Árboles/ Los caprichos de Leonora, de Mariela Laudecina

Los caprichos de Leonora
Mariela Laudecina
Buenos Aires
Caleta Olivia
2020

Por Marcelo D. Díaz

Si la poesía es un árbol, la lírica serían las ramas que nunca se quiebran, ni en invierno, ni con la helada más intensa. La intensidad de los poemas encuentra su correlato en la imagen del desapego, nos representamos el mundo mediante las voces y las figuras de los otros, tramas sobre tramas, impresiones que terminan por hacer casa en nuestra propia voz. Escribir un poema, componer una canción, dibujar, ilustrar, pintar, son todos oficios que mantienen algo en común: la atención en la materia, por más que la materia cambie de un estado a otro, de un caso a otro, el oficio en su cuidado de las formas es siempre el mismo y Laudecina nos recuerda eso, la forma prehistórica del poema, la composición primitiva a la que le siguen el resto de las voces encadenadas de manera armónica.

En el registro de las formaciones sentimentales el miedo es un tema recurrente, como los sueños, un día nos vamos a apagar como esos astros que nunca volverán a encenderse por eso los poemas de este libro nos recuerdan la alegría de seguir con vida bajo centro de gravedad que se amplifica verso por verso hasta conmovernos. ¿Quién puede separar la experiencia de la escritura?

Hay momentos que quedan grabados en nuestra memoria, narraciones, amuletos, pájaros, jardines de provincia, promesas que esperamos nos cumplan, promesas que ya cumplimos, los lazos familiares, sus nudos, sus tejidos, sus rupturas en una rama que aún en la pérdida más profunda nos vuelven a sujetar al mundo. Esos son los vocablos que enuncian y anuncian los poemas de Los caprichos de Leonora, en una edad donde ya nada se puede copiar y todo lo que aprendimos merece ser desaprendido otra vez porque los aprendizajes declinan como las estrellas, como las formas de decir y entonces hay que inventar un modo de decir y de estar nuevo, distinto, abriéndonos en una modalidad que nos confirme en nuestra propia vitalidad.

El poema quizá sea un talismán que recubre un hogar transitorio con una luz que madura con nuestras emociones, si la oscuridad antes era un horizonte ahora ya ni siquiera es un punto de partida, es menos que la sombra desde la que decidimos narrarnos para empezar de nuevo. Amamos las formas imaginarias porque le demandamos, o le exigimos, intensidad a la realidad, y en esa urgencia ciertas representaciones aún nos queman por dentro y ese es el esplendor que intentamos cuidar. Porque los cuidados de las formas poéticas son ni más ni menos que los cuidados del yo, de nosotros mismos en una realidad que se transforma a toda velocidad. Podemos preguntarnos si fuimos felices, qué nos dio pena, qué quisimos alcanzar y quedó repitiéndose en nuestros corazones, no el músculo, no el órgano, sino el núcleo de la trama con la que un día enunciamos el deslumbramiento de lo mínimo, no la epifanía, más bien la mirada, la dicción intraducible que esconde nuestro nombre,  una melodía como si el mundo nos quedara demasiado pequeño ya así como el tiempo, con la esperanza de que existiera una vida futura y el poema fuese no la promesa, ni las cenizas de una vivencia ardida sino mejor la confirmación de que mañana de manera involuntaria estaremos aquí, una idea romántica con un contenido real, un pensamiento sentimental con un correlato en aquello que todavía no sucedió pero sabemos que sucederá y de esa manera cualquier escritura estaría  de antemano más que justificada.                                                                                                   

  En fin, de eso hablarían estos poemas, del aprendizaje de la vida en común de las oportunidades que nunca se desarrollan del tejido anudado de lo que fuera estar juntos y de la enunciación, y anunciación de nuevas formas sentimentales porque quién dice que así funciona el oficio de la lírica trabajar con las cosas que son significativas, un mediodía, el resplandor de una mañana, la amistad, el encuentro, todo escrito como con un resplandor que proviene de otra parte y demorado transita y ensaya diferentes maneras de decir  hasta llegar a nosotros.


[La giganta…]

La Giganta rubia me ha robado el huevo del ardor que cura
Qué es eso de venir acompañada por guardianes
que duermen debajo de tu capa blanca, a decir verdad un poco sucia
Ostentar los bordados de figuras poderosas, a decir verdad un poco increíble
No venís del mar, él te secunda y has cuidado de no derrumbar a los árboles
Quiero que me devuelvas lo que es mío
Se rinden a tus pies Reina Giganta y soy apenas un bucle de tu pelo
Necesito el embrión que me dejará libre
Si sobrevivo, cepillaré tu cabeza en la noche de los enredos.


[Lo que pudieron hacer…]

Lo que pudieron hacer no lo hicieron
El esplendor es de ella que venció a la muerte
No hay a quien rezarle
Mis gatos conceden paz y juventud
Un ser que puede caer parado debería llamarles la atención
El que no responde al nombre debería inquietarlas
Si estás demasiado cerca pisás al otro en el baile
decía madre, cuando es grosera la obviedad
Yo miro por el cristal
Ni me hace falta salir.


[Nadie sabe…]

Nadie sabe cuál es la hora del ángelus
Yo, sí
El cuervo traicionero me regaló su ojo
y ahora tengo tres
Ustedes jueguen mientras aparecen los aliados
preparensé para luchar contra siluetas espectrales
demuestren qué tan lindas y fuertes podemos ser
a la hora del ángelus
a la hora de las pinches sombras
que nos prefieren desvanecidas.


[Hemos sido tan injustos…]

Hemos sido tan injustos con Bird
Los gritos de su rojo pico, rojas patas, rojo corazón
Desde la pira observaba día y noche la casa del ave tiesa refulgente
el sol que entraba en su cuerpo y enceguecía a los parroquianos
Vino el hombre cabeza de pájaro, la bruja anciana que ya no escucha
y fue blanco el llanto, blanco el pico, blancas las patas
blanco el corazón que dejó de latir
Hemos sido tan injustos con Bird.



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