Marcelo Rizzi. Prosa bisiesta

Prosa bisiesta
Marcelo Rizzi
A Capela Ediciones
2020


[febrero, 1952]

Te muestran la forma lenta de morir
con cuatro fotos. No lo pretendía así
el que ahora yace muerto; ni siquiera
el que celebra, digámoslo, que sea otro
el que está en su lugar. Natural es, por
otra parte, que el que baila no se vea,
a menos que ejecute la danza frente
a un espejo – para eso están aquellos
que pueden dar buena fe de los hechos:
recordar esos detalles mínimos, del azar
las circunstancias que se heredan, que
luego guardan con sigilo de crimen y en
secreto. Te muestran la forma lenta de
morir, además, con una ceremonia junto
al fuego. Faltan sí los ríos tributarios para
dar escenario y contexto, desconocidos
incluso que soliciten un vino más redondo,
para luego mirar el agua como a un cuerpo
casi perfecto: repleto por fuera, vacío por
dentro.


[marzo/abril, 1988]

Puede suceder que una conversación
haga trizas su prosapia de espejos,
si tratamos con los estados inciertos
del alma. Pero será de otra especie
fugitiva, ocasional, nuestra amistad,
si a los de la materia concierne. Por eso
suele decirse que es letal el brazo que
se extiende en la guadaña, letal para
el tallo y el nervio, jamás para la savia.
Como en esas antesalas infinitas
de un festejo, la vida, tal como se la
concebía desde los andamios, no era
aquello que veíamos desde las alturas,
sino lo que sucedía entre ese viento
que llegaba desde el fondo de los días
y el vacío urgente, impío, de los huesos.


[septiembre, 1996]

Son numerosas las formas que adoptan
algunos cuerpos en mitad de la tarde,
que incluso viéndolos partir se parecen
a viejos árboles de la costa, a esos animales
que en cuyas sombras culminaría
una segunda fase de la evolución
– deriva antes que descenso: un círculo
exacto sin origen ni fin. Hubo al principio
una fragua exasperante, y el humeante
proverbio del martillo. Si sienten hoy
el miedo de morir en un instante
ya no lo ocultan y se van a dormir,
atentos a la lluvia, al tiempo que aún
les murmura conceptos, a la materia
que cruje o se derrumba, al vacío más
allá de sus pies.


[octubre, 1988]

Que lo sepa quien intente deletrear
un fruto inerte, acertar en la cronología
puntual de la vertiente, indagar si por
debajo de la piel de una muchacha
sigue intacta una lava milenaria, su
savia púrpura y feliz. Miremos en cambio
las fotografías de cada familiar, cautivo
en su morada sin tiempo, como la cara
más gastada de la única moneda. Hoy
se nos asegura por las pircas demolidas
que adyacencia no significa vecindad,
que fármaco no habrá, que hay que mirar
con retrovisores los campos desiertos
y descubrir allá detrás la infatigable locura
de la espiga, que se vería todo mucho
mejor, insisten todavía, si mirásemos
incluso los detalles del evento a través
de las mirillas, de esas puertas y ventanas
que dejamos siempre entreabiertas.


[junio, 2004]

Hablábamos entre nosotros como si leyéramos
un libro en silencio, tal como recomendaba
hacerlo san Anselmo con los textos sagrados.
El mundo se había reducido a una habitación
donde todo olía a hierba medicinal. Desde lo alto
de la colina podíamos conjeturar que el último
de los límites no es el último, que siempre hay
uno más allá de la mente que lo imagina. Fuimos
como la astucia del escorpión de verano, que se
reproduce por millones justo al morir la primavera,
y también esos que regaban la cabaña del cazador
cada noche con una mezcla de líquidos inflamables
y licores, y que luego como si nada se echaban a
dormir.

[Poggio Boldrini, Siena]


[abril, 1952]

De pronto dos fuerzas opuestas nos hacen
converger en un mismo lugar: bajo la sombra
exhausta de una morera blanca, en el galpón
donde se enfría una fragua, en los talleres
de una rebelión. Ese guijarro parece solo obedecer
la voluntad de la ola, y es la ilusión de esas nubes
lo que hace verlas como una flota de naves invasoras.
Nacer cautivo siempre en morada injusta, esa parece
ser la ley: mares quejumbrosos en una sola gota de
rancio vino, el turista que carga sobre sus hombros
los diablos nocturnos. Todas las guerras del mundo
podrían estallar ahora mismo en esta ciudad.



Links

Más poemas de Prosa bisiesta. En Vallejo & Co.
Reseña. En El Poeta Ocasional, por Pablo Ananía