Mi diario de Tokio/ 30 de junio, 30 de junio, de Richard Brautigan

30 de junio, 30 de junio
Richard Brautigan
Versión: Eugenia Soler y María Gabriela Raya
Zindo & Gafuri
Buenos Aires
2017

Por Sebastián Bianchi

Cuando las primeras bombas arrojadas desde los Zeros japoneses todavía no habían terminado de caer sobre las tropas norteamericanas acantonadas en Midway, islote perdido en medio del Pacífico y a más de 300.000 kilómetros de su ciudad natal, comenzaba a garabatearse la primera entrada de este diario en verso al que Richard Brautigan dará forma definitiva unos 34 años después, cerrando así el círculo abierto —la mítica herida familiar— entre la muerte de su tío Edward y el amor correspondido del poeta con la cultura nipona. Si el primer rubor, ese rojo en los cachetes que algo delata, ha sido el de los susurros percibidos al leer los poemas haikus de Basho e Issa, en esa economía de palabras que transmutan las emociones en “rocío hecho de acero”, la cosa parece tornarse más seria cuando emprende el largo viaje en mayo del ’76 y se formaliza al conocer a Shiina Takako, su “hermana japonesa”. Estos apuntes biográficos, no sólo mera chismografía literaria, forman parte de los contenidos transmitidos por el verso, delineados mediante un gesto caligráfico ligero y como al pasar, casi la libreta de apuntes que un pintor dominguero llevaría en sus excursiones por un barrio lejano. De aquí la levedad de los textos resultantes, la nota ocasional salvada como rápido esbozo, el carácter epigramático de esta poesía que es además de diario íntimo, un mapa emocional del Japón esbozado por un flâneur.

Precedidas por un poema introductorio en el que se cuenta, en primera persona, los motivos que propiciaron el surgimiento del libro, haciendo foco en la figura tutelar del tío Edward y las escenas bélicas que signaron su accidentado heroísmo, Brautigan acumula una variedad de formas poéticas que, articuladas a partir del verso libre y una distribución sobria en el espacio textual, mantienen un diálogo camaleónico con otros géneros discursivos que le permiten montar el paisaje de una Tokio contemporánea, vivaz, intertextual. Volviendo las páginas vemos pasar pedazos de un diario de viaje, avisos clasificados, conciertos de música pop, haikus, charlas en la barra de un bar, cine bizarro, programas de televisión, flippers, carteles o pastiches de homenaje. Así, por ejemplo, en el poema “Bienes raíces”, en donde el yo poético se dice “atrapado en los avisos clasificados”, habitante de una casa embrujada que se ofrece: “18 habitaciones / 37.000$ / soy tuya / con fantasmas y todo”. En otro, voyeur de escenas decadentes y perversiones góticas, pierde las horas de la tarde mirando “La silla roja”, un film que transcurre en Tokio justo antes del terremoto de 1923: “En una casa japonesa gótica un hombre se escondía / dentro de una gran silla roja mientras una hermosa mujer / que usaba un traje exótico hacía el amor / con otros hombres sentados en la silla”.

Esta oscilación de las formas métricas entre los extensos versos narrativos y los más espasmódicos de tres o cuatro sílabas, a veces incluso jugando sobriamente con la distribución espacial, dan cuenta de la construcción de un artefacto poético heterogéneo en su factura, cuya estilística se mantiene a flote más allá de las estructuras textuales que constriñen los materiales líricos. En algunos casos esto ocurre tan conscientemente que los poemas se convierten en verdaderas poéticas, declarativos de su propia instrumentación metalingüística. Los puentes que tiende con el haiku le permiten, por ejemplo, homenajear a Issa: “Borracho en un bar / japonés / estoy / bien”; o encontrar una variante visual a la ley silábica de 5-7-5 mediante puntos rítmicos que suplantan las letras, como en “Haiku zarzamora”: . . . . . / . . . . . . . / Las doce moras rojas”, —The twelve red berries dice en el original. En otros, la fuente tipológica de la brevedad proviene de la tradición greco-latina, aquí el yo se permite escenificar un pesimismo histrión amparado en las resonancias epigramáticas de una queja desganada, a partir de la pregunta que da título “¿Pasar adónde?”: “A veces saco mi pasaporte, / miro mi fotografía / (no muy buena, etc.) // solo para ver si existo”. O el diálogo con la tradición clásica no aparece ya referido a formas estróficas o métricas sino al recurso a viejos tópicos, como este carpe diem inscripto a modo de palimpsesto en el poema titulado “Futuro”: “¡Ay! 1 de junio de 1976 / 12:01 a.m. // Todos aquellos que viven / después de nuestra muerte. // Conocimos ese momento / estábamos acá”. Diario de viaje al fin y obra de un narrador avezado, el libro concluye con un poema de regreso escrito en el avión, el mismo 30 de junio que da título a la edición. Viajando hacia el Este, a contramarcha del nuevo día, el poeta presencia el nacimiento del amanecer en medio del Océano Pacífico y les avisa a sus amigos japoneses que “el sol va / en camino”.


Misteriosa historia de Dashiell Hammet

Cada vez que salgo de mi cuarto de hotel
………………………acá en Tokio
hago las mismas cuatro cosas:
………………………me aseguro de tener mi pasaporte
……………………..mi cuaderno
……………………..mi lapicera
……………………..y mi diccionario
……………………..inglés-japonés.

El resto de la vida es un completo misterio.

Tokio
26 de mayo de 1976


Motosierra

Una japonesa hermosa
……………………………/42 años

la energía que separa
la primavera del verano

…………………………..(depende de junio)
…………………………..20 o 21

—así dicen—

Su voz canta sonidos
iguales a los de una motosierra angelical
…………………………..rebanando
…………………………..miel

Tokio
1 de junio de 1976


Haiku zarzamora

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Las doce moras rojas

Tokio
22 de mayo de 1976



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