El pibe de las Alturas/ Frenesí, de Patricio Torne

t_frenesi_p_torneFrenesí
Patricio Emilio Torne
Buenos Aires
La Gran Nilson
2017

 

Por Silvia Castro

Patricio Torne es poeta pero también cronista sensible y comprometido con un sistema de ideas. Le importa la transformación, dentro y fuera del lenguaje. Comunica para muchos, le interesa que las ideas lleguen claras. Editorializa, difunde, interpela, increpa. Ese tono editorial ocupa una parte no menor de su obra poética: expone con vehemencia, se hace escuchar, el poema se vuelve por momentos propaladora, emisión radial, pasacalle, pancarta. Su crónica es sofisticada y apela a recursos no habituales en el periodista profesional, que anclan en su intensa vida familiar y militante, en un talento poético que fue creciendo junto con esa experiencia, de la que dan cuenta poemas como “Los pibes de las alturas”, a quienes identifica como “los que aprendieron jugando en el cielo de la desdicha”, “los que arrojaron arena en los ojos de los cobardes”, o le pusieron “maleza al cielo para que los poderosos creyeran que era un baldío”.
En Frenesí el poeta le gana al periodista, toma por momentos su mirada, su caja de herramientas, pero construye desde otro lugar. Se encuentran en el libro recurrentes alusiones a la altura, al punto de vista propio del pájaro, que puede ver las líneas de tiempo, los techos y humos del humano, los dibujos del río. Cada hombre, cada mujer, transita y traza sus líneas de Nazca, pero no puede verlas. Somos las artes de un todo invisible. En dos textos del libro hay una apelación a ese Todo: “Incluso este amor” y “Descomposición”. Las frases que se repiten en ambos son: “Todo se trastoca, incluso este amor,” y “todo se descompone, menos este frenesí.” Otro texto, “La Cabeza”, dice “puedo sentir como la suma de las partes que hacen a la cabeza del mundo y me alivia”, luego de elaborar un extenso listado de todas las cabezas posibles de oriente y occidente. Como el héroe que quiso decir su caída y luego calló, parte de la altura y del mundo para llegar al jardín. Como el Cándido de Voltaire o como ese ícono pop de la altura que fue el Superman de Cristopher Reeve, vuelto pura cabeza luego de caerse del caballo. Toda gloria es pequeña para cabalgar en ella, declara el poeta en su “Táctica”. En tiempos de anomia es saludable recordar que la “Ley de  gravedad” se sigue cumpliendo, tal como lo describe el texto que lleva ese nombre, “como un fenómeno que origina la aceleración que experimenta un cuerpo físico en las cercanías de un cuerpo astronómico.” Es una declaración de humildad, un reconocimiento de la escala humana, pero también un desafío dialéctico, un juego en el que lo humano y lo divino intercambian roles. Por eso la apelación a Baudelaire, a la imaginación al poder: el capricho puede ser combustible espacial y el azar puede hacer que lo más cercano y lo más remoto encajen sin razones aparentes.
Luego de una buena caída, nada mejor que un buen remiendo. La costura no es una acción menor en este libro. Aparece siempre cercana al nombre de la madre, Agustina, quien acompaña el relato de vida cambiando de tamaño, desde la adulta inicial a la niña anciana, desde el pilar sobre el que crece la infancia numerosa de los hijos hasta el amoroso momento  del último pañal. “Una mano lava la otra”, dice el poema. En un país en el que las madres llevan al pañal como estandarte, bordado en su cabeza con el nombre del hijo, un hijo escribe sobre el bordado de la madre su condición de sobreviviente. Porque no se desaparece del amor, en el amor todo se vuelve visible, todo vuelve, incluso el nombre. Por eso Agustina, “La” Agustina, es nombrada y celebrada en el día de su nacimiento, cómo única madre y como todas las Madres.
Romper un huevo desde adentro es más difícil que remendarlo desde afuera. Los humanos no nacen con pico como los pájaros, nacen con llanto.  Tampoco vuelan, pero empujan con el llanto el silencio hasta hacerlo estallar. El llanto abre los cielos. Los pájaros vuelven su mirada hacia atrás, para ver nacer al hombre. El cielo se pregunta por dónde comenzará el hombre. Caen plumas por el aire poblado de criaturas. Caen sobre los árboles, sobre los cerros, sobre los ríos. El silencio se puebla de restos de un estallido. Es que ha nacido un pato, mitad hombre, mitad pájaro. Un hombre con un pico peligroso y volador ha nacido ahí nomás del río. A unos metros del río San Javier, el Pato Torne sale corriendo del vientre de su madre, sale sin permiso, va y se tira al  agua. Sale nadando desaforado, todo frenesí, en la siesta que parte el aire en dos. En el calor abrasador, su madre borda y remienda el huevo.
Alrededor del frenesí, todos somos iguales. Pero dentro de él, cada uno baila su propia danza. El frenesí es propiedad privada y colectiva a un mismo tiempo. Es el mismo frenesí y tantos como somos. Y tantos como hemos sido. Observemos este Frenesí “como entomólogos, con discreción, sin melancolía, sin sentimentalismos.” Patricio Torne dice que “la planta, su flor, su fruto, no hacen llorar, los insectos tampoco.” Aunque hubo que llorar para nacer, el llanto nubla la vista. Veamos más allá de esas nubes, que son habitualmente nuestros lentes de leer. Pensemos más allá, “en voz alta, y el pensamiento, aunque no deje de estar presente, se hará invisible, oculto por la palabra que al mismo tiempo delata su presencia, como esos vidrios tan limpios que no se hacen visibles más que por el reflejo de la luz sobre ellos.” Así lo dice Saer en El limonero real, así lo practica el poeta.

 

Como entomólogos

Hasta la saturación se observan sus alas,
las patas pequeñísimas, sus colores tornasoles
que nos vuelven débiles ante esa belleza débil.
Se ve la planta, su flor, el fruto
y hay una conmoción que crece a medida
que la vida va dando pasos
hasta que lo finito hace lo suyo.
Se habla del hambre y uno tiembla
o teme esas cosas que pasan
y firma petitorios de correos electrónicos
enamorados de las ballenas
y un mono que se extingue.
Alguien se muere así
de repente así
como se mueren las cosas,
las personas, pero su muerte duele
en miles y millares de tipos.
Alguien hay que se indigna,
no por esa muerte sino
por los miles y millares de tipos que están dolidos,
que no aprendieron a leer correctamente,
no distinguen entre un texto
deslumbrante, preciso
y un texto conmovedor.
Las personas son brutas por eso
son ganadas por la melancolía
o las historias sentimentales.
Alguien se indigna,
hubiese sido mejor algo de discreción
como esa discreción que vemos
en los entierros norteamericanos
donde nadie llora y todo es frío como la muerte
pero simétrico hasta la perfección.
Si hubiesen sido analfabetos,
sordos, ciegos,
no nos estarían inundando de lágrimas.
La planta, su flor, el fruto no hacen llorar,
Los insectos tampoco,
sigamos observando todo de tal modo
como entomólogos, así aprendemos.

 

Si no fuera por esa indeclinable tentación

Uno sube a lo más alto de sus posibilidades,
desde allí mira el mundo como quien observa
a través de un microscopio.
Con subestimación,
ve a la humanidad,
su derrotero y se compadece.
Uno va a lo alto
y se olvida de cosas terrenales.
Los pensamientos se secan en la maceta
los yuyos tapan la yerbabuena,
se olvida uno
cuando ejercía las veces de jardinero,
daba agua regularmente
a su tierra y esperaba la flor.
Uno se abandona en las nubes
descansa sostenido por un hálito engañoso
que ayuda al desenlace.
Uno se alimenta de estrellas
de todas las galaxias posibles
hasta que actúa la ley de gravedad
haciendo ver que es tarde
para arrojar lastre por la borda.
Uno entonces cae
toma la pala, el rastrillo, la regadera,
pensando en el edén
que pudo conquistar
si no fuera por esa indeclinable tentación
que ejercen las alturas.
Uno acaricia entonces la tierra
con sus manos como quien busca
definitivamente la cura.

 

La cabeza

Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección.
Francis Picabia

Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón.
Marguerite Yourcenar

Como estar de la cabeza. Como un discurso exacerbado, polifónico, en el que se la nombra como un sujeto excluyente y en el que se reivindican o analizan las distintas fenomenologías de la misma, en tanto  humana, dirigente,  operativa. La cabeza como emblema social y particular de los notarios y notables. La cabeza de Goliat. Lo que de ella se acredita y lo que espanta. La cabeza de Cristo como un oxímoron del Vaticano. La cabeza del sabio, la del criminal. La cabeza que está hueca y la creativa. La cabeza de Diana. La del conservador y la del revolucionario. La cabeza del que explota y la del esclavo. La cabeza como emblema del hombre a través de la historia. La cabeza de Salomé y en la bandeja la de Juan el Bautista. La que cuelga del mástil del barco o se ensarta en la lanza de los cruzados y siendo como es, la cabeza de un turco, es culpable de todos los males. La cabeza del religioso la del ateo la del sofista el dialéctico la racional o totalmente lírica. La cabeza que rueda después de la insurgencia y la del partisano que la perdió sin ver el triunfo. La cabeza reducida por los jíbaros y expuesta en los rincones de la jungla para recordar que no hay civilización que valga. La cabeza del estado de Israel igual que una ojiva y la cabeza rota, mil veces rota, de Gaza. La cabeza de todos y cada uno de los desaparecidos de mi Patria. La cabeza ósea que se articula con la primera vértebra del raquis, el atlas, mediante el occipital. La cabeza que no miramos. La que miro y admiro. La cabeza única y que me sabe ideal. La que contemplo. La que por ser lo que es no ha de ser otra. Ni perfecta, ni bella, pero la más cercana para que hable el corazón. La que en última instancia, desde el descalabro emocional, puedo sentir  como la suma de las partes que hacen a la cabeza del mundo y me alivia. ¡Juro que me alivia!

 

Donde encajan los opuestos

“Yo tengo mi propio redbull”
–dijo alguien–

En el equilibrio de los opuestos
buscó denodadamente una respuesta
a su propia situación. La cuestión no era
el peso exacto derivado de dos partes,
el sonido de una canción sublime
o el encuadre que otorgaba valor
a una fotografía. En todo caso la imperfección,
la falta de equilibrio, era lo atrayente;
esa perla en medio de la basura
potenciando una composición
a la que nadie estaba acostumbrado,
cuyo despropósito era lo que seducía.
Igual que una mariposa frente a un búfalo
para que los especialistas se pregunten:
Quién tiene el poder, el que vuela
o el dueño de la fuerza?
Dónde radica la grandeza? En qué eslabón
de la subjetividad hace mella esta pregunta
para que todo pueda verse
en el orden establecido de las cosas?
Como si nada ocurriera, todo se vuelve parte
de un legado armonioso.
Las piezas encajan sin razones aparentes.
Alguien dijo que el azar es lo único
que se parece a la creación divina.

 

Una mano lava la otra

-A “La Agustina” en su cumpleaños-

Pasado el tiempo, antes de que este nos aleje
definitivamente, conservando la gracia
y las deudas de lo filial, te despojé
del lugar sagrado donde sólo eras madre.
Ambos aprendimos,
no sin traumáticas desavenencias,
a cumplir otros roles.
Fue cuando el cielo se nos vino encima
y no hubo brazos con que sostenerlo.
Entonces fui tu hermano,
el padre cambiando los pañales,
limpiando las escaras,
peinándote con una delicadeza imposible
de ser imaginada,
dándote el carmín para los labios,
la sombra de los párpados para que sigas
disimulando y atravieses los soles de la siesta,
así verte radiante con tu corona de indulgencias.
La ternura como un gusano
adaptándose a las formas  de tu cuerpo,
adaptándose a las necesidades,
el cansancio imposible de ser evitado,
el dominio que me volvió implacable
a la hora de vengar aquellos excesos
en el estado matriarcal,
un acto que me hizo santo mientras perdonaba
y pedía perdón.
Una revolución en la patria potestad.

 


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