Un diccionario de una palabra/ Shibólet, de Diego Roel

t_shibolet_d_roelShibólet
Diego Roel
Buenos Aires
Griselda García Editora
2018

 

 

 

Por Gerardo Lewin

Texto leído en la presentación del libro.

Siendo Shibólet una palabra hebrea, deduzco que me han convocado para presentar este libro no en virtud de mi, hasta la fecha, ausente capacidad analítica, sino en función de mi endeble condición de traductor. Debo advertir, entonces, que Shibólet es una palabra peligrosa. Peligrosa en casi todos sus sentidos y acepciones, de los que voy a exponer aquí cuatro.
El primero de ellos remite al episodio bíblico de Jueces, 12, versículos 4-6. Para que los presentes puedan saborear un poco del ambiente idiomático original, leeré la parte más relevante del original hebreo y luego la traducción: “los de Guilaad les capturaron los pasos del Jordán a los de Efraín; y cuando los fugitivos de Efraín querían pasar, los de Guilaad les preguntaban:

«הַאֶפְרָתִי אַתָּה?», וַיֹּאמֶר: «לֹא». וַיֹּאמְרוּ לוֹ: «אֱמָר נָא: שִׁבֹּלֶת», וַיֹּאמֶר: «סִבֹּלֶת»,

¿Sos efraimita? Si les respondía “No”, entonces le decían: “decí Shibólet”. Pero el otro decía Sibólet, porque no podía pronunciarlo correctamente. Entonces lo sujetaban y lo degollaban. Y así murieron ese día cuarenta y dos mil efraimitas.

Sí, es necesario un cuerpo que se prolongue hasta tocar
aquella línea en perpetuo movimiento
donde los otros cuerpos se deshacen.

dice Diego Roel: Los cuerpos se deshacen, la tierra permanece». Y agrega:

El país es un animal que ya no encuentra su alimento.
[…]
Ya suenan los tambores:
la vida enciende el color de la masacre.
Ya rechinan las puertas:
la muerte avanza sobre bosques y praderas.

La segunda acepción deriva directamente de este episodio, pero salta de idioma: Shibboleth en inglés significa “clave, contraseña, consigna”. Es una metapalabra que permite pasar de una cultura a otra sin morir. Escribe Diego: «Extranjero, alza la espiga,/ pronuncia la antigua contraseña». En el poema “Contraseña”, si se quiere, el poema central del libro, se habla de «la doble flauta de la noche». Quizás no lo entendí, pero es probable que esa doble flauta sea, precisamente, el idioma.
Permítanme contarles, como detalle curioso, que hubo al menos otras dos matanzas registradas en la historia basadas cada una en su propia Shibólet: la Masacre del Perejil, en la República Dominicana de Trujillo, en 1937, cuando 17.000 peones haitianos murieron porque no podían pronunciar la palabra “perejil”, y la masacre del ciciri, en Sicilia, en 1282: una multitud en Palermo se abalanzó sobre las casas de los frailes dominicanos y franciscanos y los obligó a pronunciar ciciri (garbanzos).
Un idioma es capaz de asesinar y de dar vida. Porque el lenguaje bien puede ser el materno: «Madre,/ ahora escucho el susurro de las alas de los ángeles,/ el parto repentino del lenguaje». Pero también: «Ya la reja del lenguaje hunde su cuña,/ clausura las vías del aliento./ […]/ Escribo en una lengua extranjera:/mi voz imita el sonido de las ratas. El extranjero es siempre menos humano que nosotros, más animal.
En la tercera entrada de este diccionario personal que sólo refiere a una única palabra, volvemos al sentido original hebreo de Shibólet (antes del episodio de la matanza): “espiga” y también “torrente”. En ambos casos, lo que surge de la tierra, lo que brota. Todos hemos oído hablar –es casi un lugar común– de los «ritos de fertilidad», en los cuales un dios o una diosa mueren y resucitan. No es impensable imaginar en Shibólet un avatar anterior de Cibeles, la diosa madre y sus hijos reyes asesinados: Abel, Tammuz, Adonis, quizás Jesús. Efraín, padre epónimo de los efraimitas, es, recordemos, el hijo de José: también él un visionario de espigas gordas y de vacas flacas. Su nombre, casualmente, significa «doblemente fructífero». Shibólet también es –en este libro– la espiga que surge y que se eleva desde la tierra al cielo, la que divide al mundo en dos direcciones opuestas: cielo/tierra; sagrado/profano; vida/muerte.

Este suelo no es de oro:
estamos obligados a escalar el abismo.

Dice Diego.

Soledad, otra vez
estás arriba y abajo, delante de mi cuerpo

[…]

Desde un brote del cielo
cae tu voz

[…]

Lleva a tu boca
la raíz del árbol que los hombres llaman Nacimiento

[…]

Es necesario que el cielo invierta su raíz.

En la mitad del mundo, en el poema “Santuario”, Diego construye un templo: «Con una migaja de luz/ hicimos nuestra casa». Y yo agrego: una casa, un refugio, un templo, un hogar.
Shibólet, por fin, evoca un poema con ese mismo título, del poeta Paul Celan. Recordemos que Celan cierra su famoso poema “Todesfuge” con una palabra, un nombre hebreo: Shulamith –“dein aschenes Haar Sulamith” [tus cabellos de ceniza, Shulamith]–, que empieza y termina con las mismas letras que Shibóleth. Gershom Scholem, en su «Introducción a la Kabalah y la mística judía», escribe: “[…los cabalistas creían que] existe una letra cuya forma actual se ha deteriorado […] y dado que cada letra, en su forma peculiar, conlleva una concentración de la potencia divina […] esa deformación es testimonio de la decadencia que rige al mundo […] según esos cabalistas, la letra contrahecha es la shin […] que en su forma primigenia tenía cuatro mástiles”.
¿Quizá fuera esa la letra mística, la shin tetragramática que los efraimitas desconocían, la que Paul Celan buscó en tantísimos idiomas? No lo sé. En su poema “Shibóleth”, Celan escribe dos palabras en español: No pasarán. Seguimos hablando –probablemente– de lo mismo: así, fiel a la verdad,/ conté la historia hasta el fin;/ es la historia de Guilaad, que aún hoy mata a Efraín. Borges no desdeñaría esta hipotética Milonga de otros dos hermanos.[1]
No voy a abundar en este punto, porque es poco lo que puedo decir: hay un diálogo entre dos poetas, allí se dicen cosas (ambos) memorables, inentendibles y trágicas. Yo, lector, asisto azorado a este intercambio que me incluye porque habla de mí, de la humanidad asesinándose a sí misma, de las palabras que nunca diré, que nunca seré capaz de decir.
Diego abre su libro con una cita de Celan: “Sólo manos verdaderas escriben poemas verdaderos”. Quizás sólo se trate de eso, sencillamente. De saber quién es verdadero, quién puede escribir el poema, quién puede pronunciar la palabra. Diego pudo hacerlo: este libro es el resultado, el testimonio, su regalo.

[1] Los versos de “Milonga de dos hermanos”, de Borges, son: “así, de manera fiel/ conté la historia hasta el fin;/ es la historia de Caín/ que sigue matando a Abel”.

 

Territorio

Este suelo no es de oro:
estamos obligados a escalar el abismo.

Dijiste:
sólo manos verdaderas escriben poemas verdaderos.

El oficio exige absoluta precisión,
manos curtidas por el roce de las cosas,
una mirada que penetre
la niebla del día y de la noche.

Sí, es necesario un cuerpo que se prolongue hasta tocar
aquella línea en perpetuo movimiento
donde los otros cuerpos se deshacen.

El oficio exige absoluta precisión.

 

De este árbol, de este bosque

Madre,
molinos de viento arrastran
el recuerdo de tu nombre.

Yo acudo a las misas del invierno,
busco el desvío donde es posible todavía
armar un cuerpo, un mínimo refugio.

Me llevan las bestias de la luz.

Madre,
ahora escucho el susurro de las alas de los ángeles,
el parto repentino del lenguaje.

Una oreja, cercenada, escucha.

En la balanza de mi ojo peso
la nueva cifra del exilio.

 


Más poemas y un texto de su autor sobre Shibólet en op.cit.