Brian Álvarez

Mi condición de herramienta*

Cómo conservar un poema1

Bien sea que cace o críe sus propios poemas para obtener su carne, su piel es un recurso que no debería obviar. Las pieles de los poemas son muy suaves y pueden ser usadas para hacer pequeños artículos como guantes o sombreros, o pueden cortarse en franjas y utilizarse para adornar o complementar otros proyectos. Preservar sus poemas es una tarea sencilla que puede llevarse a cabo en casa. Los poemas son valorados como piezas lujosas de ropa. A diferencia de la mayoría de las prendas, es necesario seguir instrucciones específicas de limpieza para asegurarse de que el poema no se arruine.

¿Qué hacer con las manchas?
Los puntos y manchas que aparezcan en la superficie del texto se deben quitar de inmediato, antes de que las partículas tengan la oportunidad de fijarse sobre la trama. También es importante guardar el poema con cuidado para evitar que se reseque.
Si su poema fue azotado por la lluvia, la nieve u otros elementos, no lo escurra. Colóquelo en un gancho de plástico. Cuélguelo en un área ventilada hasta que se seque bien.
Remueva las manchas de café, té y alimentos con un trapo suave sumergido en agua® fría. Puede usar sobre los puntos un secador de pelo a baja potencia.
Si el poema ya fue taxidermizado, no lo acerque al secador a menos de 10 cm de distancia. Si el poema es todavía un boceto, sosténgalo por la cola mientras lo limpia.
En el caso de que su poema se hubiera manchado con pintura, límpielo con un solvente en lugar de agua®. Utilice guantes de látex.
Consejos
Devuelva el brillo a su poema aplicando salvado de avena o harina de maíz secas sobre la superficie. Estas sustancias absorben la suciedad. Peine el pelaje para quitar la harina de maíz o el salvado, y sacúdalo con suavidad para aflojar el resto de las sustancias.
Evite el contacto entre el poema y el humo del cigarro. Aléjelo de perfumes, aerosoles para el cabello, bolas de naftalina u otros productos que puedan dejarle un olor permanente.
Advertencias
¡No almacene el poema en una bolsa de plástico! Estas prendas requieren circulación de aire. Cuélguelo en un área seca, como un armario.

¡Evite utilizar ganchos de metal o que contengan bordes agudos! Los puntos agudos en un gancho pueden desgarrar el poema y provocarle heridas.
¡Mantenga su poema lejos de la luz del sol! La prolongada exposición al calor puede provocar que el contenido se reseque.
Cuando limpie su poema, ¡pase el trapo en la dirección del crecimiento del pelaje! De lo contrario puede arrancarle pelos y afectar su forma.
 

 

1. Lleve el poema a un peletero profesional si no logra quitar la mancha. El peletero aplicará sobre la superficie un tratamiento en base a aserrín semejante al método de la harina de maíz y el salvado. Luego el poema será vaporizado y lustrado, lo cual separa y da volumen al pelaje.

 

Capacidades diferentes

Un poema sin filosofía
tiene las patas chuecas.
Este es mi hijo y tiene
las patas chuecas
esto es una pata chueca
que pertenece al hijo de otro
algunas enciclopedias médicas tienen fotos
de patas chuecas (Fig. 1)
pero ninguna es un poema
los hombres con las patas chuecas
rara vez son poemas
pero pueden tener un poco de filosofía
si tienen suficiente filosofía
no debería notarse que la tienen.
Los hombres con demasiada filosofía
les caen mal a todos
buscan hacerse ver
sin los recursos de un poema.
Este hombre no tiene las patas chuecas:
puede observarse a la distancia
su formación humanística.
Este hombre no es
lo que se llama
un ejemplo de vida (ver
“Ciego gana el mundial de origami”,
Crítica, agosto 1935).
No quisiera tener un hijo así.

 

Debe ser la época

Mientras suena el despertador de fondo
vuelvo a constatar que la ventana
del cuarto da a los mismos edificios
de ayer y no me tranquilizo
pero también yo voy hacia la misma gente
el mismo bar los mismos
viejos hábitos, hacia una sensibilidad
que se ha gastado tal vez más rápido
que la época. Cómo podría acusar
a un objeto sin vida por no satisfacer
un impulso de transformación que
ni siquiera demostré haber defendido.

 

El camino de las babosas

Escribo para ver la marca que deja mi inteligencia
cuando se arrastra a lo largo de una pantalla.
Por ejemplo: a la mañana no va a quedar rastro de las máquinas
que en el sueño cumplían una función secreta.
Las barrenderas que pasan
por la puerta del lugar donde trabajo
antes de que amanezca, y empujan
cantidades variables de mugre
no parecen buscar algo distinto
de lo que busco cuando escribo: hacer que algo se arrastre.
(En el sueño, mujeres-máquina ensayaban una coreografía:
eran una ametralladora que apuntaba hacia el mar.)
La escoba de alambre sostiene un discurso. Su mango
traza una línea divisoria en territorio ajeno
y si uno acepta el vaivén, puede decirse
que hay unidad entre el brazo de una barrendera
y el avance del mango en ida y vuelta. En este punto
habría que detener la digresión: la mano que barre el piso
está comprometida en su tarea. Esta mano
se ganó su lugar. El codo que la mueve
se ganó su lugar. Va y viene el conjunto articulado
con mango y escoba y más atrás la barrendera
que después avanza. Todo es muy sencillo.
Miro. Imito el movimiento. Soy ese palo de madera que
imita a la vez al agua. Dada mi condición
de herramienta que limpia mientras por arrastre
produce el texto que da vida a:
a) la mano que me mueve,
b) el torso en donde engancha el brazo,
c) el uniforme de la barrendera y
d) un universo de espectadores que se extiende al infinito,
decido arrastrar en realidad tu cadáver de lector
fuera de la pantalla, donde el texto salpica
un rastro de experiencia, un pensamiento
que antes estaba en blanco y ahora se ve.

 

Karate Kid

Son las siete de la tarde. En otras épocas
del año, en otra edad
habría sugerido que es de noche.
Todo lo que yo diga es cierto:
el oficial que me mira desde un colectivo en marcha
parado y sin bajar no es menos real
que la palabra perro cuando un perro
escrito en esta línea se atraganta
con una bolsa de papel real
difícilmente comparable
a la extrañeza del adolescente que se identifica
con el adolescente que pelea
contra adolescentes disfrazados de esqueletos
al borde de una cerca, en otra noche
más lejana que esta pero a punto
de caer tal como esta. Sin embargo
no es de noche:
yo escribí que es tarde.
En la siguiente entrega, hablaremos
sobre el trabajo esclavo en las películas de Hollywood
y otros vicios que afectan a la juventud.

 

Pedido de auxilio

Leí algo sobre un bebé muerto y no entendí, supuse
que sería el shock. Hasta que me dijeron:
El sentido aparece en la relectura.
Yo acepté, pero fui a más: la lectura n.° 3
arrojó resultados que la segunda escondió.
La segunda lectura pasó a ser la primera,
como castigo. Después le pasó lo mismo
a la tercera, a la décima. Esta pasó al primer puesto
porque mostraba síntomas de tener un significado
más profundo, y sospeché de que estuviese
siendo idéntica a lo que acababa de ocurrírseme
cinco lecturas atrás.
Hace dos años estoy leyendo un pasacalles
que la familia del bebé muerto no sacó.

 

* Nota del autor.
Estos textos se escribieron a medida que reflexionaba sobre ciertas apariciones de lo poético en escrituras que no se asocian a ello de manera automática. Boletos de viaje, tickets de supermercados, pasacalles, etiquetas de información nutricional, epígrafes de manuales, etc., me llamaban la atención y sentí ganas de ponerlos a trabajar, sin perder de vista la conmoción que me provocaba la experiencia de esos lenguajes, que es lo que tengo ganas de compartir a fin de cuentas. Me incomoda pensar en la separación entre una poesía del lenguaje y una poesía de la experiencia. Por un lado no creo que se pueda procesar una experiencia sin lenguaje; el texto sobre el ruido del despertador es un intento de abordar esa idea. Por el otro lado, como ya dije, vivo (en) el lenguaje de por sí como (en) una experiencia. Prefiero sacarme esa discusión de encima y concentrarme en jugar.

 


Brian Álvarez (Buenos Aires, 1991)
Estudia ciencias de la comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Trabaja como repositor en una cadena de supermercados. En la actualidad se dedica a coordinar una antología poética del conurbano bonaerense, becada por el Fondo Nacional de las Artes.

Poesía
Ranelagh, Buenos Aires-Monte Grande, La carretilla Roja, 2018