Melisa Papillo

Invasión no tan silenciosa de cotorras argentinas*

 

Paisajes con agua en movimiento

Como no puedo viajar
miro documentales. Deseo
ver con mis ojos y lo hago
bendigo esa señal en la pantalla
y soy una surfista en Punta Hermosa
soy la leona que tiene encima a sus cachorros
veo al cóndor andino desplegar sus alas de piano
vivir en tres escenas setenta y cinco años.
Los puntos de vista se reflejan en los tonos de voz:
el locutor afirma airoso que en Latinoamérica
“el mar permitió una fusión de culturas”.
Esta noche miro Tesoro escondido
lo que busco en todas las cosas.

 

El viaje de la tortuga*

Hace doscientos millones de años,
las tortugas vivíamos en tierra.
Cuando llegaron los dinosaurios nos mudamos al mar
para vivir en las mareas y las corrientes.
Pero la tierra no quería dejarnos ir
y exigió un pago:
por eso las tortugas de mar debemos
regresar a la tierra a poner nuestros huevos,
cada tortuga comienza su vida
enterrada.
Me sumerjo en la corriente del Atlántico,
me convierto en una peregrina.
Nado durante dos días y dos noches,
el agua se vuelve azul y cristalina.
Llegué a la corriente del Golfo:
esta será mi ruta por el océano.
Después de más de setenta kilómetros
encuentro lo que iba buscando, una balsa de algas.
Por primera vez me rindo al sueño.
Ahora pertenezco a la gran corriente.

 

Corriente lenta

Parece el ruido de un ciclón y es sólo un poco de viento
estrellándose contra el vidrio.
Salió el sol en Buenos Aires después de varias semanas de lluvia
y hay algo más que luz en los rayos que se filtran
por las hojas de los árboles. O eso me parece.
Una información que no estaría decodificando bien,
una fotosíntesis de otro orden
que intenta procesar en mí.
Cruzo la plaza y entro al café. Mi recreo semanal
–bebé duerme en nuestra cama–.
Alimentarse, crecer, desarrolarse.
Me oriento hacia la luz, creo estar absorbiendo algo.
Levanto la vista del libro y en la mesa de adelante
está el viejo de la otra cuadra. Deja sus muletas sobre la pared
y lo miro, poco disimulada. Lee el diario.
Se vistió de camisa para salir por un cortado.
Tan enjuto repasa las noticias
como mira a través de las rejas de su porche.
Mi mirada lo incomoda: cambia de postura.
Se yergue, retoca el cuello de su camisa y ahora
lee asintiendo con toda su cabeza. ¿Estamos hablando?
Después toma sus muletas y se va
con todo su caparazón de joroba. Un esfuerzo por un café,
por hacer la fotosíntesis.
No soy la única planta en mi especie.
La mesera corre y cambia de canal.
Ahora un partido de fútbol sintoniza la mañana.
Huracán va arriba, 1 a 0.

 

Algunas obsesiones*

Invasión no tan silenciosa de cotorras argentinas.
Palomas y cotorras argentinas comiendo y cantando juntas.
Cotorras versus palomas y más cotorras.
Cuatro horas de sonidos relajantes de pájaros.
Cómo erradicar pájaros utilizando su propio idioma.
Cómo hablar con los pájaros silvestres.
El lenguaje de los pájaros.

 

Soy la observadora

Tengo el privilegio de la vista
panorámica desde la terraza, altos en el cielo
los ojos de niña no abandonan.
A lo lejos, una nube de eucaliptus se alza
entre casas bajas: el oasis del barrio.
Inclino la cabeza como alguien que no tiene vértigo,
de cara al piso, para ver bien,
y el viejo aparece otra vez. Es su hora.
Las 14.30 bajo el sol de la siesta bonaerense.
Una muchacha despeinada todos los días empuja
su silla de ruedas hasta los bancos de la plaza.
Sacan una bolsita con alimento, una radio portátil
y las palomas los rodean. Desdentado, saluda,
casi no mueve los brazos y contempla
un racimo de aves que lo huelen,
le revolotean y lo aman.
No hay don de la palabra.
Algunas veces los miro desde la ventana,
otras cuando vuelvo del trabajo.
Se ríen de las palomas, de lo que dice la locutora,
de lo fácil que es ahí que los quieran.

 

Cotorras argentinas

Desde la punta del árbol aquel caen
finalmente cinco seis cotorras
que molestaban hace ya un rato.
No tienen canto, sólo un murmullo
constante, trueno desafinado.
Tampoco grácil vuelo,
sino un bravo golpeteo de alas.
Su verde mostaza se confunde
con manchones en el cielo. Su afán emprendedor
es ensuciar lo ya opaco, decorar el gris.
El manjar de los dioses está para ellas
en las hileras de bolsas olvidadas.
Las oigo murmurar,
traman desde el alba lo que van a hacer por la tarde.
Tienen un plan, no hay lugar para el rechazo.
Se trata de comer en nuestras caras lo que creímos basura.
Se trata de saber estar en el desperdicio.
La belleza del paisaje acá
son bolsas negras picadas
por aves que no cantan, gritan,
y recuerdan en cada vuelo:
vecino, esto es para siempre,
venimos de a montones para quedarnos.

 

¿Qué más queremos en este conurbano?

Pusimos palmeras, hicimos un barrio tropical
húmedo y sucio.
Las cotorras habitan completamente la tarde.
Tenemos nuestra propia banda sonora.

 

Borneo*

Era mi primer día en la selva.
Nunca había visto un orangután,
ni siquiera en el zoológico.
Y ahí estaba: desperezándose
bajo los primeros rayos de sol en su cama
hecha de ramas y hojas.
Se paró. Gritó con toda la fuerza de su garganta,
justo al lado mío.
Yo jamás había escuchado un llamado así.

 

Un llamado así,
un grito en loop
por todo el cuerpo, desde hace años
espera insistente.
Cada día le digo que pronto
lo voy a atender: estoy por llegar a un lugar
en el que no existen
las llamadas en espera.

 

*Turtle: The incredible journey (Nick Stringer / 2009).
*Los versos corresponden a títulos de videos subidos por diferentes usuarios a la plataforma Youtube.
*Person of the forest (Melissa Lesh – Tim Laman / 2017).

 

* Nota de la autora.
Estos poemas los escribí bajo el influjo de ver todo lo que se mueve, es y muta: una gacela, el mar, un hijo, una pradera llena de flores. Forman parte de un texto mayor, un libro, que está llegando al fin de su proceso.  Los documentales son desde siempre para mí una forma de viajar, de estar en múltiples lugares en poco tiempo y con poco dinero. Son también una forma de observar las veces y por el tiempo que quiera un puma, una cueva, un lago y su deshielo. Algunas veces escribí porque vi y otras busqué ver porque escribí. Estoy fascinada por las infinitas formas de habitar. También, por las diferentes formas de decir, como la confluencia de diferentes voces en los poemas, el error en la traducción y los sentidos que éste crea, cómo resuenan las palabras en el espectador dependiendo del momento de proyección, lo poético en la ciencia y en la geografía.

 


Melisa Papillo (Buenos Aires, 1984)

Creció en Caseros, localidad del conurbano bonaerense. Estudió letras en la Universidad de Buenos Aires y la diplomatura en literatura infantil y juvenil en la Universidad de San Martín. Es colaboradora estable en el medio digital El Tresdé, en el que coordina la sección #3poemas1poeta. En ocasiones, ha colaborado con diversos materiales en op.cit. Es fanática de las meriendas. Saca foto a todo.

Poesía
La mecánica de los días, El Palomar, Editorial Simulcoop, 2012.

Links
Blog de la autora. Desde Cualquier Montaña
Más poemas. En Poetas Siglo XXI
Reseña sobre La mecánica de los días. En Revista Lucarna