Mauro Lo Coco y Alejandro Rubio

La editorial de La Plata Club Hem publicó recientemente, en su colección Ojo de Tormenta, Donde caucho se quema, de Mauro Lo Coco y El poema no es el tema, de Alejandro Rubio. Presentamos poemas de ambas obras y fragmentos de sus prólogos.

Mauro Lo Coco

f_lococoMauro Lo Coco nació en Villa Santa Rita (Bs. As.) en 1973. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y docente en las Universidades de Buenos Aires, Lomas de Zamora. Desde 1997 dirige la revista Pesca Fácil. Publicó Ricardo Gravitando (mediante un subsidio otorgado por la Fundación Antorchas; Buenos Aires, Ediciones Del Dock, 2003), Niño cacharro (Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2010), La justicia del suelo (Determinado Rumor, 2012, libro digital), 18 éxitos para el Verano (Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2012), Tres rapsodias (2015, zindo & gafuri) y Mi sabiduría es arruinarla (Buenos Aires, Zindo & Gafuri, 2016). También es autor de diversos libros y artículos sobre didáctica de la escritura. Obtuvo distinciones como la beca-taller 2000 y el Subsidio a la creación artística 2003 (ambos otorgados por Fundación Antorchas) y fue publicado en diversas antologías del género.

I

los dioses tenían razón
fue rock
por eso hizo mierda todo

lo sabemos por los videos
había una sociedad
se reproducía
dicen que sucede en algún lado todavía

o no sabemos nada
o el profeta tenía razón
descuidaron los plutonios y sucumbieron
las formas naturales más preciadas adiós
arroz
flor
niñez

no nos importa
volver
estamos bien con la quema de caucho
mientras haya caucho
y con las inscripciones, bien
el canciller sabe leer y según él
los libros no existen

pero dicen que
nadie nos había imaginado sin embargo no
no es extraño el modo
en que algunos enseñaron
dónde había que buscar
el destino y ahí vamos

al galope de nuestros caballos cromados
los muros devuelven
penumbras de una fósil maquinación:

estamos decididos a terminar con su majestad

la mente

el gordo nafta pide el rifle
alguien se lo da

 

II

abollando la ternura, empujando
los alambrados de la civilización

hacia las colinas
de la oscuridad
mi carroza mueve
sus ruedas de metal

el espacio al cabo es esto:
unas cuantas convenciones
la ruta y los alrededores del silencio
más allá, afuera

todos son enemigos mortales:
máquinas proyectos y señales
que bajamos a piedrazos

y aplastamos más tarde en esto
que fue un camino

allá
en esa fosa están los hermanos
de los que hablaron tanto

pasamos sin hacer ruido



ahí

entre las chapas y el portón
saltando charcos de yodo
son cuatro
jugaron con los sapos enfermos
del cianógeno estatal

si tuviéramos tiempo
para ellos no habría misericordia
pero ahora nos urge el amanecer:

antes que nos queme el día
abandonamos el lugar

 

 

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Prólogo (fragmento): «Clarea el prefacio amarillo», por Sebastián Bianchi

El mismo poeta que en 18 éxitos para el verano había tomado a la conversación para seccionarla y digerirla cantando, en Donde caucho se quema nos recibe con un epígrafe de Pappo en la mano y saluda al final con un sentido “tan tachín”; a este autor, ¿qué aventuras, enredos, sinsabores lo habrán visitado entre aquella obra y la presente, para ir de una lengua a la otra firme en la destrucción con alegría? Esa grey de una dureza incomprensible que negocia ante las brasas sus aventuras horribles, gloria o arrebato tras las ramas derrotadas de dos gigantes secos exclama. Así no se entiende mucho, pero dispuesto o acomodado gentilmente por el poeta de otro modo y tenor, la cosa empieza a tomar brillo o brillor, un brillor oscuro por el humo de la quema, a los costados de la ruta enferma. La tradición expansiva del sensorama tomó rehenes, los hijos se humillaron pero no alcanzó: ahora somos nosotros restos de rock, puzzles o píxeles que bostezan y hablan. Lo que siempre fue artesanal, de pronto descubren que es la solución, la alternativa, y en apretado cónclave festejan al emplumado: “cambios cambios”. De veintiún poemas y un epígrafe consta la obra, numerada y sin segundas intenciones, cara a cara. Se vale de la letra, negra, de lomo curvo sobre el blanco papel para dejar algunos datos del canto que pasó, y escribe a la vieja usanza acodado en el mostrador de zinc. Mirada biselada, a través del verde o el azul de esos vidrios rugosos con malla adentro.

*

Alejandro Rubio

f_rubioAlejandro Rubio (Buenos Aires, 1967). Fue colaborador del Diario de Poesía e integró el Consejo de Dirección del sitio poesía.com. Publicó entre otros títulos: Personajes hablándole a la pared(edición de autor,1994), Música mala (Bahía Blanca, Vox, 1997), Metal pesado (Buenos Aires, Siesta, 1999), El oeste (Buenos Aires, Ediciones del Diego, 1999), Prosas cortas (Buenos Aires, Melusina,2003), Novela elegíaca peronista en cuatro tomos: tomo 1(Bahía Blanca, Vox, 2004), Autobiografía podrida (Buenos Aires, Eloísa Cartonera, 2003), Rosario (Buenos Aires, Gog y Magog, 2005), Foucault (Buenos Aires, IAP, 2006), Falsos pareados (Buenos Aires, IAP, 2008), Harry Samuel Horribly (Buenos Aires, IAP, 2009), Sobrantes (Buenos Aires, Gog y Magog, 2010), La garchofa esmeralda (Buenos Aires, Mansalva, 2012), Kohan (Bahía Blanca, Vox, 2015), Diario (Buenos Aires, Palabras amarillas, 2017). La enfermedad mental (Buenos Aires, Gog y Magog, 2012) es un volumen de poesía reunida.

Sima

En el monte de una interrogación
un eucaliptus, luz fuerte,
y en la bajada
un pensamiento triste para Mónica.

 

Corazón

Este que pide, que pide
un cigarrillo, rechazada su petición,
apenas registrada la negativa, se vuelve
al siguiente y con mismas palabras y tono
repite el pedido, obteniendo la misma,
más seca, negativa, y se vuelve
al siguiente y pide
con las mismas palabras y tono,
obtenida la negativa gira y
vuelve y así
hasta que alguna vez,
alguien, cede,
le da, gracias, un tercio en total
de todas las veces que pidió y no obtuvo
y eso alienta la esperanza,
inflama el pecho, sole
mío, y dispara la siguiente
ronda de pedidos, negativas,
insistencias, resistencias,
un planeta con sus satélites, una cucaracha
subiendo y bajando la pared.

 

Informes

Cristo estuvo
en el infierno
tres días
y al volver
nada contó.
No había nada que contar.
El infierno es lo usual,
lo usual absoluto.

 

t_elpoemaneselt_a_rubioPrólogo (fragmento): «¿Qué escucho cuando leo a Rubio?», por Gabriel Cortiñas

No la ciudad mexicana sino aquella “Ciudad Juárez” que hay, en mayor o menor medida, en nuestros territorios, civiles y mentales. Los poemas de Rubio no son una decoración escandida más o menos humanista del mundo; tampoco son una postal armónica de costumbre bucolurbana; ni una traducción en verso de algún problema metafísico: la carnicería puede también estar dentro tuyo o muy cerquita quizá en ese aparato único –dicen algunos– que tenemos para entender el mundo además del cuerpo.
Pero hay otro límite más: aquel que en cada lector separa los textos que se leen de aquellos que se escriben en la mente-cuerpo del que lee. En mi caso, leo a Rubio y escribo; algo así como un “Tomo y obligo” que viene a poner un límite entre lo que se escucha en la calle pero no deja huella, lo que se dice en de voz alta o se lee en una pantalla rota de celular y aquello que se rumia, como un puñado de pasto en el quinto infierno estomacal de una vaca. Estamos rodeados de lenguaje, incluso algunos afirman –a través del mismo- que lo somos; pero hay un tipo especial de ritmo que lo hace único, que marca, otra vez, un límite. La obra de Rubio es una obra fundamental porque actualiza en el sujeto una fundación (o al menos en mí y fantaseo con no ser el único): hoy te levantás y –no porque seas un grafómano– escribís un poema. El límite entre un cuerpo anestesiado que atraviesa la ciudad y el corte en el pensamiento que provoca el poema hace presente una verdad: estamos rodeados, somos, no sólo lenguaje: también somos anestesia, lo usual absoluto.


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