La invención de una lengua/ 1864, de Osvaldo Aguirre

1864
Osvaldo Aguirre
Santa Fe
Universidad Nacional del Litoral
2020

Por Carlos Battilana

Los libros de poesía de Osvaldo Aguirre exploran el mundo rural. Lo hacen no sólo a través de datos que atestiguan referencias concretas. Sobre todo la experiencia rural que se transmite es de orden acústico. Un agudo sentido de escucha, un oído absoluto para los modismos y giros coloquiales son las claves para la construcción de una lengua particular como la de esta escritura.

 La evocación de un mundo por la vía oral tiñe 1864. Por ese motivo, el registro sonoro de esta poesía radica no tanto en el mero recorte de los giros del habla sino en su soporte rítmico. Es como si una música de fondo obrara en cada poema y se expandiera al conjunto, más allá de la historia o de las anécdotas que se cuenten.

El registro de los automatismos verbales son como ligeras elevaciones o montículos de la memoria en medio de los textos que nos hacen levantar la vista y nos permiten prestar atención a esas inflexiones. Expresiones que pueden pasar desapercibidas al escucharlas y que parecen deslizarse naturalmente en el intercambio cotidiano pero que, en verdad, si analizamos con mayor rigor, son producto del artesanado poético del autor (“y de buenas a primeras / seguimos por la única /  calle”; “Dale que dale / como si hubieran / visto al diablo, y dale”; “Buenas, dije, / y él, antes de seguir / al corral: ni mu”).

Si bien la música verbal es lo primordial, el universo temático del libro es el de las preocupaciones rurales de los personajes que habitan los poemas. Esas preocupaciones se ciñen a la vida diaria: los cambios atmosféricos, el tiempo del sembradío y la cosecha, el estado de los pastos y la tierra. Al mismo tiempo, las referencias del texto (la escuela Agrotécnica, la  Sociedad Italiana, el Consejo Agrario) revelan una cartografía. No obstante el discurso no se esfuerza en aclaraciones ni pierde tiempo en explicar la gravitación de aquellas instituciones en el lugar, como si su mera mención trabajara con el guiño y el sobreentendido de la comunidad. El mundo que explora Aguirre posee su propia lógica y se basta a sí mismo; de allí que las oscilaciones enunciativas (una primera persona del plural inclusiva; una segunda del singular apelativa y la tercera persona del singular) parecen dar cuenta de una enunciación colectiva.

El libro se divide en cuatro partes. En una de ellas reconocemos la causa del título. 1864 es el año de nacimiento del bisabuelo que legó una onza de oro acuñada a principios del siglo XIX. La onza pasó de generación en generación como herencia familiar, y el sujeto poético se empeña en interpretar su sentido actual. Al inicio, la onza representa la despedida del bisabuelo a su progenitor. El hijo abandona España y esa moneda será un modo del recuerdo y también una forma de la protección paterna. Lejos del valor de cambio, la onza que permanecía en una caja fuerte es rescatada por el poeta como un “tesoro” asociado a la memoria y el legado familiar. Guardar una onza de oro por tres generaciones tiene un significado, pero la cadena de sentido se transforma a lo largo del tiempo. El poeta procura descifrar, mediado por ese objeto, uno de los acontecimientos decisivos del libro: el silencio del padre. Recibir el silencio paterno como herencia no sólo es un enigma sino también puede ser una especie de padecimiento: “Se pueden pensar muchas cosas del silencio de un padre, pero ninguna es definitiva”.

Una de las preguntas que deja el libro es qué significa guardar cosas, atesorar. E incluso, extendiendo la pregunta, para qué acumular objetos, cuál sería el sentido. Quizás no se pueda guardar “todo”, pero a aquello que se guarda con devoción (los “tesoros” del recuerdo) posiblemente se lo dote de un aura. El libro justamente registra algunas escenas asociadas al acto de guardar. Ese tópico que en la literatura argentina podemos asociar a la obra de Darío Canton en una dimensión hiperbólica y extrema, aquí aparece más acotada. ¿Qué significará guardar una onza de oro sin otorgar al objeto un valor mercantil? Un aire de misterio atraviesa este libro. Un “profundo secreto” no se termina nunca de dilucidar aunque el sujeto poético se empeñe en descubrir algo que no sabe y que quizás no sabrá nunca. El secreto parece situarse en la información que, muchas veces, aparece escamoteada o dicha a medias. En uno de los poemas se menciona que en la infancia había “una pila de Billiken / en una repisa del corredor / y los diarios no se tiraban”; en otro texto se dice que la caja fuerte tenía “papeles y documentos familiares” ya caducos. Almacenar cosas para legarlas al futuro no deja de ser un enigma para quienes reciben esos objetos en un nuevo contexto temporal.

 1864 es un libro de una lírica narrativizada llena de afluentes y digresiones cuyo efecto inmediato es la sensación del habla. El libro da cuenta de la “añoranza” de ese mundo atravesado por discursos diversos. No se trata de una nostalgia molesta que detiene el fluir del tiempo sino de una vaga melancolía por lo que se vivió en un tiempo y en un sitio donde “no faltaba nada”. El paraíso rural es el paraíso verbal de la infancia. De allí que se evoque como un hecho crucial el aprendizaje de las palabras. Como todo buen libro de poesía, de manera velada siempre hay una reflexión acerca de la propia lengua, que es como ir al origen del mundo: “Aprendí estas palabras: brucelosis, mancha, carbunclo. // La brucelosis no tiene síntomas notables a la vista, y se puede contagiar a las personas. // La mancha se observa en cierta dureza de la carne. // El carbunclo es un grano grande, hinchado, color vino. También se contagia a las personas. // Son cosas que contaste tantas veces.”

En “El jardín secreto”, texto leído en el IIIº Congreso Internacional de la Lengua Española, Juan José Saer explica que en el interior de la lengua materna puede haber otra de “uso privado”. Menciona a Altazor de Vicente Huidobro y Residencia en la tierra de Pablo Neruda como casos emblemáticos. Explica, no obstante, que Trilce de César Vallejo es el caso ejemplar en el ámbito de la literatura latinoamericana de una invención lingüística dentro de los límites de la lengua heredada. Vallejo de manera radical concibe una lengua dentro de otra: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos / pura yema infantil innumerable, madre”. Aguirre se inscribe en esta tradición ya que hay un efecto de extrañamiento en la propia lengua a partir de los residuos del habla comunitaria. La invención es paradójica pues se forja con elementos ya existentes y cristalizados. Osvaldo Aguirre construye una lengua hipotética en el interior del idioma, y con ese gesto da lugar al nacimiento de una realidad verbal que no sólo observa un mundo sino que también lo funda.


La época de la comadreja

Ha muerto un año, parece que dijeran:
comienza, comienza tú también de nuevo.

Philip Larkin, «Los árboles»


La tormenta fue y vino todo el santo día.

Al final se larga el chaparrón. Te agarra en la entrada, volviendo de la calle, donde seguías el camino de las gallinas. No importa, el aroma de la tierra mojada te refresca, lo esperabas.

El viento barre el techo de casa. La perra hace guardia bajo la planta de pomelos, sorprendida.

La cortina de agua borra el campo. Quedó ropa colgada.

Después del mate, desde el corral y cada vez más cerca, se anuncian sapos y escuerzos.

Con tanto barro no podés pasar. Dejás las botas en la puerta y en casa, cuando te cambiás la ropa, parece que vinieras de una región muy lejana.

*

Los perros no se llevan bien con la yegua. No se sabe quién empezó primero: si la yegua, porque busca morder, o los perros, porque ladran y se ponen furiosos cuando la yegua se acerca al alambrado.

Hubo un día en que se quiso ir. Se soltó de la estaca, fue hasta lo del vecino, cruzó el campo y salió al camino del Consejo Agrario, una calle ancha y cuidada. Quién sabe adónde iba aquella vez. Antes se había escapado, pero siempre volvía, porque es el lugar donde se crio. Pero entonces salió disparando cuando me vio, y la tuve que atar al auto. Hacía fuerza para que no la atara, primero, y para no andar, después. Suerte que no vio otro caballo.

*

Hace unos días, con la lluvia, cayó un poco de piedra, pero no hizo daño. En el medidor conté catorce milímetros, justo lo que hacía falta para sembrar. El campo está bien.

Vieras como escarcha el agua de la canilla. Hace tanto frío que ya no hay ropa que ponerse.

Es julio, el mes del viento y de jugar a empañar los vidrios con el aliento. Todavía da vueltas alguna chinche verde del otoño. Te veo en la cocina, inclinado sobre el mate, sumido en quién sabe qué pensamientos.


Agrograma

La palabra agrograma no está registrada en el Diccionario.
Real Academia Española

I

Al levantarse,
antes de poner la pava
para el mate
y alzar las esterillas
en las ventanas de la cocina,
alimentaba el hogar
con un trozo de leña
y las suficientes ramas finas.
Lo veo con la camisa a cuadros
por afuera del pantalón gris
de fajina, y alpargatas negras.
Quedaría un colchón de cenizas,
algún cuerpo de brasas
de la madrugada, y después
sólo había que cuidar el fuego,
tener a mano el canasto
surtido de chala y marlos.
Lo veo cabizbajo, en la silla
de siempre, atento a las noticias
y al pronóstico del tiempo
que escuchaba en la radio
y corroboraba con un golpe
de vista hacia el campo.
El calor se extendía
hacia la despensa,
circulaba por el corredor,
los cuartos y la sala de estar,
más si afuera la escarcha
cubría la tierra, más
si el viento golpeaba
en las puertas. Quién
necesitaba un abrigo,
quién iba a decir
que el invierno podía
extenderse y el frío
entrar en la casa,
quién sería capaz
de sospechar, siquiera,
lo que llegaría a pasar.
Lo veo cuando soplaba
o agitaba un diario viejo,
para reavivar el fuego
en un susurro de chispas,
astillas, haces de luz.


II

Más allá del tejido de alambre
estaba la línea para tender
la ropa, unos paraísos,
el excusado fuera de uso
del que un buen día no quedó
más que una pila de ladrillos.
Los gansos pasaban en un grupo
apretado, estiraban los cogotes
y los picos, como si dijeran ojo,
mucho ojo con lo que van’ hacer.
El cañaveral, muy cerrado,
era el lugar indicado a la hora
de la siesta. Las batarazas,
los pavos, un pinino, tenían
casa, alimento balanceado
y agua en latas de sardina.
Seguro que nos siguieron
los perros, pisamos sin querer
las bolitas negras que caían
de la planta de moras
y nos metimos en el cañaveral
cuando todos pensarían
que dormíamos a pata suelta.
Hubo un tero, de pronto,
que se quejó y voló lejos,
hacia el potrero. Seguro
que hacía un frío de cagarse,
porque eran los días de julio,
cuando recién empezaban
las vacaciones de invierno.
Encontramos una gata peluda,
hormigas que cargaban pétalos
de rosa china, babosas
y una colonia de bichos bolita
debajo de una baldosa rota,
y nos escondimos en el cañaveral
hasta que oímos voces y gritos,
nuestros nombres en la boca
de los grandes.


V

Antes de seguir con la novela
que tenías sobre la mesa
de luz, abrías un libro
de tapa dura y comenzabas
a leer en voz alta.
En esa época no usabas
anteojos. Te sentabas
entre las dos camas,
y si no tenías ganas
acercábamos la mecedora
para que estuvieras
más cómoda. Pudo ser
La comadreja se casa,
o Pedrito Pereza, o algún
otro libro que vaya a saber
dónde quedó. El tiempo
es pura destrucción.
Había una pila de Billiken
en una repisa del corredor,
y los diarios no se tiraban.
Pero nos gustaba más
escuchar tu voz, hacer
una pausa para mirar
las ilustraciones, volver
donde habías dejado,
bien tapados con las frazadas.


VIII

El molino anunciaba
la dirección del viento.
Añoranza es la palabra
justa. Era tan fresca el agua,
entraba bajo el chorro
con los ojos cerrados
y al abrirlos el ceibo
encendía las hojas
y las flores más rojas
y las mandarinas,
los limones, las naranjas,
brillaban en el monte
como estrellas al alcance
de la mano. Así era,
había una canasta,
una pequeña escalera,
un gancho, y antes de la cena
la canasta, o la olla grande,
estaba llena, en la despensa
de la casa, con las demás
provisiones. No faltaba nada.
Añoranza es la palabra
justa, algo que no duele
aunque punza con fuerza,
y a veces acompaña.



Links

Poemas. En Revista Rea
Reseña. En S. Fe Provincia / Página 12
Más datos y textos de O. Aguirre en op.cit. «Cuando me alejo de los que hablan»