Una ciudad
Anahí Mallol
Buenos Aires
Ediciones 27 Pulqui – Malisia – FA Taller Estudio
2016
Por Diego L. García
No es necesario entrar en el rastreo wikipedista de los grandes poemarios que han tomado a la ciudad como eje a lo largo de los siglos, porque la ciudad de Anahí Mallol es otra. Lo más importante de esta ciudad es justamente que casi no lo es. La voz poética transita los bordes fugados, “esas zonas/ en que se va deshaciendo se va/ como esfumando”. Entonces desde ahí la poesía puede construir. Puede meterse en lo semiderrumbado de las palabras habitadas por la sombra de una masa: “plaza”, “bar”, “vidrieras”, “negocios”, “perros”, “colectivo”[1]. Así en las grietas de esos bloques, Mallol se permite no-creer: “no creo en la memoria/ menos que en el presente/ no creo en las ciudades”. Quien no cree en el lenguaje de la ciudad debe fundar un lenguaje propio y nombrar entonces un espacio para el yo; ese espacio es aquí la indefinición: “la ciudad se deshace en aquello mismo que le da/ su forma de ser ciudad”. El yo se deshace en aquello mismo que le da su forma. Habitar y deshabitar son movimientos constantes y respiratorios para un sujeto que se re-encuentra. Un continuo re-encontrarse con las formas siempre nuevas de lo vital; lo que late en fotogramas “inextirpables”; lo que escapa justo a tiempo para no con-formarse.
Como rubricando la tesis de Roland Barthes que dice: “La ciudad es un discurso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes” (La aventura semiológica, 1985), la ciudad de Mallol es el discurso heterodoxo de la pertenencia. Lo dialéctico se da entre un sujeto errante, im-pertinente, y la condena de un habitar insaciable. Cuerpos que van mutando para alojar a un yo que siempre es otro, como si llegara tarde a sí mismo y sólo le quedaran fragmentos de una memoria extranjera: “recorre su cuerpo/ se hace niña/ oculta encerrada obscura/ anónima en la ciudad/ pequeña es feliz”. La ciudad pequeña, la ciudad flotante, la ciudad bazar, la ciudad nuestra, la ciudad chata, la ciudad sitiada, la ciudad ciega sorda muda, y otras van emergiendo como el sabor fugaz de una madeleine para volver sobre los pasos hacia lo irreconocible (como deseo de que el tiempo recobrado fuera lo no-dicho): “irme a un lugar / donde nadie me conozca donde nadie/ hable mi lengua / para volver a/ creer amar cuidar confiar construir/ habitar una ciudad pero/ esta sí/ que permanezca/ si hay dios/ para siempre/ extranjera”.
Si la ciudad habla a sus habitantes, el sujeto de estos poemas busca la intimidad de la condena babélica. El susurro uterino, primigenio. Lo irreconocible de un mundo que se abre virgen de lo dicho, la ciudad de un dios futuro, es decir, la poesía.
[1] El poemario refuta la solidez de la ciudad-masa; el arquetipo saturado se resquebraja y, como Baudelaire, advierte que se trata de una multitud vacía (y a la vez re-habitable por ese lenguaje dislocado del poema): “Como esas almas errantes que buscan un cuerpo, él entra, cuando lo desea, en el personaje de cada uno. Sólo para él, todo está vacante” (“Las multitudes”, Pequeños poemas en prosa).
Poemas de Una ciudad
3
pero ocurre que una ciudad
tampoco es algo compacto y sobre todo
tiene sus bordes esas zonas
en que se va deshaciendo se va
como esfumando en esos
lugares donde ya no es
propiamente hablando ciudad pero tampoco
uno diría que es el campo ni mucho
menos
en esa zona de borde
esa zona sin nombre
donde hay más vegetación pero no todavía eso
que solemos llamar
naturaleza pero sí
un cielo algo más limpio una luz
que brilla como una pequeña esperanza
de algo más puro menos
contaminado o viciado o sucio
en esa zona digo
había, esta mañana,
mucha escarcha.
17
en algún tiempo esta fue
la ciudad
de la alegría de las
citas secretas y también públicas
acá nadie nos conocía podíamos
andar por la calle
agarrados de las manos incluso
improvisar un beso
en una esquina disfrutábamos
de eso que se llama
el anonimato en la gran ciudad
y hasta el primer beso
si no me equivoco
fue en una esquina
de avenida callao
ahora vuelvo una y otra vez
por trabajo trámites cosas
pero no vuelvo
en realidad
esta ciudad es otra.
24
¿decir mi ciudad
la mía es nombrar
la ciudad en la que vivo
aquella en la cual nací
el lugar en el que están
enterrados los seres queridos
la ciudad con la que sueño
desde niña en color
o en blanco y negro
las ciudades brillantes de los libros
o la ciudad
en la que alguna vez
fui
algo así como feliz?
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