Jorge Leónidas Escudero (1920-2016)

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La obra del poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero alcanzó gran reconocimiento hacia la década de los noventa a través de la publicación de sus textos en Buenos Aires y de su presentación en ciclos de lecturas. Escudero en vivo era un acontecimiento musical, puro tono y personalidad, quien lo escuchaba sin haberlo leído inmediatamente lo situaba en el espacio abierto del estilo que aun en los episodios menores de ese juego que es el lenguaje exhibía el decir, el humor, el aliento, los toques que definían su genio. A continuación dos poetas, Carlos Battilana y Rodolfo Edwards, recuerdan su obra. Ambos trabajos incluyen una selección de poemas.

 

 

La materia presentida

f_lescudero_2Por Carlos Battilana

Muere un poeta. Murió Jorge Leónidas Escudero en este enero de 2016. ¿A quién interesa este hecho, esta constatación? Silenciosamente, de un modo tenue pero definitivo, la lengua se ve afectada por la intervención de los poetas. Con los poetas, la lengua recobra su vitalidad. Como un bien compartido y social, entonces, aunque desconozcamos su presencia, la muerte de un poeta afecta a los hablantes de una lengua. Escudero fue un poeta casi secreto, cuya obra fue reconocida paulatinamente. Nació en San Juan en 1920. Durante mucho tiempo se dedicó a la minería en su provincia. Recién a los cincuenta años comenzó a publicar sus poemas. Su obra se compone de numerosos libros, de una extraña y enorme calidad: Piedra sensible (1984), Los grandes jugadores (1987), Cantos del acechante (1995), Viaje a ir (1996), Caballazo a la sombra (1998), A otro hablar (2001), entre otros. Resulta interesante reconocer cómo las actividades centrales que desarrolló Escudero a lo largo de su vida se entrelazan. Minería y poesía resultan trabajos de búsqueda de una materia presentida, a la que no se deja de roer y anhelar. Es en este sentido que “estos poemas escarban”. Sin embargo, en el trabajo de la minería se escarba para hallar metales preciosos; el trabajo de la escritura, en la perspectiva de Escudero, parece encontrar en la propia búsqueda el acontecimiento mismo de la poesía: “escarbar como buscando nada”. Su poesía es un acto de búsqueda, pero inverso. Se ve venir aquellas palabras que el poeta presintió que estaban “en el fondo de nosotros” y, en este aspecto, la búsqueda no va en dirección de la materia, sino que es ésta misma la que se precipita sobre aquel que escarba.
Lo que llama la atención en Escudero es que incorpora a la poesía una serie de procedimientos que, en conjunto, parecen rechazarse: expresiones coloquiales que conviven con formas inauditas; palabras añejas; neologismos; frases incompletas; apócopes; construcciones defectuosas; supresión de preposiciones y de signos de puntuación. Este conjunto de recursos produce un efecto de extrañamiento y, al mismo tiempo, una particular coherencia que torna al poema una materia rotunda que “acontece” en su propia lógica; a su vez comunica una experiencia muy concreta, con palabras y procedimientos que se corren de la convención: “Recién despedidos horas serios/ cariacontecidos en umbral de la fábrica/ sentados,/ heridos de estar desocupados es triste/ verlos.”
La poesía de Escudero asume que en los “defectos” y en los desvíos discursivos se halla su fuerza. El poeta se pregunta “¿Dije bien?” Una alta conciencia de los procedimientos se verifica en sus poemas. No se trata de un molesto regodeo autorreferencial, sino en la sorpresa del poeta ante la mutabilidad de la lengua. Aquello de lo que se habla parece apartarse de la normativa. Al resultar insuficientes las palabras, se ensaya entonces un camino alternativo. La poesía de Escudero se hace a través del habla coloquial y de los desechos lingüísticos, y acompaña la mudanza de las cosas. La poesía no se postula, en su caso, como instrumento de petrificación y congelamiento, sino como una materia pedregosa que acompaña todo aquello que huye. Murió un poeta. Se llamaba Jorge Leónidas Escudero. Entonces nos afecta a todos.

 

Ventura (De Caza nocturna, 2007)

Fue lejos lejos. Me daba por las piedritas
desas bonitas que juntaba para
todavía tener algunas.

Niño cuidate decía mi mamá, no
traigás más porque algún día
buscándolas en el campo te vas a perder.

Así fue una vez. Buscando,
a los cerros de Zonda subí sin darme cuenta
y como bajar es difícil
se me hizo noche sin luna.

Me quedé ncerrao
y unos zorros ladraban susto grande pero
con la luz del día pude bajar.
Al volver a la casa me esperaba
un gran revuelo de gente en el camino,
todo el barrio había salido a si me hallaba.

Esa fue la primera gran ventura
por amor a las piedras cosa rara
porque todavía no se me cura.
Ahora camino en plena ciudá
mirando el suelo a ver si.

 

 Caza nocturna II (De Caza nocturna, 2007)

Aquí voy a investigar
lo que difícil sepan de qué hablo.
No obstante escribo sobre ir
hacia lejanamente,
escalar cumbres en acecho de si
encuentro lo que espero o
una vez más regrese muerto de frío.

Es que ando a los tumbos
tratando de armonizar
lo visible con lo invisible, digo
fabricar con la mente un despertador
de conciencia que avise
cuándo una imagen real sea chispa de futuro.

Les digo, ese fenómeno
es un esquivo animal que sólo se caza
cuando la flecha se dispara sola.

 

* * *

Prestar oreja a la patria chica: el ángel de San Juan

Por Rodolfo Edwardsf_lescudero_1

La poesía de Jorge Leónidas Escudero es una casa llena de puertas y ventanas. Cada poema representa un acceso a un ambiente donde suceden cosas. Escudero atrapa a sus criaturas (y a veces a sí mismo) in fraganti, en situaciones con distinto grado de conflicto pero que siempre remiten a moralejas filosóficas, a enseñanzas de un monje zen cuyano. Apelando como método a una contemplación afectiva de la naturaleza y el humano acontecer, el poeta sanjuanino hace pequeños inventarios, releva minerales y desengañados sentimentales, prueba los alcances de la amistad, encuentra símbolos en los juegos de azar. La manera de decir de Escudero es intransferible: abrió una válvula y las palabras le salieron “en chorrera”, tropezando con la gramática, desafiando la preceptiva, respetando el cauce natural por donde la voz derrama sus endechas.
Siempre me deslumbró la teoría de los ángeles de la guarda que Wim Wenders desarrolla en su film Las alas del deseo: estoy convencido que hay presencias invisibles que nos acompañan y asisten a lo largo de la vida.; tal vez ese vientito que a veces se arremolina cerca de nuestros cuellos, delate la existencia de estas entidades que son tutoras y testigos de todas las existencias. Escudero tranquilamente podría haber sido uno de esos ángeles berlineses de Wenders. Fusionada con las piedras, su poesía adquirió el don de la omnipresencia; como un referí de boxeo, impartió justicia en contiendas cotidianas, perdonando al pecador, consolando al perdedor, encontrando oro donde parecía que sólo había barro.
Tuvo que subirse a una máquina muy veloz: el tiempo que avanza sin detenerse nunca. Y fue un buen piloto: condujo sin perder la calma por caminos de cornisa, donde otros se desbarrancaron, él giró con elegancia y maestría hasta llegar al valle donde la poesía cultiva sus mejores flores. Prestar oreja a la patria chica fue su único secreto profesional y con pulso firme redactó las actas de la tribu, haciendo de la humildad un culto civil. Su proyecto poético sólo fue posible a partir de su nobleza de espíritu. Jorge Leonidas Escudero abandonó el plano terrenal hace poco tiempo pero la mejor manera de homenajear a un poeta genuino es hablar de él en presente. Como sus queridas piedras natales, su poesía también es perpetua.

 

Loquito de amor (De Le dije y me dijo, 1978)

Establecía unos poemas largos,
grises y desmedidos,
una fantasmagórica manera
que le venía dada la escritura.

Enseguida le dijo que la amaba,
y ella entre ambos mucha tierra puso
hasta desvanecerse en humo.

Está dicho todo;
pero falta el motivo de una guitarra
que manejaba el hombre con cierta soltura
no exenta de un tic en el hombro
como diciendo ¿la vida?

He perdido bastante la memoria,
mas la viola cabía entre sus manos
como una olla de música.
Sorbía cucharaditas de estrellas
Y regurgitaba azul.

Cayó en los rápidos mentales.
Imposibilitado de todo,
en un bote de cuero de sí mismo
derivó río abajo con los remos levantados.

Cantaba lejanísimo:
Yo soy el viudito de todas las mujeres,
me quiero casar y no hallo con quien.

Y las muchachas,
que lo veían pasar desde la orilla,
le contestaban por chiste:
Si siendo tan guapo no encuentras con quién,
Elige a tu gusto que aquí tienes cien.

 

Apostilla.
Escudero deconstruye el tópico de la poesía amorosa como un modern jazzman: hace variaciones sorpresivas, le encuentra una nueva vuelta a un asunto remanido; la relación del poeta con sus musas adquiere la forma de un petit vaudeville con una levedad y un gracejo que tornan amable esa tortuosa tensión que desata el deseo.

***

Los “muchachos” (De Viaje a ir, 1995)

A la mesa del bar van tres amigos
todos los días para ver
extinguirse la mañana

Hablan de que el río poco agua este año.
Y a ellos qué, pero discuten
como si poseyeran grandes cultivos.

¿Y la política?
¡Ah de los ladrones! Dice alguno
y a otro le viene a la memoria
el robo lejano de su bicicleta.
La plata ya no alcanza para nada se quejan
y arremeten contra la juventud
a la que consideran hoy pervertida.

Pagan de a cada uno el habido
consumo individual y se alejan después con
me duele un pie, esto es artritis, gastritis
me produce el café.

Y el mozo del bar con mirada aburrida
los ve irse a mansalva con cara de inocentes
cuando es público y notorio que están confabulados
y otra vez han asesinado a la mañana

 

Apostilla.
En este poema Escudero pone en funcionamiento sus mejores micrófonos: presta la oreja a una conversación de bar, explotando al máximo los componentes dramáticos que estallan en un cruce de palabras aparentemente trivial. Aquí demuestra una vez más su extraordinaria capacidad de encontrar símbolos en lo dado, en la superficie de las cosas. El poeta hace de la empiria una aventura amazónica. Todo lo que deriva de una experiencia común, lo pone en remojo y bajo contemplación.

***

A salvarse (De Verlas venir, 2002)

Dame una mano viento, porque estoy afónico,
voy a pedirte a voz en cuello
para porque si alguien oye venga
a socorrerme ya que estoy perdido
en desconocido desierto.

Es que no asumo lo incomprensible
d’estar cada uno acá sin más que él mismo.
Y por más que pienso no me avengo
a esta rareza de en solitariamente
matar el tiempo.
Cierto que hablo muy ronco
por tanto llamar a gritos sin eco,
y ahora tengo que pedirte ayuda, viento,
para lo que tanto necesito.

Dame una mano entonces el asunto
no es solamente mío, es de muchos
los que aquí nos desgañitamos
buscando compañía esencial y claro
nos ponemos mudos de tanto llamar
y nadie escucha.

 

Apostilla.
“A salvarse” integra la serie de “poemas metafísicos”, donde una búsqueda religiosa se hace patente, pero absolutamente despojada de toda grandilocuencia o pedantería: el lenguaje es coloquial, “jodón”, criollazo. El hablante de Escudero interpela al viento/Dios, sabiendo que la pregunta es retórica, que en realidad funciona como expansión especulativa, como meditación cósmica. Dios como un gran agujero que se traga todas las naves.

***

Hacer el no hacer (De Aún ir a unir, 2010)

Por ahí doy en la tecla
pero no soy yo el que la pega,
es un ser escondido en mí que actúa
sin que se me ocurra mover un dedo.

Soy el testigo nada más que de eso, o sea
estuve esperando sucediera
sin saber cuándo
y de repente la sorpresa me agarró de alivio.

El viejo Krishnamurti
creo que le llamó a eso “darse cuenta”:
quedarse uno con la boca abierta
ante repentina claridá.

Claro qu’ es lindo, y si te sucede a vos
no vayás a creerte que sos especial,
sos de aquí no más, común,
pero viste una chispa en su cielo oscuro.

 

Apostilla.
“Darse cuenta” como decía el viejo Krishnamurti. Escudero marca el punto exacto donde nos empezamos a “dar cuenta” de qué va todo esto, de la precariedad de todo esto, de la inutilidad de todo esto. Esa “chispa” en el cielo oscuro no es otra cosa que el “click” que enciende la angustia de la finitud.

 


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