El alfabeto de los árboles
Eugenia Straccali
Buenos Aires
Ediciones en Danza
2018
Por Lucas Margarit
Ir caminando por una vereda de la Svartbäcksgatan, en Upsala, en el frío, nos lleva a la casa y al jardín de Linneo creados en el siglo XVIII. En ese jardín, algunas veces con nieve, otras con sombras, hay en cada planta y en cada árbol un pequeño cartel que nombra, organiza y da medida a cada uno y también a su conjunto. Varios siglos antes, entre los paganos existía otro orden, el Ogam o alfabeto de los árboles. Un orden inverso, donde son los árboles quienes dan nombre a las letras o trazos, que como muescas en la piedra y la madera, guardaban celosamente los druidas o los poetas celtas, quienes creían que atesoraban el conocimiento. Robert Graves –también presente en este libro que estamos comentando–, en The White Godess, comenta que este eco de los nombres de los árboles en los nombres de cada una de las letras responde incluso a un secreto. Es que todo esquema, por más que desee evitarlo, guarda un secreto que llamamos orden. ¿Qué es el orden? ¿Cómo es?
El libro de Eugenia se alimenta de un orden establecido tanto por los magos como por el desconocimiento, palabras que se organizaban alrededor del mundo vegetal, en ese territorio que se constituye también con lo no imaginable, con el fuego fatuo que va llevando cenizas de madera olvidada. Y en ese vacío, quizá el de ese olvido, es donde también se apuntala su escritura. Hay relaciones en la naturaleza que son secretas, y sobre esos silencios, El alfabeto de los árboles va construyendo su estructura, va creando nuevos órdenes y también esquemas de comprensión del mundo. Como un péndulo se asoma a un lado y a otro, de lo íntimo a lo abierto del bosque, de aquellas lecturas secretas al poema que se escribe.
Pero también está el saber del hombre primitivo que se desliza entre estos versos, que es un conocimiento que no se alcanza, aunque, sin embargo, se vislumbra como una necesidad:
Creo conocer
los vientos oscuros que te cubren
con una arena fina
la cara,
las manos.
Sos una esfinge.
(“En el claro”)
El alfabeto de Eugenia también tiene huecos que producen ecos y silencios, pequeñas hendijas… como faltantes, pero sobre todo como motores de un nuevo sistema. La ausencia de las letras y de los árboles Ngetal (ñ) o la Straif (z) o la Onn (o) es –lo sospecho pero no lo afirmo– la presencia de ese secreto que guarda este nuevo orden, que Maurice Blanchot llamaría “libro”. Así es como la falta se transforma en una evidente presencia en sus poemas. Eugenia va cromando una nueva mitología del árbol que es, al mismo tiempo, una mitología de la palabra poética. Exhibe en cada letra una nueva aproximación:
Este es
un árbol infausto
de su madera
se ofrendan
antorchas a Saturno
que marca
mi pulso lento
mi tiempo
en el mundo.
Aunque
a veces
muero
ahogada
sin espasmos
cuando entro
algo narcotizada
algo turbia
en este río amarillento
de reflejos ocres
y corriente silenciosa…
(“H por Uath (espino)”)
Y cada una de las letras del Ogam van extendiéndose. Cada poema es como un tronco que responde y establece imágenes y preguntas. La poesía de Eugenia es una escritura de preguntas que a veces se detienen en su propia interrogación:
¿No te das cuenta
de que aquel árbol es
testigo
de nuestro ahogo?
(“Poética de los árboles”)
Pero también es una escritura del misterio, que recoge las preguntas del libro de la naturaleza como los alquimistas del Renacimiento, quienes leen su propia escritura para comprender las claves de su propia poética. Los árboles son los posibles cómplices de esta escritura, son quienes dan el “alfabeto” para lograr determinar un bosque que los contenga, como una serie diferente cada vez que nos acercamos a ellos. Las ramas se entrelazan como los brazos de los druidas en una celebración. Las ramas se entrelazan y van creando las imágenes que se extienden a lo largo de cada página y de cada verso de este libro de poemas y de conjuros. Y es cada poema un territorio personal, un espacio donde se asienta la voz que habla y que necesita nuevamente este antiguo alfabeto irlandés para recuperar un orden más antiguo y recrearlo, un orden distinto del sistema de Linneo que establece una nueva relación con el mundo, con el pasado y con el instante. Eugenia nos conduce por un conjunto de árboles que dan sentidos, una vez más, a cada palabra que se apoya sobre el papel.
H por Uath (espino)
Este es
un árbol infausto
de su madera
se ofrendan
antorchas a Saturno
que marca
mi pulso lento
mi tiempo
en el mundo.
Aunque
a veces
muero
ahogada
sin espasmos
cuando entro
algo narcotizada
algo turbia
en este río amarillento
de reflejos ocres
y corriente silenciosa…
Me tengo que ir.
Mirá:
este camino ondulante
te lleva a la cumbre
donde brillan los ciervos
en su estrepitosa y bella
corrida hacia el sol.
No puedo acompañarte.
Aclaración:
Las Lamias no pueden hablar,
se expresan mediante silbidos melodiosos.
pero atraen a los viajeros
lentos como vos, para devorarlos.
La timidez de los árboles
¿Sabías que
las hojas
de los árboles
no se tocan?
Por eso
podemos ver
fragmentos
de cielo
ahora.
Es posible
que hayas contemplado
alguna vez
que bajo las copas
de los árboles
se forma
un reguero
de líneas azules,
entrelazadas entre sí
de forma extraña,
impidiendo que las ramas
puedan intercambiarse
cuando emergen
de los troncos.
¿Conocías esa experiencia surreal?
Yo tampoco.
Los árboles parecen diseñados
en sus límites
para mantenerse
separados
los unos de los otros:
grieta de timidez le dicen,
si bien hay una lucha por la luz.
Links
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- Poemas de Ninfas (no musas). En Buenos Aires Poetry
- Reseña de Ninfas (no musas). Poesía UCEDU