Silvina Mercadal. Aurora o la flor de oro / Célibes liebres












Aurora o la flor de oro
Silvina Mercadal
Ilustraciones: Octavia Russo
Córdoba
Taller Perronautas
2019


En la quietud dispersa
el aire diáfano mueve astillas
ínfimas ninfas sensitivas,
atajos, la noche retira
el teatro suspenso.
El aire calmo, panal del sueño
donde la mente estuvo buscándose
errática, en oscura floración.
En la mañana, la fiebre doméstica
baja, se hunde, oculta
la vibración inerte
y lúcida.

**

Entre las ramas trinos contestan
en invisible trapecio prueban
la lengua transparente
y moviente la espesura
reverbera.
…adoración de
la luz despierta…

**

En el campo, el lago artificial
recela la desmesura del paisaje
especula variaciones, ásperas
grises, nubes pasajeras.
El lago, incesante pantalla, persigue
el color de la atmósfera, lo refracta
alza rayos, islas de luz
en la superficie lisa, manchas
de jaguar sumergido.

**

Contra el cielo nocturno
matiz místico del pino
aferrando los ovillos.
El silencioso guardián
cuelga de las sombras
entre flores silvestres
parpadean vestes, rosas
vanidosas.
La luna arroja el rayo.
Y toda distancia fija
a su división
la aurora.

**

En el camino, la rotación
mariposas de alas tajeadas
dibujan escalas, manchas
algo sobre el lago, oscila.
Entre los altos pastos
las flores amarillas, íntimas
en la radiación, mientras
todo a sí tiende, la arañita
en el espinillo.













Célibes liebres
Silvina Mercadal
Ilustraciones: Octavia Russo
Córdoba
Taller Perronautas
2019


El instante anterior

La magnolia en el claro —perpetua estrella— una cicatriz la atraviesa. La sombra tiene una boca de vegetación y luz los campanarios más altos del pino. Y aún falta cruzar túneles, célibes liebres —incluso—, arbustos erizados, espinas sedientas, todo afán cruje, la espera reserva su suerte.
De la espina sangrante cuelgan frases encriptadas, tanta astilla pavor anhelo supura sombra impura —humo del cielo—, destila lo tortuoso y destella la semilla. La aurora vierte el rayo —borra la tapicería opaca— irradial ascenso pleno.
El día inicia —sombra del sueño— una lejana línea de jade todo lo cubre, luego cambia rosa y oro, rosa y azul, —sobre el campo— la austera catedral de la liebre.


H. C. Andersen

“No hay en el mundo cosa que pueda compararse a unos zapatos rojos”.
El libro de delgadas hojas al cuerpo plegado mana la siesta. El cuento de los zapatos rojos signo-acertijo puro arrebato arrastra una criatura el bosque a bailar y luego debe implorar que tallen nuevamente sus pies.
“baila con el tiempo que todo lo destruye”.


La durmiente

Un sitio deshabitado
de ocre chorreado, árboles espinosos
y un palacio tostado por el sol.
¿Y en el palacio?
Una pequeña puerta
y moscas en las cornisas.



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