Poemas. Muestra de las recomendaciones de libros 2016

La presente es una serie de poemas basada en los libros comentados en las recomendaciones Por qué Me Gusta, publicadas en la sección Artículos/Entrevistas de op.cit (que se puede consultar aquí). En esa ocasión, se pidió a poetas, lectores y críticos literarios, integrantes del staff e invitados, que recomendaran libros correspondientes a 2016 y fin de 2015 y que hicieran un comentario general o particular de las elecciones. También, que sugirieran o enviaran un poema de uno de los poetas seleccionados para realizar una compilación. Como no todos cumplieron con esta consigna (no enviaron ninguno, mientras que otros enviaron más de uno y de diversos autores), decidimos anular aquel primer intento y realizar una muestra que reuniera a todos los poetas mencionados, aunque ese no había sido el fin oportunamente establecido. Para evitar cualquier problema de entendimiento respecto del orden de aparición de los poemas, nos inclinamos por el riguroso orden alfabético (por apellido). También pusimos primero a los publicados en 2016, y en un apéndice a los de 2015. Para finalizar, nuestro agradecimiento a todos los colaboradores del sitio, poetas y editores que con la mejor predisposición nos enviaron los textos y contribuyeron al armado de este trabajo.

 

Jotaele Andrade (de El psicólogo de Dios, 2016)

V

cuando me pongo ansioso
doctor
dijo dios
que ahora era un tipo cuarentón
no muy alto
y casi vulgar
bajo al mundo
para admirar
lo que he creado

y veo
he visto
que
poco y nada queda
de aquel mundo
primigenio

pero
lo interrumpí
¿éste no se asienta
acaso
sobre aquél?

o
dicho
de otro modo
¿no es este el mundo
que ha permitido?

¡este no es mi mundo!
dijo
revolviéndose en el sofá
ese pobre hombre
tan parecido
a tantos
cuyo deseo es volver a la infancia
al útero
a la no conciencia

¡este es el mundo de los hombres!
sentenció

y se mantuvo
callado
mirando hacia afuera
donde la vida humana
rugía
en el ajetreo
de automóviles
peatones
asaltos
gritos
sirenas
llantos
crujidos
latidos

y pensé en la vida
donde no está dios
en la liebre que tiembla
olisqueando el aire

en las moscas
posándose
desapasionadas
sobre un cadáver

en toda la vida
que existe
cerrada en sí
obtusa
pensé

y dije
creo que debo aumentarle el precio
de la terapia.

 

Jorge Aulicino (de Corredores en elparque, 2016)

10

¿De qué mar hablás si aquí no hay mar?
Ibas, bajo el sol, a las nueve de la mañana,
rumbo a una laguna artificial
en el privado bosque de un antiguo colegio.
Es este tu recuerdo: nunca nada fue tan matinal.
Pescaban anguilas.
¿Con quién fuiste?
El cura apareció en la orilla, alguien parlamentó con él.
Vos mirabas desde cierta distancia,
sentado sobre el muelle de madera.
¡Qué fresco sol sobre el agua, el árbol, la sotana!
El cura autorizó la pesca y se fue sonriendo.
Le dijo a tu amigo que no repararían el agujero
en el alambrado por el que habíamos llegado,
siempre que no viniéramos más de dos o tres.
Los domingos. El día de guardar.

Tarde entendiste lo que entendió el cura,
que aquella pesca era una pesca mística.
Que era comulgar y estar en misa.
Y que el hecho se repetiría como un rito
en tu memoria. Como Galilea. Tu Galilea.

 

Inés Aráoz (de Al final del muelle, 2016)

Nexomaníaco

–Lo secreto no sufre menoscabo del tiempo.
Es pura potencia. Lo secreto es el resguardo
del mundo y de la humanidad.

–De alguna manera, uno que escribe, mejor
dicho: uno que busca de tal manera el poema,
es uno que vive en lo secreto, que no se
aviene a extenuar su palabra en el diálogo o
a invalidarla en la circunstancia, llámesele a
ella, por caso, significado. El cincel poético,
removedor por naturaleza, aireador, ofrece
nutrientes muy diversos -elevándolos desde lo
hondo, a muchos comensales y muchas veces
en el chasco o en el malentendido, entrega su
mayor potencia colectora de luz.

 

Carlos Barbarito (de Falla en el instante puro, 2016)

El momento se encarna en un niño…

El momento se encarna en un niño
que tiembla, detrás de una ventana,
ante el relámpago. ¿De qué
está compuesta esa luz fugaz y fría
que es luz pero también serpiente?
No hubo previsión como no hubo aviso;
demasiado espacio fue dedicado al tedio,
a un mero permanecer de polvo en la alfombra.
Demasiado tiempo desgastando,
de a poco, lo eterno
y de cada hora, el afán del cursor
como ojo de animal
que se encamina, sin pausa, hacia el Diluvio.
Rasga el cielo. Precede al ruido del trueno.
El mal futuro ya orbita el presente.
Dirán, en otra parte,
que todavía queda una instancia
para la gracia, el ramaje, el espesor.
Aquí, detrás de la ventana,
sigue temblando un niño
aunque la razón del miedo pareciera haber cesado.

 

Diego Bentivegna (de Geometría o angustia, 2016)

*
Tengo ocho años, tal vez nueve;

como en los versos de Dalton
lloro por las noches

la lágrima, como un don que nace,
que no puede evitarse,

un estado del llanto

*
Veo una cabeza
llena de electrodos.
¿No es la cara de otro?

Tengo ocho años, tal vez nueve;
estoy con la cabeza
llena de electrodos.

Es la cara de otro,
son sus rasgos que se borran
en una superficie blanca

*
Estruja la pollera como un paño:
(mamá me está mirando
sentada en un pasillo).

Hospital de provincia,
el aire es claro;
hay un sol que desborda las ventanas.

Una bandada de jilgueros cruza
el paisaje lunar de las panatallas.

*
Soy lo que ves: un hueso,
un cuerpo de ocho años
que llora por las noche
como en los versos de Dalton,

soy solamente alguien
-un tallo, una paloma-
que tiene la cabeza
llena de electrodos.

*
Tengo ocho años.
Lloro por las noches.

Dejo las lágrimas:
son restos en la cama.

Cuando nadie me escucha,
lloro por las noches;
cuando nadie me mira,
lloro por las noches;
cuando nadie me habla,
lloro por las noches.

 

Diego Brando (de Frontera, 2016)

[Escucho llover…]

Escucho llover,
aunque lo más probable
es que afuera el cielo
sea un campo celeste.
Me confunde quizá
el sonido del ventilador de pie
que sin embargo
no alcanza el súmmum
de sus primeros años.
¿Me conviene dormir
en el comienzo de la primavera
y del inminente equinoccio?
¿O habrá que ir
a los espacios verdes
a contemplarlo?
Entre el adentro y el afuera
hay una frontera, que sin dudas
pide ser traspasada.

 

[Un vaso de vino tinto…]

Un vaso de vino tinto
en medio de la noche
y la tormenta allá afuera
me traen cierta calma,
un hormigueo eléctrico
que corre por mi piel.
Me acuerdo del árbol
que corté aquella tarde
en el patio de mi casa,
de la resina fresca
en mis manos
cuando lo acomodaba
y del movimiento brusco
de mi cuerpo
al golpearlo con un hacha.
Se estará mojando ahora ,
y quizá la tierra
lo esté envolviendo
con frescura.
Pienso y concluyo:
soy ese árbol cortado
y mutilado que recibe el embate
de los vientos y la lluvia,
con placer.

 

Darío Canton (de Todo es materia de poesía, 2016)

La pata de la mesa
(de Corrupción de la naranja, 1968)

marca
si la sabés mirar
la altura de tus días.
Dice:
“este fragmento de un mueble
probablemente una mesa
ha de ser del siglo veinte
o veintiuno
de una era muy antigua
la cristiana
¿Se imaginan ustedes
las comidas, las reuniones
en una casa cualquiera
alrededor de esta mesa?”

El ojo
de la pata de la mesa.

 

Valeria Cervero (de Sin órbitas, 2016)

cuando el día casi se acomoda

el calor hace estallar
aves y niños como
si no existieran paredes

todavía despierto en los márgenes
y recuerdo la esfera a la que no pertenezco

puro  esfuerzo en mitad de la mañana
—con las horas llego a saber
la felicidad de la piedra al sol—

 

¿dónde queda la intensidad

del color que reinventa el ojo
cuando la escasa luz o la distancia no dejan
imagen o trama de lo que era claro?

¿qué define la insistencia de esa voz,
su reparo, su rabia de días opacos?

¿cuál es la luz entre nosotros, ahora,
cuando tantas luces revelan el mundo?

 

Alberto Cisnero (de Ajab, 2016)

1-
aquí dentro consignan en el papel
que entre pagar y ser pagado existe
la diferencia del mundo y se consigna
también la vida, el raro dato, de un hombre
en un solo volumen, y si usted
se comide a la inspección de ese mundo
tembloroso, se hundirá sin recuerdo
en torno a otros tipos que emprenden
su derrota hacia el sur, alborotando
una ballena, cuyo cuerpo congrega
todos los colores, y no es por demás
conozca el mar. como llegó a suceder.

2-
es la noche que profiero y titila
sobre mi cabeza simétricamente
la constelación y en un mismo tono
de estupidez y regocijo encrepo
al mar, oyendo su música intacta,
cosas finidas y compuestas por huesos
y sueños y que no han de volver
con el trémulo albor o la espuma
sucia de la marea.

3-
pero adiciono, a la serie interminable,
entre escombros de coral derrumbado,
otro atisbo, mientras la velocidad capta
y difumina la aspersión de un débil
cúmulo de sal, sangre vertida otrora.
yo no sé si es bueno o malo a la manera
mejor de agradecer cuando en un sueño
nos es revelado un nombre, invocarlo.

 

Diego Colomba (de El largo aliento, 2016)

Mientras caminamos hacia adelante el mundo sigue cayendo

Hace un rato una bandada de tordos manchaba el filo del tapial.
Había llegado poco después de que la lluvia cesara al igual que nosotros
que la habíamos visto caer durante horas detrás del mosquitero de la cocina.
Pero ahora esos pájaros renegridos que tornasolaban en el nimbo del porlan
se precipitaban sobre la tierra anegada donde no podríamos trabajar.
Nos conformábamos entonces con hundirnos en el barrizal lleno de charcos
que desdibujaban los surcos de reciente tierra removida
que esas aves nerviosas escarbaban en busca de alimento
picoteando incluso los trapos y maderas de un espantajo
con quien la fuerza del agua no tuvo miramientos.


Microcosmos

Espera, sin apuro, que la cáscara de naranja que cuelga del clavo, en esa pared descascarada, al sol, se seque, endurezca, se quiebre al tacto, se vuelva polvo perfumado entre palitos de yerba. Pero es puro berretín de viejo, piensa, viendo las moscas negras que se posan en la piel anaranjada, ajenas a cualquier infusión. También la vida anida en esos bichos. Y otras esperas.

 

Alejandra Correa (de Maneras de ver morir a un pájaro, 2016)

Eso

Acaba de caer un fruto
un huevo roto y sangriento
vertical y grave

Este pájaro ha madurado

Está en su primavera

Es un tomate fértil
uva yendo hacia el vino

Comparte la ruta de toda carne:
volver a nacer hacia el dolor del mundo

y su cuerpo en donación alimenta al árbol
en el que ahora cantan sus hijos

 

Gabby De Cicco (de La tierra de los mil caballos, 2016)

«Rodar en las heridas, por el aire
fatigoso y el mar…» Rimbaud

I

Contar los desaires como caballos,
y olvidar lo certero de la plenitud.

Este olvido
es como fisuras en el pan.
Una tarea que cansa.

Ella me llama. La voz percute
como un piano insomne.

Es lo tóxico de la libertad.

 

II

Un perfume sin sonidos persiste
en la memoria.

Por la noche, esta luna que oscurece, es roja.

La decencia de callarse: ¿para qué?
«Usá las palabras, sin miedo» me dice Kerouac.

 

Ignacio Di Tullio (de Famiglia, 2016)

Como magma espeso

Como magma espeso de la garganta del Vesubio
viene subiendo desde el primer hombre
por las napas del tiempo
una lenta lava que disuelve escombros
derrite arterias
y sigue hasta alcanzar la superficie
donde agrieta las placas tectónicas
y la soledad de la llanura es testigo del seco crepitar.
Empuja hasta hinchar y fracturar el suelo
y el eco de un estallido llega a los caseríos.
Paisanos y lugareños se congregan alrededor del milagro:
un geiser de limo rojo busca altura
la tierra escupe su verdad.
Desde las profundidades de nuestra especie
viene subiendo como fuego líquido
el milenario estofado
de la famiglia.

 

Carolina Esses (de, Versiones del paraíso, 2016)

Te habrás abierto un camino entre cañas

las manos fuertes, precisas
habrás visto todo más salvaje –los teros, las bandurrias
el humor amenzante de los patos–
te habrás s, entado junto a un árbol, los perros atrás
muy atrás, con él,
tu vida te habrá parecido perfecta
como el círculo que dibujan en el aire algunas aves
–sostienen en su demora un rumor secreto–.
Con un suéter sobre el camisón envejecido, me dijiste después
entraste al mallín
y encendiste tu pequeño atado de papeles.
Viste chispear las hebras grises y negras
la fibra vegetal –¿o eran libélulas que flotaban
en el aire ciego, resplandecían?–
y tu gesto fue una súplica
una oración pagana porque creés
mucho más en la benevolencia de las estaciones
que en la voluntad de cualquier dios,
esta vida que siga su curso, habrás pedido
y después nada: el silencio de la noche
ondulante como un océano
salpicado de espuma galáctica.

 

Dolores Etchecopar (de El cielo una vez, 2016)

*
mi vida como liebre lleva una bala
está en apuros y mira
entre las margaritas aplastadas y el granizo
cómo levanta el día sus alas de la hierba
en este punto de la llanura que desaparece
entre el miedo y la luz
donde el árbol solista canta muy despacio

*

una vez
escuché a la niña inca detenida en la montaña
sostuve su pequeña mano en la mía
su mano tocaba la hierba de un reino
y la posé sobre mi pecho
cada cosa anhelada irradia un silencio que protege
me fue concedido sostener una pequeña mano
en las sombras de la montaña
y cantar lo inusitado   lo breve de un cielo
que se espanta con el pensamiento

 

Horacio Fiebelkorn (de La patada del chancho, 2016)

5

No hay un bardo
a skater viejón, y ya.
Pero venían
todos los diarios

Paranoicos y lengua
de “oh!”, la cara
de sacudirlo
por los huesos.
Salen por semana.
Pero venían
todos tus deseos. O
como el cáncer.

La hiedra también.
Entonces
el nombre de lo tilingo.

Sin un querido y ojeroso,
de sortija
en un pensamiento
baila en las palabras.
Se convierten
en recuerdo.

 

Estela Figueroa (de El hada que no invitaron, 2016)

Caminando bajo la llovizna
en una noche de junio

Hasta en el extremo opuesto
del lugar donde vivo
me reconozco:
aquí
en esta casa
velamos a mi padre

enfrente la psicóloga
a quien le cuento
distintos avatares de mi vida

cruzando la calle el bar
donde con Virginia desayunamos
un domingo feliz
como pocos

Desde la esquina veo
El sanatorio donde nació Florencia.
Más allá el supermercado
adonde voy por comida.

Mi vida
desparramada por la ciudad
volvió a juntarse
cuando volví a mi casa
esta noche de junio
en que llovizna

 

Patricio Foglia (de Tokio, 2016)

Takashi

Después de varias jornadas de trabajo
las manos de los pescadores
terminan hinchadas, ásperas
como sogas de amarre.
-Antes tenía manos, cuando era un chico.
Ahora tengo patas de dragón, y mi esposa prefiere
que no trate de acariciarla, dice Takashi, y se ríe.
Un pescador no pasa mucho tiempo en casa,
debe dedicar dos de cada tres días a su oficio.
Cuando por fin desembarca en el puerto
toma un ómnibus en la Terminal, y si tiene suerte
consigue un asiento y se duerme
en su cabeza se confunden
el andar del micro con el mar
la sirena de una ambulancia
con el quejido del pulpo
los motores de los autos con las poleas
enormes, arrastrando el cuerpo inerte del animal
hasta la cubierta del buque, bajo la lluvia.

 

Jorge Fondebrider (de La extraña trayectoria de la luz. Poemas reunidos: 1983-2013, 2016)

Regent’s Canal (A la altura de Danbury Street)
(de Los últimos tres años, 2006)

De la tierra helada del invierno, apenas los contrastes:
las aguas verdes del canal a la deriva,
la lluvia inglesa y ese cuervo trepándose a la rama,
como quien dice estoy,
yo soy de aquí
y tengo poco tiempo que perder con un extraño.

De esta ciudad de casas de ladrillo y lentas ceremonias,
el cuervo es otro dato de la tarde,
una constancia más que el hombre acepta
y suma a la barcaza, a la botella,
al tipo con su caña y sobretodo
pescando desde el borde
con gusanos que guarda en una caja de zapatos.

El extranjero entonces se aferra a ese canal
y busca detrás de las esclusas,
de los barcos dormidos hasta la primavera,
de pasos fantasmales que cruzan Noel Road
una costumbre que no tiene,
un modo de las cosas que no entiende.

 

Silvana Franzetti (de Notas al pie, 2016)

La sombra de los arrayanes,* en especial
si el viento no es muy fuerte y el vaivén
introduce la idea de abanico como único accesorio
para un vestido estampado con hojas de malva.

Se informa que los corsos y bailes programados para el día de la fecha en Dolavon se suspenden por razones climáticas.

 

Daniel Freidemberg (de Abril, 2016)

(XIV)

Había que, dijeron, blindar,
yo lo creí, para escribir, la rosa,
pero al fin blindamos
sitios para escribir, era que el aire
tocaba el nervio, y yo no quise,
no quiero gritar. Escrito en un
Mc Donald’s de barrio: descubrí
la gran pasión, la mayor de todas,
la que se cambia, como el dinero, por todas:
la Indiferencia. Escrito en un Mc Donald’s
de barrio: Indiferencia. No supe, no
quise blindar las palabras:
miren estos agujeros, estos tropiezos, esta confusión.

 

(XVII)

Poesía para con-
mover? Hipó-
crita lector, lo
toma o lo
deja, el destino
ladra en
el horizonte
abandonado.
Eso que ardió en
la pira de
las palabras
no ardió, no
pasó nada,
pero ardió.
Ahora vengan
y digan lo que
corresponda,
ladra el destino en
el horizonte, las
horas y los años pasan
en ese o en
otro horizonte, y
se van, como
se van yendo
las palabras. Ardió.

 

Romina Freschi (de Eco de Parque, 2016)

[El sueño y su escarmiento]

El sueño y su escarmiento
plumaje vaporoso
cerca de la mañana asciende
manifiesto
a dar por visto
lo no comprendido
que esconde su semiótica troyana
en el humilde cerezo
de los días.

Con dolor dejamos
de comprehender
y es la incapacidad la que duele
en la reiterada programación del sueño
ver lo que no vimos
vislumbrar aquello
que no comprenderemos

en el futuro imperfecto
indicativo
esa contundente piedra
por mucho que elevemos
volverá a caer.

Sísifo y Dédalo
como infierno y paraíso
forjan
sus mentiras como máquinas
sus máquinas como mentiras.

En el cerco de lo binario
en la mente bifaz
hay un lomo
hijo, ala o embuste
temporal
pero no alcanza
lo que trae el pensamiento
y al final
solo nos trae el pensamiento
sueño infernal
continuo
proyecto de pasado.

 

Pablo Gabo Moreno (de Eurythmics, 2016)

16
Nick Mason conversando con su instructor de vuelo

sobrevuelo el planeta volando y rezando
mi sucio halo es una huella de vapor en el aire vacío
atravesando las nubes veo mi sombra volar
fuera del campo de visión de mi ojo que llora
un sueño inmune a la luz matutina
podrá soplar a esta alma del límite de la noche

ninguna sensación se compara a esto
animación suspendida, estado de deleite
no puedo apartar mis ojos del cielo circular
enmudecido y con la lengua trabada
solo soy un inadaptado a los límites de la tierra

 

Diego L. García (de Esa trampa de ver, 2016)

[Leemos el término…]

leemos el término “texteo” como fuerza de una aguja
que ya no talla en piedra ni moja de tinta sino
que envía un paño tramado con binarios espacios
de tela y vacío para leer ahí un tiempo en
que lo dicho es más una cuestión de yemas
advirtiendo verdad o transparencia / podríase
leer así la poesía? es decir tocando la falta
de un objeto / un cuerpo que no / un silencio
estirado en líneas y puntos pero que en el fondo
los sensores de la piel traducirían “acá estuvo
en algún momento la palabra”

 

Griselda García (de Ahora, 2016)

El dique

En las últimas vacaciones Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.

En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.

Mamá llevó flores y una botella de vino.
No había nadie ese día
solo un hombre acostado en la arena
que al ver la botella gritó de satisfacción.

A Papá le hubiera gustado, pensé
y entrando al agua rompí el dique.

 

Caro García Vautier (de La Discrepancia, 2016)

Entre los pliegues de un papel, crepé

a Eduardo Espina

no recuerdo dónde está enterrada mi madre

no sé qué hay de cierto de filigrana disgregándose
solapado el ladrido de esa nena envuelta
aún el hueco en la arena permanece intacto

no recuerdo dónde

a quién debo lo que hace falta?
a la noche que sigue delante por cubrir la desnudez
los delantales de lo incierto

pero lo que avanza es tu carencia
rutilante abierta
a las inclemencias del tiempo
que te detiene y viste
una dádiva en la oscuridad

dónde está?

desaforada en lo que huele de ser ondulaba
crepitando en círculos desoí

el crujido animal

cajita  rota  el salto
equilibro hojas trizas revuelo
patadas costras de papel arrugado
increpan

enterrada?

cómo distraer de lo alto?
si orificios delatan anfibios resaltan
si puente atraviesa ponte decrece
acróbata dispersa  dispara

lo que acribilla, te vuelve criminal?
malcriada en el brillo
dolida

recuerdo madre?

quito una pena que apelmaza lo hondo
no hago pie en el sentido, trastabilla
agazapa encalla en tu costado
filoso chilla, tajos en el pan
erosionado, amuchás los gajos esparciéndolos
un salpicón de migajas
tu cuerpo, la palabra incorporada

recuerdo está dónde?

cóncavo mirar trastoca el caparazón
sin razón ni escapatoria
sólo el roce de ser introvertido el mar
expulsando las razones en humos disolviéndolas
ya no las acapara

no había plegaria ascensor sino palpitaciones
…………………………………………………..leves
salvar las distancias nunca fue mi fuerte
una abertura o
me abducía
lo intrépido de ser desigual:
la discrepancia

 

Karen Garrote (de Ensayo sobre las lágrimas, 2016)

Humedad

“¿Cómo evitar que una gota se evapore?”

Puede estar escrito en el reverso
de cualquier piedra
o en el de cualquier memoria.
Puede estar, como dice Sei Shonagon, en el revés
de un bordado
en los ojos vacíos del que ya no puede, del que ya
no quiere

en las manos gastadas
del que sabe que ya no podrá
acariciar a los erizos.

Volvernos mudos, volvernos ciegos
mirar a los ojos a la muerte
del mismo modo que se mira a los ojos al amante:
sin anhelo.

Observar el vuelo de las mariposas y darnos cuen-
ta, aterrados, que nunca (nunca) se posan en los
muertos.

 

Lenguajes

Me desperté después de haberte soñado
me desperté y en el sueño me recitabas un poema
al oído.
Me hablabas tocándome la mejilla y sentía tu aire
…………………………………………..envolviendo mi oreja,
suave, cálido, contenedor.
Decidí que quiero que vivamos así:
como si alguien, un día, nos susurrara al oído el
………………………………mismo poema una y otra vez
y a partir de entonces nuestra idea del lenguaje
del amor y del adiós
fuera esa.

 

Miguel Gaya (de Cabeza de artista, 2016)

Últimos días de Stefan Zweig y su esposa en Petrópolis

Hay días en que uno sabe que el sol habrá de ponerse por última vez en todo el mundo.
Hay días en que el mundo es un huevo perfecto
y uno sabe que flotará dentro
con naturalidad nutricia.
Y días deformes, en que nuestras vidas corren riesgo
de perderse del mundo, deshilachadas y anónimas.

Hay una secuencia de las cosas,
de los objetos celestes,
y hay otras aleatorias.
Confundir ambas es confundir
la naturaleza de las cosas.
Y ahora están confundidas y no soy yo
quien las confunde y se abruma.

La noche llega ahora y no es el fin. Es la noche.
Y nos internamos en ella como en la oscuridad
y no en la noche.
Y desaparecemos
y ya no somos.

El amor del hombre raramente salva
de nada,
ni siquiera
del que ama, y sin embargo,
siendo visto y amado será
acaso, más sencilla su suerte.

Así que entrar en la oscuridad, en la nada, con amor
es estar concentrado en su propia humanidad, es
no estar partido.

No te doy mi aliento, no te doy
esperanza. Nos afirmamos el uno en el otro
para ser dos, pero amados.
Acaso no haya otra esperanza que esa,
otro consuelo.

Una parte del mundo se hunde, y otra
sueña, y caminamos dentro de ese sueño
deforme
y nos perdemos.
Para encontrarnos, hasta desaparecer,
nos internamos
desnudos
en el amor y la muerte. Nadie sobrevive.

 

Walter Godoy (de Luchemos x la ida, 2016)

La poesía no me salvará

la poesía no me salvará
la policía no vendrá por mí
tengo en mi pecho
una procesión de miles de pies gastados
una iglesia incendiada
el odio de las paredes derribadas de mi sangre
una voz profunda que me espera

la poesía no me salvará
dejará que mi carne se haga insectos
dejará que mi madera se haga fuego y ceniza
dejará que todo siga
porque el mundo está condenado a seguir
en el ronroneo continuo de muchos dioses
en el ensortijado sueño de una galaxia entera

la poesía no me salvará y no habrá juicio
por lo hecho y lo deshecho
porque en su estrado
ningún crimen es delito
y las capacidades
de nuestras maquinarias y seres
aún son infinitas e indetenibles

no hay roca tallada que pueda decir
posterioridad
con letras enormes y pesadas
ni hay alma que pueda descansar
en ningún cuerpo inerte

la poesía no me salvará pero quizás
me ayude a proyectar:
un viaje, un movimiento
en mi pecho
una diadema cargada de fuego,
la música liberada
de una multitud de voces

 

Lucas Gómez (de Para dejar constancia, 2016)

[Nada queda…]

Nada queda de ese sol
en este suelo donde siembro
grietas para que mañana
la distancia
no parezca miedo,
sea el fruto
merecido del esfuerzo.


5

Cuando terminé de cambiarte los pañales
y te ayudé a sentar para que no doliera tanto,
unas diez horas antes de que murieras,
me preguntaste si no había una escena así
en Milagro en Milán
lo negué, dijiste: -Tendría
que haber habido alguna y
me guiñaste un ojo.
Yo lo escribo por si vienen tiempos mejores
por si alguien comprende
o solamente
para dejar constancia.

 

Mariela Gouiric (de Un método del mundo, 2016)

Pensaba que no había un paisaje pero

Hay un paisaje:
en el vientre de mi hermana se gesta un niño.
También podría decir que
en la panza de mi hermana crece Blas,
como un poroto en un frasco de dulce,
entre algodones húmedos. Pero:
–en el vientre de mi hermana se gesta un niño–
suena más milagroso. Más medallita.
Y que te crezca alguien nuevo,
como el brote de un poroto
entre algodones húmedos,
es un milagro. Algo extraño. Magia blanca.
Una brujería que algunas mujeres deciden ejercer.

Ahora la internaron,
y le pusieron suero para frenarlo a Blas,
que quiere nacer sin pulmones.
Si la llamás por teléfono te
cuelga antes de que te
despidas.
Para quedarse llorando
sin que puedas verla.

Me pregunto por qué Blas,
que ni siquiera tiene pulmones,
angustia a su madre antes de tiempo.
¿Qué será de ella entonces,
cuando él pueda llenárselos de humo?

Con mi carita de buena, cuando salí
también le hice angustia a la mía
y presión en un ojo hasta que
dejó de ver.
Tuvieron que separarnos
el partero y las enfermeras
que la asistían.

Del asunto las dos salimos malheridas:
ella con un ojo ciego
y yo con un soplo en el corazón.
Cuando lo cuento y me dicen: —Qué bajón
me gusta responder:
—No tanto, siempre quise tener
una
mamá
pirata.

—Un soplo
–me decía ella–
es tener aire en el corazón.
Como un vientito.
En esa explicación nos reconciliamos.
Mariana, una nena vecina
me porfiaba que un soplito es
un agujerito en el corazón que te sangra.

Al soplo le echaban la culpa
de que me la pasara llorando como un chancho.
Un chancho chiquitito, rosado, agradable,
me imagino.
De esos que no vale la pena carnear.
De esos que cualquiera adoptaría
una tarde
en el parque,
sin pensarlo mucho.

Pero en vez de llevarme al parque
me sacaban bajo un árbol
para que solita se me quitara la maña de llorar.
Y funcionó.

Hay chanchos que si les acariciás la panza
no pueden evitar quedarse dormidos.
Qué bestia hermosa.

Por eso Blas, a vos te digo:
que de este lado se la pasa bastante bien.

Te tocó mamá maestra, papá taxista.
De hermana una gordita piola.
Viven frente a la plaza, rodeados de terreno
y les dieron el Procrear para un baño más,
un agrandar la cocina
y hacer una pieza donde
pasarás como 18 años por lo menos.
Así que tranquilo: hay tiempo.

De este lado se la pasa bastante bien
pero tranquilo, despacio.
Porque por las noches, cuando esté oscuro,
y zumbe por la ventana lo que anda en la calle
y tu cuerpo esté echado entre almohadones,
o abrazado a la espalda caliente de una mujer
o de un hombre
o de los dos,
descubrirás:
aquello que te mantiene despierto
ya no interrumpe el sueño de nadie.
Una sensación fundante volverá a vos,
y extrañarás algo
que te hará arrepentirte
de haberte apurado tanto.

 

Natalia Iñiguez (de Una vez escribí todo, 2016)

Matices

cae el sol en el barrio
igual que siempre
el cielo repitiéndose en el tiempo.
podestá al atardecer
es rosa bebé de madre prematura
es amarillo hoja otoñal
es siempre verde limonero
es gris tanque de agua
que recorta el humo
de la industria del plástico
fabricando broncoespasmos infantiles

son los matices de mis historias
con el amor y las familias
los trabajos y las noches

una abuela nos llama
como llamaría al hijo
y al marido
que se fueron
pero ella no sabe irse
y es todo lo que nos ancla

a seguir recortando el cielo

 

Fabián Iriarte (de Las causas del desconcierto, 2016)

Cuicacallis

Están las casas de los muertos,
con sus puertas de piedra, sus cuidados jardines,
sus largas avenidas custodiadas desde arriba por ángeles inmóviles,
guardianes de la paz y el silencio.

Pero están también las casas de la vida,
la casa de los huesos, la casa que guarda los sonidos
que pronuncian al unísono —decía un médico medieval—
nuestras cuerdas vocales y el alma.

Están las casas del canto, los cuicacallis de los aztecas,
los edificios hechos de vocales consonantes, de chasquidos
de la lengua, del sabroso repetir de una palabra
que llena el espacio y los pulmones, ese soplo
que se llama espíritu, que alguna vez tuvieron los muertos
y ahora reposan en su casa final.

 

El orden de  los factores

Hemos sido temerosos, sumisos, tolerantes.
¿Qué hemos hecho para merecer esto?
Los factores del orden alteran.

La pregunta es: ¿qué no hemos hecho?
Hay razones para no actuar.
El producto ordena los factores.

El orden altera
el producto de los factores.

Imponderable es aquello
que no se puede pesar.

Como la luminosidad de tu cuerpo
cuando te levantás y mirás hacia la calle
desde la ventana de tu cuarto de dormir.

Sos responsable de tus actos.
El orden altera el producto.

 

Kako (de Ancla-Forceps-Negro, 2016)

un negro de los vagones

Muevo a la biblio y hago equilibrio sobre la vía
desde mi infancia le pego a la vena oxidada carcasa
sé que las Tripas del tren galvanizan en grises
que languidecen de mueca los cambios de rieles
de remaches los cuerpos se orean sin dientes
y son ranchos de pollo de acero fundido
las casas de eucalipto bien quebradizo
…………………………………………………………

Ahora soy perro
culebras y vías
jamás un durmiente
solo descanso.
Caigo a la biblio
un brucka pregunta
el gusto a fideos con queso
de un país extranjero.
………………………………………………………

La empatía me arrasa
de memoria me lee
y el quebrado sentido
hiperbólico guacho
hasta la japi me escupe
recontra zarpado
guanaqueando a mi pueblo.

 

Reynaldo Jiménez (Piezas del tonto,  2016)

ser la tinaja

Para el agua
Que se da
De bebérsela entera

La gota que es la primera
La verdadera que vuelve
Y de su pérdida encinta
Y de su lágrima

Cada primavera se te entrega
Del pico al polen y en el néctar
El ámbar del instante fruto
No volverá porque ha venido
Nomás vendrá porque volvió
Futuro tan duro de roerse
Nunca llegado
Ha tiempo y siempre

A punto
Es ya memento del diosero
Se vuelve diosa metiéndose
Bien adentro de sí mismo sale
Por ella y se la ve no enfrente
Sino en adentro de otro adentro
Se despliega y a sí se monta
Animal de distintos cuerpos
A la redonda pues estalla
Dentro del ojo cuarzos
Del quien que se cruza
Consigo Y con los tantos
Va

Sin resignarse la sed
Y es que celebro

Sólo un rato nos deja
Breve como Brahma
Destino hasta el más grave
Hasta el deseo suelto
De su destino de cegato
De su zapato quieto retrato
Del caminado eco de pasos
Puestos en duda por esa lupa
De oidores sólo de mortales

Quizá no vieran a la sirena
De tan desnuda que era
Imposible ya verla
A salvo de los ojos
Que gustan mentir y tirar
Del hilo sincero
Del agujero
De la semilla
Nudo central
De la erosión

( )

 

Cipriano Lavalla (de Rastrojero, 2016)

Zurzo después existo

Perder el remiendo, amigo,
es olvidarse de lo que uno es.
La bandera roja ondea en la tranquera.
Al costurero que le puso el cuerpo
a las modas y al malón de adentro,
nadie pudo defenderlo,
ni el groupie ni las mil y una alfileres
ni la enorme tijera ni el dedal.
¡¡Y se fue nomás!!
¡¡vendido al señor de camisa negra!!
Me extraña mucho del dedal, íntimo,
ínfimo vestigio de la armadura
que protegiera, antes, a los hombres
de la espada, esa.
Permaneció, hoy, impávido el dedal.

 

María Eugenia López y Javier Norambuena (de Carlinga, 2016)

D de desencadenar

Vuelan las sirenas hasta tu casa Antonia. Aquí hay algo que arde. El olor de los duraznos te trae Antonia hasta mi boca. El cristal estalla donde había grietas que no veía. Algo arde en la alameda. Algo vuela hasta mi boca. Es la muerte de un padre que está vivo lo que me une. ¿Cuánto tiempo puedo estar mirando un vidrio? Tengo poca agua ya en el cuerpo. Es el hambre que me une. Es el fuego y los duraznos. Ya no hay padre. Algo estalla y nadie lo ha pateado. El durazno vuela en mil duraznos. Ya no te reconozco Antonia. Hay una brecha que desarma el templo por donde aparecen llamas. Tu cuerpo reingresa en mi cuerpo desde afuera. Traés el perfume de las frutas. Hay una catarsis de la carne. Una desintegración final cuando oigo en algún lado “soy tu madre”.

Contra la garganta del pesebre corea con fuerza de agua. Impulsa. Algo del padre allí debió morirse, pero la palabra insiste. Los duraznos dan bote en el piso y eso aumenta la velocidad de agitación del cuerpo. Hay vertiente. De la gravedad, un muro toma lugar desde la esquina más firme. Previo al derrumbe, al cortar la garganta del pesebre su boca no para de musitar en la poca luz. En el hueco busca el final de una serie, lentamente lo resguarda para el temblor único a instancia íntima de su letra.

 

Alfredo Luna (de Testigo infiel, 2015)

[Duermen en la sed…]

duerme en la sed del mundo

la memoria es implacable

de un lado a otro de mis ojos
los cardones brincan en la luna y juntan agua
porque hay un río que la desea

la luz se rompe

el viento llora salmos en la noche
para matar la pobreza
matarla y que vuelva al cielo

lejos están el amanecer de amapolas
y zorzales estremecidos
más lejos aún
el niño que las piedras vieron morir aquella vez

un torpe dios quiere renegar de mí
y no puede.

 

Gabriela Luzzi (de Un alhajero sin terminar, 2016)

La vida en una serie

En los primeros capítulos de la segunda temporada
de Walking Dead
un personaje dice que todo vuelve
a la semana sigue
con otro capítulo,
lo que termina me da tranquilidad
veo cómo vuelven las cosas del pasado
y del futuro
me pregunto cómo iré a volver yo
el día que logre desprenderme de cada partícula.

 

Leandro Llul (de Maratón, 2016)

Lanchas

La lancha va sobre el río
como un perro que nada con un hueso,
la cabeza tambaleante, los dientes apretados,
las patas hundidas que se agitan.
Y en la proa nosotros avanzamos
buscando el final de la luz,
la habitación del sol
donde soltar el ladrido transparente,
el mordisco dulce al aire que suspira
su perfume verde por el monte.

 

Tonalidad emotiva

En un sueño que tuve mi viejo canario
cantaba a través de los barrotes,
onírico vibrante en la materia
aleteando sin fin como si elevara
el fuego más allá de lo viviente.
Yo confiaba en sus alas, el pico, el torso
menudo, le pedía que en el sol abriera
los ojos por mí ante la luz
para verla en su pureza de chorro blanco,
de espada que atraviesa todo lo que somos
y hace crujir los huesos del sentido.

 

Francisco Madariaga (de Contradegüellos, 2016)

Pasajera mulata
(de El pequeño patíbulo, 1954)

Mulata, lo radioso está totalmente entregado
al movimiento.
Amor es tu piel de pus de vidrio repartiendo
los dones calientes de la vida,
dando a cada hombre su parte,
a cada mundo su parte.

 

Los viajes reales
(de Las jaulas del sol, 1960)

Sólo los amores podían reclinarme sobre su propio
arpegio real de inocencia y de incendio.

Los fuegos de las graciosas tristísimas cuyo rostro
se enciende y se apaga en la entrada de los túneles
con puertas de manzanos.

 

Julia Magistratti (de Pueblo, 2016)

La grieta

Donde yo veía una grieta
un albañil me dijo “la casa ha trabajado”.
Hay agujeros en las personas
sitios inhóspitos en los que no habitaría un pájaro.
Lugares sin abrigo adonde acude el lenguaje
con su instante de fuga,
su residuo desesperado.
“La vida ha trabajado”, le digo,
y me observo las manos solas,
toco esta cabeza que por la madrugada escucha a los gallos
delatar la cartografía de un pueblo a oscuras.
Las ratas que hacen surcos para llegar a alguna parte.
Los alimentos que desovan en la oscuridad del estómago.
“El olvido ha trabajado”, me digo
y cierro los ojos que dan a otros ojos,
reúno los caminos que nos vieron pasar.
Como si alguna vez volviera la primera vez de todo,
y yo fuera una grieta que anda por el aire y que aún
no encontró la casa.

 

Anahí Mallol (de Una ciudad, 2016)

3

pero ocurre que una ciudad
tampoco es algo compacto y sobre todo
tiene sus bordes esas zonas
en que se va deshaciendo se va
como esfumando en esos
lugares donde ya no es
propiamente hablando ciudad pero tampoco
uno diría que es el campo ni mucho
menos
en esa zona de borde
esa zona sin nombre
donde hay más vegetación pero no todavía eso
que solemos llamar
naturaleza pero sí
un cielo algo más limpio una luz
que brilla como una pequeña esperanza
de algo más puro menos
contaminado o viciado o sucio
en esa zona digo
había, esta mañana,
mucha escarcha.

 

Mariani (de Prolegómenos, mamotretos y reluctancias, ed. de Federico Barea)

[En la Ciudad]

En la Ciudad
la querida ciudad odiada y fría
sin predicadores visibles parados en cajones vacíos,
todos se levantan, salen, hacen y se acuestan,
en los “bablos” días
-los días de todos los días-
donde no hay colores colgados
ni se conocen diferentes, en La Ciudad
la querida La Ciudad odiada y fría donde poco a poco
hasta el vivir está prohibido;
y no se ejerce ya el derecho a andar perdido
por La Ciudad
cuyos habitantes carecen de cabeza
-la han prendado-
…………………………y sólo se les permite
treparse a horcajadas de sus sueños
en espera de las razonables cuotas de deseos para continuando,
poder transcurrir al otro día.
Temor, que no tiene mucha urgencia
-sabiéndolo que tiene carta blanca-
Temor apretando las caderas
-recién nombrado capataz de los humanos-
Temor nos posee lentamente aplastándonos con su enorme masa,
contra las piedras de esta horrible amada la gritona ciudad grasienta
y dura y chata
a los envenenados bien vestidos habitantes algo rancios,
que nunca finalizamos de estar
en las noches de estando
-tangadas noches tristemente policiales-
de ésta la Ciudad, la odiada maloliente
La querida Ciudad odiada y fría

 

Claudia Masin (de La cura, 2016)

Potrillo

Cada uno carga su familia como los mendigos sus bolsas raídas,
esas cosas que ya no sirven para nada,
pero no se pueden abandonar: son parte del propio cuerpo,
del camino recorrido. Es difícil soltar lo que nos ha acompañado
tanto tiempo, aunque lastime y agobie, y la espalda se incline
bajo el peso. Como si fuéramos la muesca diminuta
sobre el arma que alguien disparó en un pasado remoto,
en una tierra desconocida decidieron por nosotros, antes
de que naciéramos, hasta los muertos a los que tendríamos que llorar.
Pero si nos acompaña una multitud a cada paso, pienso,
el aislamiento no resuelve nada. Ni construir una cabaña
con las propias manos en el monte impenetrable,
darle la espalda al mundo y a los demás, volverse un paria
que ha rechazado su lugar entre los otros
para quedar libre de una deuda
que de todas maneras va a tener que pagar. Entonces,
si todos los cuerpos reunidos al principio
quedan atados por un nudo que atraviesa el tiempo
y es increíblemente firme, imposible de desatar,
¿cómo ser en la vida algo más que una especie
de fenómeno natural: un latigazo del cielo, un rayo,
que destroza sin razón y sin sentido, o al revés,
una lluvia suave que reverdece el campo seco y trae alivio
a los cultivos moribundos? Es decir,
¿cómo ser algo más que un impulso ciego
que actúa sin voluntad de hacer el bien ni el mal, por pura inercia
desprendida del pasado, de los deseos, los terrores,
las pasiones de la tribu? A veces creo, pero es una cuestión de fe,
no sé si es cierto, que se puede construir una familia
a partir de cosas ínfimas
que no forman parte de la historia que nos fue contada
a través de las palabras o del cuerpo de los que amamos.
Que podríamos descender en el tiempo
hasta el instante en que aún no habían empezado ni la fealdad
ni el miedo, a través de una memoria física que nos devuelva
la humilde y pura gracia de respirar. Hablo
de atarnos a detalles tan insignificantes
que no serían jamás parte del drama y por eso mismo no podrían
convertirse en el hueso de tu infelicidad. Sería tan distinto, claro,
si tu familia fuera el día en que conociste el verano,
la primera experiencia de alegría bajo un chorro de agua en el sopor
pesado de la siesta, el olor de la tierra mojada y el contacto
del pasto en los pies descalzos. La risa, levantándose
como la bruma del calor hacia lo alto. Si fuera tu destino ese punto
del pasado, ese resplandor que quedó grabado a fuego,
clavado en tu carne como la herradura en la pata de un caballo joven,
de un potrillo que en el momento de entrar al establo se retoba y corre
y es capaz de fugarse de la vida que le espera.

 

Silvio Mattoni (de Caja de fotos, 2016)

1973

Como disminuyendo, minúsculas tablitas
paralelas, las baldosas de la vereda trazan
sus líneas, interrumpidas por papeles, residuos,
restos de cigarrillos. Otras tablitas como
de piedra surgen de una pared muy breve:
un marco quizás por el escalón blanco
que invita hacia una puerta invisible, todo
blanco presente indica una ausencia oscura.
¿Qué busca esa pareja más allá? Ella,
difuminada, de vestido floreado se inclina
hacia lo más bajo de una vidriera, y él,
casi una mancha, pareciera decirle algo
al oído. Sí, mucha gente camina o se detiene
en brillos de las ropas con la cabeza en sombras
a través de la vereda, hasta donde la esquina
se vuelve nube gris, contorno indefinible.
Pero, más acá y ahora mismo, el primer pie
de un paso masculino y el derecho de ella,
que se aleja, tocan la misma línea. Lentes
grandes y oscuros, con un marco de metal
que brilla cuando gira el grueso cuello masculino,
grasoso en su camisa abierta y en su vientre
que sombrea la bolsa de papel en la mano.
Tacos, de ella, buscando acaso una recta
infinita entre sus pasos de cornisa ficticia.
¿Pero qué miran esos lentes negros, a dónde
inclinan los gestos su semicalvicie? Hay,
perdido, un objeto claro en la mano,
hábil mano que apenas siente el peso, de ella:
dos piernas cortas pataleando y el niño,
seguramente sin habla, hacia el suelo
como buscando plata de paseantes distraídos,
pareciera un adorno de la cartera. ¿Es ahí
adonde se dirige la mirada del gordo, o más bien
hacia el vientre o el pecho, esa carne materna
subrayada por las rayas del vestido?
Si no existiera el pudor, ¿sería posible
preguntar si la madre, ya no ella, acaso
bajó así al niño para mostrar su cuerpo
o librar la otra mano para golpear
intensamente al tipo de los lentes o quizás
rozar el vello de su brazo descubierto, estival?
¿No sonreiría el niño, ahora, si pudiera
volver a ver su vida, ver su madre
tan anónimamente deseada, esa tarde
calurosa? ¿Y en qué ciudad, si es niña,
mostrará ella el legado del paso recto,
la mirada ausente y la mano como lánguida,
suelta, esperando? Habrá muerto, o casi,
el gordo en estos años y el cuerpo que miraba
ya no resistiría las lágrimas de sus ojos,
de escuchar tal vez boleros, detrás de los lentes,
que hablan de la muerte, la descomposición, de lo fugaz.

 

Tom Maver (de Marea Solar, 2016)

*
No hay comienzo sencillo.
Con torpeza saco las alas,
estiro las patas lo más que puedo,
se alinean mis vértebras y al erguirme
doy la primera bocanada en este mundo.
Siento en mis pulmones la fría sustancia del aire
y la expulso a gritos. Ésta es mi voz, me digo.
Alcanzo a ver el color oscuro de la tierra,
el pasto reseco, los acantilados.
Alzo la mirada y veo a mi madre.
Recién entonces nazco

*
Tendría que detenerme en algún sitio
para descansar. Pero ya estamos sobrevolando
el Atlántico. Serán meses en que la gravedad
nos aplastará con su mano contra el océano.
Sólo el insomnio nos dará el equilibrio
para no perder la cabeza viendo este colchón de agua.
¿Dónde tenemos alojada la fuerza necesaria
para atravesar tanta intemperie y no caer?
Detenernos, sí, pero el cansancio
también es un desierto que hay que cruzar
y, aunque la energía me prenda fuego,
no debo separarme de las llamas.

 

Naty Menstrual (de Poesía recuperada, 2016)

Si fuera mujer

Si fuera mujer tendría mil hijos
tendría mil hijos con mil hombres distintos.
Si fuera mujer tendría mil hombres
con mil besos de rojo terciopelo
enredados en mis labios
sin prisas y sin tiempos
recorriéndome.
Si fuera mujer dormiría entre mil cuerpos
enredada en mil tentáculos de amor
con pasión con dolor y con sudores
sudores de mil hombres
pieles olores lamidas besos.
Si fuera mujer bailaría con mil hombres
la danza del amor entre mil lanzas
de blanco semen y de roja carne
entre mil lanzas de mil hombres
herida de dolores sobrepasada de pasiones.

Si fuera mujer tendría mil hijos
maleducados y rebeldes malhablados
irreverentes perversos y alterados
alimentados por su odio contra mí
alimentados por un odio eterno.
Si fuera mujer tendría un vientre grande
y las caderas abiertas recordando los mil partos
partida entredormida rajada al medio
partida en dos con los pechos estriados
arrastrándose en el suelo como serpientes
gordas llenas de sangre caliente y la mente en vuelo.

Si fuera mujer sería hembra en celo
yegua salvaje amamantadora de jóvenes efebos
y de miles de amantes con penes rígidos eternos.
Si fuera mujer con mil hijos de mil padres distintos
colgando de mis pelos
ahogándose en leche materna y en sudores viejos
olor de madre olor de hijo olor de hombres
olores miles de olores resbalando por mi cuerpo.
Si fuera mujer si fuera moriría seca de amamantar mil hijos
de mil hombres distintos y de un solo corazón despedazado
y despierto.
Si fuera mujer si fuera
con la melena larga bailando con el tiempo
Si fuera mujer…
Si fuera….
Si fuera mujer…
Si fuera carne…
Si fuera sangre…
Si fuera viento…

 

Sebastián Morfes (de Pañuelo de perro, 2016)

[Alguien recuerda…]

Alguien recuerda a Heráclito y el fuego vuelve
con la hoja de su navaja. Líneas de un diálogo
apuntalan un coloquio que no se instala.
Alguien expone en partes el error que se llevó un galpón.
Recorrer su camino, retroceder la explosión, alucinar las
similitudes de hechos que en sus pasajes tienen
escenas unidas por variedades es el deporte del momento.
El calor, el sueño y esos restos de observación parecen
crecer sobre la superficie áspera de las frazadas.
No se llega a nada. El fuego une y el tiempo filtra
con una zaranda lo que arrastra la inercia de los años.

 

Carolina Musa (de La curva de Ebbinghaus, 2016)

Pirpintos

Vuelvo al camino terroso
El polvo se asienta en los vidrios del auto
padre madre hermanos
felicidad que roza la indiscreción
cantábamos a la vera verita del río
por besar mi boca eres mi marido
u otra cosa, pero cantábamos
y contábamos los pirpintos
estrellándose en el parabrisas
o tampoco, solo yo
conservo todavía esa tara
de contabilizar nimiedades, muertes
de pirpintos, por ejemplo
Siempre pensé que eran polillas,
por las alas sosas y
por la obstinación suicida
indigna de una mariposa ¿ves?
siguen intactos los prejuicios
aunque no tiene importancia
en el poema, una digresión,
mi hermano dice que son mariposas
que vuelan juntas porque
viven re poco, dos días cree,
que para vivir eso él también
le apuntaría a los parabrisas
y le robo la conversación
corto y pego acá
en parte para convencerme de mi prédica:
sólo hay espesor
en los detalles, es estúpido
como cualquier otro artificio
literario: padre, madre, hermanos
ir y venir de la vereda al patio
y del patio a la vereda con
cañas, mojarreros
la caja de adminículos brillantes
el tarro con anguilas o lombrices
el agua, la comida, el protector solar
los libros de mi hermana
seguramente los llevaba, no es
que lo recuerde es que apenas
la imagino sin un libro, leía tanto,
de a ratos se reía en la cucheta de arriba
de a ratos te miraba como desde otro mundo
Recién lo pienso tendría que analizar
mi empeño en llamarle la atención,
en la escritura, tal vez le deba eso
Yo escribía fechas en el techo de mi cama
mensajes cifrados, deben seguir ahí
no sé porque hace años desmontaron la cucheta
ahora son dos camitas
para huéspedes es decir: nosotras
siempre a destiempo, una vez, en el río,
ella leía dentro del auto con las puertas abiertas
estaba tan concentrada que no vio
las abejas o avispas que iban
subiéndosele encima, ella era así
como salida de un cuento hermosa igual el río
o así lo invento
el agua marrón, los dedos de los pies
doliéndose en las piedras yo no pescaba
ni leía, no sé qué haría además de
tirar cascotes más o menos lejos
molestar a los pescadores con el movimiento
del agua, supongo que mirar
a mi papá pinchar una lombriz en el anzuelo
arremangarse los pantalones la camisa
morirse los pescados en la tierra
tan triste se sacuden desquiciados
Volvíamos al atardecer, peleábamos
por el sitio en la ventanilla
Tampoco logro identificar
minucias del camino o el sol
metiéndose detrás de las sierras
es que no miraba el cielo sino el suelo
el polvo levantándose las rayas
de la ruta, los naranjos idénticos
encastrados en un paisaje pienso hoy inverosímil
donde puede haber un hombre
solo, en la cima de la montaña
viendo pasar un peugeot 504 amarillo
lleno de niños y barro y cañas que asoman
por los costados ¿quién
podría asegurar esto o lo contrario?
un auto
cruza y machaca el paisaje quieto
de un pastor de cabras
o un pastor de cabras
en armonía total con el paisaje móvil
de una nena de diez, once años.

 

Aldo Oliva (de Poesía Completa, 2016)

Raíz 

Ni el aguaribay de sensible verde,
ni la cálida idea de la fraternidad,
ni las estrellas del alcohol
que encienden las estrellas,
ni el lujoso perfume
que arrecia en la derrota
del que se afanó en lo real,
soñó, lució, naufragó,
se afanó en lo real,
ni el número posible
que desnude el mundo
son Tú, tu verdad
de semilla durísima que liga
a esta tierra de sangre,
niebla, sueño,
mi mano…
Oh, tú, rostro del alba
más allá del alba.

 

Teresa Orbegoso (de Perú, 2016)

[En el arca…]

En el arca del origen, antes de la explosión, la piedra de los doce ángulos era un número. Su nombre, sonido puro de colores, se sumergía en las aguas de la cultura fría. En el quipo, la materia era libre y la alegría una constelación. La suma de los nudos a través del tiempo. Paracas, funerario, un manto indefinido. La suave melodía de las llamas, trasmutada en ritmos africanos y formas geométricas, se podía escuchar. Una especie de cansancio revestía a todas las huacas, que como pájaros del vacío olvidaban su música. Prisionera entre las luces que se apagan y se encienden: ¿era posible no amar lo que había desaparecido?

 

Héctor Piccoli (de La nube vulnerada, 2016)

Discurre acerca de la rosa como paradoja
del espacio y figura de lo efímero

¿Qué cultura ilumínase en la rosa?
La corola concentra, niega filas
con la curva almenada que aniquila
la extensión, en fragancia minuciosa.

¿Qué hora le urge, de qué espacio rebosa?
Se abisma en carmesí y sangra tranquila,
o gualda o nívea la luz que asila
irisa el presagio de la fosa.

Es paciente labor, es voz abstracta
que ha resuelto el amor en una escena,
en que al pugnar por, ser la forma pacta

con el ojo o la abeja entrega plena:
consagrarse en prisión, eterna, intacta,
por la necesidad que la condena.

 

Liliana Ponce (de Paseante y huésped, 2016)

[Hace un día casi…]

Hace un día casi, en auto recorría otro paisaje.
Foránea en planicies de arenisca,
a lo largo de rutas infinitas.
Color de almendra el polvo,
se abre a las serpientes miméticas, sutiles,
que no pueden verse sin prestar atención a lo obvio.
(Es mi anhelo entrar en el corazón de México
–ya bebí sangre de chili,
y gota a gota el agave
entra en mi lengua, se sella en el aliento.)
En el nudo, mi entrada en el secreto:
cómo el cielo comerá al desierto,
lo disolverá en una sola sustancia
sin la convulsión de lo húmedo, lo árido.

La estación de la víbora espera en esta arena,
mi sol despojado, sol rayo
para un espacio esculpido a fuego.
La luz en anillos cae dorada en sus fauces
y me absorbe.

 

Francis Ponge (de Antología crítica. Selección, traducción, introducción y notas de Waldo Rojas, 2016)

La ostra.
Del grosor de un pedrusco mediano, la ostra es de apariencia más rugosa, de color menos uniforme, brillantemente blanquizca. Es un mundo testarudamente cerrado. Sin embargo, se puede abrirlo: se requiere para ello sostenerla en el hueco de un estropajo, servirse de un cuchillo mellado y poco franco, darse maña varias veces. Ahí los dedos curiosos se cortan, se quiebran las uñas: es un trabajo grosero. Los golpes que se le propina marcan su envoltura de círculos blancos, de una suerte de halos.

En su interior se encuentra todo un mundo que beber y que comer: bajo un firmamento (para hablar con propiedad) de nácar, los cielos de arriba se aplastan sobre los cielos de abajo, para formar solo un charco, un saquito viscoso y verdoso, que fluye y refluye al olor y a la vista, franjeado por un encaje negruzco en los bordes.

Muy rara vez, una fórmula perla en su gaznate de nácar, con la que pronto sabremos adornarnos.

 

Daniel Quintero (de O Killed, 2016)

Casa partida

La casa fue quedando desmantelada
juntó roña en los rincones,
ahora nombra el recuerdo con olores partidos.
Fue la historia de otras sombras,
carnavales, navidades, flores de velorio.
De niño la casa crecía,
se hacía gigante entre la noche;
acaso quedaría en cemento
más tiempo que en mi carne.

Ahora que sólo somos dos sentimentales
envejecemos juntos:
a ella le duelen las paredes,
se escucha su queja de plomo
retumbar por las mañanas;
a mí me sobra distancia,
estoy pasado de milagro,
mis manos se aferran
a la seguridad del ladrillo
y camino quieto
hundiéndome en la misma naturaleza
donde una vez
crecieron los cimientos.

 

Rubén H. Ríos (de Canto de las Hespérides, 2016)

semiosis

I.
es el momento de la pura literalidad: todo llega

el exacto momento de la promiscuidad del mundo atiborrado de
—–…………ruinas

trivialidad de ese momento exacto y promiscuo de cosas
indiferentes

………….cuando el fuego

el momento del fantasma del tiempo, del sentido del sentido
en……………………………………….laxitud

la misma literalidad de la letra escrita en ese momento en que
el fuego
…………………no quema, no enfría

suspensión del sentido en ruinas.

 

II.

………………los ruidos apagados de la noche. la lentitud
los últimos destellos de la noche.

click
…….click
click

gotean los mundos pequeños de la distancia en la extrema,
exacta, proximidad.

el tránsito de la
…….avenida:
………………..esos signos exactos, sólidos.

 

Franco Rivero (de Usted no viaja asegurado, 2016)

gurisada

de niño el miedo invita
al coraje

yo trepaba árboles
afinando el oído
era el ruido
la advertencia
del quiebre

hacía silencio
la atención
aligeraba mi peso
y podía subir
sin que se enteren
las ramas

iba hacia arriba
como una lagartija
tenía esa seguridad
que da
hacer pie en el aire

y allá
donde el árbol
terminaba
le ponía el pecho
al viento
y miraba hacia el suelo
con ojos de pájaro

 

Diego Roel (de Kyrios, 2016)

San Pablo el ermitaño
(15 de enero. Padre del desierto. Protector de los ermitaños)

Mis manos sostienen las columnas de la noche.

Tengo los pies descalzos,
las piernas atadas con el collar de la vigilia,
el corazón atravesado por un grito de palomas.

Mis manos sostienen los muros de piedra.

Llevo sobre los hombros el odre reseco de los días,
la ola de arena del destino.

 

Juana Roggero (de Morir delante de papá y mamá, 2016)

navidad

le dije papá frená el auto
me había invadido una plaga de insectos
todo mi cuerpo estaba lleno de bichos
y de serpientes
y de lombrices
me estaba muriendo lo sabía
sabía que cuando terminara el festejo
me iba a morir
no podía respirar y respiraba
mi cuerpo era una cárcel
y yo seguía lúcida
y sabía que me iba
delante de papá y mamá
ahí al lado de la ruta
pasaban autos con alegría navideña
lucecitas de colores
yo me atragantaba
mis brazos
estaban comidos por animales
no podía tocar a mamá no dejaba
que me acariciara ni que me abrazara
no podía
tenía que irme y era urgente
que llamaran a una ambulancia
quería irme en ambulancia sí
el auto parado en medio de la ruta
la noche de navidad
no me salía el vómito
me ahogaba
mis órganos estaban rotos
mi sangre se iba apagando
me iba a morir y era hermoso
que fuera así y a la vista
de papá y mamá
y sin dejar que me tocaran que me hablaran
sin dejar
de respirar
tan lúcida

 

Mónica Rosemblum (de La cuestión del pellejo, 2016)

Caín dijo a su hermano Abel: “Salgamos al campo”.
Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre
su hermano y lo mató.
Gn 4:8

¿así pijama rayado
y medio dormido
te siguió Abel?

hay una confianza
un no dudar
cuando alguien
cercano
nos dice vení
o vení mirá
y vamos detrás
esperando algo
o nada especial
vamos sin dudar
distraídos tal vez
pensando en otra cosa
a veces
ni siquiera intrigados
vamos porque
nos dijo vení,
y vení alcanza para ir detrás
puede tratarse de algo importante
de algo pequeño
de algo para uno
o para el otro
simplemente vamos
por quien nos convoca

 

María Salgado (de 31 poemas, 2016)

artes de la despedida

y se despiden mediante el viejo truco de alejarse
todo a lo largo,
todo su amor al horizonte o a, digamos,
mitre con san martín

ningún pañuelo ondea, no aplaude un taco,
más bien hay mera
merísima dolencia, digamos,
distancia
del punto y su ojo, el ojo y la mirada, la ciudad y lo lejos,
el colectivo, el parque, la baldosa,
la niña con valijas, el empedrado roto,
la luz con sus señuelos, las ganas con la boca
y Buenos Aires obvia (por ya extrañada)

desazón de un idioma según se aleja

 

Carina Sedevich (de Un cardo ruso, 2016)

El sol se aleja como un globo de helio

1
En una película oriental
los muertos eligen un recuerdo
para vivir en él como un insecto
inmóvil en un ápice de ámbar.

Buscan momentos sin exaltaciones
en los que no pudieron vislumbrar
resabios de pasado o porvenir.

Al fin,
prefieren recordarse solos.

 

2
Bebé:

El sol se aleja como un globo de helio.

Siempre es de día en el invierno.
La luz es dura, vertical, probada,
como la herida de un puñal.

También son fuertes tus encías
aunque sean rosadas, todavía.

*
Bebé, esta mujer cruza la plaza
con una taza vieja en la cartera.
Piensa en usarla para alimentarte.

*

Bebé, esta mujer escribe
sentada a la vera de tu cuna
mientras la vida no deja de escurrirse.

Se acerca a la ventana
donde sólo ve techos y palomas
y piensa que eso es todo.

Y es bastante.

 

3
Miro dormir al bebé.
Sus dedos arman figuras fabulosas.
Sus ojos trazan trayectorias trémulas.

*
Reparo en sus zarcillos diminutos.

Pienso en las verdes volutas
que rematan los tallos del zapallo
y en los doloridos hortelanos
hincados en la tierra, con ternura.

*
Los ojos fijos en el cielorraso.

En mi pecho,
tumbada como el corazón de un toro,
se calienta la desdicha.

*
Ha muerto un niño.

Ambarino,
el pabellón de su oreja
se trasluce bajo el sol

en mi memoria.

 

Marina Serrano (de Psiquis anatómica, 2016)

 Independencia motora y castración (26)

Este es el rey del Polo Norte, el que construye iglús.
Esta es una masa que penetra -con punta de lápiz- y desarma
y vuelve a unir.
Este es el rey del Polo que no puede con la piedra,
el agua y el agujero pequeño.
Este es el rey que no puede, la espada
que no sale del cinturón,
el ornamento, la falsa milicia,
el rey que se pregunta: cómo poseer
la raíz viviente.

———-

26 Castración: del latín castratio, -ōnis,/

La realidad de unos pies que caminan
crea el cuchillo que cercena,
la posibilidad,
el miedo, el escroto vacío, la flaccidez.

/ ‘acción y efecto de castrar’. Castrar del latín castrare. No es bien seguro que este concurrente del popular capar sea la voz hereditaria del castellano. Capar, de capón, del latín vulgar cappo, ōnis, la acción del golpe que se da en la cabeza con el nudillo del dedo mayor. Capon, golpe de dados.

 

Olga Suárez (de Oriente, 2016)

Clepsidra

I
Recuerdo, te abro al tiempo.
¿Qué más se puede perder de las colinas del sueño, Clepsidra?
Era tan simple
disparar en las noches el crepúsculo
hacerme
invisible.
Si te abro me desarmo
me parto como un tronco seco.
No he de bregar por la lluvia
ni he de exhortar más al confín de la noche.
Dejaré fragmentarme al vuelo de finísimos pétalos
dejaré que tu mano los tome
una nueva flor para su especie ambarina.
Si te abro
abro la conflagración del silencio
el amor no callará más.

 

Carlos Surghi (de Orientaciones invisibles, 2016)

Carreras de trineo: En una habitación, encerrado sin que lo vea, mi padre construye un trineo para el hielo. Mi padre es joven, no tiene edad del presente. Detrás de su ausencia, ahí nomás, detrás del otro lado de la puerta donde guarda sus herramientas –cañas de pescar, falsos insectos como señuelos, dilapidadores del tiempo– está todo lo que espero: algo que provenga de él hacia mí, algo que quede congelado en mi memoria para siempre, como el pez que queda atrapado a un anzuelo más allá de dos inviernos, o como el ruido de una factoría móvil para el hielo, produciendo fantasía.

 

Santiago Sylvester (de El que vuelve a ver, 2016)

(nada como una buena salud)

Es increíble la cantidad de remedios: para cada mal, una
cura:
para el mal de ojo, el asma, la mala fe;
hay ungüentos para el cuerpo y para el alma: ambos lo
necesitan, y a veces es el mismo:
se curan el desencanto, las aguas negras, el orzuelo: hasta
la ignorancia
tiene cura o mata.

Hay gotas para ver mejor
y para no ver;
diarrea, paso del tiempo, secreciones, caspa, desconcierto:
a cada uno su antídoto.
Para el descreimiento, cataplasma;
para el abuso de fe, antifebril: el método socrático
también sirve;
si se le enferma el yo, no olvide que está hecho
y puede estar deshecho: su enemigo es el sarro de la
satisfacción: se quita con lejía.

Si su empacho es de pasado, quítese el chaleco, combata
el monumento abstracto;
si hay exceso de futuro, no haga nada: un lustro más y
estará como nuevo;
lo peor es abundancia de presente: da jactancia: y ahí sí,
purga de la fuerte: que raspe hasta el hueso;
y no se crea inmortal: también eso tiene cura.

 

Santiago Venturini (de En la colonia agrícola, 2016)

2.

Un verano
armamos la pelopincho verde
y nos metimos todos:
mamá
Tani
prima Ivana
nona Alicia
–papá no.
Hay una foto
en la que estamos contentos.
Los repasadores de flores
flotan en la soga.
Yo aparezco de espaldas
con una malla roja
y esa piel anfibia
que tienen todos los chicos,
piel nueva
lista para curtirse
con lo que va a venir.
Es la hora de la siesta
y el portón del patio está abierto.
No hay nadie en la calle
pero el barrio sigue creciendo.
Los matrimonios jóvenes
levantan sus casas,
proyectan piezas
para hijos que no existen,
achican el terreno virgen
con metros de familia:
donde había un monte
crece un living.
Cuando baja el sol
se sientan en sus veredas
y creen que el mundo
está en construcción.

 

3.

Un Ami 8 corta el aire
de 1989
con una familia adentro.
Mi prima aprendió a manejar
con ese auto en decadencia.
Un sábado
cuando cruzábamos la plaza
la puerta de atrás se cayó
y tuvimos que bajar a buscarla.
En la misma máquina
hacíamos todos los mandados,
del supermercado a la quiniela
de la tienda Kapote a la farmacia.
El brazo de mi mamá
metía los cambios,
sus pies pasaban del acelerador
al embrague,
mi abuela iba de copiloto
llenando como podía
su tiempo de jubilada,
y en el asiento de atrás
mi hermana y yo
aprendíamos al mismo tiempo
qué es la velocidad,
por qué las madres enloquecen
a sus hijas,
cómo grabar en la cabeza
imágenes de una mujer automovilista
antes de que el futuro se la lleve.

 

Ariel Williams (de La risa huérfana, 2016)

4

Probé las cosas de comer y de tomar, muchas.
Las aceitunas verdes y negras; la carne de las aceitunas negras
era como una noche blanda,
la carne del queso era como un silencio.
Desde el estómago me subían manos a pedirme cosas,
eran unos bichos de hambre, querían saber, querían saber
y probaban.
Había un gusto de cosas limpias. Salía el sol y alguien
volvía del mar con pescados y su belleza plateada quieta
se abría para que les viéramos los músculos blancos,
y les tiraban pimienta y orégano y especias.
Los ojos de los peces muertos apuntaban uno para el cielo,
y el otro miraba la oscuridad del suelo.

 

Laura Wittner (de La altura, 2016)

Exhibición de atrocidades

Alguien pescó, cortó y dejó
en la orilla esta cabeza de pescado
unida simplemente a su intestino.
La veo y siento mi propia cabeza
cómo se continúa en la garganta
y más allá. Con el mar hasta el culo
se besa la pareja enamorada.
La joven pareja enamorada.
También estuve ahí, sí, claro,
¿quién no? Una mujer sin pelo
entra al agua con determinación.
Apelmazado de sal un perro suelto
olisquea por sorpresa la entrepierna
de una chica en bikini: “¡Salí,
perro de mierda!” (cito textual). Si tres
granos de arena secos son capaces
sobre la roca, al viento, de variar
en dibujos infinitos, ¿cuán atroz
puede ser la variación de esta escultura
que en arena dura y húmeda sugiere
un castillo, un torso femenino,
unas montañas, un circo, una frontera?
¿Qué se arrasa por dentro de los moldes
y convulsiona y en lo químico muta
mientras una tan campante veranea?

 

Raúl Zurita (In Memoriam, 2016)

Erratas

La noche es blanca y negra. Son las últimas horas del 10 de septiembre de 1973 y las marchas concluyeron hace un rato. Falta todavía un buen trecho para que aclare y cabeceo sobre la mesa de un local que permanece abierto hasta la madrugada. Unas cuadras más abajo la herradura negra del mar de Valparaíso espejea las luces de los mismo barcos de la semana anterior. Llevo noches sin dormir, por lo menos cinco, y la blancura ametrallante de los fluorescentes me hiere los ojos mientras pido otro café. Había un grupo de las juventudes comunistas pero ya se han ido. Gritaron algunas consignas y se fueron. Desde hace una semana camino mirando los desfiles y de tanto en tanto me entremezclo con ellos para no quedarme dormido. Temo que si me duermo moriré…

Amor mío, ven a buscarme en la noche blanca y negra. Mis ojos te sueñan entre las sombras y no sé si aún habrá tiempo para el día. Los tanques, como imborrables erratas, ya han comenzado a horadar la luz cenicienta del nuevo amanecer.

 

textos 2015

Elena Anníbali (de La casa de la niebla, 2015)

I

señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo
para llegar a la casa de la niebla

y después qué

le dijiste?
le explicaste que el camino estaba cortado?
¿que el motor estaba roto?
¿que todo estaba roto?
¿que no había vuelta?

¿qué hiciste, cómo
para convencerlo?

para que te diera la mano
se sentara en la sillita de mentira
dejara que la oscura hostia de tu nombre
le llegara a la boca

¿o le metiste una piedra?
o una moneda, un gancho,
un papelito

de dónde lo enmudeciste, lo hiciste
olvidar
olvidarnos

qué señas le habrás hecho para que en vez de volver a casa
apagara el motor del falcon
se escurriera de la sedosa perfección del cuero
de la música en la radio
del ronroneo cachondo del auto
y se bajara con vos
para ir adónde

¿a cazar pajaritos?
¿a ver el dorado pasto extinguirse tras el fuego del invierno?
¿a romper el cristal del agua para que beban las crías?

o era verano, quizá por entonces
y le diste el agua peligrosa de tu cielo

entradora, el agüita, sí
clarita, el agua, bueno
pero detrás de eso vos sabés que un agua así da más sed
uno se entierra más en el pozo
y más
hasta echarse tierra en el lomo

y ni el ángel constante y poderoso de los molinos de viento
puede salvarte
no

¿sabías que mi hermano iba a decir sí?
cuando viste el polvito que levantaba el falcon rojo en el camino
no pensaste dejarlo ir?

aunque sea, señor, porque él era toda belleza
a esa edad,
toda alegría
toda
razón de ser

 

Alejandro Crotto (de Once personas. Selección, traducción y un poema de Alejandro Crotto, Robert Browning y Alfred Tennyson, 2015)

[Fragmento]

Oculto y silencioso es el camino de la gracia.
Esa fuerza que fija los colores en las flores
y deshace la fruta en el carozo, la semilla
que muere para abrirse… Pan, recibí pan, no piedras.
En su lenta marea no vinieron escorpiones
sino peces. Y peces y más pees y más peces.

 

Griselda García (de Mi pequeño acto privado, 2015)

Muerte por agua

Mire aquel árbol, dice.
Es un roble. Pronto dará bellotas.
Sólo veo bosques de almendros
altos cipreses negros
mi reflejo plateado
en las escamas del pez ángel.

La belleza es un trabajo.
Desde el interior se desborda y sangra
en jirones hilados por gusanos.

Más allá está el agua
muebles abandonados sobre la arena
inmensa esmeralda refulgente
océano.

 

Nora Hall (de Que parezcan sirenas, 2015)

Fotografía

bastan dos días para que se abra
y se cierre
la flor de un cactus

Pasó tantos  años preparando
un perfume
–las frutas para la mente
las flores para el corazón
el almizcle para que dure–

un maquillaje maníaco
ricamente enjoyado por el sol que la mata

y vos te preparás para fijarla
para que ella pose
y pase
su último día

 

María Lanese (de Ancora, 2015)

Pompeya

No sé
…….donde se encuentran así las letras
no debe ser de cualquier modo
debe ser en el aire
no cuando la voz con su encanto
nos fascina
sino en la oscuridad
en el grito del búho
en el hueco
donde las hilachas de nosotros
se ponen a hacernos sentir
que entre nosotros
hay un nosotros.


Pompei

Non so
………dove si trovano, così, le lettere

non deve essere a qualsiasi costo
deve essere nell’aria
non quando la voce con la sua bellezza
 ci affascina
bensì nel buio
nel grido del gufo,
nello squarcio dove sfilacciati pezzi di noi
si insinuano per farci sentire
che tra noi
c’è un noi

 

Milton López (de Borders, 2015)

Cuando mi casa se incendió

Cuando mi casa se incendió
allá por el ´97
Beto, el vecino de enfrente
desplegó su acción heroica:
escaló por la reja hasta subir al techo
y con una piedra rompió
la base del tanque de agua
impidiendo la expansión de las llamas,
en una acción brutal, destructora
salvó todos los tesoros que yo
había tenido que abandonar
esa mañana.

 

Alejandro Méndez (de Cosmorama, 2015)

Père Lachaise

El otro mundo
no es Père Lachaise
ni los castaños
en la fiesta
de los jardines parisinos.

Abejas y pájaros,
sepulturas célebres.

Si la visita provee
la ubicua tumba,
en carmín latiendo,
el azar no escatima
encuentros inesperados.

Merleau Ponty

extraviado
en esta urbe
reincidente

florece

entre ramilletes de turistas
que imaginan
epitafios ejemplares,
testamentos

y últimos deseos.

 

Clara Muschietti (de Podría llevar cierto tiempo, 2015)

[Debería irme…]

Debería irme a dormir, pero me desilusioné mucho con los duraznos hermosos que compré hoy a la mañana a la salida del médico nuevo. Pensé que serían jugosos y riquísimos, pero no, son opacos y secos. No voy a comparar esto con mi vida. A veces no hace falta.

Pienso en los duraznos, ya sé que una desilusión tan tonta no tendría que ponerme así. El tema es que tengo un pasado.

Todo el día pensando en los duraznos, dejándolos para más tarde, haciéndome desear para nada. No los voy a tirar. Los voy a dejar en la heladera hasta que se pudran.

 

Marta Ortiz (de Casa de viento, 2015)

Frases desiertas

Dije,
entre otras frases desiertas:
no permitas que tu jardín se seque.

(Recuperar las rositas rococó
la mata de lavandas
los agapantos
el malvón)

Una picardía el abandono:
pasto crecido
hormigas al rayo de sol.

Abrí la canilla
conectada a la manguera

en realidad
yo quería reverdecer tu historia
regar tus manías
tu inapetencia
tu desgano.

Que se escurrieran con el agua.

 

Carina Sedevich (de Klimt, 2015)

Canción de cuna
Para Isabella

Escuché los latidos en el vientre de mi hermana.
Fueron corcheas, apenas: do, do, do.

Afuera ya se dormían los tordos entre los álamos.
Dormía el calor de mayo. Pero nuestra sangre no.

Un silencio rodó lento, como ruedan los destinos.
Rodó como rueda un canto: sol, sol, sol.

 

Alicia Silva Rey (de Orillos, 2015)

Hacia

I        
Siempre ha de estar fresco, aquí,
en la corriente creada
por la abertura de dos puertas
que dan al sur, al norte.
Cierta húmeda frescura,

y la más lenta espera.


II

Nos reúne, nos alimenta, nos separa.

Reunir.

Alimentar.

Separar.

Acerca lámparas a merced de una lluvia
que se desencadena
a la luz de esas lámparas.
También nos amenaza con la luz,
que nos quita, con la sed,
que nos quita.


III

Nos reúne, nos olvida.

Doy cuenta de que olvida.

Tocarla.


IV

De su abandono nos extrae la infancia
que sus lámparas crean.

No la toques.


V

Algo hinchada, desnuda, limpia
aún en el agua viscosa.
Cálida. Indivisa.
Compuesta al infinito, quién sabe,
un cuerpo, un pensamiento.


VI

Un lugar otro, un amor
otro: sólo alcanzable
como idea.

[…]

 

Edgardo Zotto (de Diario del regreso, 2015)

Gloria

 La nochera laica,
devota de la Virgen de Fátima,
que viene del Fisherton pobre,
lee y, muy alta la madrugada,
me dice: “Duerma, Edgardo,
sólo tiene
que cerrar los ojos y dormir”.
Le digo: “Lo hago,
pero no me duermo”.
“Pídale a Dios”, me dice.
“No me contesta”, digo.
“Él no habla, obra”, dice.
Y me duermo.

 


N. del E. El lector podrá encontrar más poemas y autores mencionados en la selección consultando la siguiente lista de enlaces de nuestra página:

Elena Anníbali (de La casa de la niebla, 2015)
Alberto Cisnero (de Ajab, 2016)
Horacio Fiebelkorn, (de La patada del chancho, 2016)
Anahí Mallol (de Una ciudad, 2016)
Pablo Gabo Moreno (de Eurythmics, 2016)
Griselda García (de Mi pequeño acto privado, 2015)
Reynaldo Jiménez (de Piezas del tonto, 2016)
Carolina Musa (de La curva de Ebbinghaus, 2016)
Francis Ponge (de Antología crítica, 2016)
Carina Sedevich (de Klimt, 2015)
Edgardo Zotto (de Diario del regreso, 2015)