por momentos la literatura argentina es toda muy parecida, hay una especie de registro retórico más o menos establecido de lo que se considera literatura, mientras que Marcos Herrera es alguien que ya tiene un campo y una voz que deslumbran por su originalidad”.

Poesía
Músicos de frontera, Buenos Aires, Mar Blanco, 1992
Pulgas, Buenos Aires, 1987
Modo de final, Buenos Aires, El Mono Azul, 1986

Narrativa
La escuela de satán (relatos), Buenos Aires, Edhasa, 2017
Polígono Buenos Aires (novela), Buenos Aires, Edhasa, 2013
La mitad mejor (novela), Madrid, 451 Editores, 2009
Ropa de fuego (novela), Madrid, Lengua de Trapo, 2001
Cacerías (relatos), Buenos Aires, Simurg, 1997

Links
Entrevista. «Me inscribo en la tradición…» / Fronteras / Nueve preguntas
Reseñas. Sobre Polígono Buenos Aires, en p/12, en Otra Parte / Sobre La escuela de satán, en La Nación, en p/12