Un lugar del corazón, sin el gruñido de los cerdos buscando comida

Sobre Oquei, gracias, de Alberto Cisnero

Artículo que es prólogo del libro Oquei, gracias, recientemente publicado por Barnacle (Buenos Aires, 2017), de Alberto Cisnero. Se agregan textos del volumen en cuestión.*

Por Daniel Freidemberg

Poema compuesto por treinta y tres poemas, que, aunque pueden leerse como poemas sueltos, algo van trazando al sucederse, contraponerse, insistir. Si uno elige leer Oquei, gracias de ese modo, bien puede uno decir entonces que lo componen treinta y tres tramos de un intento, el de alguien que busca cómo transmitir algo a una persona a la que ama, y cada tramo es como un momento de esa búsqueda, acrecentado por lo que no formaba parte de la búsqueda pero que la búsqueda hace aflorar: observaciones, pensamientos, recuerdos, extrañezas. Este libro es, o así lo leo, un largo, entrecortado y fragmentario poema de amor, o también, y muy especialmente, una declaración de amor en tiempos en que las declaraciones de amor se terminaron. Por eso mismo, seguramente, el de Oquei, gracias es un amor que se mueve en la incerteza, no porque quien habla en el poema no esté seguro de que ama sino porque el poema asume que de incerteza está hecho todo, y ante todo el amor: “no sé cuál es el proceso exactamente. Pero así es como ocurre”. Si por eso, por su capacidad de asumir la incerteza, es tan actual esta poesía, más aun que su actualidad importa cómo esta poesía consigue hacer de la incerteza una fuente de energía, cómo encuentra en ella su materia y hasta su modo de producir belleza poética.

Y lo que vale para el amor vale también para el lirismo. Tal vez el rasgo más distintivo y sorprendente del quinto o sexto libro de Alberto Cisnero –no consigo llevar la cuenta– sea la fuerte presencia de un lirismo tan intenso y franco como ya no se creía que fuera posible en la poesía: “este es un sitio encantador, la noche es hermosa/ y quiero sentarme junto a vos, a la luz de la luna,/ sorber un tóxico. las sombras se agrandan por la luz/ de la luna. se ratifican en un estanque de agua.” Quiero decir, cuando digo “lirismo”, algo así como una apertura del corazón (no encuentro una mejor manera de decirlo), zonas textuales animadas por el destello de la vibración emotiva, con lo que eso tiene de revelación, de espesor vital y de belleza, pero también de salida de la vigilancia de “el yo” y de encuentro con “lo otro”. Si aquí el lirismo se vuelve posible es porque es un lirismo sorprendido de su propia existencia, que se sabe precario y fuera de programa en un mundo desencantado, y porque está hecho de la misma fragilidad de la que en el desamparado mundo de Oquei, gracias está hecho todo: la vida, las palabras, el futuro, el amor (“tengo miedo de nombrarte entre las cosas que entre los folios sucumben”). Se puede escribir “algunas tardes tu nombre asoma. trémulo en el estanque/ más diáfano que cualquiera. a persuadirme/ no sé de qué. a hacerme creer que estoy vivo” porque se escribe en la incerteza, desde la incerteza: no se sabe de qué a uno lo persuaden, no alcanza uno del todo a creer que está vivo.

Si uno ya sabe, si no puede ignorarlo, que la incerteza es el aire que respira y el territorio por donde le toca moverse, más vale hacerse cargo de eso, ver qué productividad poética hay en lo vacilante, lo incompleto, lo discontinuo, lo heterogéneo, lo dudoso, lo que está ahí sin explicación. Qué juegos se pueden hacer con eso, qué contrastes pueden aprovecharse, qué gracia y qué sorpresas se pueden extraer. Podemos llamarlo “fruición poética” o “experiencia de ver actuar a las palabras” o “apertura de sentidos” o “extrañeza” o “potencia de misterio”: a eso que algunos vamos a buscar en la poesía, lo encuentro de muchos modos en Oquei, gracias, y son siempre modos muy singulares, porque es como si Alberto Cisnero lo fuera encontrando a medida que la escritura se lo pone a la vista, siempre un poco sorprendido, como se sorprende uno ante las cosas de la realidad cuando se manifiestan como lo que son, pura realidad ajena y, por lo tanto, imprevisible, pero también disfrutando mucho con lo que eso tiene de sorprendente, de inesperado, de revelador y hasta de gracioso.

Es que, aunque responde a una poética de búsqueda y de contingencia, no por eso esta poesía deja de ser también, y muy especialmente, un ejercicio gozoso, sensual, lanzado a disfrutar de lo que se le aparece, como quien celebra el don de estar metido en la vida, ese incomprensible entrevero donde los sentidos encuentran la materia para ponerse en juego y la inteligencia los desafíos que su necesidad de movimiento pide. Que la vida exista como existe, sin pedirnos permiso, siempre abierta a ser interrogada e interrogándonos, tiene algo de milagro, y que la poesía exista también lo tiene, cuando es de esa manera que existe.

Que la palabra poética exista y se concrete, tan extraña como disfrutable, es la tarea a la que desde su primer libro viene dedicándose el autor de Oquei, gracias, pero eso implica hacer que exista de la única e intransferible manera en que puede hacerla existir un argentino nacido en 1975 en La Matanza llamado Alberto Cisnero. Que la palabra poética pueda abrirse paso y se sostenga: si esa es la cuestión, nadie va a hacerlo si no se pone ahí en juego a sí mismo. “De lo que se trata es de mantener la palabra en vilo”, escribí alguna vez, para sintetizar la tentativa de Juan Gelman. De eso también creo que se trata en este y otros libros de Cisnero. Escribir para mantener la palabra en vilo, casi como si mantener la palabra en vilo fuera la condición para existir, la que impide que todo se disuelva en la insignificancia, aunque no se sepa del todo qué se está diciendo, porque más que saber qué se está diciendo la cuestión es que eso que se está escribiendo responda a una necesidad de ser dicho, no sea mera palabra de ocasión o de intercambio.

Ponerse en juego a uno mismo en el sentido de “escribir con el cuerpo”, como se decía hace algunos años (es en lo singular del cuerpo donde se decide cuáles serán las palabras, los tonos, las elecciones retóricas), pero también en otro sentido: como antes en El movimiento obrero granizado y en Robé un auto…, da la impresión de que el universo en el que la escritura de este libro escarba es la hirsuta vida vivida, los muy concretos hechos, insignificantes o no, y siempre puntuales, de la vida que le tocó a un cuerpo y un alma. No para entrar en la onda de “las escrituras del yo”, sino como el trabajo que una subjetividad hace con su presente y su pasado para extraer de ahí materia palpitante, inevitablemente contradictoria, que entrega al lector para que vea qué pasa con eso, y también para que de la potencia de los hechos vividos tomen su potencia las palabras. Y, no menos, para poner en marcha la gran cuestión sartreana: qué hace uno con lo que hicieron con uno, o con lo que la vida hace con uno.

Porque eso es también lo que va preguntándose o buscando el que habla en Oquei, gracias, mientras se pregunta o busca cómo dar cuenta de su amor. Veo bullir, en este y creo que en todos los libros de Cisnero, un espíritu deseoso de sabiduría, que vive preguntándose qué es cierto, cómo son las cosas y cómo se podría hablar de ellas, o –lo que en el fondo es lo mismo– cómo vivir la vida de veras. No son muchas, por eso, las cosas que lo convencen, pero, por eso también, cuando encuentra algo cierto, lo registra, como si lo estuviera verificando y preservando, y lo entrega al lector: “un pequeño mundo pacífico. un desprendimiento/ de los bienes de este mundo. un lugar del corazón/ sin el gruñido de los cerdos buscando comida/ con el hocico en el lugar del corazón”. De lo que se trata es de entregar al lector lo mejor que se le puede entregar, lo más verdadero, lo que no se resigna a ser consuelo, distracción o sustituto, y el modo de hacerlo es contradiciéndose, equivocándose, jugando, desviándose, titubeando, como al tanteo (de ahí cierta semejanza con el monólogo interior de Joyce, y a mantener esa fluencia apuntan, supongo, la persistencia de un tono bajo y monocorde y la ausencia de mayúsculas): no sólo este no es tiempo de declaraciones de amor, es tiempo en que toda relación entre el lenguaje y la verdad está rota. Siempre estuvo rota, pero nunca tanto como en un tiempo en que las palabras son, antes que cualquier otra cosa, instrumentos para comprar y vender, y si siempre la poesía apuntó a hacerse cargo de esa rotura y convertirla en lo contrario, poner en el papel o en la pantalla palabras que se nieguen a engañar parece ser el principio básico al que la escritura de Cisnero responde.

Dije “un principio” y no “una poética”. No hay poética en la que inscribirse, en el caso de Cisnero, como en los de algunos otros poetas surgidos en la Argentina en estos años: la poética se funda o se descubre en la marcha, y así Oquei tanto puede verse próximo a lo que se dio en llamar “poesía del pensamiento” como a la “poesía del lenguaje” o a esa dedicación a la mirada, a lo anecdótico y al habla usual que se ofertó como “objetivismo”. Sin descansar en ninguna se toca con todas y tanto Cisnero puede escribir “las aguas tersas del río de sarro y chequera” como “lluvia en el follaje nacarado de los chañares” o “a veces lo que perdura es lo que no se pronuncia” o “no sé qué mierda/ me hiciste. pero era de néctar”: el que parte de cero puede recoger todas las herencias, o a la inversa, porque, como si no se supiera ya qué corresponde hacer o no, a la poesía hay que volver una y otra vez a descubrirla, y en vez de responder a algún pacto de lectura, entonces, se le propone al lector que lo encuentre o lo invente. Sostener la palabra en vilo como una apuesta que no espera otro premio que su propia concreción, entrar de lleno en la falta de correspondencia entre el lenguaje y la verdad y, así y todo, convocarla a la verdad para que haga vivir al lenguaje.

Este largo poema es, por eso, la puesta en acto, o en movimiento, de una reflexión acerca no sólo de cómo hablar del amor –o escribir del amor– sino acerca de cómo podría hablarse de cualquier cosa, cómo dar cuenta de algo, de cualquier cosa, cuando del mito del “nos entendemos” ya no se puede esperar más que impostura: “no sé escribir. cuento negros nudos”, confiesa el poema 11. De algún modo, indirectamente, Oquei, gracias es el relato de la escritura de Oquei, gracias y su testimonio, a partir de un no-saber radical que, lejos de ser ocultado o disimulado, es la base del trabajo. “creer que en este libro hago el papel de alguien que escribe un libro”, dice el poema 2, y el 33, que es el que cierra la serie, resume y reubica todo: “en lugar de un buen fuego, tuve palabras breves./ en vez de los ojos abiertos y fijos, la mirada vaga/ de un ebrio. era fácil explicar todo. así lo hice. y es posible que no valiese de nada. tampoco/ me importa averiguarlo. en amor prometemos/ todo y luego vamos viendo. en tal situación/ el desocupado lector me ha encontrado al inicio/ de este manuscrito. todo termina por hundirse/ en las cunetas y siento por las estrellas,/ una nostalgia sin fin. desapareció una luz/ y luego otra”. Asumir explícitamente lo que de ficcional y de incierto hay en la tarea de poner en palabras algo que tenga que ver con la verdad es una vuelta de tuerca que, al hacerse cargo de la verdad de la ficción, permite que algo de la verdad se manifieste.

 

Poemas de Oquei, gracias

2-

y sí dije sí lo haré sí. hasta que no quede más
que la madera sana. yo también quiero llorar
o tener un secreto digno de encubrir, algo
para completar con palabras. cuando algunas
tardes tu nombre asoma. trémulo en el estanque,
más diáfano que cualquiera. a persuadirme
no sé de qué. a hacerme creer que estoy vivo.
que en este libro hago el papel de alguien
que escribe un libro.

 

11-

ya no caben necios alardes. las lilas anuncian
el verano. de firme se cargan. las primeras
habidas. su elusiva melodía, su orden diurno.
muy lejos. un sueño perdido y recobrado.
y esto me recuerda otra historia. no sé escribir.
cuento negros nudos. muerte, infortunio,
amenaza. signos especiales para marcar
la propiedad. habrá quien volverá
a replicarlos, palabra por palabra.

 

15-

escribir para comer no es escribir ni es comer.
detrás de todo lo que nos equivocamos
y que ahora ya no recuerdo exactamente.
qué sabíamos exactamente. la noche no necesita
referencia, una dirección intacta. fue verdad
un momento. nadie ceja por menos que eso.
en honor de una limeta: no hice de ello
un secreto. y me remito a la fuente.
aquello que todavía puedo abandonar.

 

24-

otro mensaje concluso e ido. de un perturbado
mental. como en las entrañas de un ave.
como en un amor correspondido. como en un no
expresado litigio. no aluden a nada. se pierden
bajo el estruendo. negra lluvia, negra bordura.
podés atribuirles significado. o cualquier solaz.
distinguir categorías morales. no sé qué mierda
me hiciste. pero era de néctar. y me gusta
el tiempo en que falta la claridad del día.

 

30-

tenemos, sí, un mundo viejo. un cercado
o pretil. y en lo que podemos decir nuestro,
que podría llamar mío, siguen existiendo
la luna, el sol y las listas de luz de los baldíos.
no pienso en nada concreto. cuanto vive,
desde adentro atestigua sin advertir el peligro
que supone despertarse en el sueño.
ahora decime tu verdad. ya te di mi corazón.

 

33-

en lugar de un buen fuego, tuve palabras breves.
en vez de los ojos abiertos y fijos, la mirada vaga
de un ebrio. era fácil explicar todo. así lo hice.
y es posible que no valiese de nada. tampoco
me importa averiguarlo. en amor prometemos
todo y luego vamos viendo. en tal situación
el desocupado lector me ha encontrado al inicio
de este manuscrito. todo termina por hundirse
en las cunetas y siento por las estrellas,
una nostalgia sin fin. desapareció una luz
y luego otra.

 


 * Alberto Cisnero (La Matanza, 1975, Pcia. Buenos Aires)

Poesía publicada
Oquei, gracias, Buenos Aires, Barnacle, 2017
Ajab, Buenos Aires, Barnacle, 2016
Drugstore, Buenos Aires, Barnacle, 2015
Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes, Buenos Aires, Barnacle, 2015
El movimiento obrero granizado, Buenos Aires, Barnacle, 2014
Adiós y hasta pronto, Buenos Aires, Dio Fetente, 2013
Tagsales,
Buenos Aires, Encausto Editores, 2013
El límite de la materia, Buenos Aires
, Ruinas Circulares, 2012; Buenos Aires, Barnacle, 2015

Links
Poesía. En Poetas Argentinos / Mordiscos / De lo que No Aparece en las Encuestas / El Infinito Viajar
Reseñas y libros. «Un Ajab del Plata», por Jorge Aulicino, en op.cit.
Entrevista. En Transtierros