Xi Chuan. Murciélagos al atardecer. Versión de Miguel Angel Petrecca

Murciélagos al atardecer, de Xi Chuan, Buenos Aires, Bajo la Luna, 2017. Traducción del chino: Miguel Angel Petrecca

Desgracia (selección)

C 00024

Hay una flor de loto suspendida en el cielo. Una cagada de pájaro recibida por la tierra. Un puño que atraviesa su oreja. En el boulevard soleado él está a punto de volverse transparente.
El gran fuego en el cielo ya se ha apagado,  ¿cuántas vidas hay en el polvo que cae a tierra? Oye a alguien gritar un apodo de su infancia, y un niño entra una y otra vez en su corazón.
En la ciudadela de su corazón al amanecer hay solamente una silla.
En el sangriento campo de batalla de su corazón, alguien ha comenzado una partida de ajedrez.
Experimentó nueve veces la rendición, diez veces la resistencia; tres veces fue asesinado, cuatro asesinó.
La luna brilla sobre el río turbio; el rocío limpia a los espíritus románticos.
En un carnaval, un fantasma le pisa los talones. La desgracia ha comenzado, un hombre de cejas gruesas y ojos grandes lo empuja fuera del grupo.
Muchos años más tarde, enciende su primer fósforo. “Así son las cosas”, le susurra a una mariposa.
A ambos lados del camino barrido por las mariposas, a ambos lados de lo que antiguamente fue un camino entre los campos, todas las casas se parecen a la que abandonó años atrás, y las urracas están cayendo al suelo.
El viejo mundo se ha derrumbado a sus pies, y él siente que ha empezado a volverse transparente.
La pena sube torrencialmente por sus sienes, de la misma forma que suben, por detrás de la casa, las estrellas de la osa mayor…. Una ráfaga de tos, un mareo, y de golpe ha olvidado entero el libreto de su vida.

 

H 00325

En su condición de intelectual a medias él depende del orden social establecido, aunque su alma no esté de acuerdo.
Si muriera ahora de golpe una multitud se hundiría en el caos, y su alma no entendería por qué.
Su palabra es la ley para una multitud, pero su alma ha comprendido su debilidad.
Sobre una manzana deja una mordida ejecutiva, sobre los documentos su firma en forma de gusano, pero a su alma sólo le interesan los juegos.
Se encierra dentro de una torre de intereses, y su alma da vueltas como un león enjaulado.
Las pequeñas bellezas que salen de las cañerías lo dejan mudo, y las mujeres demasiado hermosas lo vuelven impotente, mientras su alma se les arroja encima.
Debe tener cuidado y disimular sus latidos, su enemigo está a punto de desenmascararlo, pero entre las almas de ambos se ha establecido un vínculo de amistad.
Del balance entre los pros y los contras aprendió una especie de lírica: lleva a una multitud a cantar loas al mañana, pero su alma sólo desea volver al pasado.
Volver a ayer a la noche a la barca en el río, volver a las seis de la mañana a la senda en la montaña. Sólo que no es posible.
Una serie de llamadas urgentes le arruinó el ánimo de toda una tarde. Deja el teléfono, contempla las montañas que se extienden sin fin en el poniente; de golpe, pensando en una jauría ha tenido un escalofrío.
Pero a su alma en ese momento le están creciendo colmillos afilados.

 

U20000

Perdona el canto de los gallos en la aldea, y la oscuridad que no se ha esfumado aún al cantar los gallos. Perdona la piedra de moler primitiva y los edificios cuya arquitectura no ha avanzado desde la época Qin. Incluso siente una cierta nostalgia por todo eso.
Perdona la birome sin tinta, el burro empacado. Perdona a la maestra de secundaria que castiga a sus alumnos, a la mujer hueca que lo encierra en un aula oscura.
No perdona sin embargo las tonterías de sus congéneres, por más que perdone el muro tapiado, el camino cercado y las moscas que revolotean, por más que perdone a esa persona a la que, en una habitación cálida, se le pone la piel de gallina.
Perdona el vuelo en picada de los cuervos y los disparates de los flamencos, pero no perdona las piedras o las tejas que llueven del cielo. Aun si hace rato que aprendió a controlar su mal genio.
Perdona a los soldados tendidos en el suelo, al juez que se toma la leche, así como perdona los archivos, rumores y sentencias acerca suyo; pero no perdona las faltas de ortografía en los eslóganes y documentos, libros y manuales.
Perdona a la mujer que lo traicionó, a la esposa que le dijo adiós,– no hay ningún registro escrito de su dolor. Recién ahora sabemos que tenía razones de sobra para destrozar su única radio valiosa.
Y sin embargo no lo hizo. Perdona la fe en el relámpago, la fe en el agua, ¡cuánta tristeza hay en el río que centellea! Pero no perdona un cielo sin fe, pues ¿a dónde va a ir después? ¿y con quién va a encontrarse?
Perdona su cáncer, su funeral miserable, e incluso las nubes que aparecen el día de su funeral, de la misma forma que perdona una comida en mal estado. Pero no perdona el papel que otros queman en su nombre. Veinte años después de su muerte, nos empeñamos en tratarlo como una persona.


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