Martín Zúñiga Chávez

La vergüenza, la bulla, las canciones de mercadillo

Esto es un Cover

Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida.
Trampas en la luz.
Los manifiestos recientes dan por sentado
que dos personas podían compartir sus posibles espacios:
naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano.

En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes,
ella crece para mis adentros.
Entiendes si te digo te quiero?
No entiendes tampoco si te digo que te odio.
Que te deseo.
Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados
con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar.

Crece como un vómito tierno.

Comparo la vida con éstas palabras.
Trampas en las sombras
Trampas de la luz para ser más exactos.
En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían.
Que lo esencial está en la súplica;
en el lugar, más, oscuro de la palabra.

Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo
donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol.
Ella, cuyo nombre desconozco.

Tú me quieres de verdad            Pues claro, claro que te quiero
Yo también te quiero                   Pero, pensé
Pero, no vayas tan de prisa        Asentí.
No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas
Asentí.
Podrás esperar                          Asentí.
Me lo prometes                  Te lo prometo

Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato
al que le habían arrancado las garras.
El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo.
Un gato, en cambio.

 

Cantucho canesco

Clandestino
El cuerpo posee en redededor su fuerza; en su interior, la furia.
Cuando la furia y la fuerza entran en contacto, nace la palabra.
Palabra donde en las ramas de una higuera erguida sobre las tablas del escenario
está mi amigo, enredado. Las lanzas lo han atravesado. Las flechas
lo han herido; han alcanzado su fuga moral
su carrera de caballos rabiosos, de nuevo extranjero, de nuevo anormal.

En el fondo ella rogaba para que no lo alcanzaran, para que pueda huir sin daño.
Temía, es verdad, su propia cólera de virgen usurpada.
Pero no tanto.
Teme mucho más al pueblo borracho de envidia, denojos
contra su hermano, el príncipe violador.
Un argumento viejo, pero qué bien la pasa el pueblo viendo sufrir a la realeza.
Al final una escena un poco recargada de sentimentalismo acerca al padre a la higuera.
Abraza al cuerpo de su hijo, lo descuelga
mientras en la ventana instalada en la esquina
izquierda del escenario
desnuda, ella
llora.
Aplausos. Aplausos.

Dos horas después ella va metiendo su imagen en el espejo
Deteniéndose en contemplar cada curva, cada arruga, cada médano.
Una camisa de algodón, un pantalón ligero
y se acuesta a leer un libro casi sin compromiso. Yo la atisbo por las cortinas
de su cuarto. Pequeña ceremonia de cercanías
entrelazada con mis signos cilíndricos e invencibles en su jardín de virgen.

No hay nada nuevo en este argumento. Tal vez sólo ella.
Si fuese el osado hermano yo tampoco
tocaría la puerta, en silencio treparía los muros y llegaría a ella
que no es princesa, que no es nueva, que no es ella.

¿Qué es lo que sucede ahora en esta higuera?
Oculto en las barricadas de mis excusas me quedo sentado
un rato más, hasta verla apagar su lámpara roja
y se acurruque a dormir.
Los silbatos de los centinelas se multiplican en cada esquina y s’encorva mi espalda asustada,
besa su propia imagen en la sombra.
Les gustaría, lo sé, hallarme agazapado detrás de mi cigarrillo, sacarme a la luz
lincharme aturdido entre gasolina y escupitajos.
Sin furia, mi fuerza consist’en llegar al final de mi cigarrillo.
Torear, como si fuesen monstruos mirándome desd’el fondo destos versos,
los silbatos de los centinelas, las gracias suicidas de los conductores a las 3 de la madrugada
hasta llegar a mi propio cuarto, en donde oculto una nube del infierno.
No te equivoques. Yo también soy un gran lugar común.
Desnutrición y analfabetismo.

 

Nos vestimos para visitar a nuestros muertos

En las tradiciones orales de mi tierra una mujer vale lo mismo que un foso
cavado para ocultar la náusea o para pagar los frutos a la madre tierra.
Una mujer vale lo mismo que una vaca, que los árboles madereros
o que unos topos de tierra.
Nos alimentamos de la vacas i detrás de sus ojos expiamos nuestras culpas.

Cuando la tierra pide su parte la incendiamos.
Y si jura contra nosotros arrancamos sus raíces desde el último bastión de los ríos.
Y si antes era una montaña
Queda convertido en un horizontal desierto. Para que aprendan!
En la tradición heredamos de la mujer el lenguaje, las pasiones
el hambre y el honor de defender un nombre incompleto
llevado en el pecho como una medalla rota
cuya sangre perseguimos río arriba
por su olor a metal i su tibieza de yegua amenazada.

Nos heredan el dolor de la luz. La inconstancia para los negocios graves.

La predisposición a los carnavales i a las leyendas. La vergüenza,
la bulla, las canciones de mercadillo.
El sabor del agua en los picantes i en la chicha.
La dimensión exacta en nuestros brazos separados de nuestro cuerpo.
Nuestros padres nos dan la retórica, la ética, la estética, la moral, la lógica, la gramática.
O sea, nada realmente útil.

La tradición, madeja de lana para laberintos, se ha construido monumentos
Y fijado fiestas i descansos en un homenaje por demás turbio a sí misma.
La tradición ha engordado sus vestidos.
A pesar de lo cual es tratada con más cortesía i admiración cada vez.

Cree la tradición en su ropa i en sus alhajas tanto más si no se la escucha
Por el mero placer de caminar del lado más filo de la navaja.
Qué experimento más alegre tantear con vértigo i sin zapatillas la navaja-camino
Aunque eso ya lo hayan dicho también otros vendedores de lana.

Aprendimos así a ganarnos unas monedas
Llevando una farsa de ciudad en ciudad. Trazando el mapa animoso de las urbes.
Somos el centro de la burla.
De la verdad.
Las tablas donde bailamos ayudaron a grandes reinos.
Las tablas donde cantamos han matado muchos reyes.

Sobre el escenario las luces se apagan, la gente se retira a sus casas
tranquilos de haber obtenido de nuestras máscaras
catarsis i humor
libertad.
Mientras barremos los palcos, algo cadáver nace en la sombra.
Tenemos asegurada la taquilla de mañana, decimos frotándonos las manos.

Hemos actuado con gran exactitud.
Alguna mueca improvisada ha llenado al público de un júbilo inadecuado, decimos.
La farsa existe en la palabra, en la copia de uno mismo a través del tiempo.
Nos miramos de soslayo siempre desconfiando de nuestra propia autenticidad.
Para espantar estos desvaríos, pensamientos que a cualquier ciudadano de a pie
le pueden parecer absurdos, nos batimos palmas para nosotros.

Nos hablamos a gritos aun estando muy cerca.
Nos chocamos intencionalmente, nos ponemos zancadillas.
Palmeamos las nalgas de la acomodadora.
Coqueteamos sin escrúpulos con las mozas del quiosco.
Alguien debería cumplir años, decimos.
Traigan champaña.
Salud nos decimos. Salud.

Dijimos.

 

Canción de Edipo en Tesalia

a Rocío del Alva Melgar Cervantes

Lo sé. El amor es al fin y al cabo una rémora sonriente
un acto de constricción nada planificado vagando zombi por los riachuelos
que alumbran la ciudad, buscando la felicidad en tu etnia
de espanto y fuerza.
Te miraba como sólo los locos pueden.

Me aferraba a mi fantasma hediondo para que te salvaras de mí.
Te salvé de mí.
Pero el amor era un batracio metido en mi oreja, un constante croar de saltimbanquis
empecinados en traerte una y otra vez.
Hasta que te quedaste para siempre sin estar.
Es incomprensible mi manera de mirarte como un sacerdote mira
el cáliz,
convencerme de cuánto hiere cada filamento que sale de ti y que me abrigaba,
que todavía me abriga.
Lo sé, mis dedos sangran por el trabajo, por las madrugadas dedicadas a que me quieras.
Te salvé de mí a costa tuya, destruí los remansos de tu niñez,
y tú, inocente como sola tú,
me regalaste una y otra vez la vida.

Lo sé, el amor es una rémora sonriente
pero una rémora, al fin y al cabo,
necesaria. Mi necesidad tiene nuestros apellidos. Mi felicidad tiene tus ganas.
Abrazarte sería en el mejor de los casos una ofensa, pero también una carta de ciudadanía,
un lugar propio entre los riachuelos por donde fecunda la ciudad.
Guerra fría la de los amantes que matan su felicidad a costa de construirse una vida.
Olvidados de la vida, digo tanto para decirte mi necesidad tiene tu nombre.
Digo tanto para convencerte tan poco.

Planifico cada palabra que sale de mí hacia ti. Me dices que solo tienes un hijo, no dos
y me siento huérfano. Podrías dejar de hablar un poco y mirarme,
olerme como la primera vez.
Ya se han acabado entre nosotros las primeras veces, todo es un tiempo de descuento
un tal vez mañana si pueda si esta vez si eso
si quisiéramos si eso existe.
No me moriré todavía, me digo, alzaré nuevamente mi mirada hasta tu mirada
limpia. A eso me dedico, a tratar de que lo dicho

sea verdad,
a que mis sueños de adolescente
trabajar poco ganar mucho, hacer lo que más me gusta
lo que me gusta más después de ti
sea provechoso para los tres.
Cobarde como soy, te he ido perdiendo, decía una canción de amor.
No ser esto que soy y que te ha ido perdiendo.
Ganada mi niñez, no la necesitabas.

Ahora mi necesidad tiene el nombre de tu necesidad. El amor también, lo sé,
tiende a ser eso. Por lo que presento mis armas ante ti
y dejo mi presente para vivir en nuestro mejor pasado, para mirar nuestro único futuro.
Hemos tenido días malos, nos disgustaban las mismas flores
los girasoles eran fracturas en nuestras manos.
Pero hemos estudiado botánica, ahora sabemos un poco más de las flores.
Te salve de mí a condición de perderte. Nada bueno pude sacar de mi pecho.

Decir tanto para convencerte tan poco, pero convencerte al menos.
Niño como soy no soy ni la mitad de la niña que eres.
¿A dónde llevaré mis huesos el día que los días
se me acaben? Palillos de dientes mis huesos te buscarán, de seguro.
Acógelos al menos como amiga. Abrázalos y huélelos como la primera vez, ya no como
un traje que usé, sino como un traje que me uso.

Desde la primera vez, ahora que no nos quedan ya
más primeras veces, te pertenecieron
y se asustaban si querías saltar del puente; cobardes como son no sabían
si te seguirían en el salto. Acógelos, no porque sean tuyos,
tantas cosas tienes que no les abres la puerta de tu casa,
que los dejas esperando en la vereda,
sino porque son feos, débiles, roncos y te miran como sólo un loco puede.
No te harán escenas de celos, se acurrucaran en una esquina
tratarán de incomodarte lo menos posible.
Como yo, se sentirán contentos de que los mires de vez en cuando
hermosa y fuerte como eres.

No voy a negar lo feo que soy contigo, lo feo que son mis huesos,
la cantidad de horas acumuladas en el trabajo de tender vías de ferrocarril
que me alejaran de casa, pero te lo debo todo,
el 80% de esas horas y la inflación de mis agallas.
Esta canción también era una deuda, que así y ahora queda mal saldada,
decía otra canción de amor.

 

* Nota.
La selección fue hecha por Ana Lafferranderie. Los poemas pertenecen al libro Cover (2013)


Martín Zúñiga Chávez (Cusco, Perú, 1983)

Estudió Literatura en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa, donde actualmente reside. Dirige la asociación cultural Centro de Recursos para la Poesía, plataforma de gestión de proyectos culturales que organiza el Festival Internacional de Poesía Ari Quepay, entre otras actividades. Realiza el proyecto LAE LEA en su país. Por sus libros, obtuvo en España el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos. En Perú,  el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata. Desarrolla el proyecto digital Urbanotopía.

Poesía
Cover, España, Ediciones Difacit, 2011
Pequeño estudio sobre la muerte, Lima, Ediciones Copé, 2010
Gavia. Pamplona, Ediciones Fecit, 2009

En antologías
Rastros/Rostros, antología de poesía en Arequipa (2000-2010), Arequipa, CRPP, 2011

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