Sabrina Barrego

Máquinas de duelo*

Inéditos

Creo que a mí me brota

el mal humor
como a los frutos
de una damasca
que ya nadie cosecha.

cada herida es autosuficiente,
se encapsula en un botón
diminuto, imperceptible,
donde se hincha el dolor.

el dolor es un brote
como éste,
dentro del diente
de un ajo;
para cocinarlo
se remueve
ese capullo
con un cuchillo
afilado
y se lo desmadra.

Desmadrar:  
el último término
que mi madre me enseñó.


Tierra natal

a mis hermanos

Cuando no había
para manteca
metíamos la leche
en un frasco
de vidrio;

movimientos
oscilantes
ascendentes
descendentes
con la leche
de la vecina
que hacía el tambo.
separábamos para siempre
el suero de la sustancia.

y así,
poco a poco,
fue pasando con nosotros;
un temblor ahuyentó
las pocas vacas que aún pastaban
bajo el sol de nuestra memoria
para que el odio
que mueve la tierra
clave su aguja en la herida original
de nuestra carne
y crezca cada vez más.


Un par de pájaros

I.

cortaba el zonda
la avenida
la otra tarde
el cuerpo de un pichón
tibio aún
caído del nido
entonces pensé en

la hembra de su especie
inmediatamente
naturalmente

cuando lo encontré
aún respiraba
el pajarito dibujaba
movimientos en las baldosas
calientes de la vereda
inclinada lo tomé
con mis manos
era blando casi informe y traslúcido
lo acosté sobre la tierra
—como se alza a un bebé
de la cuna
después de la siesta—
y le improvisé
una cama de hojas
a los pies de un árbol
para darle lo único
que estaba a mi alcance
el final digno o lo que
yo concibo como dignidad
no devolverlo a la realidad
de ser un hijo
abandonado por sus padres
el mínimo gesto de humanidad
que quisiera recibir
alguna vez

lloré un poco
quizás por mis propios asuntos
atados ahora a la muerte del ave
a la imagen de todas
las aves muertas
que guardo en la memoria

temporada de pájaros
como niños acaso
en situación de calle
una forma estética de nombrarlo
yo les escribo poemas
a los pájaros
porque no tengo monedas
que regalarles
a todos los niños
aún así los miro
a los ojos fijo
no les bajo la mirada
que es lo más horizontal
que me sale
lo que tengo a mi alcance
el gesto de humanidad
la estupidez
de la alabanza por la vida.


“Las flores de mi jardín han de ser mis enfermeras…”

a la vez
que todo
se derrumba
yo permanezco
en mi jardín
pues
el leve
vestigio
de mi fe
crece allí
abigarrado.

un pedazo
de tierra
racionado
en macetas
aunque entregado
por completo
a la brujería
donde cavo
con los dedos
buscando un alma
que a lo mejor
sea la propia.

no tendrán
mis plantas
gran despliegue
performativo
diversidad
de colores
crasas
cactus
y suculentas
de raíces
especializadas
para chupar
el agua
de este desierto
al que fui trasplantada
pero permanecen
ahí
firmes
rústicas pinchudas
sin doblegarse
como
cualquier
vara verde
con el cambio
de las estaciones
y sus elementos.

no les hablo
siempre
a mis plantas
insisto ahí
en silencio
la mayoría
de las veces
como ejercicio
aprendiendo
la pequeñez
de sus fototropismos
cada brote pujando
para salir
de su nudo
lentamente
naturalmente
como fueron hechas
las cicatrices
para no olvidar.

con paciencia
minúscula
en el detalle
las he cuidado
de la brutalidad
de las gatas
en celo
de la gula
de las orugas
de ese sol
descascarándose
poco a poco
sobre el piso del patio
del desborde
de mi temperamento
fluyendo
torrentoso
en el riego
cotidiano.

para esto
me he estado templado
como un metal
muy fino
y muy duro
y ahora
mis días tienden
a un ritmo vegetal
y mi regazo
es de musgo.

estas plantas
no morirán
—repito
como un rezo
a un dios
por un puñado
de tierra— .

estas plantas
no morirán
porque ninguna
otra criatura
morirá
en esta casa
mientras yo habite
en ella.

24 de Marzo

Mi abuelo se murió
muy joven
—dos años antes
de mi nacimiento—
demente-senil
con una cabeza
de medusa
en el hígado,
fruto de
sistemáticas
torturas
carcelarias.

A mí
el hígado
me lo arruinaron
en el hospital
con estabilizadores
del ánimo.

Té de carqueja
infusión de
pichana,
hierba del pollo,
cola de caballo…,
me dice el Claudio
—su voz
en el teléfono—,
mientras allá
chillan los grillos
y acá
llueve;

todo lo amargo
limpia,
me dice,
mira qué loco
que las hierbas
amargas
le hagan tan bien
al hígado.
Ese órgano,
en realidad,
se enferma
mucho
cuando se han pasado
amarguras.


No habitaste la casa hasta que hiciste el jardín

al final y
terminaste
respetando
el pacto
que habías
ideado
por vos mismo:
sobrevivir
solo
como
se pueda
hasta habitar
juntos
la casa.

hoy recién
en el jardín
sola
pensaba que
ninguna casa
ni cosa
justifica
este malestar
que se enciende
intermitente
en la riñonada
y que ningún sustrato,
ningún abono,
ninguna tarde
con más luz
que de costumbre
alcanzan
para que germine
la sílaba
—una palabra—
esperada
como una cura
día tras día.

ningún significado
ningún sentido
existen
cuando el minuto
aparentemente muerto
irreversible
se levanta
inesperado
maltratando
hasta pudrirnos
todo el cuerpo.

como con un hongo
que, en
condiciones dadas,
engaña y entra,
así
nos sorprendemos
un buen día
como un tubérculo seco
donde debería
latir un corazón.

no hay poema
ni belleza que justifiquen
esta muerte lentísima
este asesinato estacional
en el que nadie repara.
esta locura
que vivimos
como la salud.

no hay labor
ni tabaco
ni tutor ni riego
ni animismo
para detener
el fracaso
ridículo
del lenguaje.

lo peor es que
me asfixio
me descompongo
entera de un tirón
conjeturando tal vez
lo que el idioma  no dirá

pero como las plantas, como
la helada
crecen desde el suelo,
a veces
es necesario
remover
la tierra suelta
para que entre
un soplo de aire
para escuchar
los espacios
de esa respiración.

por lo menos
he resistido
un nuevo otoño
del tiempo ambiguo
y el calor a medias.

y aunque la sensación
de aprehensión
no se remedie
acá el amor
—atroz—
todavía es
lo único
que importa;
sigo abierta
como una herida
que florece
aunque sobre mí,
como en la muerte,
el moho
se reproduzca.


Perdoná que lo diga, pero coger no es nada. Para los dioses, parecemos perros. Y sin embargo miran [Mary Ruefle]

¿perdiste
documentación vital?
¿te mudaste?
¿te atardeciste
sentada en el capó
de un viejo auto
contemplando los trigales?
(así de amarilla
es la pampa)
¿te bañaste
en un tanque australiano?
¿cuidaste de una yegua?
¿te excediste con su avena
y saliste picando
al galope?
¿peinaste en una
terapia intensiva
el cabello
blanco,
desde muy temprano,
de tu madre?
¿te lo reprochó?
¿atendiste un parto?
¿de un bebé
o de un ternero?
¿saludaste al tren?
¿visitaste en la cárcel
a un ser amado?
¿intentaste coser?
¿o rezar?
¿buscaste lo eterno
o la manera
de despertar
sin sentir
ya más la muerte?
¿atropellaste a un perro?
¿te atropellaron?
¿mataste para comer?
¿con qué sanaste
los moretones
de tus muslos
después
de los inyectables?
¿sentiste miedo de quedarte
dormida?
¿pasaste hambre?
¿te escribieron cartas?
¿le escribiste a tu bebé
en caso de no lograrlo?
¿viste llorar a tu padre?
¿Cuántos amigos perdiste
esa vez?
¿bailaste morenada
borracha de chicha?
¿pasaste una noche
en la guata
de la serpiente?
¿te heriste la planta suave
de un pie
con la espina del algarrobo?
¿te curaste sola
con llantén?
¿aprendiste a nadar
desnuda
en un canal?
¿despertaste
por  la mañana
con el olor a hinojo
recién regado?
¿a manzanilla?
¿comiste patay?
¿robaste granadas?
¿cosechaste ciruelas, miel del panal?
¿preparaste después el dulce?
¿amasaste el pan?
¿le suministraste morfina
a un niño?
¿sobrevivió?
¿practicaste el abandono?
¿contaron los lunares
de tu espalda
en la vía láctea?
¿llovieron en vos?
¿rasguñaste a propósito
en el pecho de alguien
buscando provocar dolor?
¿Él te cuidó en tu cautiverio?
¿Cuando llegó la sangre
o cuando la sangre se fue?
¿atravesaron un incendio?
¿lo levantaste del suelo,
una y otra y otra vez?
¿guardaron juntos
el sueño de tu hijo?
¿fuiste para alguien
un tema de amor,
un amor como el que
pueda aparecer
en los libros
que lee?
¿o en los que escribe?
¿has sentido
en tu corazón
la caída inexorable del otro
como el desprendimiento
de una rama que cae…?

¿caíste como
desde un barranco
vos también?
¿te pidieron que
te quedases aunque sea
para vengarte?
¿cultivaste un jardín?
¿leíste a Virginia Woolf?
¿la entendiste?
¿construiste una casa,
un cuarto propio?
¿lo derribaste
y lo comenzaste de nuevo
hasta que, como a todo,
la devore la hierba?
¿sacaste la basura?
¿te burlaste del dolor?
¿y del horror?
¿Qué poema
vas a estar escribiendo
a la hora de tu muerte?

Qué pena si fuese malo.


* Nota de la autora.

Máquinas de duelo es un registro (casi un diario) fabricado a partir de mis notas de lectura del 2019. Citas de fragmentos, versos enteros citados, referidos, re-significados, invertidos y, a veces, apropiados. La construcción de un relato de la experiencia cotidiana contemplada desde ahí, como así también desde la soledad de la escritura y la lectura que nunca me han abandonado. Desde la desesperación y, también, desde el sinsentido muchas veces de escribir a pesar de todo. Desde la tozudez. Un dispositivo desde donde pensarme, producir imágenes e interpretarlas para destruirlas y comenzar otra vez. Temas que me representaron duelos en su momento: las mudanzas reiteradas, la maternidad, el aborto, la violencia (en varias de sus facetas), el fraude de la monogamia y de la familia tradicional, la amistad, la identidad, la idealización del otrx. El poemario es también un gesto, un diálogo circular, la búsqueda de una genealogía posible desde donde situarme como sujeto político, mujer que escribe con mis condiciones materiales y en un sistema rapaz donde la palabra está fetichizada. La expresión de un deseo de devolverle su capacidad metafórica al lenguaje propio. Un experimento. Un artefacto en construcción. Y, también, una carta de amor.   


Sabrina Barrego (Luján, pcia. Buenos Aires, 1987)

Reside en Mendoza. Algunos de sus textos fueron publicados en medios digitales del país y el exterior, como también en la revista El viajero indeciso de Ediciones Culturales de Mendoza. Participó del Festival Internacional de Poesía en Mendoza, de Vapoesía y en APOA, La Juntada. Su libro Trinchera ganó una mención en el Certamen Literario Vendimia. Es editora y redactora en la revista La Intemperie. Es coeditora  de “La Fanzinera del Sur. En la actualidad, participa de la muestra gráfica y de poesía “El pulso del volcán”, junto a la artista Carolina Simón en el Museo Carlos Alonso de la ciudad de Mendoza. Facilita talleres de lectura y escritura desde su espacio Botánicas Textuales.

Poesía
Punta del agua, edición artesanal, Mendoza, 2019
Trinchera, Mendoza, Mar Adentro, 2016 / Ediciones Culturales de Mendoza, 2019

Antologías
Puentes poéticos, Escritura de mujeres nacidas en Argentina y España entre 1976/ 1996, selección de Susana Szwarc, Buenos aires, Desde la gente, 2018

Links
Poemas. En La Intemperie / La Juntada
Más poemas en op.cit. Poesía Mendoza
Texto y audio. En Voces Violetas
Texto y video. En Los Inadaptados