Carlos Battilana

La lengua de la llanura*


Enigmas

Antes
en la estepa ventosa,
ella escrutaba,
como si trajera una larga visión infantil,
los días que vendrán.

Ahora observa las piedras alrededor. Una a una. Despreocupada.

El futuro -dice- es un pequeño territorio
que se mira con afecto,
amorosamente

y sin verdadera comprensión.


Nocturno

Liviano ante las ruinas de este jardín,
el aire
que atravesó ciudades y ríos
roza la superficie. ¿Qué
fatiga, qué bellísima fatiga
nos disuelve?

En esta tarde de junio
de un cielo plomizo
dejo atrás lo que viví,
y el escaso margen que queda,
el frío
es
-sabemos-
una llama blanca
que encenderá una letra, una voz y
una caligrafía
con que se pueda escribir
eso que cada uno,
a su modo,
conoce:

que las horas y los días,
que las lluvias torrenciales
son apenas
hechos pasajeros

que más allá
de sus destrozos,
los temporales pueden dotar de fuerza
a los seres
inmersos
en su estruendo

y que el olvido,
que todo lo arrasa
y todo lo ve,
no tiene fin

que, a pesar de todo,
las tempestades
pueden volverse benignas
como animales nocturnos
disolviéndose.


Antes

Piensa que cada
región de la llanura
es una extensión
de arbustos, zanjas y lagunas

aves, ríos
y restos de barro

paja seca.

Esa línea infinita
que se ve en el horizonte
tendrá
la luz del desierto.
Nada cesa
en este sitio: ni un poco de aire
ni el fuego ardiente
de la quietud matinal.

No cesan las lluvias
ni tampoco la transparencia del sol
al otro día.

Entre las luces últimas
sucede una historia
que es como un líquido
corriendo
al medio del pecho.
En las márgenes del río,
muy cerca,
se abrazan
dos adolescentes. Se ríen, aprovechan
el aire
alrededor. Se acarician apenas desnudas, vuelven a reír.
Caminan, corren

parecen no tener miedo
a la mutua fascinación.


Lecciones de botánica

Pequeñas hojas amarillas
caen
en los bordes del lago.
Pronto
el viento fuerte
del otoño
desmantelará
la inmensa gramilla
verde. La brisa
ahora
parece insignificante
pero es llamativa
su voluntad.


Principio del fuego

Sola, entre las piedras, en medio del macizo serrano,
acomoda
un atado
de pastos y yuyos.

Aquí comienza el origen del fuego.

Hace
sin inmutarse,
sin realmente estar mortificada,
algo con la voz
como si tuviera una fuerza descomunal:

explora ese país implacable
cuyos elementos
recuerdan
la palabra
desolación.

Toma ánimo del aire,
y también del frío de la mañana.

Mira alrededor, al modo de un sol negro organizándose.

Parece improbable, pero no.
De ese fondo oscuro
-es de allí-
que adquiere
la fe.


Visiones

Los hablantes de una lengua que habitaban una tierra profunda
al sur
de la región austral
designaban cada una de las
plantas y flores
con un nombre particular
sin considerar el conjunto.

Así, pensando en un mundo,
el quilimbai tenía un nombre,
el tineo otro, el calafate otro,
la mutisia otro…
Los hablantes de esa lengua
carecían,
sin embargo,
de una palabra
que aglutinara
todas las flores y vegetales
en un término global.

Esta narración me la contaron ayer;
me contaron también
que los monjes, conquistadores y etnógrafos
de entonces
la consideraron
una lengua inferior
-una “lengua primitiva”-
ya que parecía incapaz del ejercicio de la abstracción.
Como prueba de su pobreza lingüística
y, por efecto transitivo,
clasificaron a sus hablantes
como seres débiles
mentales
y como “hermanos menores”.

No es necesario repetir una historia que conocemos.

Pienso hoy,
no obstante,
en esta noche de abril que termina,
que al designar cada flor, cada planta
en particular
sin considerar un universo de clasificación general
esa lengua
más que falta de abstracción
más que ausencia de perspectiva
y carencia de complejidad
poseía un amor al detalle
un amor particular por cada nervadura
por cada brote pequeñísimo
por cada tallo
y que, a diferencia de las demás lenguas del territorio,
más abstractas y distantes de los objetos,
realmente
cuando los miembros de la comunidad hablante se lo proponían
si tenían deseos de tocar el cielo,
con sus dedos,
podían ver.


La lluvia

Ramas que la lluvia arrojó
al borde del río. Alguien,
sin que lo vean, toma un palito
y traza sobre la arena
un signo frágil
que es -sin embargo- fuerza
imborrable
por el que se fue
por el que
sin decir adiós
ni anunciar su partida
disolvió su nombre
-hace instantes-
entre las hojas y los árboles.


Una imagen del agua

Sumergido entre flores
del Japón
en un estanque
oscuramente verde
-aguas quietas, encantadas
por la ausencia de fragmentos y ruidos-

por alguna razón
que huir
también es
una forma
del oxígeno.

El cuerpo
absorbe
como una cápsula
voces, rumores realmente ajenos

y los despide
transformados
por el agua del estanque
que hace su trabajo lentísimo.

Trato
de concentrarme en el pasto
que veré mañana,
el rocío fresco
del alba

trato de esperar
una forma de belleza
y nombrar con serenidad
el lado bueno
de las cosas,
aquello que podemos oír
o tocar
-el grillo de la noche, los tallos silvestres-
apenas
con un suavísimo roce, el movimiento crucial.


* Nota del autor.
Este libro surge mirando la llanura. Viajes de infancia a la costa, rutas adolescentes, caminos en pequeños automóviles que exploraban los pueblos y los campos como un enigma. El libro, en verdad, comienza silenciosamente con dos poemas publicados hace unos años en el libro Una mañana boreal (2018): “Cazadores y recolectores” y “Los indios de la llanura”. Azarosamente estos poemas fueron en busca de lo que soñaron. Indios de la planicie al lado del mar como una imagen misteriosa. ¿Qué hicieron con el mar aquellas criaturas teniendo a la explanada de fondo, a la inmensa llanura que hoy llamamos bonaerense? En diálogo con Laura Forchetti me comentó que cerca de su pueblo, Coronel Dorrego, a unos pocos kilómetros, subsisten huellas que testimonian aquella imagen presentida: rastros de esos seres de la llanura en la orilla del mar. ¿Qué hacían allí? Seguramente las cosas de todos los días, las cosas del tiempo cotidiano; o acaso celebraban rituales y ceremonias hechizados por el misterio. Esas imágenes y diálogos poderosos inspiraron estos poemas.



Carlos Battilana (Paso de los Libres, 1964)

Poeta y crítico literario, Licenciado en Letras por la UBA, radicado desde hace muchos años en la localidad de Hurlingham, Provincia de Buenos Aires. Poemas suyos aparecieron en diversas antologías, revistas y suplementos culturales. Es docente universitario por la UBA, especializado en Literatura Latinoamericana. Ejerció el periodismo cultural y colaboró en diversos medios (Diario de Poesía, Hablar de Poesía, ADN, Bazar Americano, Poesía Argentina, entre otros). Forma parte del staff de op.cit.

Poesía
La lengua de la llanura, Buenos Aires, Caleta Olivia, 2021
Luz de invierno, antología, Córdoba, Vera Cartonera, 2020
Ramitas, obra reunida, Buenos Aires, Caleta Olivia, 2018
Un western del frío, Buenos Aires, Viajero Insomne, 2015
Velocidad crucero y otros libros, Buenos Aires, Conejos, 2014
Narración, Bahía Blanca, Vox, 2013
Presente continuo, Viajera Editorial, 2010
Materia, Bahía Blanca, Vox, 2010
El lado ciego, Buenos Aires, Siesta, 2005
La demora, Siesta, 2003
El fin del verano, Buenos Aires, Siesta, 1999
Unos días, Buenos Aires, Libros del Sicomoro, 1992

Ensayos críticos
Nuestra América, de José Martí, prólogo, Buenos Aires, Biblioteca del Congreso, 2019
El empleo del tiempo, artículos, Buenos Aires, El Ojo del Mármol, 2017
Una experiencia del mundo, textos de César Vallejo, pról. y comp., Buenos Aires, Excursiones, 2016

Links
En op.cit. Entrevista, poemas y datos: La posteridad pequeña / Textos críticos: «La construcción de una poesía», sobre Vicente Luy / «La invención de una lengua», sobre Osvaldo Aguirre / «Una apertura del sentido», sobre Mirta Rosenberg / Sobre textos del autor: «La materia de la experiencia», por C. Diéguez / «Una cronología discontinua», por J. Villa
Más poemas. En La Primera Piedra / LaCopaDelArbol