La observadora no amable/ Mariposas mutantes de Fukushima, de Carolina Musa

El libro es una reedición de la Brumana editora, dirigida por Laura Rossi y la autora. Pretende poner en circulación textos de la región desde un perfil feminista. A través de esta iniciativa, la editorial pone a disposición el poemario de descarga gratuita en formato pdf o epub a través de “Brumana Libre” acortando la brecha entre autorxs y lectorxs. La primera edición fue en el año 2015 por la ya disuelta Erizo Editora.

Mariposas Mutantes en Fukushima
Carolina Musa
Brumana Editora
2021

Por Florencia Giusti

Junto los elementos del poema, evoco
pero no soy yo, ellos se juntan solos
se disponen uno primero otro después
a lo largo de una cuadra que puede no ser
san lorenzo al tres mil doscientos, pero es (…)

Dice un fragmento de  “San Lorenzo al 3200.” En esa búsqueda de elementos, ¿dónde se rastrea lo que invita a la escritura? Entonces, ¿hay mariposas mutantes?, ¿existen realmente? Y como internet puede ser, entre muchas otras cosas, una comunidad para corroborar datos, entro a un blog de notas curiosas y ahí está, dice el titular de la nota: “Hay mariposas mutantes en Fuksuhima”. La afirmación me sorprende. Recuerdo que ya hice el mismo procedimiento con otros libros de Musa, una exploración desde la lectura. Los elementos ingresan al poema a modo de inventario, se reúnen, juntan sus partes. Una lista encadenada que juega, para un lado y para el otro:

Esas palomas van
del tanque de agua al cable
del cable al suelo
del suelo al alero
tanque cable suelo alero
rutina implacable que
veo ya no espero
más la revolución palomosa.

Ruta 33
Evocar como la consecuencia de algo que asalta, que encuentra al poema y quizás lo transmuta:

El caballo
a la sombra de un árbol
con un haz de luz entre los ojos
como un unicornio.

Empieza así el último poema del apartado del libro “Ruta 33”. Todo lo que evoca, excede: una lluvia torrencial. Lo que es observable es insulso, fastidia. En ese andarivel la cámara del poema no gira, no mira hacia delante, ni hacia atrás: zumba. En ese zumbar en el recorrido algo no atrapa. Un poema largo que traduce una ruta larga, larguísima. La 33 es pasto, pampa, camiones, soja, vacas, postes de luz. No se transforman las luces de la ciudad en la llanura, ¿tampoco hay poesía atrapada en los carteles?, decir : “para mí no”.

Y hay postes de luz que atraviesan la mano del yo del poema. La que ve y la que no. En ese juego de trasluces el poema viaja a través del inventario de imágenes de La Pampa, evoca la tradición de observar. Pero aquí nada es sorpresa. El catálogo observable aparece como imágenes en lista, transcriptas. Querer apartarse de la llanura como si desde esa comparación negativa quede manifestado lo que no es traducible.

En “Ruta 33” Musa trastoca el yo de la observadora amable para indagar en lo que no parece. Es mi favorito, lo leo una y otra vez. Ingreso al poema, me expulsa y vuelvo. En ese contraste el libro en su totalidad tiene algo de catálogo, de observación, un libro numérico, geométrico, que vuelve a ponerse en circulación a través del criterio generoso de su autora.


Meada mística

Una cucaracha se retuerce en el piso del baño.
La veo padecer desde mi trono, la alcanzo
con un solo movimiento de mi pie.
Pero no la piso, fumo, no consigo
tomar la decisión de acortar el calvario.
(Qué es morir pienso qué diferencia hay
entre una leche espesa y una espesura lechosa
pegoteada en la suela)
A veces la omnipotencia puede ser vergonzosa
o la impotencia, qué más da.
Al fin se queda quieta:
muerta de muerte natural y yo
inocente, apenas descanso del tormento psíquico
cuando la mentirosa da media vuelta
y corre hasta el resumidero de un tirón.


Otoño

Hoja que cae de árbol.
Hoja caída de árbol que piso aplasto
mierda de perro en la vereda
me ensucio me limpio
las suelas de las zapatillas, rumio
mis talones el agujero la desidia
me limpio me limpio un operario
idéntico en una fila de operarios
con casco y mameluco anaranjado sobre un
camión de basura
grita un piropo irreproducible
que incluye las palabras
muevo
sorete
mami
la fila anaranjada se ríe tan rápido se calla luz
verde en el semáforo luz
amarilla al dorso de la secuencia
risa piropo camión fila mierda hoja como implosión
de otoño.


San Lorenzo al 3200

Junto los elementos del poema, evoco
pero no soy yo, ellos se juntan solos
se disponen uno primero otro después
a lo largo de una cuadra que puede no ser
san lorenzo al tres mil doscientos, pero es:
primero el olor a meada
segundo el chorro de agua
brotando de un edificio en construcción
tercero la travesti amanecida en un umbral
tacos aguja negros
sombrero negro tejano calza negra y tachas
sermoneando a la jovencísima puta
escabiadas las dos, de anoche
cuarto el olor a hospital que es
igual al primero y probablemente
compositivamente hablando sean la misma cosa
que entra por la nariz
cuarto la línea de fonavis nuevos
pero ya mutantes arruinados
donde un tipo en cueros lava su auto
quinto la reja detrás los yuyos o también
los yuyos enrejados antes de
sexto la postal del edificio
flamante neobarroco histórico patrimonial en ruinas.


Celeste

Esas palomas van
del tanque de agua al cable
del cable al suelo
del suelo al alero
tanque cable suelo alero
rutina implacable que
veo ya no espero
más la revolución palomosa.

Suelo:
Pelean por miguitas, las muy mierdas.
Picotean el agua de los charcos.
Alero:

La taza rueda de mi mano
ensucia el piso con manzanilla y trozos de cerámica:
dos palomas
torcazas grises entre tanque y alero
descansan en mi balcón.

Van y vienen con palitos
los amontonan
en la maceta sin planta pronto
el nido, dos huevos.

Incuban por turnos:
la paloma de noche, el palomo de día
o viceversa, no sé cuál es cuál.

Cielo espléndido de primavera.
En el despliegue de puntos de fuga no
distingo a mis palomas, sólo líneas.

A veces pienso que estoy en este mundo con una única finalidad:
mirar palomas.

Los pichones rompen el huevo
el mismo día, son idénticos.

A veces pienso que estoy en este mundo con una única finalidad:
mirar palomas.

Los pichones caminan entre las dos macetas
aletean hasta la baranda del balcón.
Vuelan. Ya no vuelven.
Tanque:

Me apresuro a deshacer el nido.
Saludo.
Desinfecto.

Cable.
Suelo.
Alero.


Ruta 33

(Fragmento inicial)

El caballo
a la sombra de un árbol
con un haz de luz entre los ojos
como un unicornio.



Lo que veo es exceso:
llanura, cementerios, GÍRGOLAS (un cartel)
y asoma una operación lingüística trivial de
sustitución: gárgolas, unicornios
para el catálogo mítico de la pampa.



Ridícula la fila de camiones y ridículo el pasto
idéntico delicado tranquilamente inducido
al orden. Aún así
unos pájaros blancos comen cereal.



La paradoja ocurre vidrios adentro. Detrás mío
se reencuentran dos compañeros de escuela.
Ella embarazada y él sólo.
Al rato, el solitario se asume homosexual.
Es activo y pasivo, según.
Ella festeja el despliegue de anécdotas sexuales
con interjecciones de asombro, luego risa.
Opina que no dejó un solo cabo sin voltear.
Él guardó las fotos de la última reunión
en su dispositivo portátil.
Están Varela, Forte y Morettini.
Los nombra así, por sus apellidos.
Varela está en la Tercera.
Ruiz en la caballería del Parque Independencia.
Portillo en la Cuarta.
A Cáceres lo volaron, está
de seguridad privada en el Vilela.



Llueve a cántaros.
El agua
hace surcos paralelos
en la ventanilla empañada
del colectivo.
Un tipo
con el cigarrillo en la boca, apagado,
desliza sus cinco dedos
sobre el insólito campo.



Perro blanco
corre sobre las líneas blancas de la ruta
esquiva el tráfico en ambas direcciones
probablemente muera.



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Reseña. En Redacción Rosario / Página 12
Audio. Sonidos de Rosario