Especial mariani: En busca del beat

La publicación de Argentina beat y de Prolegómenos, mamotretos y reluctancias, en 2016, reinstaló una figura que estaba completamente perdida en el escenario de la literatura argentina: la de Reynaldo Mariani (Buenos Aires, 1936 – Zapala, 2004), o mariani, a secas y con minúscula, como firmó la mayoría de sus textos. Protagonista de la vanguardia en los años sesenta, su rastro pareció perderse en la década siguiente, a partir del momento en que se radicó en Brasil. Después de un paso accidentado por España, volvió a la Argentina y se radicó en Zapala, donde se convirtió en el centro de un intenso movimiento poético que reunió a jóvenes poetas patagónicos. Entonces comenzó a rodar otra vez el mito: Mariani, el editor de Opium; el cómplice de Néstor Sánchez; el sobrino de Roberto Mariani, el narrador de Cuentos de la oficina; el tipo que perdió la mitad de una herencia cuando viajaba borracho en un tren y gastó la otra mitad en financiar un proyecto editorial; el bebedor incansable; el amigo de Jim Thompson en Buzios; el habitante de un cuarto de pensión. Pero en el centro de una vida vertiginosa y llevada y traída por los excesos estaba una obra poética sometida a esos vaivenes, traspapelada, inhallable, a veces mal editada, pero resistente a esas y otras pruebas del tiempo y del propio autor e inusualmente vigente. ¿Quién fue Mariani y por qué merece ser recuperada su obra? Esta actualización de op.cit. responde a esos interrogantes con una selección de sus poemas, una entrevista, textos de Rafael Cippolini y Ruy Rodríguez, y testimonios de Federico Barea -compilador de los libros citados-, Andrés Cursaro y Tomás Watkins.

Notas, selección de textos y testimonios: Osvaldo Aguirre
Edición:
José Villa

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 ♦ Entrevista a mariani
Por Andrés Cursaro, Carolyn Riquelme y Bárbara Visnevetsky, 2001

Selección de poemas
Textos extraídos de Prolegómenos, mamotretos y reluctancias (Ed. de Federico Barea, Buenos Aires, Instituto Luchelli Bonadeo, 2016; edición anterior: San Martín de Los Andes, Ediciones de La Grieta, 2014)

Entrevista a Federico Barea
Por Osvaldo Aguirre, fragmentos de una conversación

Argentina beat
Textos del volumen publicado por Caja Negra (Buenos Aires, 2016) correspondientes al prólogo de Rafael Cippolini y a una carta escrita por Ruy Rodríguez

Entrevista a Andrés Cursaro
Por Osvaldo aguirre

Entrevista a Tomás Watkins
Por Osvaldo Aguirre

Datos y links
Bibliografía de mariani y sitios que remiten a su obra

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Entrevista a mariani

“Mucha gente confunde rebeldía con ruido”

(Zapala, 13 y 14 de diciembre de 2001)

Por Andrés Cursaro, Carolyn Riquelme y Bárbara Visnevetsky

Mariani camina por el patio que comunica la casa con el quincho ubicado en el fondo del terreno donde esconde sus pocas y codiciadas pertenencias: una cama, algunos libros, cientos de papeles, recuerdos de vidas pasadas y fotografías recortadas de revistas, diarios y folletines que adornan las paredes sólo pintadas con el color que brinda el revoque fino de los albañiles. El sol descarga sin miramientos una tormenta de calor seco sobre la siesta de Zapala, una ciudad estacionada en el centro de la provincia de Neuquén, a 180 kilómetros de la capital. Allí, acompañado por la presencia de Adriana Marcus, entrañable amiga que le brindó alojamiento, este gran poeta desconocido en el circuito literario del país le da forma a una de las obras más originales y provocativas que la poética argentina haya conocido. Rodeado por cuatro o cinco jóvenes artistas «recopilados» en el lugar, Mariani montó en febrero de 2001 una de las primeras muestras nacidas en Zapala. En la sala de arte del cine, el poeta, un fotógrafo, un escultor y dos pintores habilitaron un interesante punto de referencia para la cultura local. «Es difícil hacer cosas aquí; bueno, tan difícil como en otros lugares de este pequeño mundo», dirá el poeta al of_mariani_brasilbservar las miradas de quienes fijan su vista en las obras expuestas.
Es martes. El mediodía del martes 13 de febrero de 2001. Un automóvil blanco se detiene frente a la puerta de una casa ubicada a quince cuadras del centro de Zapala. El poeta Mariani aparece desde el fondo con un cigarrillo en la mano. Saluda e invita a pasar. Sus visitantes lo siguen. Cruzan el patio, el calor seco de la siesta hasta lograr el cobijo de una parra cuya sombra guardará largas horas de charla, cigarrillos y cerveza. Y, sobre todo, la voz áspera y apagada, al principio tímida, ¿desconfiada?, de este poeta «refugiado» en la Patagonia después de haber «corrido la liebre con gran estilo» en Buenos Aires, varias ciudades de Brasil y Madrid, entre otros «destinos irregulares». No hay brisa. El viento, por un día, se ha detenido. Sólo calor. Y más calor. Y esa voz, imperturbable, provocadora, cargada de reflexiones escasas en este país.
Sí, Mariani es un gran poeta y, también, un gran provocador, un espíritu insumiso desde la niñez. «A los seis años me echaron de la iglesia porque me puse  a discutir con el cura en pleno sermón. A los nueve le rompí la pierna a un policía que me quería robar la pelota. A los diez los peronistas me preguntaron de quién era. ‘De mi mamá y mi papá’, les dije temblando», contará una noche sobre una mesa del bar Dalí, del que es asistente. En ese mismo lugar, esa misma noche, el poeta desliza un «arte vivir». «Cuando uno deja de mamar ya lo colocan en el sistema. Hoy en día, inclusive, con el tema de los jardines de infantes para bebés y todo eso que empieza a condicionar a uno. Se hace todo lo posible para que se pierda toda la libertad que uno tiene cuando es niño, para quitarle la posibilidad de inventar situaciones y vivir intensamente cada una de ellas», sostiene. «Todo esa imaginación, toda esa carga creativa se la cortan. Y algunos, 30 o 40 años después, nos esforzamos y nos rompemos el culo para rescatarla. No la parte infantil, sino la parte creativa. Pero, en el camino, algunos se suicidan, se vuelven locos o se enajenan con el psicoanalista. La mayoría lo tiene de nacimiento específicamente, porque uno si es padre hace la misma mierda. Ergo, uno tiene que ‘cortarla’ de alguna manera».

¿Cuánto te ha llevado llegar a sostener este pensamiento, esta conducta, si te ha pasado a vos también lo que estás enunciando?
Toda mi vida luché contra eso. Aunque, muy de vez en cuando, me vendo también, porque tengo que sobrevivir. Si el tipo me dice «Corte esa frase o no le pagamos los 50 pesos» me está censurando, pero yo preciso los 50 pesos y se me crea un conflicto. Entonces, hago una concesión. Pero es una decisión consciente, porque también podría haber dicho que no. Una vez perdí un trabajo que necesitaba para pagar una deuda porque no me quise cortar el pelo. No, el pelo no me lo corto porque no tengo ganas, pensé. Y bueno, perdí el trabajo y  mi amigo esperó muchos meses para cobrar la deuda. Uno, en la vida, toma posiciones. Y, aunque a veces se traicione, como es lúcido, controla la situación. Sabe hasta cuándo y cómo lo hará. La joda es cuando vos te entregás sin saberlo o sin querer saberlo, que es peor todavía.

Estás hablando de tu identidad, de la carga que llevás adentro y que te  convierte en quien sos…
¿Qué quiere decir quién sos?  ¿Lo que dice un papel, un documento? No. Creo que soy uno más, que en algunas cosas soy superior y en otras inferior. Pensando profundamente soy uno más. Nada más. Uno más que le gusta provocar. Pero tampoco soy el único. Porque lo mamé de otros provocadores históricos, como Henry Miller o Celine, por ejemplo.

Nosotros llamamos insumisión a ese proceso que nos lleva a tomar una decisión muy consciente de lo que hacemos en contraposición al concepto de rebelión, si es que le queda alguno. ¿Coincidís con este planteo?
Básicamente sí. La insumisión es eso: ser consciente de cuando uno toma una decisión. Además, mucha gente confunde rebeldía con ruido. Hacer ruido, escribir en las paredes, tocar heavy metal, cantar canciones de protesta y seguir siendo un vendido, en realidad, no tiene sentido. Sos rebelde porque escribís los paredones, pero después vas a la escuela, a facilitar tu inserción en el sistema que corta toda tu libertad creativa.

Mariani se niega a «satisfacer la curiosidad de las visitas» y no revelará su nombre a lo largo de los dos días compartidos porque «no tiene sentido. No digo el mío, ni lo uso. Mi padre tenía nombre, mi tío otro, así que soy simplemente Mariani. Yo no soy el que dicen los papeles. O soy, pero ¿qué importancia tiene? Los nombres no definen a la persona. Soy Mariani, mucho gusto», sostiene cada vez que se le insiste con la pregunta. Ya cansado, suelta un solo dato: «Mi tío Roberto corregía los originales de Arlt». Y calla largamente, seguro de haber ofrecido la «mejor pista -dirá- para ustedes, poetas con cintura», que se encargarán de levantar las huellas para encontrar «un rastro difícil de seguir».

Nos decías que en Brasil no escribiste mucho…
Es que tenía tanta vivencia cotidiana. Vivía y leía más de lo que podía escribir. Todo era vivencia, vivencia. Es una vida muy intensa la de Brasil. Imaginate que un día fui a la playa, en Río de Janeiro, y lo veo a Zico y a Junior con otros jugando al fútbol. Me metí en el partido, claro. Así todo: muy intenso, entonces escribía cosas de vez en cuando.

Si no entendimos mal, también dijiste que en Brasil «descubriste» a Borges.
Sí. Allí leí muy buenas traducciones realizadas por los brasileros. En Argentina no leí a Jorge Luis Borges por esos prejuicios estúpidos: porque él era conservador y todas esas boludeces. Un día, en Río de Janeiro, un tipo me lo nombra y yo le digo que no, que no lo leía por estas razones. «Qué estupidez», me dice. «Léalo y después vamos a hablar»,  me dijo y me trajo todos los libros y me obligó a leerlos. Y tenía razón. Yo había sido un estúpido. Aunque, claro, prefiero sus ficciones, la poesía no me llega tanto. Pero las ficciones son un invento sobre el invento del invento de otro, además. Pero él, a su vez, los inventó  de nuevo. Pareciera que ideas propias no había tenido, pero tenía la genialidad de recrear, de reinventar  cosas tomadas de otros que tomaron de otros que, a su vez, etc., etc.

¿Por qué volviste a la Argentina después de tanto tiempo, de tan intensa vivencia en Brasil?
Estuve internado siete meses en una institución psiquiátrica por causa del alcohol y los «etcéteras». Salí y me ayudaron mi hermano Atilio y su mujer a llegar hasta aquí. Ahora me “domino” y continúo bebiendo porque quiero hacerlo. En algún momento sentía que tenía que beber, me rayaba si no tomaba. Ahora no: me puedo rayar sin beber. Me puedo agarrar un pedo bárbaro, pero junto conmigo, abrazado a mí. Bebo como quiero y cuando quiero. Antes era reventarse y porque no tenía más remedio, porque no podía ni pararme. He llegado a ese punto. Me despertaba a las cinco de la mañana temblando, desesperado para que un boliche abriera. En Río había un agujero en la pared que atendía una negra que te daba una casasha por diez centavos. Pero, a veces, no tenía la plata, entonces ella, después de una lección moral, porque era evangélica, me daba la casasha fiada, medio de lástima.

La cámara fotográfica aparece en escena y se convierte en disparador de mil anécdotas más. Nadie habla bajo el sol que calcina. Es la hora de la siesta y casi todos en Zapala duermen. Aquí, bajo el parral, otra botella ha muerto. «Mi ego se siente muy satisfecho, me encanta que me fotografíen», dice Mariani despertando asombro y curiosidad. Obviamente, a propósito. Deja que el silencio corra con los gatos por el patio. Se levanta y ordena los platos donde colocará la comida de los animales. Sigue sin hablar. Camina lentamente, arrastrando levemente una de sus piernas. Otra consecuencia de la intensidad brasileña que lo dejó en una institución psiquiátrica. Por fin habla. «Trabajé en fotonovelas», dispara haciendo referencia por única vez a un trabajo formal. Sigue. «En Buenos Aires trabajé -entre muchas otras cosas- como actor de fotonovelas. Es la cosa más estúpida que he visto. Te llamaba un tipo y te decía: ‘poné cara de amargado o poné cara de mirar fijo a la mina, como para voltearla’».f_mariani_gomez

¿Es posible entonces encontrar tu cara en una revista «Nocturno»?
Sí, es posible -dice Mariani y ríe a carcajadas-. Yo siempre hacía de seductor maduro. Siempre había una pareja y yo, el “galán” que se metía en el medio -agrega entre risas-. Y cuenta más: “después comencé con los cortos en una publicidad de Levi’s, que fue la última que hice antes de irme de Buenos Aires. Hacía una fosa y enterraba el viejo pantalón y me ponía el nuevo. Tenía que tener cara de reventado y la tenía, porque la noche anterior me había acostado a cualquier hora con todo encima. Tenía una cara de resaca impresionante que para el papel era fenómena. Después, en Brasil, también hice algo de publicidad. Y en una o dos gané mucha plata”.

¿Comulgás con la obra de Enrique Molina así como comulgaste con su amistad?
Lo respeto muchísimo. No me caso poéticamente con su obra aunque fuimos bastante, bastante amigos. En cambio, de Raúl Gustavo Aguirre, que estaba en otra, me encanta esa cosa tan concentrada de su poesía. El era un tipo reprimido, pero su poesía no es reprimida sino contenida. Era un tipo que tenía un mundo interior tremendo. Y entonces, como era de poca expresión, tenía que decir las cosas con toques suaves, como una música de cámara, pero sin pasión; la música clásica de cámara anterior a los románticos. Era un tipo contenido, que trabajaba en el correo central. Era una especie de personaje kafkiano con un retorcimiento contenido, de chaleco, medido.
De la Olga Orozco no puedo decir mucho. La conocí, pero no leí su obra lo suficiente como para atreverme a opinar.

¿De los autores «nuevos» hay alguno que te llame la atención?
De los últimos 20 años no conozco casi nada. Estoy por fuera. Estoy muy interesado en la obra de Néstor Perlongher, de quien me hablaron mucho. Sí, he leído cosas, pero no lo suficiente como para dar una opinión abierta.

No lo dice «abiertamente», pero se descubre en Mariani admiración hacia la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio, de quien elogia constantemente su «imaginación, su audacia. Me atrapa, es la pasión en pleno vuelo. Es un genio, pero nadie se da cuenta. Cuando se muera, ahí le van a dar bola. Como a Alejandra (Pizarnik) que, después que murió, salieron sus libros a 15 pesos para que nadie los pueda comprar. Hacen conferencias y hablan de ella, pero antes nadie se había percatado de su genialidad».
La indignación se hace palabras, y así como la sonrisa aparece bruscamente, también el enojo se precipita sobre la conversación. Pero se da cuenta rápidamente y calla. Se levanta, mira la calle, a los gatos que corren por el patio, y se aferra a la idea de salir, de ir a los bares, de «amar un recorrido por los pocos bares de aquí, que además tienen nombres especiales -dice y enumera-: ‘El chancho rengo’,  ‘El porvenir’, ‘Dalí’, ‘El pobre gaucho’, ‘El tablón'».
Y con los nombres de los bares regresan los nombres de quienes lo marcaron en el intenso recorrido poético. Y, «entre los escritores que me agarran por todos lados», nombra a «Góngora, Ezra Pound, Gregory Corso, Dylan Thomas, Jorge Luis Borges, Leroi Jones, William Faulkner, Raymond Chandler, Edgar Alan Poe». Y para el final deja a Kafka («un tipo de aspecto y vida contenida. Pero un zafado total. En esta época y en otra situación social, hubiera sido un Bukowski, un Bukowski genial, claro. Y si se fumara un porro, ni te cuento») y a Bukowski («me parece un tipo bárbaro que mantuvo una posición que inventó él. También inventó parte de su vida, evidentemente. Un tipo que se atrevió, inclusive, a escribir mal, y con una fuerza bárbara. No es un estilo que me guste, aunque tengo, por momentos, cosas de ese tipo. Pero él explotó, y está bien: se cagó en todo. Hasta en ‘la literatura’ se cagó”). «Una señora una vez me preguntó cómo hacía para escribir poesía. ‘Me cagó -le digo-. La verdad, no sé cómo se hace’. Hay un librito por ahí que escribió un tipo que vive aquí, profesor de literatura, que se llama ‘Cómo escribir poesía’, firmado por él además. El sabe enseñarte a escribir poesía. Genial, estremecedor…».
Una descarga de provocación para volver a la charla. Mariani maneja la conversación. Entra y sale. Deja que el silencio se acomode en su cigarrillo o en la nueva botella de cerveza. El sol, hoy tampoco, da tregua. La noche, en el bar, fue larga «y productiva», dirá esta mañana el poeta. Es que en esa mesa de bar, a esa hora de la madrugada, se hicieron todos los contactos para que Rocambole (el creador del arte de tapa de los discos del grupo de rock Patricio Rey y sus redonditos de ricota) exponga en Zapala y, además, «arreglar una fecha para que venga Willy Crook», cuenta antes de la pregunta.

¿Podés describir el  modo en que llegás a escribir un poema?
Pasé años y años tratando de hacerlo, y recién ahora puedo contestártelo, porque lo intuyo. En los últimos diez años aprendí a saber cuando tengo un poema. A veces escribo mal, mal hecho. Busco que las frases sean duras, pero que tengan swing. Si no tienen swing, no valen nada. A veces estoy leyendo a Góngora y meto cosas de él en lo que estoy escribiendo. ¡Lo mal hecho con frases geniales de Góngora!, pero primero de todo hay un proceso inconsciente en el que vuelco todo lo que se me ocurre. Una o dos veces -nada más- me hice un planteo previo; en los poemas «Deber del día» y «Despedida desesperada en dos tiempos», que tardé 32 años en terminarlo.  Empezó como una carta de despedida la primera vez que me fui de Buenos Aires. Fue una carta que pude haber terminado, pero me quedó metida adentro de un libro. Pasaron varios años y la encontré. Pero yo estaba en Brasil y me estaba yendo. Y quedó metida en otro libro, hasta que llegué a Zapala. La encontré y me estaba yendo a España, así que había otra despedida. Me acordé y lo ataqué después de 32 años.

¿Que es lo que más te preocupa del poema?
El ritmo y el sonido. Escucho el ritmo adentro mío. Depende del sonido que esté escuchando y cómo lo esté escuchando. Puede ser el ruido más sutil, como el de un Zippo al cerrarse. Y, a veces, tiene que ser la furia. Y si  viene con furia ya nunca voy a poder escribir sobre la gota. Y si además estoy escuchando algo «en vivo», la música no viene solo de adentro. Hay un cuento de Cortázar que repite un solo de Charlie Parker. Toda una parte de letras con un fondo de Parker. Me encantan las historias de Cortázar, pero no sus poemas. La poesía de Cortázar no me dice nada, es como aquel profesor de literatura que enseña cómo escribir.
Cada poema para mí es una cosa nueva. No tengo una línea definida. Algunos son súper contenidos, otros son exabruptos. Los «mamotretos», generalmente, son hacia afuera, con momentos groseros inclusive. Depende de la intensidad que tengan las cosas que me pasan. Un tango del 40 puede ser tan intenso como una sinfonía de Malher.

¿Se puede entender que estás planteando que el «cómo» se dice es más importante que lo «qué» se dice?
El cómo es fundamental, pero tiene que tener relación con lo que hay adentro, si es que adentro hay algo. De lo contrario, es un ejercicio brillante que solo se siente para afuera. Por ejemplo, el jazz de Wynton Marsalis, un trompetista brillante, pero que toca para afuera. Yo no lo puedo escuchar, no lo siento. Escuchá Dizzie Gillespie, si querés sentir. Y leé a Gregory Corso que no tiene nada de brillante, pobrecito, pero tiene un feeling de la puta madre.

¿Qué tiene que tener un poema para atraparte, para que sientas para adentro y te vueles como decías antes?
La poesía debe jugarse de alguna manera. Si veo que hay intención creativa en la cosa, me atrapa. Me interesa la intención creativa más que si el poeta es joven o viejo, gordo o flaco, puto, ladrón o fascista. Y el poeta es poeta cuando se juega en el poema.
En la poesía hay un 5 por ciento de talento y un 95 por ciento de sudor. Es trabajo, trabajo y sudor, sudor. Hay que patearse, romperse el culo y sentirse un fracasado y volver sobre cada palabra, sobre cada línea. Eso es lo que creo.
No estoy pretendiendo sentarme en un lugar de «la» verdad. Odio todo lo que involucre la palabra verdad. Prohibir me gusta un poco más porque es excitante. Todas las cosas excitantes valen la pena. Y la poesía, en alguna medida, también debe ser excitante. Excitarme a la Lewis Carrol o a la Leroi Jones; a la Sylvia Plath o a la Michaux, ¿me explico?

Anoche, durante la charla, te referiste a las correcciones como «el infierno de las correcciones», ¿por qué?
Es que corrijo todo el tiempo, incluso lo que está publicado. Cada vez que leo un poema mío, seguro va a terminar con alguna corrección. Es un infierno, el infierno de las correcciones.t_7historias_mariani

¿Entonces qué papel cumple el libro si corregís todo el tiempo?
No importa. Va. Después saco «nuevo y nuevos». La función del libro es simplemente la de armar un paquete para pasárselo a otro para que lo lea y que le pase algo. La función de mis libros es esa: que los leas. Sé que hay gente que me compra un libro para darme una mano y que nunca lo leerá. Yo, si puedo, cuando voy a la casa, se lo afano y se lo regalo a otro que lo va a leer. Es inmoral porque me pagó por eso, ya sé. Pero que se vaya a cagar. ¿De qué le sirve el libro a ese tipo?

Estamos trabajando en la creación de un archivo sonoro, ¿leerías tus poemas para que te podamos registrar?
No. No quiero leer porque no sé, no puedo. No acredito en la transmisión oral. Sé que existe, que sirve, pero yo no acredito a ella. A mí, cuando alguien me lee, no entiendo nada. Entonces interpreto que alguien tampoco entenderá lo que le están leyendo, y si yo leo es peor. Nunca leí en público. Una vez intenté, un día que estaba muy loco, pero no tengo la menor idea de cómo resultó. Debe haber sido muy malo.

¿Las letras de las canciones no te interesan entonces?
Las entiendo cuando las leo impresas, no cuando las escucho. De los cantores me encanta Frank Sinatra, los de blues, Roberto Goyeneche, Caetano Veloso. Me fascinan, pero nunca sé lo que están diciendo. Me interesan por la musicalidad. Goyeneche es fantástico. Tiene una interpretación onda Buster Keaton. Fue evolucionando en su estilo, trabajando de un modo que le permitió salir del tanguero típico hasta llegar a lo que llegó. No recita, dice. Pasó por algún recitado, pero después se quedó diciendo. Además, siempre estaba “resfriado”. Goyeneche superó a todos los cantantes de tango, incluso a Carlos Gardel. Si Gardel cada día canta mejor, Goyeneche cada hora canta mejor.

¿Qué te interesa del tango?
No soy un tipo muy tanguero. Aprendí tango gracias a Piazzolla. Lo tenía al tango como algo menor, ¡gran mentira!. Yo era jazzista y clásico, y gracias a Piazzolla llegué al tango. El tanguero tanguero era un tipo muy cerrado, que no admitía la existencia del jazz. Había otros, en cambio, como Troilo, Piazzolla, Pugliese, Salgán, que no confundían el jazz con la música de confitería.

¿Y el blues o el rock?
Hay una corriente blusera todavía que muestra esa música más cruda como John Lee Hooker, con un feeling terrible. También me agradan Frank Zappa y Leonard Cohen. De aquí, del país, estoy ahora con Willie Crook. A “Los redonditos de ricota” los estoy escuchando también, pero no puedo decir demasiado aunque hay mucha pasión en esa música. De antes, Luis Alberto Spinetta. Su mejor época fue la de “Pescado Rabioso”. Ahora se parece a Serrat, que es el Roberto Carlos de los progresistas.

Es miércoles 14 de febrero. Mediatarde. El auto está preparado para partir. El poeta Mariani insiste en que sus visitantes permanezcan un día más. Es imposible negarse, pero también permanecer. Pide que esperen. Vuelve con sus manos cargadas de libros, sus únicos bienes materiales. Los entrega. El auto blanco arranca y el poeta Mariani se vuelve hacia el jardín, al sol de la tarde, en este momento también empecinado en romper alguna cabeza. “Hay que vivir con intensidad y responsabilizarse sin esperar juicio ajeno. Lo que está bien hoy, estuvo mal ayer y pasado maña no se sabe. Todas son convenciones. Me arrepiento de poca cosa. Alguna cagada que me mandé por inconsciente. Si jodés a alguien sabiendo que lo vas a joder, fenómeno. Pero mandarse una cagada de boludo es jodido y de eso me arrepiento, de haber sido estúpido o cretino”, dijo esa mañana, bajo la parra, antes de regresar en silencio al fondo de la tarde, atrás del jardín, a las paredes revocadas con fotos de revistas.
El auto, parte. Habrá mortajas, cadáveres en la morgue; habrá loqueros de puertas clausuradas, cementerios lujuriosos que Mariani no pisará. Su cuerpo elevará esa voz ausente a las calles de ripio, a los salones iluminados por el swing de una voz que habla con “ninguna verdad”.

***

Selección de poemas

De Prolegómenos, mamotretos y reluctancias


En la Ciudad

En la Ciudad
la querida ciudad odiada y fría
sin predicadores visibles parados en cajones vacíos,
todos se levantan, salen, hacen y se acuestan,
en los “bablos” días
-los días de todos los días-
donde no hay colores colgados
ni se conocen diferentes, en La Ciudad
la querida La Ciudad odiada y fría donde poco a poco
hasta el vivir está prohibido;
y no se ejerce ya el derecho a andar perdido
por La Ciudad
cuyos habitantes carecen de cabeza
-la han prendado-
………………………….y sólo se les permite
treparse a horcajadas de sus sueños
en espera de las razonables cuotas de deseos para continuando,
poder transcurrir al otro día.
Temor, que no tiene mucha urgencia
-sabiéndolo que tiene carta blanca-
Temor apretando las caderas
-recién nombrado capataz de los humanos-
Temor nos posee lentamente aplastándonos con su enorme masa,
contra las piedras de esta horrible amada la gritona ciudad grasienta
y dura y chata
a los envenenados bien vestidos habitantes algo rancios,
que nunca finalizamos de estar
en las noches de estando
-tangadas noches tristemente policiales-
de ésta la Ciudad, la odiada maloliente
La querida Ciudad odiada y fría

 

Panqueque con crema

A Jorge “Eugenio” larroca

 este transcurrir inoperante
este trasladarse desde un muslo izquierdo hacia
una mano más o menos complaciente, hacia una paloma,
este estirar el dedo inútilmente, con pocas diferencias

entre hoy i hoy

este justificarse ante menores versificadores i jóvenes
con inquietudes, con preferencias, con padres empelotantes

………………………………………..i

este usurero diario limitarse i arrodiyarse para el logro
de una miga, de un rechazo, de una vagina limpia, de un puesto
que no interfiera en las últimas fronteras de la noche, que son sacras
noches mías

este acumular edades i experiencias para subrayar  vejar  dorar
doler  yorar  rajar  ennoblecer   i pervertir palabras i papeles
ideas repetidas
lunes
a continuación
montones de humo i
diotas, éste involucrará certezas?
sólo las mamitas son qwertipegxas?
acaso no acabaremos i sosegados yertos de alguna vez los unos
así como los fabulosos como los “troncos” como los legos

así los útiles como los lúpidos
como los ávidos
como los hipers

así en el suelo como en la cama;
así en el ómnibus como’nel coche;

así en la tele como en la ele
como en la charca embarro comonlanoche

como en aquello que te parió,

buen lengüeteador acostumbrado al nuestro pan de cada día,
cipayo vil, hermano de odios i de arrastrase, inculto olfateador de posibles fayas

aquí, en esta pequeña letr e i i na
oH, tú, quejoso i obnubilado igual, dímelo
tú, Oh, sorprendido defenestrador de iguales,

lelo tú que hasta aquí yegaste
que continúas esperando noséquédiablos.

 

nov. 64/ agosto 65

 

¿La poesía?

a ornette coleman

Una colección de signos
a veces indescifrables

signos
bombardeando sobre los pantanos de la reiteración.

‘73

Charlie Parker

 ESTAR

revelación única i total
pasión de prometeo desgarrado
amigo del hombre, i cómplice

IN POIESIS

en asunción/expresión del fuego lúdico
& las cenizas

O NO ESTAR

ésta es la cuestión

 

El caminante

-a elsa arce-

cualquiera el ritmo de sus pasos
i las derrotas que le inglija el tiempo
nada más el polvo milenar de la memoria
i el sonido de sus sueños -su esencial-
le acompañarán en su errar de exilios
por un único camino… “el que le acepte”
sin justificación, sin ecos, sin certezas
con nada, libre
…………………….-i porque libre, solo


zapala, ‘97

 

Poetas sin padrino

“never more”, said the raven
“never more”.
-e a poe-

hallarán qué amargo nuestro gusto amargo es i dichoso
que nuestro sabor, a equívocos; i el olor: a bienimal sin filtro

que nuestros días/noches, transit, no merecen
la atención de los biógrafos, ni de nadie

i que nuestras pieles carnes tripas
secas magras flojas
i vísceras enrarecidas por la mucosidad ambiente
configuran un todo sombrío, anormal, ominoso
i decadente, tal vez
o rigurosamente ingobernable-incoercible?

si persisten, hallarán también que nos carcomen
nos acosan, nos acaban porqués, cómos i quizascuándos
científica, civil i castrense(mente?) condenables

ay, prometeos
orfeos, charlie parkers
sin Futuro-galardones-mausoleo-lauros-crédito-sitial
en LA academia-almuerzos-guitA-gloriA-CD Room-patio i dep de serv

sucia! es la imagen de vuestra imagen otro tanto
i sucias! las heridas-pústulas que nO
no cicatrizarán nuncA


’68/’98

 

Sugerencias para “acabar” mejor

-a ana gentile-

arrójate en disolución
al fuego eterno
de un momento de piel
i ganas amariyas
la carroña de tus excusas
dáselas a los coyotes
plañideros que se reúnen en la sala de estar
echa a chorrear las campanas
de tu hábil animalidad
i deja abierta las compuertas
de tu verdadera reputación
ahora permite a la tropiya de mis excesos
“morir en ti, mecida por la muda música de tu cuerpo”

’71

Blues para César Vallejo (I)

te mando este abrazo estrecho
te saludo, césar
desde aquí, tirado en este camastro
en un cuartucho, en una pensión
(camastro, siempre camastros)
la manta concienzudamente gris
la sábana quisquillosa
la almohada harta de esperarme

te saludo con el vaso lleno de tristezas
tristezas de la pared
tristezas de la mesa coja
de los botones que me aflojan
del pantalón siempre cansado
del día en la ventana displicente

te saludo así, sin ruido alguno
brindo a tu presencia muda entre las sombras
i pienso que hoy es tal vez un jueves
como aquel –tu jueves– del cual tenías “ya el recuerdo”

zapala ’98 / Madrid ‘99

 

Blues para César Vallejo (II)

-a “kolo” franco-

tras cuarenta años de ausencia
vuelvo a ti, césar vallejo
digamos que te hago una visita
de amigo; i también para saldar algunas… deudas

me borré, es cierto, anduve te esquivando
(fantasticaba por colombia, por rio de janeiro)
trataba de olvidarte…!
(estúpido de mí, huir de la tormenta
de tu mirada)
pero estoy aquí, de nuevo
i, aunque rajado por el medio a todo o nada
dispuesto a recorrerte las arrugas-laberinto

con una copa de vino medio agrio
un poco de hachís (del bueno)
un viejo blues por lonnie Johnson
i tu recuerdo áspero entre los dientes amarillos

afuera, es claro, el aguacero que nos rompe


madrid/ zapala ‘99

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Entrevista a Federico Barea

Fragmentos de una conversación con el compilador de la obra de Mariani y de textos de la poesía beat argentina

Por Osvaldo Aguirre

Un día fui a la casa de Federico Barea, en Villa del Parque, y estuvimos un largo rato hablando de sus investigaciones para la edición de Prolegómenos, mamotretos y reluctancias y de Argentina Beat, un trabajo enorme y valioso para rescatar un capítulo desconocido de la literatura argentina contemporánea. En medio de la conversación, Barea se levantaba una y otra vez para buscar libros, revistas, papeles, fotografías. Una colección de documentos reunidos al cabo de varios años, en base al trabajo, la paciencia y también algún golpe de suerte. Barea tiene inéditas, además, una compilación de ensayos de Julio Huasi y otra de H. A. Murena.

 

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Prolegómenos, mamotretos y reluctancias (ed. de Federico Barea), de mariani, Bs. As., Instituto Luchelli Bonadeo, 2016.

♦ Yo estaba leyendo a Néstor Sánchez. Entre otros libros tenía Nuevos narradores argentinos, una antología compilada por Sánchez y publicada en 1971. En esa antología están entre otros Miguel Briante, Antonio Dal Masetto, Raúl Dorra, Leandro Katz, Germán García, Héctor Libertella, Juan Carlos Martelli. Y Mariani. Pero la piedra de toque fue cuando conseguí el primer ejemplar de Opium, la revista que Mariani hizo con Ruy Rodríguez, Sergio Mulet, ahí lo empecé a leer.
En ese momento, el año 2012, yo estaba en EE.UU. En Chicago, entraba a la universidad con el carnet de mi novia, que estaba haciendo el doctorado. Entonces mandé a pedir a las bibliotecas San Diego, Oregon, Arizona, New York y otras la colección de Primera Plana. Así empecé a ver a los escritores que aparecían en la página de literatura de Primera Plana y después publicaban en Sudamericana, como Mariani con 7 historias bochornosas. Estuve seis meses ese año, volví en 2014 y pasé otros ocho meses. Hice toda la investigación para mí y cuando volví a Buenos Aires se lo comenté a un amigo, Daniel Durand, y él me dijo que lo propusiera en Caja negra, donde finalmente se publicó Argentina beat.
Ruy Rodríguez dice que Mariani publicó en algunas revistas de Brasil. Eso no lo pude conseguir. También se perdieron las obras de teatro. En cambio pude rastrear las colecciones de Opium, Piumo (la revista que hizo Juan Carlos Kreimer), Entrega, Por Alquimia -una revista de La Plata, que sacó dos números y sólo encontré en EE.UU.-, Eco Contemporáneo Jazz up, Artiempo y otras.
El libro de Mariani el único lugar del mundo donde está es la biblioteca de Washington DC.

♦ Datos para una biografía: vivía en Benito Juárez al 4000, en Villa Devoto; era sobrino de Roberto Mariani, el autor de Cuentos de la oficina, miembro del grupo Boedo; paraba en el bar El Moderno y en El Melancólico, un petit hotel de Belgrano; recibió una herencia y le prestó una parte a José Falbo para su editorial y la otra se la robaron cuando volvía en tren a El melancólico; a principios de los 60 interpreta a un maratonista en el corto Mishia, de Rodolfo Privitera y en 1969 actuó en la película Tiro de gracia (director, Rihardo Becher, aquí se puede ver la película completa), con Juan Carlos Gené, Carlos Espartaco, Federico Peralta Ramos, Poni Micharvegas, Perla Caron y Susana Giménez, sobre el libro de Sergio Mulet.
El Melancólico era un lugar barato, una especie de pensión donde se podía llevar gente y fumar y donde se reunía el grupo Opium. Máximo Simpson tiene un libro que recuerda ese lugar, Poemas del hotel melancólico.

♦ En 1964 le escribe a Ruy Rodríguez: “Mis poemas, o cuasi poemas, son así, posiblemente feos… Sólo existe lo que uno HACE”. Hace con mayúscula. En 1970 o 1971, cansado de la policía, se va a Brasil; en 1973 posiblemente en una escapada publica 7 poemas grassificantes (Ediciones de la Flor Alta) y en San Pablo 7 poemas, traducidos al portugués.
En Brasil no se sabe bien si estuvo preso o si estuvo en un psiquiátrico. Estaba todo el tiempo con la botella, con el cashasa. Tuvo un momento bien y después se fue a la mierda. En España, donde viajó a fines de los 90, las cosas anduvieron mal, terminó en la calle. En principio lo quisieron rescatar, hizo la revista Damajuana, de la cual salió aparentemente un solo número, y lo echaron porque fumaba todo el tiempo donde estaba prohibido fumar. Por suerte pudo volver, con su hermano Atilio, y se quedó en Zapala bien acompañado por amigos y escritores hasta su muerte, en 2004.r_damajuana_mariani
♦ Para Sánchez, para Mariani, la literatura no tiene nada que ver con la política. El sentido político de estos textos es ver que estos escritores no existieron para la historia y la crítica literaria. Terminaron mal, alcohólicos, drogadictos, suicidados, asesinados. No hicieron una carrera de escritores, no fueron a la universidad. Ahora está más en boga rescatar ese tipo de figuras, pero hasta no hace mucho se las condenaba.
Estos escritores no están tan cerca del pasado, más bien son el futuro. Estamos yendo otra vez hacia una búsqueda de la primera persona, a chabones que se sienten oprimidos y buscar mayor libertad. Ellos inauguran algo a full, mucho de lo que se reivindica como propio de la generación del 90 ya estaba hecho por Mariani, Ruy Rodríguez y los otros. Están antes de la moda del compromiso político de los escritores, en el delirio, en la locura.

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Argentina beat

A continuación, reproducimos los párrafos  iniciales del prólogo de Argentina beat 1963-1969, compilado por Federido Barea, y una carta de Ruy Rodríguez en homenaje a su amigo Mariani. El libro reúne la obra de los autores de los grupos Opium (entre los que se encontraba Mariani) y Sunda.

No tengo idea de qué se trata, pero no podría estar más en desacuerdo

Por Rafael Cippolini

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Argentina beat 1963-1969. Derivas literarias de los grupos Opium y Sunda, Bs. As., Caja Negra, 2016.

«¿Para qué carajo alguien iba a importar beatniks a Buenos Aires si ya estábamos nosotros?», me aclaró Reynaldo Mariani –o mejor, como él  quería: Mariani, solo Mariani– la única tarde que pasé con él, en el bar Bárbaro del pasaje Tres Sargentos, en el que fue su último paso por la ciudad, antes de instalarse definitivamente en Zapala, Neuquén. «Además, para beatniks, con Ginsberg, Keroac y compañía alcanzaba y sobraba. Nosotros éramos otra cosa. Pero nos decían beatniks porque eso armaba más quilombo en los medios. Y a nosotros nos venía perfecto: gracias a esas notas muchas veces chupamos gratis».
También lo tenían claro muchas revistas de aquellos años 60. En una nota de entonces, Héctor Zimmerman se refería así a «estos cosmonautas y linyeras del espacio interior»: «¿Beatniks en Argentina? Eso está bien para los países en que todo funciona perfectamente. Pero acá lo único que cabe es patalear contra el caos. Nuestro beatnikismo es un ikebana del escándalo».1
Y fue un pataleo muy singular porque, contemporáneamente a la errática edición de sus primeros libros, tuvieron también su película. Tiro de gracia –tal fue su título–, dirigida por Ricardo Becher, se estrenó en octubre de 1969, momento clave en el cual la publicación Opium –el house organ de su grupo, de igua nombre– dejaba de existir, acelerando la diáspora. El film, que casi instantáneamente se transformó en una pieza de culto, era la adaptación de la novela homónima de Sergio Mulet, publicada ese año por Ediciones del Mediodía.
[…] Tres décadas después, Mariani, con quien venía carteándome hace un tiempo, lucía igual que en el celuloide,* 2 salvo las canas y el pelo y el pelo más largo. La misma barba, la misma actitud, la misma cadencia. Había comenzado a escribir, como Fogwill pero muchos años antes, para no ser escrito. También, como el autor de Pájaros de la cabeza, tenía perfecta conciencia de su personaje, del impacto de su figura y presencia, pero a diferencia de aquel, las guerras de la literatura –las batallas por el nicho canónico– le resultaban indiferentes. En Mariani, más que plan –imposible adivinar alguno–, todo era circunstancia.

Notas.
1. Ya me he referido al grupo Opium en «Un ikebana del escándalo». Suplemento Radar Libros de Página/12, 18 de enero de 2004; en el libro Contagiosa paranoia, Buenos Aires, Interzona, 2007; y también en Amazonia & Co., Río de Janeiro, Editora Circuito, 2015.
* N. del E.: Se refiere a la participación de Mariani en Tiro de gracia.
2. En 2014, Diego Arandojo realizó un documental titulado Opium, la Argentina beatnik (Lafarium contenidos), que recoge testimonios y reconstruye la escena, entremezclando investigación y ficción. El efecto se me antoja similar: también en Ruy Rodríguez y otros protagonistas, la presencia sigue intacta.

 

Carta a alguna parte

De Ruy Rodríguez al enterarse de la muerte de Mariani (originalmente publicada en Lezama, octubre de 2004)

Mi viejo Mariani. Cuando nos abrazamos por última vez –pronto va a hacer un año–, ya sabíamos en nuestro diálogo interno que el viento que luego se impondría sin piedad a las pasturas y las piedras que rodean Zapala, nos estaba empujando a la última despedida. Ese lugar era el lugar que habías elegido para descansar de las encrucijadas de tus muchos caminos, yo regresaba a Buenos Aires. No volveríamos a vernos, era el final de una hermandad alimentada por la poesía como una forma de ser y ver las cosas. Esos sueños rabiosos y palabras que compartimos de una forma u otra y con algunos espacios en blanco a lo largo de más de cuarenta años. Por eso hoy voy a dar media vuelta para desandar mis pasos hasta una lejana noche en que nos conocimos. Espero que la memoria que ya me falla bastante no me traiciones.
Era una fiesta en una extraña casa en las barrancas de San Isidro. Tenía escaleras que se enrollaban a sí mismas y que servían para subir a un improbable cielo o bajar a un más probable infierno. Nos encontramos sirviéndonos vino. Te presentaste y sacaste de un bolsillo una larguísima lista de libros que me dijiste que vendías: era una de las innumerables bibliotecas que ibas formando y que luego tenías que vender cuando los azares económicos te lo pedían. Te encargué un par de libros de Arthur Koestler. Luego sentándonos al borde de la barranca empezamos a hablar largo y alcohólico sobre las posibilidades de ascenso y descenso de esas escaleras y hacia los lugares hacia donde podrían llevarnos. Finalmente terminamos eligiendo (elogiando) una de esas escaleras que discurría graciosa ata la luz de la luna y estaba encorsetada entre césped y flores que aquella noche nos parecían bocas abiertas dispuestas a cantar. Más tarde, en esa hora de la que nuestro amado Pound dice «y el alba deriva en la fresca luz verde», estaba sellada la que sería nuestra larga amistad. Luego vinieron los viajes, las revistas, los otros peregrinos que se nos unieron en nuestros recorridos alucinados por las geografías del sentir, del gozar, del sufrir, de las llamas que nos quemaron y de los infinitos naufragios que nos encharcaron los ojos. Te voy a extrañar. Queden los libros, los últimos poemas y la firmeza del abrazo que sabíamos era de despedida.

Tu hermano que supo recordar

P.D.: John Nobody (el de tu poema) sigue vendiendo buzones.

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Entrevista a Andrés Cursaro

“Con Mariani aprendí que el compromiso con la poesía no se negocia”

Charla con el poeta, editor y periodista nacido en Neuquén y radicado en Rada Tilly, Chubut, quien conoció a Marini en Zapala y que pronto editará una antología que preparó junto a él en sus últimos días.

 Por Osvaldo Aguirre

 

¿Cómo conociste a Mariani? ¿Cuál fue tu primera impresión y cómo siguió la relación?
Viajé a Zapala exclusivamente para conocerlo. Fue en febrero del 2001, junto a las poetas Carolyn Riquelme (de Bariloche) y Bárbara Vistnevetsky (de Cipolletti), quien sabía que Mariani estaba allí e hizo los contactos para ir. Yo tenía una referencia muy vaga de él, pero nada más. Vivía en el quincho de la casa de su entrañable amiga Adriana Marcus, ubicado al fondo de la casa principal. Allí nos alojó Adriana durante tres días: la desconfianza inicial de Mariani mutó luego en charlas interminables, comidas con extensas sobremesas y largas tardes de bebida a la sombra de la parra del patio que terminaban de madrugada en el quincho sólo interrumpidos por el reclamo que los gatos hacían para comer.
Lo primero que me impactó tiene que ver con la actitud de Mariani hacia los gatos, el patio, la parra y las otras plantas del jardín. Me llamó la atención la relación que un tipo salvajemente urbano había construido con su entorno casi campestre. Al mismo tiempo que maldecía el sistema –todo sistema, llámese capitalista o comunista-, las imposiciones cotidianas a las que son sometidos los seres humanos por no quedar fuera de ese sistema, se detenía a observar con suma atención cómo estaban o qué hacían sus gatos, si las plantas de vid desprendían nuevos racimos o cuántas uvas habían madurado ese día o si el patio mantenía su verde y el pasto no había sido calcinado por el calor insoportable de ese verano. El desapego que mostraba con las cosas materiales de la vida cotidiana, el país y la ciudad, contrastaba con la actitud serena que tenía hacia ese pequeño mundo que lo cobijaba y el cariño entrañable que aparecía cuando mencionaba a Adriana.
A esa primera visita le siguieron muchas otras. Nos vimos varias veces por año desde el 2001 al 2003: en las ferias del libro de Zapala (en una de ellas aparecieron José Luis Mangieri y Víctor Redondo; lamento hasta hoy no haber tenido una filmadora para haber registrado ese encuentro con Mariani y la conversación que surgió ante la sorpresa del encuentro), en las muestras que organizaba en esa ciudad con su grupo llamado “Bajo la puerta del bajo” e, incluso, en alguna otra ciudad, como Neuquén. Y nos manteníamos comunicados por carta o correos electrónicos. Nos escribíamos mucho –a veces eran sólo pequeñas esquelas, otras eran varias páginas con “noticias de los días”, textos, recortes de viejas revistas, poemas, etc.-. El tenía un amigo que trabajaba en un banco y filtraba sus cartas entre el correo oficial, con sobre y membrete de ese banco, así el poeta no pagaba el envío. Algo parecido ocurría con el correo electrónico: otro amigo se encargaba de revisar su cuenta e imprimir todo lo que le llegaba.
Así transcurrió hasta que se mudó del quincho de la casa de Adriana a una pensión, varios meses antes de su fallecimiento en 2004. Ese año, por problemas personales, no pude viajar a verlo. En agosto me invitaron a Neuquén a un encuentro de poesía. Mi plan era llegar después de las actividades. Recuerdo que el día antes de viajar a Zapala entré en un cyber para escribirle un mail a Adriana y decirle que llegaría al día siguiente. Al abrir el correo descubrí uno de ella en el que me decía que el poeta había muerto.

¿En qué te influyó, qué cosas recordarías como su legado? ¿Qué actitud tenía con los escritores más jóvenes?r_deculoalbarro_mariani
En ese momento me marcó su descarnada descripción del mundo, los cruces y relaciones que hacía entre cultura y política. Y con el tiempo, a medida que fuimos profundizando el diálogo, su visión de la poesía, el fin de la poesía y su manera de escribir poesía, además de su pasión por la música y algunos poetas, narradores, artistas plásticos y directores de cine. Pero, y sobre todo, su capacidad para crear y gestionar. Con Marini aprendí que la creación, el compromiso con la poesía, no se negocia pese a las condiciones en las que se escribe, se crea. Lo supe al conocer su vida, lo observé al compartir acciones con él: la ausencia de días confortables desde lo material son la consecuencia de ser “consecuente” –como decía– con el compromiso poético que se asume. “El plato está vacío, hay una revista por imprimir”.
Además, lo que podríamos llamar humildad. Esa necesidad de gestionar no para ser él el centro de la actividad, sino quienes lo acompañaban o el grupo en general. Creo que esa actitud fue lo que me impulsó a estar más enfocado en la difusión y en el apoyo de la producción de los autores que me interesan que a dedicarme enteramente a mi propia producción.
Siempre tuvo una actitud de apoyo, incentivación y acompañamiento hacia los escritores jóvenes, no sólo desde lo declamativo. Era afable en el trato, pero muy duro con sus críticas cuando eran necesarias. En general, y con los más jóvenes en particular, no buscaba agradar, buscaba guiar por el camino que él, con toda su carga ideológica, creía había que tomar. Intentaba –por lo menos eso hacía conmigo–, incentivarlos a buscar, a informarse, a sumar argumentos para dar una discusión con contenidos. A pensar.

¿Qué anécdotas o hechos te parecen representativos de Mariani, o definitorias de su personalidad?
“La mejor época de Spinetta fue la de Pescado Rabioso; ahora se parece Serrat, que es el Roberto Carlos de los progresistas”, eso me dijo un día en una larga charla que cité luego en una entrevista. Provocación. Esa era su actitud permanente, desafiar al interlocutor para iniciar un intercambio vehemente de opiniones. Una discusión en la que no pretendía imponer su opinión, sino “medir” hasta dónde iba a llegar el otro, hasta dónde era capaz de desafiarlo con otra provocación. Que se entienda bien: no un guapo parándose de manos para defender su posición a cualquier costo, sino la utilización de la palabra, de los argumentos, como una esquirla que uno puede contrarrestar.

¿Le importaba el destino de sus textos? ¿Cómo fueron sus publicaciones en Zapala? ¿Pudiste ver la revista De culo al barro, por ejemplo, sabés cuántos números salieron?
Sí que le importaba el destino de sus textos. Muchísimo. Recuerdo una entrevista que le hice en la que me dijo muy claro que “la principal función de mis libros es que los leas. Sé que hay gente que me compra un libro para darme una mano y que nunca lo leerá. Yo, si puedo, cuando voy a la casa, se lo afano y se lo regalo a otro que lo va a leer. Es inmoral porque me pagó por eso, ya sé. Pero que se vaya a cagar. ¿De qué le sirve el libro a ese tipo?”.
Leí De Culo al Barro. No quiero ser taxativo, creo que editó cuatro o cinco números. Seguía el postulado de Damajuana, la revista que publicaba en Madrid mientras vivía en las calles, adentro de un auto abandonado. Publicaba allí textos de los autores “consagrados” que le interesaban (Raymond Carver, Arthur Rimbaud, Césare Pavese, Roberto Bolaño, Marosa Di Giorgio, César Vallejo, Leroi Jones) junto a la producción de poetas o narradores jóvenes, tanto de Zapala como de otros lugares de la Patagonia.

¿Cómo surgió y en qué consistía la edición que hiciste de “Diez centavos de ira y otros etcéteras”, y por qué no se publicó?
La antología surgió de las charlas –personales y escritas– que manteníamos. Mariani venía con la idea de publicar algo así y me propuso encargarme de hacerla. Fue más de un año de intercambio epistolar y charlas personales hasta que quedó el “boceto final”, si es que esto existe. Se la envié por correo postal y, obviamente, hizo varias correcciones. Quedamos en que le llevaría la “versión final” apenas la terminara. Ese era el objetivo de mi viaje a Zapala después del encuentro de Neuquén que mencioné antes. No llegué a tiempo.
La verdad es que su muerte me afectó profundamente y durante mucho tiempo tuve la íntima convicción de que no debía publicarse porque Mariani no le había dado su aprobación. Uno de sus amigos de Zapala, “Kolo” Franco, me escribió pocos días después de la muerte del poeta. Entre otras cosas, su mail decía: “en sus últimos días Mariani estaba ansioso por la antología; después se tranquilizó, su mayor preocupación era por vos, porque estuvieras bien”. Durante mucho tiempo consideré que no “debía” publicarla. El tipo estaba muriendo y estaba preocupado por mí, no por su antología; y yo, de alguna manera, sentía que, con mis inseguridades e ineptitudes, le había fallado. Luego, amigos en común, afectuosamente, corrieron ese velo egoísta de mi parte y me hicieron comprender que sus textos deben circular, que ese era su gran anhelo. Este año ediciones Hudson publicará, finalmente, Diez centavos de ira.

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Entrevista a Tomás Watkins

“Si no hay swing no sirve”

Watkins, poeta nacido y radicado en Neuquén, es otro de los que conocieron y sellaron una amistad con Mariani durante su último tiempo.

Por Osvaldo Aguirre

 

¿En qué te influyó Mariani? ¿Qué actitud tenía con la gente más joven?
mariani me voló la cabeza. Cómo ser cuidadoso y volado al mismo tiempo, por ejemplo. Una comprensión de la sustancia de trabajo (el lenguaje) como pocas veces pude palpar de primera mano, por decirlo de alf_mariani_poemasguna manera. El sentido del ritmo, sobre todo. Él decía (parafraseo de memoria) que en la poesía puede faltar de todo, pero “tiene que haber swing. Si no hay swing, entonces no sirve”.
Sé que ha sido muy generoso no sólo con los más jóvenes. Además, su presencia en la región generó mucha movilización, no sólo en Zapala, San Martín de los Andes o Neuquén.

¿Qué anécdotas o hechos te parecen representativos de Mariani, o definitorias de su personalidad?
Creo que fue un artista de los que no pueden quedarse quietos, infructuosos. Disfrutaba mucho de la libertad que se prodigaba a partir o en torno a su arte. Y era sumamente consciente de la pérdida de esa libertad. Prueba de ello son los viajes buscando nuevos horizontes cuando las papas quemaban, como la partida a Brasil cuando el onganiato.

¿Realmente se consideraba beat? ¿Le importaba el destino de sus textos?
No sé si él se consideraba “beat”. ¡Espero que no! Entiendo que no correspondería emplear un término acuñado en otras latitudes y por otros contextos para “etiquetarlo”. Es más: es casi imposible etiquetarlo. Pero desconozco si en el fuero íntimo él coqueteaba con esa idea, si se dejaba seducir por la posibilidad de emparejamiento con los norteamericanos.
Sobre su personalidad habla el destino de sus textos: jamás se preocupó por cuidar “La Obra”, como se sabe, y muchas de sus creaciones aun permanecen extraviadas. Tampoco se afanó en construir una biografía sesuda, “de escritor”, con fotito agarrándose el mentón. Nada de eso. Esto lo digo a la luz de tantos mediocres escritorcillos que cuidan sus “carreras literarias” (esta frase siempre me da gracia) más que la propia escritura. (Últimamente he visto casos de personajes que en los programas de las ferias de libros o encuentros literarios incluyen fotos de cuando tenían 30 años o no estaban tan gordos, jaja). Mariani, en tal sentido, era un verdadero creador. De los valiosos, de los necesarios, de los que hacen que la propia producción justifique su existencia. Macky Corbalán decía algo así: el poema debe hallar su razón de ser en el mundo; si no, será solamente ruido.

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Datos y links

Reynaldo Mariani (Buenos Aires, 1936 – Zapala, Neuquén, 2004), solía firmar como mariani. Después de pasar parte de su infancia en la Patagonia, se radica en Buenos Aires. Formó parte del grupo Opium (junto con Ruy Rodríguez, Isidoro Laufer, Sergio Mulet y Marcelo Fox), que sacó la publicación del mismo nombre entre 1963 y 1969. Editor, actor, publicista, después de publicar un libro de relatos en 1973, emigra a Brasil, donde vive en varias ciudades, entre ellas San Pablo, Río de Janeriro y Buzios. En Brasil publicó la revista Maconha Press. En 1996 recala por primera vez en Zapala, luego de haber tenido un período de internación médica en Brasil. En 1998 partió a Madrid, donde armó la publicación Damajuana, pero debió regresar debido a sus recaídas alcohólicas. En los años dos mil se radica en Zapala, donde hasta sus últimos días escribe y publica algunos de sus textos en ediciones de corta tirada.

Libros publicados

  • 7 historias bochornosas, Buenos Aires, Sudamericana, 1968
  • 7 poemas gassificantes, Buenos Aires, Ediciones de la Flor Alta, 1973
  • 7 Poe Mas, San Pablo, 1973
  • 7 historias bochornosas, Zapala, Ediciones Truchas, 2003
  • A secas? Antología poética, San Martín de los Andes, Ediciones de la Grieta, 2006
  • Prolegómenos, mamotretos y reluctancias, San Martín de Los Andes, Ediciones de la Grieta, 2014
  • Prolegómenos, mamotretos y reluctancias, Buenos Aires, Editorial del Instituto Lucchelli Bonadeo, 2016

Links

Tiro de gracia, dirigida por Ricardo Becher, 1969