La condición de todas las épocas / Dossier Joaquín Giannuzzi


“Aquí hay algo” La poesía de Joaquín Giannuzzi. Intento de otra perspectiva
Por Graciela Perosio
Crimen, poesía y hambre
Por Jimena Arnolfi
El cielo sobre Giannuzzi
Por Sabrina Barrego
No había música en ninguna parte: La mirada de Giannuzzi en tiempos neoliberales
Por Gustavo Yuste
Fuera de la habitación el mundo
Por Guido Chiossone Zitta
Formas cumplidas en torno a un centro de energía
Damián Lamanna Guiñazú
Giannuzzi, el poeta de los escasos desplazamientos
Por Alicia Genovese



“Aquí hay algo” La poesía de Joaquín Giannuzzi.
Intento de otra perspectiva

Por Graciela Perosio

La poesía es una manera de alcanzar la verdad.
Una manera de revelar un secreto.

Joaquín Giannuzzi

Este título corresponde a una expresión de Joaquín Giannuzzi y —como la cita del epígrafe— pertenece a Conversaciones con la poesía argentina, libro compilado por Jorge Fondebrider en 1995. Aparece la misma idea en la entrevista que le hiciera Daniel Freidemberg para Diario de Poesía. Me interesó porque pareciera diferir ligeramente del título del último libro del poeta ¿Hay alguien ahí? de 2003. Sin embargo, importa señalar: en la conversación, es el poeta quien directamente habla y opina, mientras que en la obra —aún en un autor categorizado con la amplia denominación de “realista”— hay reelaboración y distancia. Voy a transcribir el párrafo donde ambas expresiones aparecen: El entrevistador pregunta a qué se refiere cuando habla de verdad y la respuesta es: “A las verdades trascendentes, naturalmente. A la revelación del sentido de tantos misterios, como los del ser y los de la existencia. El poeta puede lograr alcanzar esos misterios a través de la emoción estética. Detrás de esa emoción se intuyen los secretos, aunque estos después, no puedan ser racionalizados. Hablo del mismo fenómeno emocional que se produce en nosotros cuando escuchamos una música. ¿Qué se puede decir claramente de esto? “Aquí hay algo”. Esas son las palabras que yo usaría. “Hay algo”. El mundo tiene sentido. Casi diría que un buen poema, una obra de arte, es una fiesta del sentido, una fiesta del significado.”[1]

Un poeta meditativo: el respeto a lo que es
Santiago Sylvester ubica la obra de Giannuzzi dentro de lo que denomina “poesía del pensamiento”, corriente que dentro de la poesía argentina encabeza -señala en su ensayo— Macedonio Fernández.[2] Línea poética de indagación con consecuencias precisas en el lenguaje. “Se adivina en ella una cierta incerteza. Tiende a la filosofía del lenguaje.” (…) [El poeta] “se vuelve desconfiado con lo que desconoce: y, por eso, por desconfianza, indaga, escudriña sus posibilidades, quiere opinar, aproximar, exponer ideas, pero ya no le causa tanta gracia que la indagación se le vaya de las manos por descuido (lo que sería imperdonable)”.[3]

Considero a Joaquín O. Giannuzzi un poeta meditativo, pero un meditativo que reflexiona desde la matriz occidental. (No obstante, tal vez valdría la pena comparar algunos de sus poemas con los de Padeletti, que adscriben a la tradición budista, y ver si hay puntos en común a pesar de las diferencias obvias.) Diría que fundamentalmente en J.O.G. resuena el pensamiento estoico, por la austeridad sobria de su propuesta estética, respaldada, además, en hondos principios éticos. Hay crudeza irónica al mostrar las miserias humanas, pero jamás sarcasmo ni crueldad. Varios poemas son especialmente compasivos (“El sollozo”, por ejemplo.) Insiste sí en la visión sombría, pero como quien expone su desencanto ante la Historia que se empecina en contrariar el deber ser, al que el poeta continúa aspirando. Por eso narra lo degradado, lo lamentable, si se quiere con monotonía, pero jamás con regodeo. Hay un espíritu clásico respetuoso de lo armónico en la composición, que no se lo permite. Es decir, su obra se presenta como un todo coherente donde el sonido exquisitamente trabajado, modula lo dicho para ofrecer una contención posible al dolor y la frustración por medio de la cadencia.

Meditar deriva del latín “meditari” y este de la raíz indoeuropea “med”: tomar medidas (tiene la misma raíz que medicina y médico.) Las medidas precisan de la exactitud. Justamente el discurrir de J.O.G. es exacto y remeda el lenguaje de la Lógica, como si se tratara de un silogismo encubierto o más veces de un dilema, de una contradicción imposible de resolver. Pero se presenta en un lenguaje terso sin la menor arruga. Un mecanismo levemente laberíntico por donde una bolilla cae inevitablemente de un pasadizo a otro, con perfección.

La meditación de J.O.G., como cualquier otra, comienza en la atención y toma al escribirse la forma descriptiva, va rodeando al objeto. Le comenta a Fondebrider: “hablo de los objetos como entidades independientes. Contemplarlos así. Me fascina lo inmóvil (…) Quizás en el fondo de esta obsesión, haya un afán secreto de obtener una poesía absolutamente objetiva (…) Querría obtener una poesía meramente fenomenológica, meta frente a la cual me siento totalmente incapaz. (…) Aún, sin quererlo, estoy siempre ahí”.[4]

Es interesante cotejar dos poemas —“La taza azul” de Señales de una causa personal (1977) y “La chuña” de ¿Hay alguien ahí? (2003)— y mostrar hasta qué punto logró superar el desafío. Copio estos dos, pero la evolución se puede señalar en muchos otros pares impares. Elijo esa expresión porque coincido con todos los otros estudiosos de Giannuzzi que hablan de un estilo logrado como tal desde el principio, un estilo que “nació hecho”[5]. Es verdad, el estilo es el mismo, pero paralelamente, hay cambios en el contenido. Me refiero, por ejemplo, a esta meta que le resultaba importante conseguir: salirse por completo del poema. (También varía la aparición del mundo natural. Pero dejemos eso, por ahora)

La taza azul // La luz justifica / mi ojo más apto, cuando / la tiendo hacia el centro de la mesa / hasta abarcar una taza azul. / Sola en el espacio, la idea / de la taza. Pero el azul / es lo que cuenta, lo macizo. Este azul especial / en el tiempo, acompañando / la juventud de mi ojo / y su camino a la oscuridad.

La chuña // Apareció en la calle / inédita y como recién creada, / sola en su especie hasta que ganó su nombre. / Merodeó en los jardines / altanera y lenta en su plumaje / de seda gris, alzando / sobre la ondulación del cuello / el orgullo de su cabeza, el pico dorado / entregado a la instantánea caza / de insectos aéreos. Finamente articuladas / en dos secciones, sus patas concluían / en tres dedos aferrados al planeta. / Un suave estallido de vida individual / se expresaba en los ojos / de mujer egipcia y lateral / pintada en la piedra. Los definía / un negro absoluto, sin lenguaje, / muy hacia adentro su oscuridad sin fin, / un campo de negación que devoraba todo / sin devolver nada / ni siquiera el nombre que le habían prestado. / Y hasta el verde paisaje de sol moteado / entregaba a esa doble visión insaciable / un lenguaje de figuras que se volvían ciegas.

La compañía de la naturaleza
La poesía de J.O.G. está ambientada mayormente en la ciudad, pero constatamos algunas excepciones que se incrementan en sus últimos textos. La presencia de la naturaleza, a través del jardín, aparece desde los inicios. Hay poemas, “Final de un verano”, por ejemplo, con expresiones como “El aire se apresuró de pronto desde el sur” (hermoso alejandrino) o “el pasto declinante” pero no se especifica demasiado y puede tratarse de un jardín en la ciudad. Su presencia aquí es funcional a la constatación del desencanto: “un grillo se arrastró hasta mi sombra / y se detuvo, perplejo, ante una amenaza de disolución”. Aparece, por cierto, el poeta y su propio “frío” personal: “Abarrotado por la época / algo tembló en un rincón de mi cerebro: / un toque invernal avanzó en mis coronarias”. Sin embargo, escribió un grupo minoritario, sí, pero que no podemos ignorar, donde canta la naturaleza en todo su esplendor. Acompaña al poeta dándole motivo de alivio y regocijo. Hablamos de “Aleluya del arroyo”, “La quietud”, “Nieta en el jardín” o “Es verano”, con su obvia influencia de Pascal:

Estoy en un valle del norte de mi país. / Naturalmente es verano y me circundan / verdes montañas apacibles. / Sentado en el pasto, semidesnudo al sol / animado por un aliento vegetal / observo que estoy a la misma distancia / de todos los puntos e instantes del horizonte circular. / Y nadie a mi lado para desmentir / que este es el centro subjetivo de algo, / de algo más grande que nosotros.

En su diálogo con Fondebrider, J.O.G. confiesa “siempre he tenido la obsesión por esos dos mundos: el mundo humano opuesto o traicionando al mundo animal”. Muchos son los poemas que acreditan esta tensión. Se pasean por ellos gatos, perros, sapos, una jirafa, múltiples insectos. En cuanto al universo vegetal destacan los poemas de flores, siendo más dramáticos cuando estas sobreviven brevemente, separadas de su planta: “Tu crimen sube hasta aquí desde el jardín/con rosas recién cortadas (…) Esta voluntad de belleza ha exigido/un gesto de destrucción”. Entre los “poemas florales”, aventajan llamativamente en número, los dedicados a las dalias. La dalia es una flor que no encontraremos en jardines aristocráticos, tampoco la podremos comprar en una florería. Es planta de barrio ¿tendrá esto que ver con la preferencia? O tal vez ¿solo lo embelesaba su presencia redonda de mandala carnal en un lujo de fractales? Rebosante de lluvia, la flor se inclina como cabeza cortada -una imagen cara a la poesía de Giannuzzi- “La dalia se ha inclinado desde su altura rota / cargada de materia sobrepasada. / El demasiado amor / de este otoño empujó fuera de límite / el peso del agua”. O también “Inclinadas hacia el alambre de la cerca / las contemplo ávidamente / esperando no sé qué lección / de esas esferas frías y violáceas /con un centro de oro / donde espera una voluntad cumplida”. Ahora bien, permaneciendo en la contemplación de esta flor, llega a hermanarla con la amada en “Invitación a la dalia”: “He descubierto allí / una planta de dalias con el tallo surcado / por una vena roja / que asciende hasta engendrar / estallidos fríos y violáceos en lo alto. / Que tengamos comunión y bodas / con esa certidumbre vegetal”. Intercambio metafórico que lo aleja de los principios estrictos objetivos. En su trabajo, el realismo y lo objetivo señala una pertenencia, pero no se convierte en dogma.

El sosiego musical
En “El peso terrestre”, Jorge Aulicino afirma sobre la poesía de J.O.G. que “Se ha hecho paradigma de su obra una frase suya: poesía es lo que ves”.  No obstante, reafirmo también, la importancia del oído y la relevancia que adquieren música y armonía: “Yo creo que el poema debe estar concebido como una pieza musical. Por lo tanto, debe tener un final armónico (…) En el final no debe haber notas disonantes, no debe alterarse la armonía del conjunto. Soy obsesivo por lo armónico. Detesto el poema confuso y desorganizado (…) quiero que siempre se mantenga una continuidad sonora”.[6] Giannuzzi, en su escritura, buscó la música como salvavidas frente a la angustia: “Abrir la ventana es una especie de operación catastrófica. Impregno / de mi triste yo especulativo este paisaje / a punto de morir devorado por el cielo (…) Con un gesto neurótico / busco a tientas la radio portátil / como un ciego una certeza de equilibrio / y Guiseking tocando a Chopin irrumpe / como si conociera a fondo / las intensas razones de esta pena crepuscular”. En otro poema: “Y unas líneas de oboe sopladas por Haendel / vacían el espacio humoso / donde ardía una culpa tejida por mi mano”. Este refugio personal se adjudica, a veces, a toda la humanidad: “Ahora, de rostro en rostro, un solo oído interno / une a los miembros de la tribu / en esa certidumbre inmortal. / Que cada uno / desde su propia tiniebla / incorpore la clamorosa ráfaga / al espacio unificado por la música. / La raza humana escuchando a Mozart”.

El amor erótico como cobijo y huida
Además del paliativo de la naturaleza y el auxilio de la música, los poemas de Giannuzzi recurren al erotismo como escape a la frustración constante ante el dolor y la injusticia del mundo.

Amantes en la noche / Nos amamos y apagamos el televisor / como negando la realidad. Pero el mundo / insiste en sus convicciones o las busca / por motivos que ignoramos o acaso / porque el crimen debe seguir su curso. / Desde afuera, sus figuras insomnes / presionan contra las paredes que nos refugian. / Se encarnan en el viento, aullidos / de neumáticos y en las inmediaciones / de todas las cosas, tiroteos / que no resuelven la discordia general. / Ahora acumula hojas secas / al pie de las ventanas y desliza / una carta de origen desconocido / por debajo de la puerta. / Pero florecemos desnudos en medio de la noche / donde el amor decide en su propia voluntad / y por él sabemos cómo hacer de la historia / un rumoroso escándalo que no nos concierne.

Reaparece el motivo en Un arte callado con mayor concisión y aquí, además, se entrelaza con el otro componente de la música: el silencio, valorizado al punto de categorizar una concepción del mundo, en la expresión “ideología de lo callado”:

Nuestros pies perfeccionan / el arte de entrelazar los dedos. / Unidas en la almohada / nuestras cabezas apuestan / a una boda perpetua. / Expatriados, / cerradas las puertas y ventanas / abrazados al desnudo oponemos / una ideología de lo callado / a la manera en que marcha el mundo / según la pantalla de la televisión.

Esta lectura de la poesía de Giannuzzi, concebida a unos pocos días de cumplirse cien años de su natalicio, intentó exponer algo más de lo que ya han dicho. Por lo diáfana de la obra, es difícil cumplir este objetivo y dudo de haberlo logrado. En cambio, voy a dejar de lado las consideraciones frente a la categorización histórica de su escritura, o sea establecer a qué poética “pertenece.” Primero porque no soy historiadora de la Literatura. Segundo, porque nunca me resultó fértil la polémica entre poéticas. A través de los años, pude comprobar que escribimos dentro de una familia y que lo mejor que podemos hacer es reconocerla, porque aun si queremos salir de ella, primero hay que aceptar de dónde se viene, si no, lo único que se consigue es escribir un mamarracho.

En la obra de J.O.G. la característica presentación del yo como un ser “fracasado” al no encontrar la acción válida frente a las miserias de la Historia, es ciertamente, lo que primero se ofrece a la lectura. Alejandro Rubio habló de “patetismo teatral”. Creo que este yo construido en los poemas, está irónicamente exagerado. Quienes pertenecemos a familias italianas sabemos de esto. Exageramos hasta lindar con lo grotesco, el rasgo pertenece a nuestra herencia cultural en sentido amplio, al punto de que no siempre somos conscientes del mismo. Pero este observador, impiadoso consigo, tuvo, por una parte, la coherencia -no exenta de cierta valentía- de sostener esa mirada testimonial hasta el fin. Por otra, afirmó sin lugar a dudas que “la obra de arte no fracasa nunca. Cumple con su objetivo —agrega— con solo revelar belleza” y también: “la tarea del poeta: revelar armonía en el universo”.[7] Podemos decir que esta contradicción aparente es, de algún modo, una complementación, dos caras de lo que Giannuzzi vive como una única experiencia. Él mismo lo explicita a Daniel Freidemberg en la entrevista para el Diario de Poesía.[8] El Giannuzzi que se dice fracasado está en la frecuencia de la Historia, el Giannuzzi que sabe que triunfa, vibra en el misterio de lo trascendente. Ambas instancias coinciden en su escritura. Reconoce no haber sido un héroe, pero a la vez sabe, mejor dicho, fue sabiendo a lo largo de su trabajo escritural, que es poeta (uno de nuestros grandes poetas.) Su escritura no fracasa como tal. Jorge Fondebrider define el objetivo de la poesía de Giannuzzi con la expresión “la búsqueda del sentido.” Mi reflexión apuesta a que -finalmente- lo encontró. Pero no del modo “especulativo” con el que solía expresarse sino en el relámpago -necesariamente fragmentario y discontinuo- de ciertas epifanías que lo encandilan por instantes, otorgándole una lucidez más allá de la certeza. Desde ese lugar, leo el poema “Magnificat”. El cuerpo del texto corresponde a la frustración del devenir histórico. Pero el título, Magnificat (alaba, alma mía, al Señor que hizo en mí, maravillas), y la expresión final “cuentan conmigo para perdurar” aluden a lo que vence tiempo y circunstancias. Todo a la vez, en el mismo poema. Poesía paradojal e irreductible que, si algún conocimiento transmite, lo hace al borde de la contradicción: [Magnificat] Ven a mí gloria del mundo / Y ocupe tu música en mi corazón / el sitio que Dios ha abandonado. / No me dejes a solas / con mi balbuceo terrestre / soplando pequeñas palabras / a través de las cuerdas insípidas / que solo cuentan conmigo para perdurar.


[1] Fondebrider, Jorge: Conversaciones con la poesía argentina. Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995 y Freidemberg, Daniel: “Un poeta estándar”. Diario de Poesía N° 30. Invierno de 1994.
[2] Sylvester, Santiago: “Poesía del pensamiento” en Tres décadas de poesía argentina. 1976-2006. Buenos Aires, Libros del Rojas, 2006.
[3] Ibidem.
[4] Fondebrider, Jorge: Conversaciones con la poesía argentina.
[5] Aulicino, Jorge: “El peso terrestre”. Blog de Eterna Cadencia y otros.
[6] Fondebrider, Jorge: Conversaciones
[7] Fondebrider, Jorge: Conversaciones
[8] Freidemberg, Daniel: “Un poeta estándar”. Diario de Poesía N°30. Invierno de 1994.


Graciela Perosio. Poeta y docente. Publicó doce libros de poesía. Entre los más recientes se encuentran El ansia (Leviatán, 2019), Fresias de octubre (El Jardín de las Delicias, 2022) y Como la cierva sedienta (El Jardín de las Delicias, 2023). La editorial Ruinas Circulares publicó la antología de sus poemas Escampa, el corazón (2016), con un estudio de Silvia Calero. El Ansia recibió el Tercer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. Recibió la Beca de Investigación del Fondo Nacional de las Artes para estudiar la obra del poeta argentino Carlos Latorre. Es autora de varios ensayos sobre poetas, publicados en distintas revistas de la Argentina y del extranjero.



Crimen, poesía y hambre

Por Jimena Arnolfi

Me encontré con la obra completa de Joaquín Giannuzzi en una mesa de saldos de la calle Corrientes. Yo tenía unos veinte años. Me encantaba perderme en esas librerías. Terminaba siempre en algún café con las manos sucias de revolver usados y lista para disfrutar el botín del momento. Con Giannuzzi pasó así: de pronto tenía ese ladrillo ante mí, tapa mitad negra, mitad marrón, la edición de la Obra Poética publicada por Emecé en el año 2000. Habían pasado 6 años, no mucho más. Nunca había escuchado su nombre y abrí el libro al azar: «Por alguna razón, al anochecer,/ mi corazón late como una ametralladora. El cardiólogo me ha dicho:/ Controle su vida emocional». Estuve de acuerdo, yo también necesitaba controlar mi vida emocional.

Me fui abrazada a los poemas sospechando algo grande. Pensé que ese señor —en la solapa estaba su foto, era un señor posando con la mano en la pera— tenía mucho para enseñarme. Después lo busqué en internet y encontré lo peor: ya había muerto. Giannuzzi había muerto en 2004, el año en que yo terminé la escuela. No soporto que suceda así. Pensaba que si estaba vivo, quizás tenía oportunidad de verlo, escucharlo, conocerlo en el mejor de los casos. Todo Giannuzzi ya estaba escrito.

Hay quienes se comportan como un amante celoso si sienten que un libro fue escrito especialmente para ellos: no quieren que nadie conozca su existencia. A mí me pasa lo contrario. Yo quería y todavía quiero gritar esos poemas para que todo el mundo los conozca. El descubrimiento de un gran poeta siempre modifica lo que sabemos o lo que creemos saber. Los poemas de Giannuzzi son una influencia emancipadora: la vida puede ser salvaje, tierna y horrible a la vez.

Devoré la obra y empecé a compartirla. Por ese entonces íbamos a recitales de poesía y tenía a mano el libro de Giannuzzi para sentarlo con nosotros en la mesa del bar o donde sea que termináramos en esas noches reveladoras. Parece que me recuerdan con su libro bajo el brazo. ¡Tenemos que leerlo! Puedo ser determinante y definitiva cuando quiero. Giannuzzi enamoraba a primera lectura.

La poesía es crear un territorio mítico al que siempre volvés, dijo Juana y aquí estamos. Sigo con los veinte años. Nos quedábamos un rato largo tomando cerveza, leyendo poemas, conversando sobre todo con la intensidad que se tiene a los veinte años. Repasábamos parte por parte los poemas. Leíamos y leemos al día de hoy cada poema como quien desarma un juguete para ver qué tiene adentro. A veces las pasiones insisten.

Empecé a recorrer la ciudad con su obra en la mochila. Giannuzzi parecía decirme que una ciudad no existe sólo como un montón de ruido, autos y colectivos tratando de llegar a destino sino que existe sobre todo a partir de los miedos, las desolaciones, los fracasos y el trabajo de las personas que la recorren día a día. Lo imaginaba como en “Música privada”, ese poema que empieza diciendo: “Con trabajo, con cierto desequilibrio / compongo algunos versos en la calle. / Son frases, motivaciones mentales / sin compromiso especial con el mundo. / A pesar de todo / me importa mucho el mundo”.

Hay preguntas en la poesía de Giannuzzi. “Demasiadas preguntas”, llama a uno de sus poemas. “Cuando el mundo es puesto en duda”, llama a otro. Al azar, de verso en verso, cada poema es un corte de manga a la muerte. Giannuzzi pregunta: ¿Necesitamos / convicciones más sutiles, locuras más aptas / para sobrevivir?[1] ¿Necesitaba otro lenguaje, otra mano, otro par de ojos?[2] ¿Quién calculó la dimensión de nuestros errores / cuando cada noche nos vamos a la cama, negando/ la conciencia responsable de que algo funciona mal entre nosotros?[3] ¿A quién llamar por teléfono? / ¿Por quién morir?[4] ¿Su amante inolvidable? ¿Su mejor recuerdo? ¿Su final preferido, señora?[5] ¿Acaso las maniobras del destino / tienen poder sobre el viento pasional / que va y viene de una cosa a la otra?[6] ¿Esta vergüenza ha de permanecer secreta?[7] ¿Hay algo? / ¿Qué significa esta acumulación incesante / de una vida? En fin.[8]

Giannuzzi y los Principios de incertidumbre. La pregunta abre más camino que la respuesta. Mucho más en poesía. Mucho más en Giannuzzi.

En sus poemas hay obreros, aullidos políticos, accidentes, crímenes, colillas estrujadas en el cenicero, la mosca en el borde del plato, la mosca luchando en la mermelada con la rabiosa fe sin porvenir, un hombre que no sabe si hacerse el nudo de la corbata o ahorcarse, inodoros, tachos de basura, la degradación de las cosas, la hija que se viste y sale, el síncope detrás de la puerta, tiroteos, muchos tiroteos, el ruido del disparo al final, un balazo en medio de la noche.

Giannuzzi decía que lo suyo era un pesimismo jovial. Me acompaña esa suerte de ex pesimismo, pesimismo entusiasta. En el poema “Testamento”, se dirige hacia sus hijas. Les informa que “la realidad se atasca en las arterias del cerebro” y que “él está clínicamente terminado”. En tren de confesiones tempranas, dice “ustedes sospechaban íntimas cobardías y era cierto”. Es trágico, gracioso, tierno. En ese poema cuenta que también fue cierto que “el porvenir de la poesía y el amor lo mantuvieron en pie”.

Los poemas de Giannuzzi son partituras. Podemos identificar la música Giannuzzi. Aún con las variaciones a lo largo de tantos años de escritura, hay una música Giannuzzi. La elección de las palabras, los tonos, los ritmos. Siempre tan preciso, tan asombroso. Los poetas que más me gustan tienen una respiración poética particular.

Ricardo Zelarayán, poeta entrerriano, decía que una cadencia poética se nota cuando no podés cambiar ni una palabra a un poema porque funciona como un circuito eléctrico: circula una corriente en el texto y no hay nada que hacer. Eso es Giannuzzi. Cada palabra y cada silencio están ahí como un engranaje, como una pieza esencial para la ejecución del rompecabezas.

Zelarayán también decía que es importante que “no falte el quilombo”. Y con eso se refería a que la “poesía y toda obra literaria tienen que producir estremecimiento. Sin estremecimiento no se opera el milagro literario”. Y entonces diferenciaba a los escritores muy “mentales y fríos”, de aquellos que a él le interesaban: los que escriben con sangre, con barro vital, con suciedad. Los que escriben con cierto quilombo, como decía él.

Ahora recuerdo a Francisco Madariaga, el criollo del universo y a quien Giannuzzi llamaba “el gran orgullo nacional”. Él también pensaba sobre la importancia de ese quilombo en la escritura. “Este poema no funciona porque le falta barbaridad”, enseñaba Madariaga. Si bien los poemas de Giannuzzi son artefactos precisos como un reloj contienen esa barbaridad, eso que no se puede controlar. Se escribe con el cuerpo y el cuerpo está lleno de sangre, deseo, tragedia, quilombo, barbaridad, desmesura.

“Y yo, solitario en este hueco de la tierra / instalaré en la noche / mi cuota filosófica de animal emocionado”, dice en “Paisajes al anochecer”, uno de los que se me grabó en la mente. También tengo presente “Ni ángel ni rebelde”, ese recetario para no terminar siendo un “correcto, adecuado, municipal y obvio, o sea una buena persona en el peor sentido de la palabra”. Ese poema era uno de mis himnos preferidos de juventud.

Abro al azar su obra como hago siempre a modo de oráculo desde aquella vez que me encontré con él por casualidad en calle Corrientes. Ensayo un final que quizás él resolvería con un balazo en medio de la noche. Parafraseando “Correspondencias”, sé que lo voy a leer toda la vida por esta combustión perfecta que mueve, mezcla y enlaza crimen, poesía y hambre.


[1] “Para hablar de amor”.
[2] “Poética”.
[3] “Indulto general”.
[4] “Tarde de domingo”.
[5] “Último reportaje”.
[6] “Colisión en el desierto”.
[7] “Todo está allí”.
[8] “Reunión de familia”.


Jimena Arnolfi. Poeta y periodista. Es autora de los libros Campamento de supervivencia (Caleta Olivia, 2021), Hay leña (Caleta Olivia, 2017) y Todo hace ruido (Pánico el Pánico, 2013), entre otras publicaciones.



El cielo sobre Giannuzzi
Una lectura personal de Un arte callado

Por Sabrina Barrego

NI ÁNGEL NI REBELDE
J. Giannuzzi

Hombre no, si los hombres son dioses; mas si los dioses
han de ser hombres, el único hombre, a veces, es éste
(el más común, porque toda pena es su pena;
y el más extraño: su gozo es más que alegría)  
E. E. Cummings

1.
La escena es repetida. Todos los comienzos son torpes.
La ventana de un bar, el frío de un invierno inédito;
la escarcha bajo el vidrio de la ventana
se acumula formando una especie de cordillera.

Del lado de adentro, sobre la mesa, dos tazas de café muy malo, el último rectángulo
de un chocolate y un poema –—malísimo— sobre una rosa.

Del lado de afuera, recostado sobre la esquina, el cartel luminoso y rojo reza
el nombre de la cadena de cafeterías. Sobre la avenida los micros corren cargados de hinchas;
las banderas y el sonido de sus redoblantes cortan la noche como un cuchillo.

Este inventado mundo que se recompone
hasta nunca acabar,
dinastías de objetos y de máquinas,
también poemas y música.

Vuelven los versos de Joaquín Giannuzzi, quien buscó llevar la poesía a las cosas.
Y al revés: las cosas a la poesía.

2.
El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, conocida también como Las alas del deseo), la película alemana de 1987 dirigida por Wim Wenders, comienza con un poema de Peter Handke que dice:

Cuando el niño era niño era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y por qué no tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo ante el mundo?
¿Existe de verdad el mal y gente que realmente son malos?
¿Cómo puede ser que yo, el que soy,
no fuera antes de devenir,
y que un día yo, el que yo soy,
no sea más ese que soy?

A continuación, un plano cenital sobre la ciudad hasta llegar a la cúpula en la que se enfoca a un hombre de gabán negro de cuya espalda brotan un par de alas blancas resplandecientes. Este hombre —lo llamaremos ángel— se desplaza entre los seres y las cosas sin ser visto salvo por los niños. No puede tocar ni ser tocado, lo que es decir: no agrega, no distorsiona, no cambia la música de lugar.(1)

3.
Después, en un plano medio, dos ángeles —Bruno Ganz y Otto Sander— están sentados en el interior de un auto detenido. Entonces, uno de ellos saca del bolsillo de su gabán una libreta y comienza a leer en voz alta:

Salida del sol 7:22
Puesta a las 16:28
Salida de la luna a las 19:04
Nivel de agua del Havel y el Spree
Hoy hace 7 años un avión soviético se estrelló en el lago Spandau

(El personaje de Ganz interrumpe la secuencia sólo un momento señalando con el dedo a una pareja que se besa en la vereda… La cámara se detiene en ellos por unos cuantos segundos.)

En la oficina postal 44 alguien quiere suicidarse hoy, colocó estampillas de colección en sus cartas de despedida, una diferente en cada sobre…
Un prisionero de Plötzensee justo antes de darse la cabeza contra la pared dijo: ¡Ahora!
En la estación subterránea del Zoo, el guarda en vez del nombre de la estación, de pronto gritó:
¡Tierra del fuego!
En las colinas un anciano le leía La odisea a un niño…

4.
El poeta Joaquín Giannuzzi supo atribuirle una trascendencia casi cósmica a la poesía, en el orden de lo religioso. Dijo: uno reemplaza a Dios por la poesía en el corazón.

Filosofía, ¡ay!, jurisprudencia,
y medicina
y ahora por desgracia, también tú, teología.

(Se lamenta la voz de Fausto en el poema “A TU ATAÚD PRIVADO TIRAN A MATAR”.)

Y luego, en el poema-oración “MAGNIFICAT”:

Ven a mi gloria del mundo
y ocupe tu música mi corazón
el sitio que Dios ha abandonado.
No me dejes a solas
con mi balbuceo terrestre
soplando pequeñas palabras
a través de las cuerdas insípidas
que solo cuentan conmigo para perdurar.

Lo sagrado, independientemente de un Dios (oscila entre las minúsculas y las mayúsculas el Dios de Giannuzzi), es un espacio para el misterio, para la vida como aquello que se nos escapa. El poeta —escribió Santiago Sylvester— carga con la mayor cantidad de significado posible el lenguaje cotidiano. En ese sentido,
crea un lenguaje en estado de eficacia a la manera de Pound:
la poesía puede ser hecha con el lenguaje de todos los días y
el lenguaje de la poesía crea otra realidad que también es sensible y —también— nos rodea.

Sentí la existencia en fermentación
cuando concebí entonces
una noción de Dios,
simplificada, ambiciosa, provisoria:
Dios era todo lo que veía,
un sistema, un principio absoluto de no vacío.
(2)

En una entrevista el poeta se define como un pesimista jovial. Dice: «quizá parezca una contradicción. Es una manera de exorcizar el pensamiento pesimista que proporciona la historia: en el pasado, el presente y, casi seguro, el futuro. La realidad siempre le da razón a los pesimistas, estadísticamente hablando. El espectáculo de la historia no es alentador respecto al destino del hombre. No quisiera caer en el lugar común de situar en el pasado una estación del paraíso, pero es evidente que se ha producido en el mundo una degradación de la energía espiritual, una especie de entropía que tiene como destino final el caos«.
A la manera en que marcha el mundo, parece deshacerse en un movimiento prolongado muchas veces obsceno y, otras tantas, imperceptible. De todos modos, puede decirse que el poeta mantiene sus utopías. Más por desesperación que por convicción, sin ninguna esperanza escribe, enciende fuegos, prepara ese brillo donde habita el esplendor de lo sagrado en el interior de cada cosa(3) como lugares de resguardo:

¿No fue vano
el rápido destello en el conjunto negro,
la combustión instantánea
entre nadie y nadie?


5.
Rebobino. Vuelvo a la escena inicial. La imagen repetida, la ventana de un bar, el letrero luminoso. El invierno interminable. Un ángel:
el ángel de la película de Wenders se ha convertido para mí en una especie de fantasma, encarnación inmaterial de Joaquín Giannuzzi, quien ha estado sobrevolando con énfasis las escenas cotidianas de estos meses por causa de la escritura de este texto.
Ahora, en su libreta, ¿qué anotaría?

Ensayo:

En una mesa del bar, alguien encuentra entre sus cosas el poema que acompaña a un chocolate de Felfort;
Hay risas, se habla de Rilke, se habla del chileno Huidobro. El nombre de la cadena de cafeterías le recuerda a ella el título de una canción, también chilena;
Cerca del horario de cierre: la moza del café dice que “quizá” haya tostados de jamón y queso;
Thomas Matthew Crooks, un hombre de 20 años de Pensilvania, sin antecedentes penales, atenta contra la vida del candidato y ex presidente de Estados Unidos Donald Trump;
Hace 45 años, una vez más, el golpe de Estado puso a un hombre contra una pared en una razzia, para acribillarlo con repetidas descargas de metralla hasta que finalmente
murió sin saber hasta dónde podría haber soportado todo eso; Se cumplen 48 años del apagón de Ledesma;
River Plate le ganó a Olimpia 3 a 1 en el Estadio Monumental;
En Gaza, un soldado israelí declara que, por aburrimiento, se le permite disparar a cualquiera, sea una niña pequeña o una anciana;
Por causa del cambio climático, se adelantó dos meses el Desierto Florido en Atacama (ahora el árido lugar está cubierto de flores moradas y blancas que no sobrevivirán la temporada sin lluvias);
Hace 100 años, un avión sobrevolaba Napalpí arrojando caramelos como cebos para la población originaria que sería masacrada por Winchesters y Mausers en manos de milicos y civiles (las muertes y mutilaciones fueron tantas que los cuervos dejaron de volar por semanas pues seguían comiendo cadáveres);
Una travesti, ecuatoriana y sin documento de identidad, tramitaba el acceso a la vivienda en Capital Federal cuando se convirtió en la quinta víctima del invierno y el capitalismo, muerta a la intemperie (
Qué problema ese escándalo en la calle, / esa fisura en el público movimiento frío);
Un rostro se desvanecerá en la crueldad del tráfico, en el vacío que crean los cuerpos que dejan de estar;
Alguien morirá antes de morir
en la tumba provisoria del subterráneo pensando en todos los podría haber sido.

6.
Pero esta quimera (ni-poeta-ni-ángel) con la que dialogo para escribir porta una voz poética como la de la griega Safo, con deseos divididos(4) (en el medio, en ese espacio in-between hacia el que salta del ciervo de Sharon Olds sucede la poesía).

*
El protagonista de la película es una entidad que existe en el plano del espíritu, que, en vez de
siempre sobrevolar desea sentir el peso que termine con la eternidad y lo plante sobre la tierra.
En cada ráfaga de viento decir “ahora”,
ahora y ahora y no más “para siempre”.

practicar la irreverencia
morder el sexo del paraíso
padecer la pesadilla de vivir
[…]
hacer de la palabra la enemiga total
meter el dedo en la llaga

Excitarse con un desayuno, con la línea de una espalda o una mano sin más fin que la caricia.
Mentir sin vergüenza. Tergiversar.
Sentir el movimiento de sus propios huesos al desplazarse; el amor, aunque dure un día.
Adivinar en vez de saberlo todo. Poder decir: “oh”, en vez de “si” y “Amén”. Sentir
cómo es sacarse los zapatos para sentarse en una cama y estirar los dedos de los pies. Estar solo.
No estar de paso. Dejar que las cosas pasen. No permanecer en el espíritu. No cumplir con la palabra.
No mantener la distancia.

sentir miedo de sí mismo(6)
*

En cambio, el sujeto pascaliano de Giannuzzi consciente de todo aquello que lo aplasta, desea salir de cuadro, descolocarse y contemplar. Con una ética existencial, la humanidad en sus poemas se define por todo lo que se dice a la luz de la muerte (en el brutal sometimiento de toda materia a la ley de la caída, según Teresa Leonardi). Así, el poema es —como dijo Néstor Groppa—, un engranaje entre el espíritu y la materia.
En el poema “La razzia” se dice que el mundo más o menos explicable desapareció.
Los poetas ni siquiera escandalizan. El vaciamiento y la torcedura del lenguaje desmantelan el pensamiento y nos sumergen en la chatura y repetición de los medios.
El mundo parece hundirse en el crepúsculo. Convivimos con la paz del torturador, pero el poeta insiste en contar la historia como en el principio (el drama de la época) y busca, entre la malvada música general, salvar aunque sea la propia música. Y todo esto al desamparo, pues conoce que la herida verdadera no es
la tontera posmoderna del querer-ser-poeta (o parecerlo) sino el hecho de saberse apenas mensajero y no la música. Absurdo y heroico,(5) el poeta, abandonado por quienes solían escucharlo, sobrevive al borde de perder la voz (de perderse). Tambalea (fracasa y erra) entre ángel de la poesía y un nadie ignorado o burlado en espacio y tiempos desconocidos / hasta llegar a un lugar sin nombre… Si se rinde la humanidad perderá a su mito y, si pierde a su mito, la humanidad perderá su infancia.

7.

la vida, en fin, era un montón de perplejidades
¿pero la poesía son cosas como esas
que definen sin definir, como jugando?

Según Giannuzzi, la poesía es un extraño asunto personal.
Pero, también, la poesía —cuando sucede— es una piedra arrojada hacia el lenguaje del poder estúpido y perverso. Frente a un orden que impone certezas como verdades reveladas en todas las direcciones. Frente a la desesperación que significa la fragmentación de cada individuo, de cada entramado social y de las formas tradicionales de la política. Frente al miedo de no tener la palabra o la imaginación acaso (que es lo que nos queda para hacer un país de la nada). Frente a la tilinguería general y este absurdo que respiramos como salud, el poeta escribe: hace lo que tiene que hacer.

No hay nada en el mundo por lo que un poeta renuncie a escribir, ni siquiera cuando es judío y el idioma de sus poemas es el alemán, escribió Paul Celan. El acmeísta Ossip Mandelstam nos ha enseñado que un poeta debe estar en el corazón del tiempo.

El tiempo que habitó Joaquín Giannuzzi fue surcado por la violencia de las dictaduras
pero también por lo que él llamó la corriente nacional, por oposición a la línea liberal […]
las dos grandes líneas históricas que llevaron a una larga guerra civil, que quizás subterráneamente prosigue.
Me pregunto ahora qué será leer (y escribir) nuestra época. Hablo de experiencia, no de relato vulgarizado.
Hoy lo impensado sucede. Y en la banalidad las leyes cambian, se deshacen.
Leer a Joaquín Giannuzzi en el tamiz de nuestros días es una forma de revelación de esas en las que el futuro está en la espalda y el pasado está en los ojos. Nos obliga al gesto de honestidad en la escucha de aquellas voces que vuelven para decirnos, incluso, aquello que no buscábamos oír. Siembra la duda y la contradicción frente a discursos y autorrelatos que nos quieren inequívocos, acabados, puros. Nos conmina a revisar el sentido de aquello que llamamos contemporáneo. El sentido de aquello que llamamos poesía nacional y cuántos países caben en ese concepto. Su falta nos arroja una vez más hacia el drama del lenguaje (eso que dijo Joseph Brodsky sobre la muerte de un poeta) aunque lejos de descansar su palabra habitada está presente cuando los vivos al borde del asco, la sordera y la mudez juegan a los dados mientras enhebran su amargura.

Para este mundo antropófago somos menos que moscas y no logramos escuchar.
Nos hablan los autos en la gentey la gente en los autos—, los aviones, las bocinas
y las voces, los aullidos entrecortados, el lenguaje del arroyo que desciende entre las piedras.
Hablan las contradicciones, crecen y hablan, y seguimos sin escuchar…

Por mucho tiempo he pensado que si alguien hablara de nuestra época de miseria debería tan sólo balbucir. Ahora creo que un poeta es responsable de luchar en un universo que se deshace, escribiendo aquellas historias que la nada tiende a borrar. Si hasta el cielo vacío es histórico y sigue viajando hacia estructuras cada vez más intensas y dramáticas. ¿No es acaso el desarraigo del hombre el fin del mundo? Entonces quizá siguiendo los rastros de las marcas que tuvimos como tribu logremos deshacer el lenguaje del enemigo y ganarlo otra vez para la poesía (aunque para eso primero la idea de enemigo tuviese que estar bastante clara). Ojalá carguemos otra vez las palabras de su poder antiguo de significar más de lo que dicen y que en ese camino podamos resistir (¿escribir?). Mucho se habla por estos días de poesía para resistir pero la palabra resistencia tiene historia y un doble significado: oponerse a algo y permanecer en la vida.

Alguien me ha dicho que una sabe cuando el poema nace vivo. En la forma cumplida de un poema no existen (ni aunque se evoquen) el afuera, ni el fascismo. Un poema no va a salvarnos pero allí en su corazón hay sitios de belleza única y fugaz a pesar de la gravedad sobre nuestros huesos.

La voz de J.G. late aún y se desborda sobre nuestro mundo

Así
a partir de una promesa de figuras cumplidas
un repentino anhelo de ser pintado para siempre
una selva privada contra la desesperación exterior.
Allí donde nada suceda excepto el yo,
instalado sin dios ni documentos a la vista,
un universo estable y calmo donde perdurar.

La poesía tiene cuerpo, duda, siente, piensa. Oponiéndose a la nada, un poema camina entre nosotros como aquel ángel, caído, pero en su fe todavía, imperceptible apenas salvo por la música. Perennemente solo, como un extranjero en las calles y colores de una ciudad ajena, pero armado de su imaginación a todo volumen para la terquedad de estar vivo entre los horrores y defender contra su pecho el mundo que por él se salvará;(7)
la arquitectura de una palabra
¿Somos capaces de oírla?

Un poema también es lo que calla.


(1) Joaquín Giannuzzi en “Poética”: «No agregue. No distorsione. / No cambie / la música de lugar».
(2) También en “Poética”: «Poesía / es lo que se está viendo».
(3) Javier Galarza, La religión Hölderlin.
(4) Safo: «Qué puedo hacer, no lo sé; mis deseos son dobles».
(5) Sara Gallardo: «Escribir es un oficio absurdo y heroico».
(6) Parafraseo el poema “Ni ánel ni rebelde”.
(7) Joaquín Giannuzzi, al igual que Proust, sobre el poeta dijo: «el mundo que por él se salvará» (Teresa Leonardi en El Intransigente, Salta, 1981).

Bibliografía:
Joaquín Giannuzzi, Obra completa, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2014.
Giannuzzi, Reseñas, artículos y trabajos académicos sobre su obra, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2010.
«Soy un poeta estándar», Entrevista a Joaquín Giannuzzi, por Jorge Brega, Revista digital La marea, 2021.
Javier Galarza, La religión Hölderlin, Buenos Aires, Llantén, 2022.
Todos los poemas citados son de Un arte callado, de Joaquín Giannuzzi.


Sabrina Barrego. Poeta y gestora cultural. Publicó Trinchera (Ediciones Culturales de Mendoza, 2019), Las hojas del otoño (audiolibro, Plataforma Mendoza en Casa, 2021), Máquinas de duelo (Falta Envido Ediciones, 2022), La memoria hace ruido a tren (Las Furias, 2023), y Paisajes con vacas (Mágicas Naranjas, 2024). Forma parte de Poetas Argentinas 1981-2000 (Ediciones Del Dock, 2023), entre otras antologías.



No había música en ninguna parte: la mirada
de Giannuzzi en tiempos neoliberales

Por Gustavo Yuste

El mundo puesto en duda
En un ensayo que utilizo mucho para mis talleres literarios, Inger Christensen señala: “Tal vez la poesía no pueda decir ninguna verdad. Pero puede ser verdadera, porque la realidad que acompaña a las palabras lo es. Esta correlación secretamente llena o llena de secreto entre el lenguaje y la realidad explica cómo la poesía se convierte en visión. Un milagro misterioso que puede ser la condición de secreto de la cual Novalis dice, ‘El mundo exterior es el mundo interior, elevado a una condición de secreto’”.

“La condición de secreto”, el concepto que retoma la autora danesa fallecida en 2009 y que da nombre a ese texto, ayuda a pensar en cómo un poema no solo debe evitar la tentación de la linealidad o la literalidad sin más, reduciendo todo a una anécdota sin importancia que se pierde en las conversaciones que se tienen por obligación, sino que también nos invita a pensar en el secreto que todo poema revela. Quienes intentamos escribirlos entendemos en un momento que esa información desconocida, esa nueva mirada, primero debe presentarse ante nosotros, como si el poema hubiera sido escrito por otra persona.

Joaquín Giannuzzi es quizás el gran revelador de secretos para quienes vivimos y transitamos la vida urbana y su ritmo impredecible, frenético, ecléctico y seductor. Una megalópolis como Buenos Aires puede ser abrumadora e invitar al ritmo automático, a la inteligencia artificial por sobre cualquier rasgo mínimo de profundidad. Giannuzzi rompe con cualquier chance de eso: “Entre verso y verso se instala una pausa / donde el mundo es puesto en duda: entonces / pongo mi amarga cabeza a circular por el jardín”.

¿Qué otra cosa podemos hacer que poner el mundo en duda en este contexto actual en Argentina? Ante quienes quieren reducir todo a un talle único, a un modelo totalitario y al vaciamiento de ideas, volver a Giannuzzi a 100 años de su nacimiento y 20 años de su muerte es un llamado de atención, una coda que, como sociedad, podríamos aprovechar para que no sea demasiado tarde.

Escribe J.O.G en el poema “Teléfono y vacío” de 1984: “No tengo respuestas. La época / creó parálisis ambiguas como esta”. Un año después de la dictadura cívico militar, estos versos tenían un sentido que pensamos que nunca más volverían tener, hasta esta fecha de discursos paralizantes y la falta de respuestas de un pueblo adormecido por un temor mucho menos evidente, pero mucho más efectivo: el temor económico bajo discursos despiadados.

La lucha ya ni siquiera es por vivir, es por sobrevivir, por subsistir. El capitalismo ahorca más de lo prometido, pero dice que es por nuestro bien. Una creencia tímida, sin fuerza, pero aún presente, sostiene ese relato. Giannuzzi mismo, en “Botella de leche”, uno de sus primeros poemas publicados, observa: “Nada más lejos del amor / que esto: quisiera comprender / el aislamiento absoluto / de la materia incomunicable, / la integridad de la constante / tensión hacia abajo / de la fuerza obstinada / que se colma a sí misma”.

¿Hay alguien ahí?
El título mismo del último libro de J.O.G. publicado en vida nos advertía del vaciamiento del sentido y, por ende, de la pérdida de profundidad, de presencia en el mundo. El nuevo siglo, ya sin el temor por Y2K, no posee ningún relato que lo sustente. No hay esperanza o fe en el progreso, no hay romanticismo o humanismo. Quizás, una suerte de confianza inevitable en la tecnología, pero aún sabiendo que su éxito va a ser a costa nuestra.

“No había música en ninguna parte: / sólo la mentira que emana / de una cabeza malograda / y que cae al vacío sin ayuda de nadie”, se lee en uno de los primeros poemas del libro publicado en 2003, apenas unos meses antes de la muerte del autor en Salta durante el mes de enero. Una sol edad forzada, como el error de un tenista que le erra a la línea, es el gusto de esta época neoliberal. Pero en los poemas de un “individuo seco, tabacoso y argentino, / procurando instalar una fe / en algún retroceso de su batalla mental”  podemos desarmar para pensar algo mejor.

En una entrevista con Osvaldo Aguirre, recopilada luego en Hablados por la poesía (Espacio Hudson, 2017), el poeta señala al respecto: “La poesía también puede ser un modo de vivir, de ver las cosas. Creo que la poesía dignifica la condición humana, que el hombre mejore o no es otra cosa. Es la prueba de la bondad de la existencia humana, entre tantas definiciones que se podrían dar”. De hecho, volver a Giannuzzi no va a cambiar el clima de esta época, pero sí puede plantar los cimientos para no dejarse desanimar por ella —como bien interpretó Charly García junto a La Máquina de Hacer Pájaros— y empezar a tomar una postura activa y propositiva para revertirla.

Sobre el músico clave en la cultura nacional, Mara Favoretto escribió lo siguiente en su muy bello libro Charly en el país de las alegorías (Gourmet Musical, 2014) y que tranquilamente podría aplicarse a la obra de Giannuzzi en su conjunto, releída ahora en 2024: “Ante un adormecimiento e inacción que nos lleva a olvidar toda aspiración más elevada, el rol del artista es, muchas veces, el despertar la auto-crítica general y brindar a su audiencia una oportunidad desafiante donde se rompan las estructuras de pensamiento existentes y se abran espacios nuevos”.

Un ejemplo concreto de esa autocrítica en los poemas de J.O.G: “Policía de mí mismo, lamiendo como un perro / escombros de ideología, los últimos destellos / de afirmación y música; pero un aullido / de neumáticos raspados en la calle me basta para saberme acusado”. Las imágenes secas, sobreanalizadas y enrevesadas de Giannuzzi alcanzan para sentirse llamado a cambiar el orden de las cosas; o al menos dar el primer gran paso en la intimidad y la cotidianidad de las pequeñas cosas y esa comunidad inmediata que son los afectos.

Escuchando el presente
No me parece casualidad concluir esta nota un tanto ecléctica y sinuosa sobre Giannuzzi un 9 de julio, día de la Independencia, y en una de las mañanas más frías que se recuerden en la Ciudad de Buenos Aires. Mientras releo a J.O.G., un desfile militar fuera de contexto se despliega en la zona norte de la ciudad. Releo en uno de sus poemas: “¿Qué mano de la época / pone las opciones individuales en punto muerto?», y siento que a sus 100 años observa todo desde una ventana y su café crónico.

Que poemas escritos hace décadas mantengan una vigencia arrolladora nos lleva, de nuevo, a la condición de secreto de la que hablamos al principio. Los grandes secretos de la humanidad, en el fondo, parecen ser siempre los mismos, solo cambian de hablantes de acuerdo a la época. Y en Argentina tuvimos la suerte de que Giannuzzi nos revelara sentidos que hoy cobran todavía más peso en un presente desesperanzador, cuando la historia se repite una y otra vez ya no como farsa, sino como una tragedia con cara lavada y nuevos nombres fabricados por el marketing.

Pero no todo está perdido y en eso quiero ser claro. Giannuzzi, dentro de su pesimismo reconocido por sí mismo, se esfuerza por ver el quiebre, la trampa, el breve resquicio donde otra luz y otra música es posible por fuera de los relatos oficiales. Cada poema suyo es una invitación para hacer lo mismo mientras allá afuera, en Avenida Libertador, “no pasa nada, nadie pasa / sólo una banda militar / desafinando el tiempo y el compás” como tan bien relató Charly en su canción “Superhéroes” o como escribió J.O.G: “La calle se alarga sin finalidad precisa”.

Este centenario de un poeta clave para la literatura argentina, quizás, sea una invitación para dejar de pedir “piedad para todos aquéllos que como J.O.G/ aprietan el nudo de la corbata cada mañana / y nunca terminan ahorcarse”. En cambio, sea ese pequeño empujón, que en ciudades como Buenos Aires, pueden generar en el corto plazo un cambio radical de este presente vacío y helado.


Gustavo Yuste. Periodista y escritor. Colaboró para distintos medios como Revista Noticias, Perfil y El blog de Eterna Cadencia. Es cofundador del sitio La Primera Piedra. Publicó, entre otros, los libros de poesía  Electricidad (Sudestada, 2020); La felicidad no es un lugar (Santos Locos, 2020; Liliputienses, España, 2023), Accidentes del ánimo (Santos Locos, 2021) El formol de la melancolía (Santos Locos, 2023); las novelas Personas que lloran en sus cumpleaños (Paisanita, 2019) y Turistas perdidos (Random House, 2023); en 2021 se publicó el diario de viaje El viento trae noticias (Ediciones Entre Ríos, Madrid) y el libro apto para todo público La fidelidad de los gatos (mágicas naranjas). Actualmente coordina talleres de escritura y lectura de poesía.



Fuera de la habitación el mundo
Una aproximación a la obra de Joaquín Orlando Giannuzzi (JOG)

Por Guido Chiossone Zitta

Si en el exterior está el mundo, en el interior el lenguaje, la poesía. Un hombre frente a una ventana se gira para volver sobre la mesa. Todo eso es el poema y al mismo tiempo no. El poema está “detrás del vidrio raspado por la lluvia invernal” por la que, mirando, ese yo poético, JOG, “envejeciendo y pálido” en “el crujido de sus articulaciones”, se pregunta “¿habrá cierto significado en el acto de abandonar la ventana?”. Sí, volver una vez más al lenguaje, para inmortalizar ese instante en el poema: “me vuelvo una vez más hacia el ácido fresco e inmortal / de una fuente de limones en el centro de la mesa”. Frescos porque no va a tener limones podridos sobre la mesa, pero inmortales en la memoria que lo evoca, en un poema escrito para ser leído.

Volver “a una fría porción de libertad en mi lenguaje”.

Pensar ese momento en el que JOG compró los limones, seguro pudo haberle dicho al verdulero: me das medio kilo de limones, ¿cuánto es?; y el lenguaje no fue libre, sino que fue sometido a las arbitrariedades de su fin, la comunicación.

En una entrevista que Cristina Mucci le hace a JOG en los 7 locos,[1] Giannuzzi dice que lo que justificó sus días y sus noches fue la poesía, ese rito privado[2].

La obra de Giannuzzi puede leerse como un gran testimonio del autor. Es el aspecto confesional, testimonial en la poesía de Giannuzzi lo que funciona como unidad temática alrededor de la cual se construye su obra. Un testimonio de la realidad, de su experiencia, incluso de su quehacer poético. “En esos días andaba trabajando un lenguaje / que rompiera los huesos convencionales de la poesía”[3]. Una confesión que valoriza el presente de la enunciación en el que “sucede el lenguaje, la posibilidad de decir, de ver y construir la realidad”.[4]

Imaginarse a Giannuzzi que un día cualquiera, haciendo autocritica,[5] confiesa que está “solo y lirico en la tarde”, que está hecho “un amarillo poema perfecto / Pero en lugar de escribirlo / Enviudé mi juventud”, se recrimina; “Una a una he chupado las costillas de la estética”, sin embargo, concluye “no encuentro un personal sistema de lenguaje / quiero decir un acto de escritura”.

Giannuzzi construye su discurso poético a partir de experiencias cotidianas, es sobre estas que repara en particularidades con el objetivo de extraer un concepto de las cosas.  Puede ser el contraste negro sobre blanco de una mosca, frotando sus manos, en una rodilla pelada.[6] Partir de esta imagen para hablar del “riesgo que supone / un acto creativo / con su terror ante el desierto”. La condición que supone la hoja en blanco o, en ese caso, el lienzo. Una primera mancha sobre la cual el artista pueda trabajar el cuadro. Esa inmediatez del instante es lo que rompe el bloqueo de la hoja en blanco en JOG, es esa imagen “en la pálida pista de una rodilla / el aterrizaje instantáneo de una mosca” el zaguán del poema a través del cual se ingresa para concluir el riesgo que supone un acto creativo.

A lo largo de su obra, el personaje construido por Giannuzzi está dentro de su gabinete y detrás de una ventana. Esto es una constante en Giannuzzi. Su gabinete no solo como su habitación, su escritorio, sino también como la ventana de un bar: “Hace un año comía / junto a la venta de un bar / y miraba pasar la calle, la vida”.[7] Giannuzzi evoca, nombra, es un poeta de aquí y ahora: “poesía es lo que se está viendo”, pero más allá de “una lámpara, una radio portátil, una taza azul” está el poeta para inventar el mundo exterior con su lenguaje, para solidificarlo en el poema en el que las palabras danzan en el intelecto o la danza del intelecto son las palabras.

No es un sujeto aislado, atemporal, es “un fragmento activo, mezclado / a la desgracia de una época” y esto también es recurrente en Giannuzzi, no está exento de su momento histórico, es Contemporáneo del mundo (1962). El sexto poema de este libro, “Nosotros”, comienza “En la mitad de nuestro siglo nuestros huesos cumplieron / treinta años y nos correspondió obtener / las venenosas conclusiones de la época”.

Mientras afuera sucede el mundo con sus cosas, sus objetos, sus hechos y sucesos, adentro está el poeta con su lenguaje para nombrar. Si bien en todos los poetas se revela el drama de su época, ya sea en el lenguaje o en los hechos históricos, en Giannuzzi la tensión está en la lucha por la autonomía de su poesía. Es autónoma en el sentido que se sostiene por sí misma, porque es determinante, porque lo que prevalece es la construcción de un lenguaje.  No puede participar del transcurso de la historia de otro modo que no sea construyendo su lenguaje:

“Entonces vio la gente reuniéndose en la calle. / Se hinchaba, coreaba, ondulaba / feliz de estar queriendo decisivamente / con mucho conocimiento de causa / todos juntos lo mismo. / ¡La unánime gente cumpliendo la escritura en el tumulto! / La marea creció hasta su ventana. / La cerró, retrocedió, se encogió, se hizo el mono ajeno. / Encaró su propio lenguaje, puso cara exclusiva. / A solas con su causa privada / se puso a escuchar las noticias de allá afuera en la radio”[8].

Es recurrente en JOG este tipo que mira por la ventana, que observa el mundo y sus hechos sociales sin poder participar de la historia de otro modo que no sea escribiendo poesía: “Los hechos fueron considerados a través del vidrio de la ventana” mientras “Las razones estallaban allá afuera”.[9] Quizás uno de los lugares mas representativos donde esto ya está presente es el primer poema de Las condiciones de la época “Fábula”, donde el yo que enuncia “estaba esperando la revolución / por la desnuda, terrible acción de los otros en la calle. / Pero detrás de los cristales”, otra vez la ventana como bisagra, como espacio desde el que se focaliza el estado del mundo y de las cosas y desde donde ese yo poético “resolvió que el cambio acontecía en las pequeñas mutaciones”,  es decir en su poesía, “en el giro de la cuchara en la taza de té, / en las decepciones periódicas del hígado, en la muerte de papá y de las moscas” y es que “inventó un poema con todo eso” en busca de “un nuevo lenguaje”, ese personal sistema de lenguaje.

Hay un momento, en el poema “Ahora salgo” del mismo libro, en el que esto se rompe. Más allá de la evidencia del título, el poema empieza “Me senté en la ventana / bebiendo mi café mientras el país se sacudía”, pero el yo del poema tiene cierta revelación y entiende “que en esa sacudida no había nada de teatro” para concluir que “sonaron los primeros disparos / y entonces salí, me instalé en la historia”. Esto como diciendo que solo se puede formar parte de la historia haciendo política, no escribiendo poesía. Hoy podemos afirmar todo lo contrario.

Podría escribirse un ensayo sobre cada uno de los temas que ocupan la obra de Giannuzzi, podría hablarse de las moscas y las dalias, la muerte, la neurosis, las fábulas y el modo de adjetivar, pero es su carácter testimonial lo que agrupa la mayor parte de su obra. La unidad de discurso, que sostiene el mismo tono de enunciación desde el primero hasta el último poemario, también está en la elegancia de sus frases: “cuando la tarde, la costumbre de la humedad, / se instalan con su olor fracasado”, “en un tibio rincón civilizado”, “Basta de cruzarse de brazos y se / acaba la neurosis del carburo. Yo / tenía un venenoso ídolo y ahora lo/ agoniza el aire, su oxígeno terrible”, “tu dominio es la oportunidad de lo posible”, “treinta años cumplidos y ninguna conclusión”, “algo tembló en un rincón de mi cerebro; / un toque invernal avanzó en mis coronarias”, “el mundo preparaba/ una fría coherencia de sí mismo”, “yo no era nadie en el universo y desde mis pies subía / un fracaso de restos de comida”.

Mediante estos procedimientos, Giannuzzi construye su tono, la voz con la que habla el personaje, la música de sus poemas en la que subyace su época con la armonía y el caos de los ruidos propios de un bar en microcentro. 


[1] Joaquín Giannuzzi en Los Siete Locos.
[2]  “Rito privado” en Principios de incertidumbre (1980).
[3] «El poeta y la angina», en Las condiciones de la época (1967).
[4] Genovese, Alicia (2011). Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, p. 19.
[5] “Autocrítica” es un poema incluido en Señales de una causa personal.
[6] “Fábula”, incluido en ¿Hay alguien ahí?  (2003).
[7] Incluso hay un poema llamado “Paisaje urbano” incluido en Señales de una causa personal que dice “Desde la ventana del bar contemplo esta furiosa esquina / donde los átomos se han enloquecido / y se cruzan interminables ríos de motores. / he aquí el mundo”.
[8] “El extranjero”, en Señales de una causa personal (1977).
[9] “Historia personal”, Ibid.


Guido Chiossone Zitta. Escritor y actor. Escribió para teatro la obra Una remisería llamada deseo y colaboró en la obra Amor de ciudad. Además, como actor trabajó en cine y teatro.



Formas cumplidas en torno a un centro de energía

Por Damián Lamanna Guiñazú


“¡Pues, porque estaba hechizado por la poderosa pasión: lo deseaba tanto, que quedó como petrificado!”
Marina Tsvietáieva, Mi Pushkin

*
Entre todas las imágenes que Borges protagonista logra ver en el aleph —esa esfera pequeña emplazada en un sótano de Buenos Aires— hay una que siempre me resuena por su sencillez e imposibilidad: “mi dormitorio sin nadie”. Sencillez porque se trata, en principio, de una imagen convencional y asimilable, si se tiene en cuenta que la cadena de visiones incluye “a todas las hormigas del mundo” o la totalidad del mar. Imposibilidad porque, aunque (y justamente por eso) el narrador nos aclara que todas las visiones son desde “todos los ángulos del universo”, resulta imposible pensar esta imagen (este espacio) fuera de una perspectiva, es decir de un yo. El único modo de ver mi dormitorio sin nadie sin estar allí como ojo (o cámara de seguridad) o fantasma que perciben de forma parcial es volverse/ser ese dormitorio: cada ángulo irregular, cada huella de vaso en la mesa de luz, cada partícula de polvo acumulada debajo del colchón, cada murciélago recorriendo los pasillos de la cabeza. En esta enumeración subterránea, ver es cavar hacia adentro, hacia esa zona de la intimidad —lo que queda de ella, según la época—[1] y el pulso propio que se activan como pensamientos frente a la alteridad. Tironear las poleas del yo a través de la percepción de lo imposible, hacer de cada objeto (cosa, frase, ficción) un espejo para conjurar el ritmo interior, ese procedimiento que una y otra vez Joaquín Giannuzzi nos propone en/como sus poemas. Esas formas cumplidas en torno a un centro de energía.[2]

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Desde hace algunos meses llevo en la mochila Cabeza final (1991), séptimo libro de Giannuzzi, Premio Nacional de Poesía en 1992. Se trata de una coedición entre la revista La guacha y Ediciones del Dock (editorial que lo publicara originalmente) fechada en 1999. Si me centro en esta contingencia biográfica es porque es la primera vez que leo un libro de Giannuzzi editado en vida por fuera de ese sistema denso de tapas color tierra y noche llamado Obra poética.[3] Conjugar la liviandad de este libro angosto (una edición barata de hojas blancas brillantes y tapas finas, pensada, entiendo, para circular en kioscos) con la densidad de la materia verbal que lleva en sus páginas es oximorónico: el libro se traspapela, se mezcla con los demás, se confunde con algún folleto o cuaderno,[4] no ejerce peso físico en la espalda. Es una presencia efímera que reaparece una y otra vez como al descuido (cuando rearmo la mochila, separo exámenes y trabajos prácticos de alumnos) para recordarme que aún debo pensar y escribir este texto como parte de algún plan mayor que todavía no reconozco. Mi Giannuzzi, su voz pausada y terrible, acompaña el pulso del día a día, sube y baja de la General Paz, recorre barrios y sombras, altera el ritmo como lo hacen los recuerdos que vienen de golpe y entonces trastabillo para que emerjan los sentidos y la experiencia se me ensanche, como un poema que no hace falta escribir. Coincido con Sergio Chejfec: pensar en Giannuzzi implica respirar como él.

Entonces una vez más, en el invierno más profundo desde que un día nevó y los barrios brillaron con otros colores, abro sus páginas y reaparecen sus versos sobre el tiempo: esa sincronización entre duración (Historia, naturaleza), sujeto y espacio que configura el poema. En “Perplejidades al amanecer”, poema que abre el libro, la primera serie y la jornada discontinua que atraviesa el yo, se nos presenta, además de un momento específico del día, el espacio de “el dormitorio [que] / huele a existencia en bruto, /a ropa fría, a zapatos caídos”. Como en la enumeración del sótano que abrió estas páginas, se despliega una imposibilidad. Para el sujeto del poema despertar es ser y ser implica una conciencia en/sobre el espacio y los objetos: el dormitorio deja de ser en bruto para ser parte del yo (insiste en tener algo que ver con él) con su adentro y afuera entrelazados, el yo se vuelve el verdadero objeto del poema y el dormitorio con su ropa tirada y los rumores de la calle parece desplazarse hacia adentro de la cabeza. Un hombre imagina que un hombre amanece en un cuarto atravesado por la historia del país e imagina que un hombre amanece, etc. En vez de emociones en las cosas, “yo soy la/s cosa/s”. El poema es tiempo adentro de la cabeza.

Quiero decir: para que el espacio (el de la experiencia) sea posible debe volverse pensamiento; maquinaria de ritmos y lenguajes que vienen de distintas direcciones y confirman el yo. También una condena, una pregunta y un deseo. Por un lado, la condena de la Historia, que suele meterse en la sopa o el café como aquel disparo que no se puede ignorar; por otro una pregunta por la suspensión de las opciones personales ¿es posible frenar, interrumpir la duración, correrse por un instante? ¿Un poema puede/debe lograrlo? Por último el deseo —acaso el de quien escribe sobre su versión de Giannuzzi en una habitación aún descascarada— de encontrar un umbral, un borde para ganarle terreno al tiempo de la calle.

Hace algunos años escribí en un breve texto sobre poetas de los noventa que la poesía era un modo de contención frente al lenguaje desenfrenado del microcentro ya al borde de nuestra cama (latiendo en la mesa de luz). Vislumbro otra vez: para que la máquina de pensar en nada y fundirse deje de avanzar, debemos encontrar un territorio sagrado —un jardín de objetos— donde poder mirarla a los ojos sin necesidad de correr. Definirnos en su alteridad y aceptar qué parte llevamos adentro, qué de todo esto que se multiplica ayudamos a edificar; ese interregno adentro-afuera que Giannuzzi llama época nos lo pide. O quizá la época no nos pide nada. Pedimos a través de ella lo que ella nos ordena. 

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En 2017 organizamos en la ex ESMA una lectura/performance por los cuarenta años de Señales de una causa personal (1977). Quiero recordar que el punto de partida que había motivado el encuentro fue pensar las correspondencias entre aquel sujeto que en sus poemas escuchaba disparos (supongo que de la Triple A, los militares, la policía, los guerrilleros, quizá un otro sin correlato histórico) mientras tomaba sopa, y los sujetos contemporáneos: anacrónicos, indolentes y solitarios observadores de versiones de la realidad en sus pantallas. Si en aquel momento ese paralelismo nos parecía transparente, siete años después seguimos scrolleando y vemos pasar por el teléfono imágenes —ni siquiera rumores— de detenciones y cacerías post movilizaciones, fotos y estadísticas de jugadores de fútbol, cadáveres en medio oriente, retratos de felinos humanoides hechos con inteligencia artificial, extractos de entrevistas sin contexto y publicidades; todo sin freno, organizado suponemos— por nuestro inconsciente digital. La distancia con la Historia al parecer se expande y tiene cada vez más capas de representación; el disparo ya ni siquiera se escucha en nuestra baldosa de lo real. En esta línea, no es casual que los poemas de Giannuzzi siempre parezcan contemporáneos —palabra que él usaría— y coyunturales. No porque la época (o las épocas) carezca de variaciones sino porque da cuenta de la profundización de un tipo de subjetividad y un de modo de vida relativamente permanentes y homogéneos: aquello que en Los espantos. Estética y postdictadura (2015), Silvia Schwarzbock llama “Vida de derecha”.       

Al respecto, si bien el concepto que utiliza Schwarzbock remite a la imposibilidad de imaginar una vida donde el comunismo, la izquierda o, agrego, alguna alternativa no capitalista sean factibles —podemos emparentarlo con el “realismo capitalista” de Mark Fisher— su gran potencia reside en aquello que construye como oposición y horizonte: “la vida verdadera”, que, entre otras premisas, conllevaría rechazar la idea del  desarrollo individual y solitario como único proyecto de vida posible; esa configuración que Giannuzzi pone en crisis cada vez que la Historia se hace escuchar a través de la ventana (en algún momento alguien te va a preguntar quién sos).

Aunque el tono y el ritmo de la obra de Giannuzzi avancen regulares desde antes de la dictadura (tres años después de los bombardeos del 55), sus poemas radiografían el período democrático actual todavía signado por el éxito económico y cultural de la última dictadura cívico-militar. En “Final de época”, otro de los poemas de Cabeza final que parece vaticinar Punctum de Martín Gambarotta, nos dice: “ (…) La historia / tira de las piernas y finalmente me expulsa / a puntapiés del planeta, acompañado / de otros cadáveres / (…) Otros optaron / hasta la aniquilación / por indefensas verdades y otros por el dormitorio”. Con pesimismo, ese lugar común para referirse a la obra de Giannuzzi, nos indica que la derrota era inevitable y remarca la  imposibilidad de los sujetos (los vencidos con sus verdades) para alterar el curso de los grandes acontecimientos. Al parecer hay una fuerza irrefrenable que viene desde antes —¿la caída del primer peronismo?—. Sin embargo, es posible reivindicar (sin condescendencia) y traer al ruedo a los que no pudieron y a los que eligieron quedarse al margen para prolongar las condiciones de la época. Quedan nuevos episodios por dirimir y será a través del poema.

Justamente el texto que cierra Apuestas en lo oscuro (2000), “La batalla”, propone una teoría (y una visión en el sentido de Rimbaud) del Estado que funciona de modo diacrónico y sincrónico a la vez. Desde una perspectiva diacrónica —no como foto sino como extensión en el tiempo— la dictadura —devenida fuerzas represivas— contendría en sí misma su contracara democrática para eventualmente auxiliar a las víctimas y relegitimarse con el paso del tiempo; perspectiva cuyo siniestro confirma cómo el modo de vida de la dictadura logró instalarse como verdad. Por otro lado, una perspectiva sincrónica en la que el Estado muestra sus dos caras constitutivas: violencia y cuidado, las oscilaciones de eso que entendemos como orden. En el medio de la batalla, la mirada del observador que se retira cuando las cámaras se apagan. El poema es ese espacio donde la Historia, la duración y la vida privada alejada del conflicto confluyen. El sujeto y el Estado en reconocimiento recíproco. En el corte se revela una verdad, la violencia y el orden como espejos para que el yo piense y exista. El poema permite la crisis, la política.

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Me pregunto cuántos solemos caer en la trampa de leer a los poetas que desconocemos a través de quienes los reivindican, enaltecen y recomiendan. Y no me refiero al hecho de llegar a ellos sino al modo de leerlos. En mi caso entré a la obra de Giannuzzi en 2010 convencido de que se trataba de un antecesor de ese conjunto fluctuante de autores y autoras agrupadas bajo el rótulo de “poesía de los noventa”. Recuerdo incluso haber visto y escuchado en distintos lugares el verso “Poesía es lo que se está viendo” como si se tratara no sólo de una ars poética sino de una definición de la poesía, casi como una fenomenología. Recuerdo también el rótulo de “objetivismo” para hacer referencia a poetas que fundamentalmente observan y hablan de su experiencia en el mundo.

Si bien después de unos cuantos años de ir y volver por su obra coincido en que la mirada (o los sentidos) casi siempre desencadena los poemas, creo, como dije en estas páginas, que Giannuzzi ante todo parte de la observación de un objeto, imagen o escena para poder objetivarse a sí mismo. La clave para que eso suceda es que una multiplicidad de ritmos se sincronicen.

Un balazo en la noche, la represión, la quietud del desayuno, una desaparición, flores quietas, una hija que se viste para salir, el giro lejano del trapecista, autos chocados, una mujer que duerme, la respiración. Siempre (y acá pienso en Meschonnic) se trata del ritmo. Comprender una lengua, una época, una transformación es poder escuchar ese ritmo subyacente: entrar en la Historia, la metáfora popular de “paren el mundo que me quiero bajar” y su cuota de verdad en la simpleza. Giannuzzi mira y escucha. Sus poemas comienzan en el punto justo en el que todos los ritmos se sincronizan. Allí la calle y la vida privada se encienden al mismo tiempo. El hombre común debe ser capaz de captar ese centro de energía, ese corte en la duración, que luego irá a donde el pensamiento pretenda y será forma. De ese modo por un instante, ese hombre común, podrá convertirse en poeta, en sujeto de la Historia, en voz que nunca se resigna y se ilumina como un yo gracias a su potencia para captar lo que sucede alrededor.

Las cosas —la chatarra—, el reloj sobre las cosas como punto de partida. El gran poder que los poetas tienen para mirarse desde afuera, para unir hilos lejanos y descubrir reflejos imperceptibles de sí mismos. El mundo como un gran espejo estallado. La poesía es una forma de vivir. La poesía le gana terreno a la nada. El poeta ve sus ojos en el fondo del plato de sopa y allí se reconoce en el tiempo.


[1] ¿Dónde empieza la intimidad en esta época, donde la vida privada tiene su estudio de televisión?
[2] “Gladiolo”, en Cabeza final (1999 [1991]).
[3] Me refiero a la edición de Emecé de 2000, la cual incluye hasta Apariencias en lo oscuro. Luego, Del Dock sumó Hay alguien ahí (2003) y Un arte callado (2008) a su Obra completa (2015).
[4] En sentido contrario, en Sobre Giannuzzi, Chejfec dice que justamente la obra completa lo hizo pensar en un cuaderno. Yo en cambio pienso que un cuaderno está hecho de discontinuidades y no de un proyecto tan orgánico y homogéneo como la obra de Giannuzzi. Quizá se impone que mi experiencia sea inversa y haya arrancado por su obra reunida. En este caso, leer uno de sus libros por separado me permitió apropiarme el libro de otro modo, dejar atrás cierta sensación de solemnidad.

Bibliografìa
Borges, Jorge Luis; El aleph. Buenos Aires, Alianza Editorial, 2000 [1949]
Chejfec, Sergio; Sobre Giannuzzi. Buenos Aires, Bajo la luna, 2010.
Giannuzzi, Joaquín; Cabeza final. Buenos Aires, La guacha y El dock, 1999 [1991].
Giannuzzi, Joaquín; Obra poética. Buenos Aires, Emecé, 2000.
Meschonnic, Henri; La poética como crítica del sentido. Buenos Aires, Mármol izquierdo editores, 2007. *Schwarzbock, Silvia; Los espantos. Estética y postdictadura. Buenos Aires, Cuarenta ríos, 2015.


Damián Lamanna Guiñazú. Poeta, docente y gestor cultural. Publicó cuatro libros de poemas: para siempre a ese fantasma (2022), propiedad horizontal (2016), después de la superficie (2013) y dormir en la espalda de la lengua (2011); y editó un disco: La culpa del mundo (2019), con la banda homónima. Participó de antologías en Argentina, Brasil, Chile y Colombia. Es parte del UntrefCyT “Las Raras. Revistas de Poesía de los noventa”.



Giannuzzi, el poeta de los escasos desplazamientos

Por Alicia Genovese

La imagen que guardo de la primera lectura que hice de los poemas de Giannuzzi se ha reiterado en el tiempo. En esa imagen lo imagino mirando el racimo de uvas rosadas que aparece en el poema que da inicio a su primer libro, y que luego abriría todas sus obras reunidas. De las uvas destaca su carnal exuberancia, su peso terrenal y desde esa particular descripción introduce el contraste con el yo poético que se acerca a ese “dulce existir” como un extraño. Casi en simultáneo con su imagen frente a las uvas recuerdo las dalias a las que alude en otros poemas. El mismo yo inmerso en sus cavilaciones sobre la existencia y que miraba detenidamente las uvas rosadas es el que aparece en toda la secuencia de poemas donde las dalias se convierten en un referente central. Una secuencia que no es temporalmente lineal, sino discontinua, compuesta de poemas que van apareciendo en diferentes libros, que suceden en diferentes momentos, impulsados por la necesidad de escribir nuevamente desde el mismo objeto. Algo de lo que Giannuzzi seguro debía ser consciente, pero actuaba sin importarle la reiteración o quizás buscando en ella un porqué. Las dalias resultan como variaciones de un mismo poema donde repite elementos, el yo en primera o tercera persona, siempre situado desde una ventana, la observación de esa flor que a veces es violeta, otras roja, otras un estallido púrpura, y alguna vez no tiene la total nitidez de un color, sino que es interrumpida por el raspado de un azul o un violáceo. No es la misma dalia, no es una abstracción ni un concepto, es la dalia única y singular de cada momento, cada dalia que repetidamente encuentra florecida y lo lleva a escribir en una estación que, aunque idéntica, tiene otra fecha, otro instante de captación. Desplazamiento temporal y también reflexivo, pero reiteración del objeto en un mismo espacio. Escasos desplazamientos. La figura del poema, se puede deducir desde la transformación que impone la lengua poética, es la de Giannuzzi, asomado a la ventana de una casa o de un departamento de ciudad que da hacia un pequeño jardín donde estas dalias año tras año cumplidamente florecen. Las dalias ya no son plantas tan comunes, pero lo eran en los pequeños jardines caseros junto a los malvones o los jazmines. Giannuzzi no toma a las dalias como flores sofisticadas o exóticas, son parte de su hábitat cotidiano. Sin embargo, ellas encarnan la sensualidad de la materia percibida, velada o en pugna con el pensamiento severo, que con frecuencia mueve al poeta, atento al desvanecimiento y la extinción.

A través de siete poemas publicados en distintos libros y pertenecientes a diferentes épocas que llevan en su título la alusión a las dalias se insiste en algunos detalles: cargadas de agua, inclinadas, expuestas al viento, incluso aparecen en un poema titulado “Cuando el mundo es puesto en duda” de Violín obligado. Allí menciona “una dalia inclinada / por el peso del agua /  hacia este oscuro planeta”

En la secuencia de las dalias, los títulos evidencian sin reparos, sin pudor, la reiteración: “Dalia inclinada” y “Dalia en mi ventana” ambos poemas incluidos en Principios de incertidumbre (1980), “Cuando la dalia supera” y “Dalia inclinada hacia mi ventana”, en Violín obligado (1984), “La dalia roja” en Cabeza final (1991), “La dalia” y “Dalias” en Apuestas en lo oscuro (2000). Giannuzzi reconocía su obstinación. En el último poema que les dedica dice “las contemplo ávidamente / esperando no sé qué lección / de esas esferas frías y violáceas”. Algo de esas flores permanecía todavía abierto a su atención, le hacían esperar “no sé qué”, algo no se cerraba con el poema que escribía o había escrito, y  lo impulsaba otra vez a develar algo más junto a ellas. Las dalias seguían como un interrogante, como un poema que no alcanza a resolverse en uno concluyente y se traslada a otro, como un poema infinito que trazaba círculos recursivos en su obra. Las dalias fueron su ritornelo, un leitmotiv, a la par que sus reflexiones lo llevaban a menudo a la desazón.

La dalia es a través de los poemas la “suntuosa carne”, el “estallido”, la “imbatible combustión” de la materia, el “demasiado amor”, el “rumor terrenal”, el “suave equilibrio”. La dalia es aquello que contrasta con quien la observa, un sujeto oscurecido, atardecido, pero que con avidez intenta encontrar respuestas a sus meditaciones sobre el abatimiento de la realidad que lo circunda y el sombrío devenir humano. Las dalias también son las que giran movidas por el viento como un pensamiento retórico, en el mismo lugar, ellas no conseguirán partir hacia otro sitio, son en la proyección subjetiva la permanencia, el ahondamiento, la fijeza. Aunque el yo del poema sea consciente de que puede moverse, transitar, aunque sea consciente de su libertad, no la ejercita en ese instante y se identifica con la dalia: gira en el mismo lugar que es su pensamiento posado en ellas. El yo también se inclina en su retórica al volver a mirar esas dalias. Así las ve y así se deja sorprender por su reaparición radiante que lo lleva a preguntarse por una existencia, la propia, agobiada en muchos poemas por su gusto amargo, capturada en un encierro inevitable, en el devenir de la muerte.

Las dalias son para Giannuzzi, su otro, la lírica de la materia, su violín obligado, el solo vital que le impide sumirse únicamente en la rigidez de los objetos, en la materia degradada sin plenitud. Su regreso a ellas es también el regreso a la vida indiscutible, a sus transformaciones, aunque sean escuetas, casi imperceptibles, el regreso a sus resplandores, a su volumen y a sus preguntas que no cierran. Recuerdo una vez que estaba con José Luis Mangieri y lo encontramos a Giannuzzi saliendo del bar La Paz en Corrientes y Montevideo, nos quedamos hablando en esa esquina donde Giannuzzi nos dice que acababa de volver de Salta. Yo comento entusiasmada “qué lindo Salta cómo me gustaría ir” y él replica levantando los brazos y moviéndolos un poco en señal de negación. “No, no” decía y contaba que en la habitación en la que se había alojado, abría una ventana y se topaba con una montaña, abría otra del otro lado y se topaba con otra. “No, no, me sentía encerrado, como asfixiado”. A pesar de haber estado ligado a Salta básicamente a través de sus relaciones con Libertad Demitrópulos y Teresa Herrán, su empatía con el paisaje natural podría condensarse en esa escena de fines de los 90. Fue un poeta de escasos desplazamientos. Le bastaba el paisaje urbano para que su poesía creciera, sus espacios acotados, la materia gastada, los objetos de siempre, otros nuevos sin grandilocuencia y también esos pequeños jardines donde las rosas, los geranios, las dalias aparecían como apelaciones de otro mundo a las que respondía. Esos objetos de la lírica que en su poesía contrastaban con los neumáticos desechados por el desgaste, los metales oxidados, los huesos, la corrosión. Estas dalias han constituido en su poesía la lírica innegable de los objetos a los que les abría la ventana para pensar, nuevamente provocado por sus conmociones.


Alicia Genovese. Poeta y ensayista. Oro en la lejanía y La invención del equilibrio son sus últimos libros de poemas: sus títulos anteriores integran La línea del desierto, su poesía reunida. Entre sus ensayos se encuentran Abrir el mundo desde el ojo del poema y Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco. Actualmente es titular del Taller de Poesía I en la Universidad Nacional de las Artes.