Saltos de agua / Silvana Franzetti

Saltos de agua
Silvana Franzetti
Buenos Aires, Salta el Pez, 2024


Un viaje elíptico

Por Selva Dipasquale

Saltos de agua es el quinto libro publicado de Silvana Franzetti además de dos plaquetas y dos textos en colaboración con otros artistas; al mismo tiempo hay que destacar el trabajo de traducción de Silvana en poesía alemana contemporánea. El texto que hoy se presenta fue publicado por Ediciones Salta el Pez y se divide en cinco partes: “Oriente contiguo”, “Mientras escribo Bretón”, “Papeles políticos”, “Qué lejos se ve la casa desde acá” y “Universo tímbrico”

Claramente Saltos de agua reivindica el acto de escribir. Como bien dice Gabriel Reches en la contratapa, se trata de una indagación sobre el sentido de lo que nos rodea y sobre la escritura. Este libro propone un viaje elíptico, como una órbita que traza el compás, al que refiere el poema de la página 64, pero la curva no pasará siempre por el mismo lugar.  En la página 13 se lee: «Pasar por la fuente / sin volver a ella». Hay un contenido, pero también hay un método en el que se pone en juego lo sensorial: «El aroma de la calma se vuelve metódico antes de la tormenta», verso de la página 15. Quien habla va a encontrando diferentes cosas, recuerdos, y asumiendo modos de estar, de escribir y de pensar. Implica un giro sobre sí mismo transformador. 

Se puede pensar en un viaje que cruza los océanos, pero también en una roca que horadada por el agua va cambiando su forma.  Eso es lo que plantea el poema de la página 21: «Una especie de fluidez / que sea un elogio a la continuidad, / el don de andar con audacia, / y que a la vez lleve consigo la migración / de los saltos que intensifican el ritmo».

Recordé las fotos que suele publicar Silvana en Facebook que dan cuenta de sus largas caminatas por distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires. En Saltos de agua hay un andar pendiente de la mecánica de cada paso, de las percepciones internas, de lo sutil y de lo casi inaudible: «por qué causa placer / el sonido de la lluvia / de arroz / al verterla en el agua» dice el poema con el que abre el libro, o el de la página 18: «Quien nada de espaldas, entre el orden y la situación, escucha las voces que resuenan, lanza la flecha que traspasa el cielo y percibe las conexiones inaudibles». Lo fantasmal que nos sostiene a diario, y en ese sentido, el epígrafe es un faro de estos poemas cuando leemos una ínfima puntada conocida. Se trata de unos versos de Inger Christensen, poeta a la que Silvana tradujo. 

En “Oriente contiguo”, la primera parte de este viaje, los poemas parecen preguntar dónde están las cosas… fuera de nuestro campo. Se construye una perspectiva, pero la localización de las cosas es incierta, están fuera de foco ¿las vemos o nos miran? Existen, ¿pero son parte de la Tierra o de nosotros? Como la montaña del segundo poema que no se sabe si es una «acumulación de cenizas o si una nube que le resta nitidez al enorme conglomerado de tierra y le agrega movimiento». Todo es aparente y hay un trastocamiento temporal. Como «la sombra estampada de la lagartija» que aún no se vio, pero que se imagina y «que ya es memoria».  Un futuro que parece ya conocerse como la lagartija inmutable. Un salto ansioso entre lo que debería acontecer y ya es pasado. Un pasado que es mejor ahuyentar, y que devenga, tal vez, «limo del presente». 

Siempre se piensa que el trabajo de la escritura está en tensión con las obligaciones de la vida. Eso es lo que habitualmente sentimos quienes intentamos escribir poesía. Pero la segunda parte de Saltos de agua, “Mientras escribo Bretón”, plantea otra cosa, que siempre existe la escritura cuando hay concentración en las palabras que se deslizan sobre el papel o cuando se observan los limones, espárragos y alcauciles sobre la mesada. No hay disyuntiva, sino un ángulo entre la errancia y la concentración. ¿Podríamos llamar a esa experiencia meditación? Dice el poema de la página 25: En el escritorio, la luz de la lámpara enfoca un papel con la lista que cada día escribo sin la obligación de contribuir a otra utopía. En la página 26: …Aun así, sin red/ de conectividad, la lengua sigue/ el contrabando de palabras. Se escribe poesía en medio de la pila de facturas impagas, folletos, planos, libros. La vida y la escritura se entremezclan como un collage. La escritura como collage y los collage o poemas visuales que suele hacer Silvana. 

A partir de la página 30 encuentro el preanuncio de “Papeles políticos”, la tercera parte, la realidad viene a destruir el poema, a bombardear el poema sobre el bombardeo con napalm. Las cosas comienzan nuevamente su proceso de destrucción. Los libros son enterrados y solo sobrevive uno de Marx y Engels. 

En Papeles políticos conviven: un piano alquilado; la noticia de ochocientos setenta y nueve ositos de peluche lanzados desde una avioneta por empleados de una agencia de publicidad sueca; una oficina de desempleo y todo parece ingobernable. Los poemas de esta parte nos proponen que caminemos hasta la orilla del Río de la Plata para escuchar las dudas de nuestra propia voz, eso dice el texto de la página 36.

En el poema de la página 42 empieza a vislumbrarse “Qué lejos se ve la casa desde acá”, la cuarta parte, y se vuelve sobre las sensaciones físicas, al impacto de la realidad sobre el cuerpo, hay que dar con los propios huesos, aunque sea inútil. Y en esta parte se ve a la mujer que se levantó de los escombros y vagó por el mundo buscando su casa, pero nunca son la misma mujer ni la misma casa. Como en un rito estacional hace pie en la tierra y vuelve a tomar el té. Quizás el mismo té verde con arroz del inicio pero que ahora pertenece a su campo de acción. Vemos aquí como en los primeros poemas que las cosas se empiezan a esfumar y a volverse imprecisas. Hay niebla. En la página 49: Sigo el dedo, tiendo una línea distante y no, no está, no hay casa, edificio u obra en construcción. Pero si esa nada imponente llegara a arrebatarle algo de densidad al aire saturado de vapor, qué casa mostraría. La caminata va dejando su limo untuoso y movedizo, lo que queda del pasado en el presente.  

En la última parte, Universo tímbrico, hay una preocupación por los periodos de enmudecimiento en la escritura, cuando hay un dolor en la lengua que excede al poema y la escritura no es posible. Sin embargo, vuelvo al epígrafe de Christensen, siempre está ahí pulsando esa ínfima puntada conocida. Hay una conversación a media voz. Las cosas se diluyen, no llegan a comprenderse, pero el texto nos vuelve a recordar que no hay disyuntiva, sino un ángulo entre la errancia y la concentración. Y que como en el poema de la página 62 se puede caminar con los oídos durante la puesta de sol, aunque la periferia o el centro de la ciudad estén vacíos.  Y en la página 63: El laúd sigue sonando pese al alud de imágenes visuales. El infinito se presenta auditivo. 

Hacia el final de este viaje, durante doscientos cuarenta segundos el mundo se descompone en la partitura Sofferte onde serene de Nono, solo quedan chispas, indicios. Mientras escribía estas líneas escuchaba a Ligeti, el compositor húngaro nacionalizado austríaco que musicalizó varias películas de Kubrick y que Silvana cita en el último poema. Hacia 1930 Ligeti quería estudiar matemática y física pero no lo dejaron inscribirse por su condición de judío y tiempo después, influido por Bartók, se dedicó por completo a su carrera musical ¡Y qué bien suenan juntos este viaje polifónico de Silvana y la música de Ligeti! El libro cierra con la primera línea de una ecuación algebraica, aquello a lo que Ligeti no pudo dedicarse, y que Silvana vuelve poema. Porque como dice este libro magnético que no se puede dejar de leer: la escritura de poesía trae una captura sin valor de cambio


Poemas de Saltos de agua

Por las ventanas abiertas entra la voz de
una cartonera que pasa por la calle. El
agua, que ya había fertilizado esa parte de
tierra, quedó ahora suspendida en el cielo
hasta la caída del sol, cuando las espigadoras
terminan su recolección de palabras
descartadas. Las palmas de las manos en
las que se concentra el cuerpo reúnen eso
que ya no es desecho.


*

El tiempo en el que
enmudecí…
posiblemente este
haya sido un verbo
ahora caído en desuso
(qué pudo hacer Brancusi
cuando se quedó sin manos
Ligeti, sin oídos; Höch, sin ojos)

o un dolor en la lengua
que excedió al poema. 


*

Ni el aullido de perros desde alguna terraza
o algún balcón ni los motores migrantes de
algún auto, un colectivo o el timbre de una
bici y tampoco el sobrevuelo del helicóptero
consiguen callar por completo esa conversación
a media voz. Caminar con los oídos
durante la puesta de sol. En este marco refractario,
afuera, el centro de la ciudad está
igual de vacío que la periferia acaso como
nunca más lo esté después.


*

Y el fin se queda sin final. El laúd sigue sonando
pese al alud de imágenes visuales. El
infinito se presenta auditivo. Interminables
son los estratos de sonidos que atraviesan
la escucha y en esa inmensidad, el universo
está vacío de silencio.


*

A veces, cuando el pasado
cae delante de mí, bato palmas
para ahuyentarlo
y así, caducifolio, del amarillo
podría pasar al verde
o devenir en limo del presente.


*

Si la luz se fortalece, la escala
de grises es plena y entonces la sombra
de las manos sobre el teclado dibuja
edificios, una semiesfera y una elipse:
esa curva cerrada y plana que resulta
de la intersección con la superficie cónica
de un plano no perpendicular a su eje
y que se traza con un instrumento
que los geómetras llaman compás elíptico.


*

La partitura …sofferte onde serene
de Nono
es la pantalla donde se proyecta la sombra
de la cabeza de Hinterhäuser.
Durante doscientos cuarenta segundos
las chispas dibujan indicios
sobre ladrillos refractarios en un tiempo
en un lugar y en una órbita con un matiz
diferente al del siglo veintiuno.



Links

Reseñas sobre Saltos de agua. En Revista Otra Parte, por Sara Cohen / Vallejo & Co., por Rom Freschi
Entrevista. En Gilgamesh
Más textos de Silvana Franzetti en op.cit. Sujetos a variación, ebook, descarga libre