María Cecilia Perna

Poemas de Monroe (2019)


Realidad

Esa sensación
de entrar en el vacío
al despertar de un sueño
entre las sábanas de siempre
adentro de tan sólo nuestro cuerpo
y encontrarse
la mañana pelada de encanto;
despegar los ojos
en la aridez
de la luz que atraviesa la ventana
—la vigilia
ese vacío.

Esa sensación
de lámina sutil
celofán de nada,
que todas las mañanas nos envuelve
—aísla un sí,
compacta un interior
cada mañana contra el límite del cuerpo—

finísima frontera
que nos hunde hacia adentro
nos distingue
del mundo y se extiende
igual que un horizonte
—infinitamente leve al infinito
todo se vuelve
inalcanzable.

Eso. Un celofán
de nada nos divide
la vida en interiores— cada quien
adentro de su sí
—empaquetado—
moviéndose en la grilla cotidiana
del medio al que llamamos
realidad.

Hoy
a la tarde estaba sola
en mi departamento
y decidí salir
al encuentro del último rayo
de luz de otoño. En la vereda
sentí el calor
del sol atravesar la lana de la ropa
que avanzó hasta tocarme
el centro del hueso.
Al instante supe
que el rayo
que se hundía adentro mío
era un camino en reversa
por el cual podía yo
salir al universo. Podía hacer correr
por la luz y el calor
de ese rayo que fluía
mi pensamiento
mi amor
mi fuerza de vivir
y las palabras.

Todo estaba conectado.

La realidad
era un sostén interminable
desde el cual
podía convocar
sin pudor
todas las cosas.


True Strong & Free

Proyectar
el tiempo en línea recta
igual
que una sombra y pretender
imprimir en la extensión
de su grilla consensuada
un plan
como un capricho —eso
no es desear.

Abogar
por un tiempo de convenio
exterior
preestablecido
para que dos cuerpos se encuentren
y obturar así
el vórtice suave
que puede arrastrarlos en vértigo hasta el centro
intenso de atracción
que los llama
desde siempre —eso
no es desear.

Clamar por justicia
irracional como una reina desbancada
demandando
restauración inmediata
a todo el malestar
infligido en el pasado,
sin considerar siquiera
la novedad total
que encarna el flamante magistrado —eso
no es desear.

Soltar
las riendas descarada
y buscar
substitutos sin freno
ni pausa
para llenar
velozmente el hueco
que tiene aún la forma
de quién recién lo ha dejado —eso
no es desear.

Sacudir
Insistir
Apretar
Amenazar
Perseguir
Desechar
Despotricar

Escapar

Tomar venganza embozándose en la nube del silencio
eso —
no es desear.

El deseo
corre ahora acá en mi cuerpo
fresco y sonoroso
no sé
de dónde vino —lo disfruto
alegre y sorprendida
como un rico regalo. No tengo idea
cuándo va
a volver o si va
a volver. Me gusta igual
cerrar los ojos y sentir
que su imagen se me hunde
adentro y es su olor
el gusto
de la barba y las yemas
suaves de sus dedos donde sea
que esté todo eso,
se me hunde en el cuerpo cuando cierro los ojos.

No puedo suponer
ningún futuro
cuando cierro los brazos
y abrazo
su cuerpo hecho de aire. Solamente
tengo ahora este deseo,
—mi presente
que hace dulce la noche
blanda y confortable. 

Cierro
los ojos en mi cama y
me duermo
de un sueño confiado. No hay línea
de futuro,
no hay demanda ni control y,
por lo mismo,
tampoco hay resquemores:
la mañana
va a llegar como una ola
de luz hasta mis pies,
va a despertarme y
el día
va a ser bueno,
con todo lo que soy
adentro
de este deseo
real que de golpe
me bendice y
—no importa lo que pase
me devuelve
la garantía irreversible
de afirmarme
en la vida que  sí
— que existe.


Indie

Empoderarse—
no sé qué significa.

El poder
carece para mí
de interés alguno. Yo soy
un espíritu libre.

He sostenido
inmensas batallas interiores
hasta lograrlo. He tomado
cada oportunidad
que la vida me dio
de autosustento.  Ahora sé
muy bien lo que puedo:  a duras penas
logro apuntalar
mi vida material y elijo
repartir mi tiempo libre
entre vínculos sociales
e intereses afines.

Soy
—aún con la dificultad
cotidiana que esto implica—
la mujer que una larga fila de mujeres
ha soñado
a través de los siglos. Una suerte
de hito
de la humanidad
que encarna mi generación. Yo
soy un pobre
ejemplar. Pero estoy acá
ejerciendo completa
mi libertad adulta. Soy
el resultado de la emancipación
 y la apertura total
de los mercados. Mientras mi cuerpo entregue
en exclusiva
toda la fuerza primaria que pueda
ser puesta a la venta
no voy a necesitar
de nadie.

Me llevó
mucho tiempo entenderlo. Debí
renunciar a todas
las fantasías de infancia. A todos
los finales felices
de todas las
películas de amor y las canciones
que pasaban en la radio. Debí deshacerme
en combate feroz
de todos los mandatos
maternales
modélicos
de todas las mujeres
que me amaron de niña,
debí alejarme
de sus gestos domésticos
de autoridad y
protección. Tuve que
dejar de esperar y salir
a la intemperie,
sostenerme igual
que por miles de años lo hicieron
los hombres en el campo
de batalla pero siendo
una mujer
todavía.

Tuve que encarnar
el espíritu de todas
las que por fuerza aprendieron
a montar,
a empuñar
una espada, a horadar
la tierra con la azada
bajo el sol,
a fabricar
con sus pequeños dedos
precisos
armas de guerra en una inmunda
cadena de montaje.
Fue difícil pero
llegué hasta acá y ahora puedo
comprobarlo,
como quién sube
con esfuerzo a un peñasco y se da el gusto
de ver la perspectiva —soy
sola aquí
en el borde del aire
un espíritu libre. No preciso
la mano de nadie.
No sobre mi espalda.
No debajo
de mi mejilla. Ni tampoco
tomando suave
mi propia mano contra el pecho
mientras duerme. 
La única mano
que me sostiene —es una
invisible y abstracta dispuesta
siempre al tráfico ficticio
de garantías:
mientras pueda
entregarle hasta el fondo las fuerzas
de mis músculos, mis ideas o
mi lenguaje, ella
va a alimentarme, incorpórea y segura
de que nadie
podrá jamás
morderla.  En su palma
abstracta anida el reaseguro
de mi libertad.

No necesito
de nadie. Ni nadie
me necesita.
Mi espíritu
libre podría mañana
esfumarse por el cielo y
no dejaría
absolutamente a nadie
en soledad.
Soy prescindible.
Ese es el precio
justo
que se adapta —sin chistar
al orden actual
y al progreso de las cosas.


Satanama

Estuvo Jesús cuarenta días
sin comer
en el desierto. La piedra
era su almohada
la arena le crujía
entre los dientes.

Vino entonces
el diablo y lo tentó:
le preguntó por qué
no aprovechaba
su poder para volver
panes crujientes
las piedras.

Jesús le contestó
que igual valía
alimentar el cuerpo de palabras.

El diablo
voleó los ojos
y lo arrebató hacia la altura,
le mostró los reinos
poderosos de la tierra
—que son suyos
le dijo
que se los regalaba
para que él hiciera
lo que le venga en gana
a cambio
de verlo arrodillarse
a su entrepierna.

Jesús manifestó
su falta
completa de deseo.

El diablo ya molesto
lo subió al alero
del templo y le pidió
que se suicide. Después de todo
sabía
que bien podía él
resucitar
si lo quería.

“No hay que tentar
con destrucción
la potencia creadora”
—dijo Jesús

y el diablo
se alejó con el ceño
fruncido esperando
el momento indicado
de volver.

A esto
vinieron mensajeros
del cielo y atendieron
el cuerpo cansado de Jesús
—y los animalitos
amigos del desierto
le hacían compañía


Viajar

A la luz
tenue del sueño
bajo la luz
amarilla de la lámpara,
mi abuelo volvía
del país de los muertos.

Era el corazón
de su casa en mi recuerdo
—sentado en el lugar
de la mesa que siempre ocupaba
estaba esa tarde
de invierno
en su cocina, donde yo lo visitaba
y me senté
junto a él como si nunca
se hubiera plantado entre nosotros
la frontera
que a los vivos separa
de los muertos.

Estaba taciturna y él
me preguntaba:
“¿Qué pasa, María?
estás triste, callada.” Yo tendí
de golpe mi inquietud,
le contesté
que me sentía muy sola y no sabía
cómo abrir camino
hacia adelante.

Él estaba ahí
articulando preguntas:
“¿Qué es lo que depende
solamente de vos
y nunca hiciste?”

“Viajar”, le respondía.

Él me miraba
como si hubiera
calzado a mis pies una ruta
que yo
no estaba segura
de tomar.

Le hablaba en el sueño
de mis obligaciones:
la miríada
de impedimentos pequeños,
la densa burocracia
de la vida. Le decía
que la edad para todo
se me había pasado
esperando.

Él me miraba
con la ternura con que un muerto
mira en los ojos vivientes
la inocencia infinita
de los que desconocen

sonreía
y me explicaba con imágenes astrales
que los viajes no tienen
condición
que él, después de muerto
viajó por los confines
hasta abrazar
de vuelta a su padre perdido y
que ese abrazo
le había curado la vida
completa.

Entonces
en silencio
sobre un papelito blanco
dibujó con tinta azul
un barco
navegando en las ondas
sencillísimas
de un mar.

En silencio
lo extendió hasta mis manos
como un mensaje
certero
y el sueño quedó entonces disuelto
de golpe
en mi memoria.


Chapultepec

Ya nadie podrá
venir
y defenderme

no hay de qué

camino sola
debajo de los árboles añejos y me sé
rodeada del fragor
de la autopista, de las batallas
antiguas
del murmullo
anónimo y dulce de unos diez millones
de habitantes.

Me reconozco—
el corazón
me pica

y puedo salticar
de tronco en tronco

salir al sol
andar entre la gente. Me reconozco

nadie
puede venir
y defenderme. No,

no hay de qué.


Los poemas seleccionados pertenecen a Monroe (2019).


María Cecilia Perna (Zárate, 1979)

Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es profesora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. También se presenta en espactáculos en los que experimenta con poesía y teatro.

Poesía
Monroe, Neuquén, Tanta Ceniza Editora, 2019
Australia, Buenos Aires, El Ojo del Mármol, 2017
Otra víspera (nueva ed. de Vísperas), Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2016
Libro Chino, Buenos Aires, Gog y Magog, 2009
Vísperas, Buenos Aires, Zorra/Poesía, 2009
Gebirge (plaqueta), Buenos Aires, Zorra/Poesía, 2005
La boca de Mercurio, Buenos Aires, Siesta, 2003

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