El poder del agua: los poemas de Flor Braier

Artículo y entrevista a la poeta, actriz, compositora y cantante, Flor Braier en torno a su libro Los nombres propios (Buenos Aires, Caleta Olivia, 2018). Se suman poemas del libro.

Por Gabriela Bejerman

Intro

Estos poemas fueron escritos con un oído musical preciso, precioso. Sólo con semejante delicadeza será posible pedirle a la poesía su bien: “que la espuma haga / su magia negra / que lave / los pensamientos hasta dejarlos / limpios y brillantes”. Sólo con la música de las palabras podremos pedir el deseo que atesoramos silenciosamente quienes vivimos al mismo tiempo en la exaltación delirante y en la melancolía: “lograr una presencia menos intensa”

“¿Algo descarriló?” “Todos caminamos apretados”, un tanto “fuera de temporada”. Pero “a veces salimos cada cual a su balcón” y fingiendo “un súbito interés por la santa rita” compartimos el mismo abismo, “como si miráramos el mar / y no esta avenida trillada”. “Yo también me quedé mirando más de la cuenta”, “te juro”. Lo que vemos siempre está un poco torcido, “neones desparejos”. Arrastramos sueños donde un agua inexplicable inunda todo hasta las rodillas y “los libros ondean como peces de río”. Ondean o son arrojados. “De la nada vino la piedra / directo a la ventana”. ¿Fueron las manos? ¿En qué parte del cuerpo se traslucen los sentimientos? “El equilibrio anaranjado se desconcierta / como ondas expansivas / alrededor de una piedra lanzada al río // pum.”  


Preguntas a Flor Braier

¿Cómo influye el agua en tu imaginario poético?

En este libro siempre hay pájaros, insectos o agua de fondo. Algunas veces, el agua aparece por medio del sonido: en forma de río, de tormenta, de océano, en un lavadero de autos o bajando por las cañerías de un hotel.

No lo había pensado antes, pero ahora que me lo preguntás, me doy cuenta de que el agua también aparece bastante en mi música: tengo un EP sobre el litoral que se llama Río. En otro disco también están «Entre o rio e o mar”, una canción sobre un pueblo de Brasil rodeado de agua al que solo se accede en canoa y “The love life of an octopus”, sobre el mundo de los pulpos (el videoclip está todo filmado debajo del agua).

Me parece que viene de lejos esta cuestión acuática. Cuando era chica quería ser bióloga marina. Incluso hice unos cursos bastante serios al respecto, durante mi adolescencia. Siempre estuve un poco obsesionada con la vida submarina y con esos paisajes fluorescentes, casi siderales. Supongo que el agua acaba por convertirse en metáfora pero lo primero que me interesa es algo más literal: es la sustancia camaleónica, la única que se puede encontrar en los tres estados de la materia. Además, el agua puede hacerles cosas muy distintas a los objetos: arrasarlos, hacerlos brillar, cambiarles el tamaño, ablandarlos, alterarles el color y hasta hacer que les salgan todo tipo de hongos o plantas. El agua puede teñir los paisajes, pero también puede hacer desaparecer del mapa pueblos enteros (sobre todo ahora que hay fenómenos extremos sin precedentes, como alertan los científicos climáticos).

Hay varias inundaciones en Los nombres propios. En la segunda parte del libro, “Fuera de temporada”, hay un poema sobre Villa Epecuén. Ahí aparece ese efecto arrasador del agua. Conocí Epecuén cuando fui a filmar el video de mi canción “Tiempo”. Es un pueblo que estuvo veinte años bajo el agua salada de su propio lago que se desbordó en 1985. En los últimos años el agua bajó y ahora es un paisaje devastado, teñido por la sal. Pasó de ser un destino turístico de moda a convertirse en un pueblo fantasma. Una de esas tardes de filmación, nos cruzamos al atardecer con Pablo Novak, un señor de noventa años que es el único habitante de Epecuén. Estaba andando en bici entre las ruinas y se paró a charlar con nosotros. El encuentro con él fue el disparador de ese poema.

¿En qué sentidos se parecen la poesía y viajar?

En muchos, creo. Sobre todo porque el movimiento del viaje implica una desautomatización de la percepción cotidiana. El “estado de viaje” es un estado de excepción y yo creo que muchas veces, mi escritura se alimenta de ese tipo de observación del mundo. Mercedes Halfon describe algo de esto en la contratapa de Los nombres propios; dice que hay en los poemas “cierta clandestinidad o extranjería que habilitan los viajes”. En el libro aparecen también varios hoteles, esos no lugares donde la subjetividad se puede camuflar o transfigurar.

Para mí, viajar es también pensarme desde distintas lenguas. Según Sylvia Molloy la pregunta del bilingüe es «¿En qué lengua soy?». En su libro Vivir entre lenguas, plantea que «para el monolingüe no hay sino una lengua desde donde se piensa un solo mundo». Me interesa esa posibilidad múltiple del pensamiento; poder contagiarse de idiosincrasias y sensibilidades diversas. Me parece inspiradora la idea de que detrás de cada lengua hay una forma de concebir el mundo y por lo tanto, de escribirlo o cantarlo.

Jorge Carrión, un profesor de literatura muy querido que tuve en la Universitat Pompeu Fabra, escribió sobre el vínculo entre desplazamientos, literatura y la idea del viaje como experiencia total. En su libro La brújula, dice algo que me gusta especialmente: «el viaje físico, cruzando fronteras, cambiando de tradiciones, de crítica y de lectura, es también en paralelo un viaje literario, cruzando géneros y lenguas».

¿Cómo componés musicalmente los poemas? ¿De qué modo el oído forma parte de tu poesía?

No hay demasiada diferencia entre la cocina de las canciones y la de los textos, me parece. Todo es un mismo caudal. Primero se impone un ritmo. Los poemas también vienen enredados en una música determinada, como si a las palabras de un texto les perteneciera una respiración concreta. A veces, el universo semántico aparece incluso como un elemento subsidiario de esa cadencia que organiza el poema (¡qué burocrática me acaba de sonar la palabra “subsidiario”!). Pasa lo mismo con las canciones. No escribo una letra que luego musicalizo, sino que en general ambas cosas van de la mano en el proceso.

Diana Bellessi, en una entrevista muy linda que le hizo Paula Jiménez España, decía que la poesía “son unos sonidos que llevan unos sentidos”. Me parece preciosa esa definición.

Creo que, muchas veces, lo que hace que algunos poemas nos queden resonando es la música más o menos descifrable que tienen. Ahora esto me toca de cerca porque estoy dedicándome bastante a la traducción de poesía y parte del trabajo es escuchar esa música que hace que un poema fluya, para poder recrearla en otro idioma.

También creo que tuve el gran privilegio de formarme con poetas con una sensibilidad increíble en relación con el sonido. Esa musicalidad de los versos está presente en la obra de mis dos grandes maestras (Irene Gruss, de poesía y Laura Wittner, de traducción de poesía). Creo que de ellas me viene ese radar sonoro, la importancia de sintonizar el oído tanto para escribir como para traducir poemas (que, en definitiva, es otra forma de escribirlos).

Una vez le pregunté a Ezequiel Alemian qué buscaba en un poema y me dijo: “emoción”. ¿Qué podés decir acerca de este desde el lado de escribir poesía? ¿Qué pasa con la emoción antes, durante y después de la construcción de un poema?

Justo lo nombrás a Ezequiel Alemian y me acuerdo perfectamente de la emoción que sentí una vez en un subte, leyendo un poema de él que también transcurre en el subte. Creo que esa sensación es lo que más valoro cuando leo poesía. Tiene que ser un poco como un chaski boom que es poderoso y fugaz a la vez (¿seguirán existiendo los chaski boom?). O como un tren de alta velocidad: si no te subís, al menos te despeina un poco cuando pasa. Bueno, me engolosiné con las comparaciones. Pero desde el lado de la escritura, como decís, yo no creo que busque algo de eso conscientemente o como efecto. Me parece que la emoción también la da el propio lenguaje en el momento de escribir. Esa artesanía es emocionante. Si escribo un poema que tiene alguna idea o algo en la construcción que me interesa, pero siento que “no suena”, entonces no me conmueve.

La captación de una emocionante imagen de película parece muchas veces lo que busca y ofrece tu poesía. ¿Qué podrías agregar en torno a esto?

La tercera parte del libro “Laura, Milena y la fauna artificial”es la más narrativa y quizás, como decís, la más cinematográfica. Es la historia de dos personajes que se va contando a través de esas escenitas que son los poemas.

Por otro lado, trabajé durante muchos años como profesora de literatura y al mismo tiempo daba clases de historia del cine, así que siempre intentaba establecer relaciones entre ambos lenguajes. De esas referencias híbridas y del constante remix, surgen los poemas. La construcción de un texto puede tener fragmentos de todo lo que me resulte atractivo: películas, canciones, fotos, observación de la naturaleza o discurso científico. Las fronteras pueden volverse bastante porosas al final, ¿no? Lo valioso, para mí, está casi siempre en el cruce. Pero bueno, volviendo a tu pregunta: sí, muchas veces es una imagen lo que dispara el poema; el encuentro fugaz en la entrada del edificio entre dos vecinxs que no se conocen demasiado como en “Balcones”, por ejemplo. Me interesan esas escenas entre bambalinas; las secuencias que ocurren en el “detrás de escena” de la vida cotidiana. De hecho, mi primer libro de poemas se llama así, Bambalinas. Creo que tiene que ver con el ejercicio de hacer foco en lo supuestamente más olvidable de la vida prosaica. No estoy muy contenta con la idea de olvidar tanto. Excepto cuando trabajo como actriz y tengo que aprenderme la letra, mi memoria en general es un desastre. La escritura, en ese sentido, me devuelve algunas de esas sensaciones urgentes que en algún momento gestaron un poema.


Selección de poemas

Inundación

Un día me despierto y el agua
me llega hasta las rodillas
los libros ondean como peces de río
una bufanda nada a la deriva
la vajilla se hunde
solo flotan las tacitas chinas
ya es tarde para salvar el manual de insectos
que es parte del fondo marino
y yo que quería hacer tantas cosas
ser bailarina
esperar el tren en polainas
estirar el brazo como un junco
por arriba de la cabeza
caer siempre bien parada
impuntual pero esbelta
rota pero esbelta.


Balcones

Algunas veces me cruzo
con el vecino del quinto
en la entrada del edificio
lo veo desde lejos
y espero con la puerta abierta
soy así de caballera
si le brillan los ojos detrás
de los vidrios redondos
sé que tuvo un buen día
si no más tarde
se apoya sobre la baranda
como si mirara el mar
y no esta avenida trillada
por eso me gusta acompañarlo
abrirle la puerta
por si al cruzar la calle
se quedó esperando
el semáforo más de la cuenta
pensando que en algún momento
algo descarriló
como si ya no pudiera sentirse
demasiado triste o demasiado contento
¿algo descarriló?
entonces me consuela abrirle la puerta
reconocer el exceso de abrigo
o la barba crecida.
Yo también me quedé mirando
más de la cuenta
un perro quieto
la persiana de la panadería bajando
primero la estridencia
y después el silencio
mientras cerraban el candado.
Nos sostenemos la puerta nada más
a veces salimos a la vez a los balcones
y actúo un súbito interés por la santa rita
por la disposición geométrica
de las macetas.


Fuera de temporada

IV.

Hubo demasiada balada
nadie fue del todo impermeable
a la melaza clonada en VHS.
La chica en la playa flequillo en flor
el chico apareciendo desde atrás.
Nos pusieron esa droga en la bebida
ese cassette infame en el cerebro
donde alguien salido del viento
viene siempre a salvarte.


Epecuén

Se fueron a Carhué a construir
casas con pastos perfectos y ojos vacíos.
Las ruinas del pueblo inundado solo
las visitan los turistas.
Acá estaba la pizzería, ahí la escuela
esta era la pista de baile y esa pared del fondo
la Heladería Flamingo.
Hace unos años el pueblo fue tapa de diario,
gente de todo el país
flotando sobre el agua al mismo tiempo.
Ahora junto a la tortuga más rápida
la señora más anciana
la araña más venenosa
están las ruinas de Epecuén:
casi dos mil cuerpos quietos como estatuas
haciendo equilibrio en la laguna
para salir bien en la foto
y batir el récord.
Alrededor de los árboles blancos
secados por la sal
vuela el pajarerío nítido.
Alguien dice que en los documentales
nadie logra descifrar el secreto
de las bandadas que dibujan
formas geométricas en el cielo:
misterio.
Un anciano pedalea al atardecer
encontró entre las ruinas
unas copitas de cristal
y un vermut que todavía estaba
bastante bueno.



Flor Braier (Buenos Aires, 1979)

Actriz, cantante, compositora y escritora. Radicada en Buenos Aires desde 2004, vivió y se formó en Barcelona.

Poesía
Los nombres propios, Buenos Aires, Caleta Olivia, 2018
Bambalinas, Buenos Aires, Vinciguerra

Antologías
Poemas y relatos desde el Sur, Barcelona, Ediciones Carena

Discos
Duermen los animales, 2019
NIT, 2017
Río, 2014
Pony feelings, 2011

Links
Poemas. En Efecto Antabus
Video. «Wonderlay»