Teresa Arijón

Tres poemas por encargo + un poema suelto*

uno

la corona de plumas del indio
¿se resguarda en el vuelo del halcón?
la ventura animada de su voz
¿en las aspas del viento?
los árboles que hachaba el poeta
¿tocones mudos, constelaciones?
la escala métrica, metálica
¿desmedida, destartalada?

la lluvia en el bosque lluvioso no redunda,
es oro en estas piedras,
oro arrasado que dibujó formas animales en la protohistoria
y hoy reposa en vitrinas de museo —
murciélagos, ranas de patas traseras
prodigiosas que largan fuego o agua o algas por sus bocas,
sucesión de mariposas atrapadas en vuelo inocurrido, serpientes
que inoculan su veneno  —que es su sabiduría— al chamán
que parece una rana porque también
lanza fuego o agua o algas por la boca.
la tierra es una esfera de doble cara —
una para los vivos, otra para los muertos.
hay más de un universo, dice Vernor, y la iglesia sucumbe o implosiona
porque ¿habría entonces más de un cielo?
pero el paraíso no tiene retorno, ni contorno —
es fruto y hurto de la imaginación.
¿y las flores? salvajes, fabulosas con la enormidad del rayo
tientan por igual a colibríes y a monos —
y ninguna especie animal triunfa sobre ellas
ni sobre el agua.
el Caribe, que esconde tanta sangre en sus fosas
como el bandido Mi Sangre en su pechera,
algún día se llevará esta orilla
y esta selva
hacia el fondo
donde habitan las criaturas fantásticas inaccesibles
las del azul único
y el naranja fosforescente
que acaso reflejan
el color del cielo cruzado por el sol
o el de una naranja
que todavía cuelga
inmadura
de un árbol
mientras las flores
que son azahares
perfuman el aire caliente
y alguien —¿quién?— pasa en bicicleta
dejando la marca de las ruedas
en la tierra húmeda

 

dos

la palabra trueno vuelve
a vibrar entre las hojas
como un volcán
como el océano
se estrella contra la frente de quien
sin pensarlo pero a sabiendas
vino a dejar sus pasos —
la huella de sus pasos
aquí
en esta orilla

¿dónde la otra?
¿en qué extremo de mar, cuál finisterre
se yergue como abismo
centella
cierzo
ciertamente sola
la arena
que habrá de recibir
ese rastro
como si fuera
el comienzo de algo?

me pide que escriba un poema
y no es
como si me pidiera la luna

si me pidiera la luna
en una noche de dedos rosados y sutiles
quizá podría recortarla contra el cielo
y dársela

pero no es la luna —
es el poema
esa materia negra
que desciende
frágil
cuando el segundo
el último
la vida
el aliento
se desprende

pero no es la luna —
es el poema
y yo
que nunca supe escribir
otra cosa que las letras enlazadas de un nombre
¿el mío? ¿el suyo?
yo que estaba en medio de las cosas
como un obstáculo
una mancha
un montículo
no sé cómo reunir las ovejas del alado rebaño —
las pléyades —
para volver a cantar

 

tres

en el canto de la rana
una misión —
sumisión a la propia naturaleza
que con furia de cisterna abarca
y comprime y cerca
la frágil insistencia de su voz —

clip clap tlac tlic tloc tlac

llueve en la noche tropical
y todas las escenas
se reducen a una —

llueve,
y el agua se lleva
las cenizas del muerto
que hace horas
vimos pasar
bajo esta misma lluvia
que era otra

pero tal vez el muerto
no es ceniza y
está bajo la tierra
mojada eternamente por la lluvia
que no es eterna
pero ahoga cualquier otro sonido
con violencia
y constituye
por eso mismo
una forma de eternidad

los dioses
o el dios
o la diosa
— todos ellos —
se valieron
de formas inasibles
para engañar al hambre
y a la sed
y ahora
en los altares vacíos
altos y lejanos quedan
sus nombres
tallados
borrados
por la arena del desierto

porque todo es desierto
aunque la lluvia
insiste en desmentirlo
y ese muerto
que hoy vimos pasar
con su cortejo
estará ahora
más solo que nunca
o como siempre estuvo
con sus recuerdos
grabados en la frente
que poco a poco
comienza a dejarse ir
como quien desanda
el camino
que antes lo traía
hacia
este mismo lugar

 

poema suelto

como quien desea ser
sombra de animal
y deviene
válvula, cincel, enchufe —
aparato sumido en la escala
de la civilización, ociosamente tendido
como puente hacia el pasado —
columpia su cuerpo y así,
se desentiende del mundo

(…)

pequeñas subversiones de la mente
hacia un orden anterior, sin escalas,
casi un caos.

revuelo de fantasmas bañados por el humo;
no envueltos ni rozados ni sofocados
sino bañados. que es como decir:
sepultados.

(…)

y yo, que no tengo canción ni cielo
ni tiempo ni extrema unción
ni escala ni rata por tirante donde resguardarme;
yo que soy el blanco móvil del silencio
me arrojo al mar
con la misma seguridad con que me siento
en el cordón de la vereda. y podría llorar
pero las lágrimas son un humor ácido que alivia
y consuela. y yo no estoy aquí para aliviarme
sino para ¿para qué?
y es que no sé si es un para o un pero. O un pirro
a la conquista o un paro de actividad encantatoria
o el puro afán del perro
que sigue su rumbo aunque no lo tenga.

(…)

decirse perro no es lo mismo que saberse.
saberse es alcanzar la gesta, el gasto, el gesto y la gestalt —
todo en uno
y sin saber cómo.

(…)

yo quisiera dibujar, trazar con el pincel
dos o tres líneas, con el lápiz tender una sombra,
con las manos formar un conejo
que no encuentra zanahorias ni pesares,
así de inmóvil y suspendido en su materia.
pero estoy presa de esta tinta que se tiñe
(y destiñe) en palabras. este envión
que desconfía del trazo y de la imagen física
(no encuentro otro modo de nombrarla)
y pretende invocar-evocar signos como quien,
en vez de bordar, desborda.
y así salido de cauce, de madre, busca
un modo de expresión.

(…)

pero el poema. ah, el poema
está ¿dónde?
Lejos como espada y escudo enfrentados
— cerca como la lluvia que aún no llega pero
huele a tierra mojada en el viento
cuando viene del oeste o del sur.

 

* Nota de la autora.
¿Cuándo? ¿Dónde?
La respuesta siempre tentativa a estas dos preguntas podría ser la cifra para descifrar —y poder describir— el origen de estos cuatro poemas. Los tres primeros, los llamados “poemas por encargo”, fueron escritos en Cahuita, en el Caribe costarricense, en una casa de madera blanca en medio de una jungla verde y sonora, bajo una lluvia torrencial que presagiaba el paso de un huracán que llegó sin llegar del todo pocos días después, cuando ya me había ido. Los escribí directamente en la computadora —cosa extraña en mí— en el porche blanco de esa casa envuelta en el runrún de la selva, y salieron así, tal como se leen.
Casi siempre, los poemas llegan: como una vibración en el aire; un alto en el tiempo que conocemos o una inmersión lunática apasionada en ese mismo tiempo; un pasaje —del exoesqueleto al endoesqueleto— por un paisaje que se remonta a siglos extrahumanos; una incandescencia; una señal. Un caudal que viene de algún lado, que el corazón recibe y la mano que escribe alimenta y cultiva. Hablo de la mano que escribe porque, desde el principio y siempre, cuando escribo miro la sombra de la lapicera y de mi mano sobre la página, y esa sombra proyectada tiene algo de encantamiento. Y de concreción. Vuelve visible lo invisible. Me gustan las cosas concretas, materiales. Me gusta pintar paredes, por ejemplo, porque puedo ver, y oler y tocar, el resultado inmediato. Admiro a los barrenderos que recorren las calles casi al amanecer y van dejando esa estela de luz mojada al ras de la vereda. Es un oficio noble, que me gustaría tener. Ese andar con un motivo evidente, una misión, por las calles nocturnas, por los barrios dormidos, cruzándose con desconocidos, a veces el saludo, la mirada. Esa manera de conocer la noche, ese recorrido del escobillón que deja una estela de luz plateada, como la luna.
Volviendo a la palabra que imanta y dispara el poema: hoy digo que esa palabra es caudal. Más que torbellino o remolino. Pero también es viento, y vértigo. La palabra siempre es imán: te atrae. Y la seguís, como el perro sigue el rastro, como el águila desde lo alto sigue a la presa, o la rata que se escabulle sigue su instinto; también como ese manto florido sobre el lomo de los hipopótamos que nadan bajo los nenúfares, o el camino de hormigas, o las lianas de los gibones que trazan hilos inasibles entre los árboles… Entiendo la poesía de ese modo: como un trazo que revela —o vislumbra, o encuentra— un rastro que han dejado otros. Y también, por supuesto, como pasión y prisión de lectura. Yo no sería sin libros. No sólo no sería poeta —si es que lo soy; esa palabra me da pudor a veces—; simplemente no sería.
Pero volviendo a los poemas: los tres primeros son de allá, del Caribe negro, donde vibran una cultura y unas raíces que desconozco y amo porque siempre voy a amar lo que fue subyugado y contrataca con rebelión y resistencia, con música, con pies descalzos y fuertes sobre la tierra; un lugar donde el tiempo pasa lento, lentísimo, y el dinero —esa plaga— parece haber perdido importancia. Aunque el primer poema de la serie evoca figuras que vi en un museo en San José, la capital de Costa Rica.
El “poema suelto” es anterior, y fue escrito en Buenos Aires. Sentada en un umbral, frente a la plaza Vicente López, una tarde de sol con atisbos de verano. Estaba esperando a alguien. Era una espera feliz. Y como toda espera, me hizo pensar en la vida a tontas y a locas: reconfigurar estados, recuerdos, abstracciones. De algún modo me llevó a reconocer esa imposibilidad de alcanzar lo que se busca, eso que los animales humanos buscamos sin saber que lo estamos buscando. Lo que se reconoce, a veces, es la imposibilidad. Pero no es trágica ni paralizadora, no es enigma de esfinge ni veneno de mamba. Es una imposibilidad… posible. En fin, escribir poemas es siempre un descubrimiento. Pero también es el tajo en la tela de Fontana: una herida, y una destrucción. Es Rimbaud —faro de todo faro— traficando armas en el desierto porque ya lo había escrito todo. No sé si hablé del proceso de escritura, que es un cómo. Y es que no sé cómo hablar de eso. ¿Tal vez respondí al dónde y al cuándo?


Teresa Arijón (Buenos Aires, 1960)

Poeta, traductora, dramaturga. Entre los escritores que ha frecuentado y frecuenta se encuentran Lispector, Pessoa, Madariaga, los hermanos Machado, Viel Temperley, Tsvietáieva, Snyder, Z. Herbert, Shikibu, Vallejo x 2, Berger, Pasolini, Baudelaire, de Quincey, Coetzee, Rimbaud y Tanizaki. Tradujo/traduce a Defoe, Baron, Compton-Burnett, Woolf, Couto, Hilst, Fonseca, Salomão, Oiticica, Gullar, Ana C. e&c. Publicó varios libros de poemas, una obra de teatro, un experimento trágico, tres compendios compartidos, varias antologías –entre ellas, la primera de poesía argentina y brasileña bilingüe–, algunos textos breves sobre arte y crónicas viajeras, más de 40 traducciones en formato libro y una teoría del cielo (biografemas de artistas y escritores latinoamericanos, con Arturo Carrera). Codirige, con Bárbara Belloc y Manuel Hermelo, el sello editorial efímero pato-en-la-cara. Desde 2013 dirige, con Bárbara Belloc y poetas-socios brasileños y ecuatorianos, la colección Nomadismos (pensamiento + ensayo de artistas y escritores latinoamericanos), con sede en Buenos Aires, Río de Janeiro y Cuenca (Ecuador). Recibió algunos premios, entre ellos el del Fondo Nacional de las Artes y el Kónex a su trayectoria como traductora. Fue traducida al inglés, el portugués, el malayo y el holandés. Otra vida posible: trabajar como voluntaria recuperando orangutanes (una de las numerosísimas especies en peligro de extinción) en Borneo, Malasia.

Poesía
Óstraca (poesía reunida al azar), Buenos Aires, Curandera, 2011
Teoría y práctica de la tragedia, con Manuel Hermelo, Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2010
OS, Málaga, Puerta al Mar, 2008
El perro continuo, con Manuel Hermelo, Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2007
Poemas y animales sueltos, Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2005
Orang-utans, con Bárbara Belloc, traducción de Hillary Gardner, Buenos Aires, La Rara Argentina, 2000
El libro de la luna, con Arturo Carrera y Edgardo Russo, Buenos Aires, El Ateneo, 1998
El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado, con Arturo Carrera, Buenos Aires, El Ateneo, 1997
Alibí, Buenos Aires, Ediciones La Rara Argentina, 1995
Teoría del cielo, con Arturo Carrera, Buenos Aires, Planeta, 1992
La escrita, Buenos Aires, Ediciones Último Reino, 1988

Algunas traducciones del portugués
Línea de tiempo, Heloisa Buarque de Hollanda, Buenos Aires, Manantial, 2017
Poemas, Alberto Caeiro, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2016
Experimentar lo experimental, Hélio Oiticica, Cuenca, Bienal de Cuenca, 2016
¿Qué es el parangolé? y otros escritos, Waly Salomão, Cuenca, Bienal de Cuenca, 2016
Hanoi, Adriana Lisboa, Buenos Aires, Edhasa, 2015
Fecha de elaboración / Fecha de vencimiento, Ferreira Gullar, Buenos Aires, Manantial, 2014
La obscena señora D, Hilda Hilst, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2014
Cartas de un seductor, Hilda Hilst, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2014
Diario-boceto, Oscar Niemeyer, Buenos Aires, Manantial, 2014
Materialismos, Hélio Oiticica, Buenos Aires, Manantial, 2013
El método documental, Ana Cristina Cesar, Buenos Aires, Manantial, 2013
Los prisioneros, Rubem Fonseca, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2013
El collar del perro, Rubem Fonseca, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2013
El enigma de Qaf, Alberto Mussa, Buenos Aires, Edhasa, 2013
Dónde estuviste de noche, Clarice Lispector, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2012
La manzana en lo oscuro, Clarice Lispector, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2012
Los Malaquias, Andréa del Fuego, Buenos Aires, Edhasa, 2012
Medianoche / Mediodía. 53 poemas, Ana Cristina Cesar, Madrid, Amargord, 2012
Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2011
Felicidad clandestina, Clarice Lispector, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2011
Entre cielo y suelo. Una antología, Armando Freitas Filho, Buenos Aires, Corregidor, 2010
6 & 6. Seis poetas de Argentina y 6 poetas de Brasil, Buenos Aires, Bajo la luna, 2010
Azul cuervo, Adriana Lisboa, Buenos Aires, Edhasa, 2010
Otra línea de fuego. Quince poetas brasileñas ultracontemporáneas. Málaga, maRemoto, 2009
Hélio Oiticica. Qual é o parangolé? y otros escritos, Waly Salomão, Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2009

Algunas traducciones del inglés
Santos y eruditos, Terry Eagleton, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2017
Lady Susan, Jane Austen, Buenos Aires, Random House Mondadori, 2017
Cuentos selectos, F. Scott Fitzgerald, Buenos Aires, Edhasa, 2017
Arte y anarquía, Edgar Wind, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2015
El cielo de los animales, David James Poissant, Buenos Aires, Edhasa, 2015
La mujer de Guatemala, V. S. Pritchett, Buenos Aires, La bestia equilátera, 2014
Un cuarto propio, Virginia Woolf,  Buenos Aires, El cuenco de plata, 2013
Jugador, Alexander Baron, Buenos Aires, La bestia equilátera, 2012
No mires abajo, William Sansom,  Buenos Aires, La bestia equilátera, 2012
La muerte de la polilla y otros ensayos, Virginia Woolf,  Buenos Aires, La bestia equilátera, 2012
La gloria secreta, Arthur Machen,  Buenos Aires, La bestia equilátera, 2011
Roxana, la amante afortunada, Daniel Defoe, Buenos Aires, La bestia equilátera, 2009

Links
Poemas. En Mordiscos / Otra Iglesia es Imposible / Tras la Cola de la Rata / Poemas y animales sueltos, libro
Video. Lectura de poemas, ciclo Poéticas conducido por Gabriela Borrelli