El ritmo de la significación/ Las linternas flotantes, de Mercedes Roffé

t_linternasflotantes_m_roffeLas linternas flotantes
Mercedes Roffé
Buenos Aires
Modesto Rimba
2017
70 páginas

 

 

 

Por Diego Colomba

Si alguien, alguna vez, creyó que el horror del presente abría una herida en el tiempo de la que no era posible volver (para escribir poesía), Mercedes Roffé, por el contrario, está entre quienes sienten que la evidencia (ahora globalizada y vuelta espectáculo) de un mundo desencantado que ofrece catástrofes “de fin de semana” no anula el asombro de ser ni la necesidad de experimentar lo sagrado.
Retoma pues un diálogo ancestral (y universal) apropiándose de sus metáforas, sus imágenes, sus paradojas: la voz plural que enuncia en Las linternas flotantes asimila los ritmos que han ensayado algunas de estas respuestas ya consagradas (el budismo, la cábala, el platonismo, la cosmogonía gnóstica), pero no lo hace buscando la depreciación de sus contenidos de verdad (las cosmogonías cabrían en el saco de la ficción, como los aportes del psicoanálisis en el de la literatura fantástica) sino para resignificar el valor de esas búsquedas, cuyo pulso poético (su modo de conocer) ha permitido que el universo despliegue “sus fantasmagorías/ su verdad”, que resultan, de algún modo, intraducibles/irreductibles a una racionalidad instrumental que banaliza a cada paso la maldad de la historia.
Una mirada desatenta sobre Las linternas flotantes podría hacernos caer en dos errores: el de creer, bajo el poder hipnótico de su repetitiva y enigmática dicción, que el libro ensaya una nueva mistificación que nos persuade de que la verdad, la plenitud, la belleza, el amor, la comunión, la iluminación y la presencia son ideas dignas de ser creídas; el de suponer pretensiones formalistas en la composición de sus versos: se trataría de hacer buena música con los residuos temáticos y figurativos de la cultura.
Para despejar el primer error, la pregunta por el ejercicio del bien o del mal que intentan responder tanto la poesía como la filosofía o la religión deja en todos los casos su estela de escombros de irradiante belleza, de un —a veces— nocivo (por autoritario y empobrecedor) poder de afectación. Pero es cierto también que esas apuestas demasiado pretenciosas con las que se dialoga en el libro ponen en evidencia, al mismo tiempo, lo lejanas que están ética y enunciativamente de la poesía como aquí se la entiende, un arte que evita, por el contrario, la mala fe de consagrarse (aunque el misterio lo anime), e intenta huir, impulsado por un oscuro instinto de supervivencia, hacia otra parte, aun lejos de sí mismo.
Para desbaratar el segundo error, podríamos formular la siguiente pregunta: ¿de qué naturaleza es el encantamiento que provoca la lectura de este poema? Algunos creen que la poesía, al menos la bien lograda, posee una esencia musical, intemporal e intraducible. Sin embargo, el desasimiento completo de cualquier sentido resulta imposible para un arte hecho de palabras. Y es un hecho que cuando más corteja la poesía su condición musical, más se aleja de su poder de conmoción ético, intelectivo y emocional. Son las palabras de la poesía —no una supuesta sonoridad pura construida con sus significantes— las que connotan más bien esa zona irracional, sagrada y misteriosa que enciende nuestro entusiasmo “para entender/ para seguir/ para seguir buscando/ para seguir errando y regresar”, como dice el canto XVI.
La música de la que hablamos vive en las palabras y en las imágenes que las palabras crean, un pulso nervioso que, con el tono, permea a las palabras. Un ritmo que no es puramente musical, porque se trata del ritmo (el tiempo, el tempo) de la significación. Y es esta última la que logra, paradójicamente, conectarnos (y quizás sea el mérito más alto del logos) con lo indecible: «El poema es el ritmo de lo otro en mí/ más allá de mí, siempre, más allá,/ donde mi silencio se topa con tu ritmo/ y repercute en mí, que solfeo en el poema/ un ritmo numinoso,/ cifra que hace eco en el eco/ que es cuerpo verdadero/ —lo numinoso en ti y en mí—».
Desde el inicio de Las linternas flotantes se impone la vitalidad de un ritmo y un tono propios en estado de promesa, una concentración de intelección y emoción que sentimos se desplegará musicalmente con sus variadas marchas y contramarchas a lo largo de sus páginas. En esa corriente corpórea hecha de anáforas, blancos, paralelismos y sustituciones, verbos plurales o impersonales, el poema avanza y construye al mismo tiempo su deseo, mientras absorbe, con aguda percepción, todo lo pensado y conmocionante que le sale al paso en su arrastre eufónico de sentido. Porque estamos hechos, al igual que la poesía, de tiempo. A ese momento inicial, al que el ritmo se apega y remite, algunos lo han llamado “fragmento vivo”: versos que preanuncian, ahora latentes, los versos que vendrán: “Dormir con los ojos abiertos, bien abiertos/ Dormir alerta/ Dormir de pie, con la frente apoyada en el vano del día/ Residir la noche toda en la pura presencia de la letra”. La rítmica de ese “fragmento vivo” se deja guiar por los caprichos de un metrónomo, que traza, en líneas que se abren, ondulan o quiebran, oposiciones o asociaciones en las que el oxímoron o la paradoja aliterada de un “dormir alerta” se vuelven las distintas caras de la verdad, en un constante juego de equilibro y desequilibrio, simetrías y asimetrías, repeticiones y quiebres.
Si la masa sonora busca estabilizarse en su avance de sentido sobre el agua oscura del lenguaje, apenas lo logra se trastorna, los nombres caducan y el ritmo se deshace en “su dorada, fecunda negligencia”. Y así sucede en cada uno de los movimientos que componen el libro, hasta ese mismo final esperanzado que nos deja con la sensación de que apenas se está abriendo una nueva pausa, porque “aun hay Algo. Algo, fuera/ que no se piensa”.

 

Poemas de Las linternas flotantes

V.

Porque el Ángel vigila.
Vela.
Alerta está sobre un costado del hombre.
Ángel-lechuza.
Sutil está.
Ve sin ser visto.
Trabaja.
Los ángeles trabajan.
A veces
una bala perdida los hiere
—primero a ellos—
luego se abre camino y mata.

 

Ángel dormido.
Desvaneciente.
Ala herida.
Gotas de sangre-alma.

 

Vigila.
Vela.
Alerta.
Sutil está
sin ser visto.
Sobrevolando el hilo de la vida.
Sutil el hilo
el ala.
Transparencias.
Nervaduras de aliento-vida
Sombra blanca sobre tierra blanca
contra blanco muro de agua transparente.
Crece el jazmín y se abre
en su blanco bienoliente.
Vida sutil el Ángel se corona
de blanco bienoliente y se abre
jazmín alado a un costado de tu hombro.
Vida sutil.
Susurro
de aguas transparentes.

 

Música es
aquello que bendice.
Silencio bendecido y coronado
de gotas bienolientes.

 

Cristal del mundo
Cristal-aleph que encierra –libre–
todo lo que debía haber sido
todo lo que, en algún lugar, (se) es.
Lugar otro, devenir de lo exacto-destinado.
La vida es el sueño de un ángel
herido en su costado;
en su ala
perfecta y transparente.

 

Un desvío fatal: interferencias
de un susurro-silencio transparente y perfecto
—un jazmín abierto y entregado.

 

Las flores son infinitas. No en número.
Cada una.
Cada una un roce de lo otro en esta vida.
De una orilla en la otra.
Reminiscencia.
Emanación primera de la Primera
Emanación
—transparente y perfecta.

 

Cada cual a su flor.
Cada cual a su aliento.
El Ángel vela
herido en su costado.

 

¿A qué herida atender
primero?
¿a qué llaga, a qué laceración
para parar la sangría
de un mundo herido
en todos sus costados?

 

¿En qué estrella de cristal radiante
atesorar su suspiro, su sangre
blanca-transparente sobre la tierra-muro blanca
herida
de esta sombra blanca diferida siempre
siempre en otro lado
moribundo siempre
herido siempre y entregado?

  1. Todo destino es escándalo
    Todo destino en su
    extrema vulnerabilidad
    su desnudez
    su escorzo
    su violencia
    es escándalo
    de luz y desazón

 

XVI.

De muy lejos venimos
de muy lejos
el carcaj de lejanías lleno
poblado
de sombras luminosas
hitos
para entender
para seguir
para seguir buscando
para seguir errando y regresar

oh entusiasmo
sonora arquitectura
de encendidos vitrales

música es
la vida luminosa

 

  1. Caída no hubo.
    Lo alto está aquí. Es aquí.
    Adentro.

Caída no hubo.
Distracciones hay. Vientos. Fugas.
Maquinarias. Grandes, grandes.
Juego de sombra, preocupación y olvido. De sí.
Siempre los hubo.

Cada época. Cada
civilización
retratada en su propio engranaje
de humillaciones y olvido. De sí.
Robar el fuego no es robar ni es fuego.
Recordar es remontarse, preservar para sí el acceso
al resplandor custodiado por
—no sus guardianes, sino sus enemigos.
Vertedero de sombra y sangre.
Cuanto mayor pobreza, más olvido.
Cuanta más prepotencia, menos luz.

En sí y fuera de sí
—todo es uno—
solo morada de pura geometría
y luz rigiendo
mansa, inexorable, generosa-
mente bañando
todo de sí.

Luz estético-ética.
Olvidada de sí —entregada.
Fórmula-Madre.

Y aún hay Algo. Algo fuera
que no se piensa.

Otro tono. Otra
modulación de la luz.
Allá en origen.

 


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