Sabrina Barrego: Paisajes con vacas

En 2024 la editorial mágicas naranjas publicó Paisajes con vacas, un nuevo libro de Sabrina Barrego, en su colección Bosque. Presentamos el prólogo y algunos poemas del volumen.

Por Sabrina Barrego

Las metáforas con vacas me persiguen. Estos animales me obsesionan desde que era muy pequeña. Mi abuela materna solía decir que, una vez muerta, reencarnaría en una vaca pastando frente a las vías del ferrocarril. Este es un relato que he escrito en verso y en prosa. Creo que la literatura (un poco) es eso: repetir como una nana ciertas historias de diferentes maneras.

Mi madre a veces cuenta cómo su familia (que es la mía) huyó de Rusia y de Ucrania. Habiendo salido de prepo, grupos de gente se subían a sus carretas y a sus trineos y emprendían la mudanza sobre el Volga congelado. No se miraba hacia atrás, dice mi madre (esto le había dicho su abuela), porque muchas veces la blanca capa de hielo se partía y caballos y carretas y hombres y mujeres y niños, también ancianos, se perdían en el invierno interminable. Escribir es caminar hacia delante con los ojos en la nuca.

Escribí este libro persiguiendo la huella de aquellos que migraron apenas con el peso de su memoria. Porque, aún en la tragedia de la partida, las mujeres se detenían en las orillas del Volga y recolectaban como joyas la resina cristalizada de los abedules. Sus historias son esas perlas ambarinas, endurecidas, que encerraban en sí mismas toda la belleza de aquel mundo.

Escribió Nadezhda Mandelstam que el Moscú de 1937 no creía en nada ni en nadie. Se vivía con la consigna del sálvese quien pueda e importaban muy poco los valores del mundo y menos los de la poesía. En esa época, ella (compañera de un proscripto) imaginaba salvarse con la compra de una vaca. La vaca daba independencia, invisibilidad y además representaba el resto del antiguo mundo que mugía y daba leche, paisaje que el estalinismo no lograba dominar. Pero ese plan fracasó. Ahora pienso en esas vacas traspasando cualquier tranquera y pastando ahí, en los campos de mi memoria, que es una memoria compartida (y recreada) con las mujeres, y con los hombres, que estuvieron antes de mí. Y que dibuja (de modos yuxtapuestos y contradictorios) mi manera de ser y de estar entre las cosas.

Mi madre me nombró Elizabeth como su abuela, que significa en hebreo promesa de Dios. Con ese gesto me regaló la llave de una casa de la que, hace tiempo, se ha partido, pero a la que, con palabras, intento volver. También me regaló un exilio. Ahora que soy más madre que hija entiendo que la memoria es un tejido que se trama en dos extremos y que, incluso, a veces se saltan puntos. Escribí este libro para agradecer (honrar) un mito y una música y una fe; así como Rilke, Hölderlin y Teiller nos enseñan que la poesía es grande. En ella la palabra yo quiere significar nosotros, ese nosotros que nadie puede arrebatarnos, ese paisaje extranjero a la ponzoña del poder.

Escribir es hacer con el lenguaje un arca llena, porque un día partimos sin mucho más que nuestras manos.



Paisajes con vacas

no
yo no me fui
soy de los que se quedaron acá
oyendo el corazón de las vacas

Alejandro Schmidt

Tu abuela se muere.
Luego reencarna en una vaca
que pasta frente a las vías del ferrocarril.
Entonces, dejás de ingerir carne
de cualquier tipo durante años
(aunque no sepas bien por qué).

Años después te leerán una runa
y te contarán la historia
de una vaca primigenia,
que, lamiendo hielo y sal,
reveló la forma de un hombre
al que finalmente liberó
(digo un hombre y no una mujer).
En Chernóbil manadas de vacas
viven silvestres recuperando sus costumbres
en los bosques, entre el frío y la radiación.

En el momento de abandonarlas,
sus dueñas, que sobrevivieron a las guerras,
al estalinismo y a la tragedia, dicen
que las vacas lloraban, vieran como lloraban…

Elizabeth Tailov

Me llamo Elizabeth Tailov,
fui alimentada con huevos de aves, pan y cebolla
por mi madre que murió de hambre
a orillas del Volga, guardándole la porción a la cría.
Me llamo Elizabeth Tailov,
mi tía se casó con mi padre (el viudo)
y viajamos en barco hasta Sudáfrica primero,
y luego hasta la Argentina
(mis vecinos en la pampa construían sus casas
como hoyos bajo la tierra por temor a los pogromos).
Me llamo Elizabeth Tailov,
a los trece me casaron con un hombre
quince años y medio metro mayor que yo;
al principio tuve que negarme
para que vuelva a pedir mi mano,
luego hicieron un gran baile familiar
y yo lloré en la habitación durante meses.
Me llamo Elizabeth Tailov,
parí once hijos: los primeros en una carreta
(dos murieron de pequeños);
su padre quiso venderlos en una ocasión
y yo la eché con una escoba de mi casa

a la mujer fina que vino a buscarlos.
(Él esperó un año fuera para poder regresar.)
Me llamo Elizabeth Tailov,
yo les lavaba los pañales y las sábanas
a las señoras del pueblo de Colonia Barón,
ellas no tenían mis manos toscas,
como tampoco mi lengua para contar sus historias,
pero sí el dinero para comprar azúcar,
para amasar las kreppels y cubrirlas de nieve de manteca,
sin siquiera imaginar cuánto cabe en mis palmas vacías.

Me llamo Elizabeth Tailov,
levanté mi casa en cuclillas sobando el piso
con adobe, menta y bosta de caballo;
alimenté durante décadas niños, chanchos y gallinas;
fui nido, vientre fecundo,
encendiendo velas todos los días, como acto de fe.
Y con el puñado de hijos de la mano
(a veces hasta en los hombros)
caminé kilómetros y kilómetros a la iglesia más cercana
para rezarle a un dios hombre, distinto al de mis padres,
por si acaso fuese cierto y desde su morada eterna
alguien cuidara de las madres.

El origen de los temblores

Puedo presentir cuando va a temblar,
como si la tierra entera se dispusiese
a abrirse en un quejido y
luego todo se acomodara
en su lugar, así como las fresias
emergen de sus papas en pleno abril.
El silencio precede al ladrido de los perros,
los pájaros se fueron antes,
los músculos se tensan y liberan,
luego comienzan a sacudirse;
el agua que corre por las cunetas
regando la tierra inerte,
las raíces dormidas en su casa porosa,
los libros viejos de poemas,
los anaqueles cargados de figuritas,
cada elemento vivo o muerto
que late en los espacios oscuros de mi cuerpo.
Mi cuerpo no es una máquina de cálculo
sino un animal sensible como
la piel de los caballos que se estremece
temblorosa con cada roce.
Mi cuerpo guarda un registro epidérmico
de cada pequeña intuición:
vos me amás
porque no podés tenerme,
hoy va a llover porque me duelen los huesos,
hoy va a temblar pero no temo, no desespero.

I

ENTONCES se hace la noche
como si una mano invisible
hubiese accionado la llave
que enciende el chirrido de las lechuzas,
a los grillos
y el tucutuc en las cuevas de los tunduques.
Sólo un cuerpo de aire cálido
camina por los callejones
entre los yuyales y las culebras,
peina la alfalfa con sus dedos finos,
ese azul que se abre hasta donde alcanza la vista.

II

ENTONCES se hace la noche,
los cúmulos de las nubes chorrean sucios
y sabemos que cerca llueve.
Las aves de presa sobrevuelan buscando qué cazar;
no las vemos, pero escuchamos sus gritos.
Adentro de la casa se revisa el radar
guareciéndose de la tormenta
y de las mordidas de cogotero.
Afuera duermen los rieles de los trenes
que no vendrán o ya vinieron.
Duerme el agua dura del pozo y
la sal en la tierra, duermen.

III

ENTONCES se hace la noche
y mi sombra camina a mi lado o, mejor, delante de mí.
El horizonte es una hoja que ya no corta.
Lo que está arriba está abajo,
chato como un espejo donde busco
el color de mis palabras.


* Selección: Valeria Cervero


Sabrina Barrego (Luján, Buenos Aires, 1987)

Actualmente vive en Mendoza. Es editora y redactora en la revista La Intemperie, facilita talleres desde el espacio Botánicas Textuales, es librera en Cardo Ruso y editora en Orejana Ediciones. Experimentadora sonora. Grabó el disco Poemas de amor junto al compositor Tulpa (FLAI, 2022). En 2022 participó del Festival Poesía Ya! del Centro Cultural Kirchner en la categoría Poesía en voz alta y en 2023, del festival Nosotras Movemos el Mundo, también en el CCK. En ese mismo año fue invitada al ciclo Lectura en la Terraza del Centro Cultural por la Memoria Haroldo Conti y a la muestra ARDER, en el Museo del Libro y de la Lengua. Ganó la beca Formación del Fondo Nacional de las Artes con su propuesta La cordillera.

Poesía
Paisajes con vacas, Lanús Este, mágicas naranjas, 2024
Poetas Argentinas 1981-2000 (antología), CABA, Ediciones del Dock, 2023
Máquinas de duelo, San Miguel de Tucumán, Falta Envido Ediciones, 2022
Las hojas del otoño (audiolibro), Plataforma Mendoza en casa, 2021

Crónicas
La memoria hace ruido a tren. Cuadernos pueblerinos, CABA, Las Furias Editora, 2023

Links en op.cit.
La memoria hace ruido a tren / Máquinas de duelo / Poesía Mendoza. Parte 1