Nadar en el tiempo. Una invención apócrifa
Osvaldo Picardo
Buenos Aires, Paradiso, 2023
Nada en el brillo del verano
I
El océano —no lo olvidás— estás lustroso
como el piso de baldosas de la cocina.
Se me hunden los pies en el brillo.
De una manera que no comprendo.
¿Oís? Viene de nuevo la música de la mañana
¿Cómo eran las voces? Las imágenes estorban.
No dejan oír la ausencia.
II
Dejar el cuerpo caer en el agua
envuelto en verdes y azules.
No quiero decir hundirme, sólo participar
en la blandura sin derrota ni disolución,
en la espuma del tiempo.
Flotar es lo primero que se aprende
luego la brazada, luego la bocanada.
El peso del cuerpo
desnuda el movimiento del alma.
El océano sin olas, sin orillas a la vista
está lleno de faltas de ortografía
y cuando nadie lo espera, un punto y coma
flota, es una ballena en la superficie.
El océano, no el mar, habla otra lengua.
Con ella, a veces, escribe un poema.
La tarde no es tan vieja como para no arder una vez más
Como de la ventana de Le Gras, miramos
los techos: El atardecer antiguo.
Ninguno es igual a otro.
Al joven ciprés, algo inclinado,
lo ocupa una pareja de loros.
La pasionaria entre la hiedra
trepa contra el alambrado de las vías.
¿Sabés? Se llama “mburucuyá” en guaraní.
Lo sabés. Una vez, descubriste la flor imposible
y en los zarcillos mil orugas peludas.
Sí, mil mariposas a los pocos días.
La luz ya cae al fondo.
Por la pared del oeste, dos frondas se encienden,
una es el jacarandá y la otra, el ceibo.
Bajo la sombra cuelga una hamaca.
Un poco más allá, la cancha de fútbol.
La duración de la puesta del sol
depende de un lugar en el mundo,
un punto de apoyo.
Antiguo ardor de la tarde
sobre los techos de la memoria.
Nota del Traductor:
La ventana de Le Gras es una referencia a Point de vue du Gras, tal vez la fotografía más antigua que se conserva. La toma de Joseph Nicéphore Niépce es en junio de 1826 desde la ventana de su casa, duró unas ocho horas, de ahí que Orbe lo asocie con el atardecer y la duración. El poema también menciona en guaraní el “mburucuyá”o pasionaria, una planta trepadora, propia de Sudamérica y Centroamérica de la que proviene el fruto maracuyá. Por eso supuse que el poema debe ser anterior a la obra escrita en África. Probablemente escribió el poema en Paraguay donde pudo haber aprendido el guaraní y conocido la poesía de Manuel Ortiz Guerrero, cuyo libro con prólogo de Roa Bastos y anotaciones marginales de Orbe, consta —como ya dije— en la B.M.
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