Cruzar las sombras. Sobre el primer libro de poesía de Adrián Dárgelos

Los antecedentes de Dárgelos revelan su veta literaria, por la inspiración de su personaje artístico en Cocteau, la trama de giros, imágenes, citas, puntos de vista y personajes de sus letras y su dedicación, en diferentes etapas de su vida, a la escritura narrativa. Ahora ha dado un auspicioso paso hacia el libro de poemas con la publicación de Oferta de sombras (Buenos Aires, Sigilo, 2019).


Por Florencia Romano y María Laura Romano

Leímos Oferta de sombras con la libertad de la que se componen las tramas de los sueños. La escritura resultante se parece a la del montajista: entrelaza los poemas de Dárgelos con objetos de naturaleza diferente. El texto que sigue, entonces, es una serie de notas que dibujan lo que no queremos olvidar. Funciona como señalador de nuestras afinidades electivas y no busca fijar una interpretación. También por eso es un texto escrito a dos voces que se hilvanan sin lograr fundirse completamente.

“No creo que avanzar sea dar el próximo paso, / igual lo doy”, dice el último poema de Oferta de sombras. He ahí el abracadabra que soltó el deseo de esta escritura.

La espera

en algún momento de la infancia
recibí a modo de augurio
una misiva en tono de advertencia:
“¡Tenés que esperar!
La idea, las muchas ideas.
¡No podés hacer otra cosa que estar atento!
Esperar algo como verdad sin luz, no conclusiva,
que al venir no parecerá ser lo que esperabas,
pero al irse sabrás que es suficiente.

(“No appointment”)

Oferta de sombras se parece a un diario de escritor. El compositor de poemas —así se autodenomina el yo poético— habla de su batalla, batalla donde se trenza, claro, con el lenguaje, pero con un lenguaje que se observa desde la espera infinita y la desilusión de las citas fallidas: devaneo de palabras que no llegan a tocar ni la luz, ni el aire ni el papel y que hacen de la vida un manto mental de susurros; memoria que olvida los pensamientos más brillantes, que brillan como súper estrellas en la somnolencia del no entendimiento porque tienen el tupé de saberse inmunes al saber.

Existe una fórmula escrita en verso
con la solución al misterio que provoca la vida,
y hasta hoy es ignorada.

(“Mickey negro”)

El mal
“Miedo pyme”, el tercer poema del libro, describe el mal como una organización que supera la voluntad del hombre: “los que toman decisiones no saben el alcance / del master plan”. Dárgelos está pensando en Alexander Kluge, el cineasta alemán, aunque sus palabras recuerdan un poco más a Fritz Lang en El testamento del Doctor Mabuse. Imagino la voz del poema transitando esta película hasta llegar al final del misterio: el lugar del mal no está ocupado por nadie. Sin embargo, a pesar de develar la farsa, descubre que sigue temiendo. Lo que hay detrás del telón del mal no importa, el problema es a lo que se pueda estar dispuesto en su nombre.

En 2013, me gané una entrada para ver un recital de rock en el Teatro Maipo. De la estrella en el escenario recuerdo lo siguiente: nalgas y genitales apretados en calzas negras que aparecían en el primer plano de la primera fila. Después, percibí una novedad en su rostro: cada vez que terminaba una estrofa, el cantante miraba al público asustado, un miedo invisible para la audiencia desvanecida en la masa de un campo, pero que ahora se hacía presente. No era un temor atroz, más bien un miedo casi imperceptible que duraba un segundo, en el que la estrella parecía preguntarse: “¿Qué pasa si alguno se da cuenta de que todo esto es también una farsa?”. Una mirada acompañada por los brazos extendidos a cada lado, indicando que ahora alguien quizás iría a devolverle el golpe, un golpe que a la vez parecía estar buscando. Unos pocos años después, leo este poema: 

El hablador hace tiempo, 
lo sabe
como respirar, 
maneja el tiempo. 
(…) 
Algo impulsa al hablador 
a enfrentar audiencias pérfidas 
día tras día: 
imaginar el duelo con el sabio.

(“El hablador y el sabio”)

Se trata de una fábula-poema en la que un hablador y un sabio esperan su encuentro oficial, aunque vienen siguiéndose desde siempre. No es extraño que el miedo y el deseo de aquello a lo que se teme estén juntos en el corazón de estas ofertas. 

Ofertar miradas
Una vez escuché a alguien decir que podía darse cuenta de si sus alumnos escribían bien sólo con mirarlos a los ojos. Ayer yo misma me encontré diciendo que alguien tenía una mirada que invitaba a la privacidad. La mirada, así entendida, es un secreto. En “Miedo pyme”, la voz se sorprende ante el relato de una víctima que logra ver su destino en los ojos de quien planea matarla y, sabiendo su futuro, decide suicidarse. Para los poemas de Dárgelos, mirar es ser vidente. Ofertar sombras puede significar ofrendar el entrenamiento de los ojos en la oscuridad, una educación subversiva que sucede por debajo cuando el mundo duerme (la misma educación que Drácula le ofrece a sus víctimas por la noche).

Abrimos el libro por primera vez y no son las palabras lo primero que vemos sino los ojos negros de un fantasma, que aparecen y desaparecen. Habitar las sombras es habitar visiones, estar en los lugares a los que sólo la mirada es capaz de llegar y que permiten un entendimiento que no puede expresarse, algo que se ubica más allá de lo que ordena lo cotidiano.

Habrá que ejercitar 
otro tipo de memoria a contramano de los usos humanos.
Habitar secretos que laten 
para ser admirados, no comprendidos. 

(“La gota de amapola”)

Pero en una visión no vemos nada sin que alguien nos devuelva la mirada. Se trata de sellar un pacto y, sobre todo, de buscar cómplices. Estos textos no quieren estar solos. 

La despedida de los dioses
El yo compositor de Oferta de sombras es hermano del yo del diario íntimo. Este género, bautismo de fuego de las confesiones laicas, nació en el siglo XVIII, cuando los hombres y las mujeres empezaban a quedarse sin dioses para adorar, libres pero solos, sin nadie a quien dirigirle las plegarias más que a sí mismos. El yo interior del Romanticismo, más o menos hipertrofiado, es producto de esa libertad ganada a fuerza del pensamiento racional que nos separó del Cielo y que, en su lugar, nos instó a construir refugios en libretitas de hojas blancas, llenas de palabras que corren como hormigas preocupadas por la llegada del invierno.

Nadie nos creó, por eso contamos;
no queremos ser olvidados. 

(“Somos dados a inventar religiones”)

El libro de Dárgelos insiste en el tema de las apariencias pero no se desengaña de ellas; clava la mirada en donde no hay un más allá. Barroco agnóstico: así podría llamarse el arte de este compositor de poemas. No por la complejidad de su lengua, que es muy clara, sino porque su voz se enfrenta a la vanitas de nuestro tiempo: un mercado apabullante de objetos bellos para comprar, “gente muy linda [que] da asco” y estrellas de rock gozosas en el aplauso descomunal de las plateas. ¿Hay algo que a los seres humanos nos salve del vacío? Si Jesús volviera a caminar en este mundo-oferta de sombras, “nunca podría hacerle creer a nadie / que existe otro lugar mejor, / al que se va sin cuerpo” (“Dieciocho años sin noticias”). Sin embargo, sin embargo… “por eso contamos” la llegada y la partida del Dios-Hijo.

Amuletos
Imagino una película en la que Dárgelos interpreta a un dios que fue dejado de lado, expulsado. Como no puede verlo todo, espía… “si pudiese entrar en tu cuarto nena / sin que despiertes y en sombras / soplaría entre tus sábanas”… Dárgelos poeta existe desde hace mucho tiempo. Lo imagino como un actor que la gente reconoce al verle la cara pero de quien no se puede acordar el nombre, una vieja estrella del star system que confunde el papel que le toca con su propia vida. Dentro y fuera de la pantalla, sus disfraces se confunden como los fragmentos de voces que van soltando estos poemas: “puede que todo esto se complete cuando vaya de salida”, dice la voz de “No appointment”.

“Nací para mantenida / y no me gusta el esfuerzo”, canta Dárgelos. Me aferro a estas palabras como a una oración de protección. Aceptar el margen es un modo de resistencia. Si acá me pusieron, acá me quedaré; pero en este, que es mi reino, voy a hacer lo que yo quiera. La oferta de sombras me proporciona un amuleto de ese estilo, si es acaso verdad que “somos dados a inventar religiones”.

El Dinero
“Es difícil timarlos / es más fácil robarles”, dice “Oro chafa” sobre las clases pudientes. Me recuerda a El dinero, la película de Robert Bresson. Se trata de unos jóvenes que roban comprando con billetes falsos y quedándose con el vuelto. Lo hacen para pasarla bien, para salir a andar en moto y emborracharse (me recuerda también a la película de donde Dárgelos sacó su nombre —¿o habrá sido del texto en el que la película se basa?—. Me refiero a Los niños terribles de Jean-Pierre Melville, en la que el robo está permitido sólo si se trata de objetos que no tienen ninguna utilidad). Finalmente, la película de Bresson termina mal, porque los ladrones deciden repartir el dinero robado. Eso tiene un costo muy alto: un obrero paga una condena que no le corresponde y todos terminan muertos.

¿Cuál es la cantidad justa de dinero que se precisa para ser libre sin sufrir obligaciones? Se revela otra imagen: no existe ese punto medio. Las personas no acumulan dinero para ser libres, lo hacen para que otros no lo tengan.

Se dice de las ofertas que son imposibles de rechazar, parecidas a una tirada de i-ching: el rey duerme, se desliza en auto hacia su paraíso, que empieza a aparecer a lo lejos. Un grupo de árboles se mueve dulcemente sobre su palacio lleno de comodidades. De repente, un estruendo rompe el cielo: es la imagen del rayo, el viento se detiene dando paso al fuego, los árboles arden y destruyen todo. Lo construido se ha ido a otra parte; sin rencores, la destrucción trae suavidad. 

A veces veo que el viento sucede y no lo siento
no lo encuentro
y quiero
que todo sea como la fe
pertinaz en el fracaso.

(“Fe de fracaso”)

Espiral de relatos
Contar, para estos poemas que tejen imágenes e historias, es una forma de asomarse al abismo de la ausencia, venciendo el vértigo de la nada que chupa. “Dios tampoco se presentó. / Con excusas sobre su comportamiento / se escribió la Biblia” (“Basura aspiracional”), el Libro que contiene todas las historias.

Hay una escena en “Miedo pyme” que se toca con el último poema, “Pensar el choque”, canto final a “lo que queda [y] no quiere ser nombrado”. Un narrador (Marcelo) aparece por ahí, junto al compositor de poemas, y le cuenta una historia sorprendente de un escritor (Burroughs) que, a su vez, se parece a las de otro escritor (Borges) que no para de contar el encuentro súbito con el destino de variados personajes que son siempre el mismo. Tal vez en este juego de relatos espiralados esté el principio de una poética que posa de humilde en su potencia de encontrarse con otras poéticas. Poética de la espera de la palabra que no llega, no llegará. En la dilación salta la imagen certera. El desdoblamiento del final revela una forma de composición: “Me veo revolviendo frases de otro”.



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