Melisa Papillo: No silbes en la oscuridad

Editorial Mutanta (Podestá, pcia. Buenos Aires) publica No silbes en la oscuridad (2024), de Melisa Papillo. Presentamos una introducción al libro por Julián Forneiro y una selección de poemas.

Un pasado que no termina
de suceder

Por Julián Forneiro

A Melisa Papillo la conocí con su segundo libro: Paisajes con agua en movimiento (La carretilla roja, 2020).Un libro considerablemente distinto a este, que trabaja los espacios de la naturaleza en donde el yo lírico se identifica con aspectos del agua, las rocas en donde crece y espera la corriente, las formas del poema y los lugares en que nace y muere el amor. Es imposible negar que ambos libros se tocan en un punto, pues ambos están construidos por detalles. Estos artificios con los que el yo lírico busca conceptualizar aquello que se va, que no recuerda o que ya no existe. En este último libro, el que escribe está desplazado del lugar que evoca, vemos una persona que no participa de los eventos que narra. Los poemas transitan una edad difícil, los primeros años de la adolescencia y más. La nostalgia se ve inaugurada con la pregunta: a qué mundo estoy entrando esta noche. ¿Podría la impresión del desarraigo resumirse con ese verso?Hay algo en esta nostalgia como piedra angular del deseo, además de una búsqueda de respuestas o persecución de lo útil: soy la que canta en silencio un idioma / que aprendió y olvidó y volvió a recordar/ a medias/ Soy la guardiana de los papeles archivados sin propósito.

La cita precisa de Jorge Teillier que da bienvenida a los poemas está escrita, quizás, en el mismo idioma. En No silbes en la oscuridad hay lazos con la poesía chilena. Teillier, al igual que Papillo, es un poeta que se caracteriza por expandir o trabajar sobre una misma sensación a lo largo de varios poemas, como fotogramas. Un poco lo que ocurre cuando escribir siempre de lo mismo sale bien. Como decía Calvino (1991) respecto de los clásicos: es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir y es en este sentido, que un poeta de la pérdida siempre inaugura una nueva arista de aquello que no termina de nombrar del todo. Esto también se ve en algunos poemas del rosarino Facundo Marull (2018), como por ejemplo en Triste: ya no tengo mi casa en Rosario;/ ya no sabría dónde volver con mi mal humor/ni en que sitio dejar la moto;/ya no tengo ni una silla en Rosario,/ni perro que me ladre,/ni el umbral de una puerta para sentarme a lamentarlo/. Hay un momento específico en el que nos damos cuenta que las cosas suceden sin nosotros. Entonces se habla de aquello que cambió y que es sentimentalmente imposible de recuperar. Estos autores tienen la cualidad de continuar con el trabajo de lo abandonado. En No silbes en la oscuridad vemos una voz que no interrumpe las acciones del poema. Algunos versos permanecen en un lugar idílico de la tristeza: Está vacío el bar de la galería y ya es medianoche. Otros versos que construyen una emoción antes de desarrollar la escena. Hablamos de lo mismo que a la mañana / de lo mismo que el día anterior tiradas en la arena/ y supongo que de los mismos temas/ que hablaremos al día siguiente. Es como si esas chicas en el verano de 2006 se repitieran una y otra vez, de distintas formas, que la vida sigue su curso a pesar de la melancolía. Un pasado que jamás puede contarse del todo y que tampoco debería.

¿Qué es la nostalgia sino un comprobante de que el tiempo pasa para todos? Pienso que este libro es, también, un testimonio de los tiempos de juventud fallidos. El anhelo absoluto de querer haber hecho las cosas de otra manera. Aquellos momentos que no fueron felices pero solo por estar congelados y no desplazarse (como lo hace uno) uno quisiera alcanzarlos nuevamente.


Cuello de jirafa

La nostalgia
crece en mí
como un cuello de jirafa.
Cuando la ignoro
se pone en puntas de pie
para alcanzar el ramaje más opaco.
No quiere evitar los símbolos.
No conoce camuflaje.
Nunca se puede
echar a dormir.
Soy la que canta en silencio un idioma
que aprendió y olvidó y volvió a recordar
a medias.
Soy la guardiana de los papeles archivados sin
propósito,
de la idea de un viaje,
de mis diecisiete años volátiles
de vos y yo aprendiendo a besar
a abrazar a tocar.
Perdí la sensación de la adolescencia
y lloro
sin dolor pero con el corazón en la mano.
En una caja hay cartas, dibujos
fotos que saludo cada vez con más respeto.
Por eso me gustan tanto los animales silenciosos,
no hay nada más nostálgico
que el cuello de una jirafa.


Flores de utilería

Dos cuadros con nuestras fotos de 15
están colgados en el living de la que fue mi casa.
Mi hermana en uno y yo en otro, posamos con
flores de utilería

usando una media sonrisa.
Todo este tiempo nuestros rostros se acompañaron,
custodiaron el cuarto y las conversaciones que
flotaron ahí.
Las miradas nuestras desde esa perspectiva no se
cruzan
miramos a los ojos de quien nos esté viendo.
Imagino que por las noches
cuando nadie lee las dedicatorias que bordean las
fotos
descansamos y sus manos, que se agarran la
campera de jean,
y su sombrero de cowboy caen.
El ramo de flores ocres que sostengo también,
porque en las noches ya no me ofrezco de esa
manera.
Estamos cansadas de la pared.


El cuadro con mi foto de 15 fue convertido en espejo

la foto estaba tan adherida a la madera del bastidor
que el vidriero tuvo que poner el espejo sobre ella.
Todo esto mi mamá narró sin maravilla.
Dice que lo va a volver a colgar en el living
y quienes se miren en él
verán su juventud reflejada siempre.


Mi amiga y yo en el verano de 2006

A Melisa Morbelli

Está vacío el bar de la galería y ya es medianoche.
No vamos a ir a bailar, nos quedamos
tomando daikiri de melón.
Hablamos de lo mismo que a la mañana
de lo mismo que el día anterior tiradas en la arena
y supongo que de los mismos temas
que hablaremos al día siguiente.

Nos movemos en un líquido espeso y dulce.
No nos cansamos.
Atamos el futuro a la estrella más luminosa de la
noche
y así vivimos.

El bar se llena poco a poco,
la música está cada vez más fuerte y
no podemos escucharnos bien.
Salimos a la peatonal.

Un aire fresco nos golpea y devuelve el ritmo a la conversación.
Caminamos hasta la casa tomadas del brazo,
mientras hablamos de ayer y de mañana
mientras no tan lejos dos sirenas visitan
las costas de un mar melancólico.


House

Four to the floor, I was sure
Never seeing clear
I could have it all
Whenever you are near.

-Starsailor-

Son las cinco de la tarde, escucho música electrónica.
Hace algunos años la bailaba arriba de los
parlantes
inspirada por las luces que se prendían y apagaban,
por los vasos que corrían de una mano a otra
y subida allá arriba sentía el temblor
macabro interno que producía la música
los ojos entrecerrados, me dejaba llevar.
El temblor y yo éramos una
qué digo una, éramos miles
refractadas por los haces de luces.
Ahora casi la misma voz metálica me lleva
y trato de retener las imágenes que vuelven.
Estoy patinando en los recuerdos
practico el tarareo de las luces en la pista.
Esta música se parece al temblor de la vida cuando empieza
a la colisión del cuerpo contra el cielo
es el corazón en las piernas
el aliento como alfombra, volándonos
hasta que la última canción me saque alucinando de ahí.


Toda la vida persiguiendo

lo refinado,
la estrella de la suerte.
Me prometieron
un mundo a mis pies
pero encontré un camino
a través del pastizal
¿alguna vez lo viste?
Hace años hice un pacto
con el dios del silencio y la ensoñación.
Me detuve en las flores sin perfume,
canté a un hijo perdido entre sangre
y desesperanza.
Me encerré, pensé que no existían palabras
para describir un estado
pensé que ese estado era infinito,
que lo infinito me poseía.
Soy pequeña
y en la pequeñez me hago grande
sólo para mí.
Hay un fin para la noche,
también vuelve a empezar.



Melisa Papillo (CABA, 1984)

Vive en la localidad de Caseros (Buenos Aires prica.). Es docente, tallerista y poeta. Integra Medusa, proyecto abocado a la traducción e investigación de poesía anglosajona, que en 2022 publicó Antecesoras, seis poetas de lengua inglesa del siglo XIX y principios del XX (Ed. Llantén). En 2022 participó del Festival Poesía Ya! en el CCK. Sus poemas forman parte de distintas antologías, entre ellas Poetas argentinas 1981-2000 (Ediciones del Dock, 2023).

Poesía
No silbes en la oscuridad, Podestá, Mutanta, 2024
Paisajes con agua en movimiento, editado en Argentina (Buenos Aires, La Carretilla Roja) y España (Ediciones Liliputienses), 2020
La mecánica de los días, Buenos Aires, Simulcoop, 2012

Links
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