En la Avenida Charly García. Dossier

Contemporáneos de Serú Girán (1978-1982)


Por José Villa

El artista moderno en tu habitación. El otro día, buscando material para sumar a este trabajo que con tanta onda le dedicamos a Charly García, encontré una declaración de uno de sus hermanos en la que señala: «yo escuchaba que alguno decía, por ahora es Spinetta, pero cuando a este lo conozcan la cosa va a cambiar», o algo así. Y agrega: «y el tipo dormía en la habitación de al lado». El hermano de García lo escuchaba tocar del otro lado de la pared, y sabía que estaba ante un fenómeno importante pero no terminaba de darle crédito. Es que era su hermano. A García. también a Spinetta. muchas veces les hemos bajado puntos, los hemos descalificado, no los hemos escuchado en tiempo (de eso se quejó Spinetta alguna vez). Es posible que los hayamos descuidado, pero también es cierto que la modalidad del artista moderno es la de estar en una especie de vértigo. Si hay algo que no se perdona a sí mismo un músico de rock es hacer más o menos lo mismo de un disco a otro. Que no pase nada porque eso quiere decir que no le pasó nada. El músico de jazz también la tiene complicada, pero su actividad musical es más contemplativa y su terreno de aprobación más específico. Se me ocurre, el músico de rock está, o estaba, más presionado, por la exigencia del público masivo, los intereses comerciales, las presiones mediáticas, el circo que lo envuelve y la exposición del cuerpo. Y todo este desamparo ante la velocidad del tiempo se debe a que en algún momento fue íntimo de quienes lo hemos escuchado. Un amigo, por así decir, al que le damos importancia en algún momento, por su preclaridad, su mesianismo, su gracia y encanto, porque nos ha revelado el instante del arte, y al que en otros momentos lo hemos rebajado por el mismo uso cotidiano de su arte. Tal vez García encarne la exigencia del artista que está en esa encrucijada: siempre será tu hermano, un maestro de la música, pero tu hermano. Todo el tiempo tuvo que salir del uso vulgar de su imagen, su música y su decir, y entrar en la zona de la iluminación para que te sintieras mejor en la oscuridad. García, el moderno, lo es porque se puso en el incómodo lugar del rechazo. Y ese rechazo también se produjo en el reducido ambiente del rock, donde Sui Generis era considerado un dúo de canciones infantiles, que hacía las cosas demasiado sutiles o ablandaba la supuesta radicalidad del movimiento. Así, intuyo que recogió el guante y se radicalizó. Y esa intención de ir hacia adelante y en oposición ha sido un punto de contacto con nuestra verdad; por eso cada uno tiene su García, su canción, su imagen, su historia. Un amigo me contó una vez que salía de una sala de ensayo cargando equipos pesados, y que alguien que pasaba por atrás dijo como al aire: «es dura la vida del músico»; cuando se da vuelta García ya iba cruzando la calle del brazo de dos chicas. Otro me contó de la guerra de Serú Girán contra el público: el concierto se demoraba, entonces la gente empezó a tirar monedas; cuando la banda salió al escenario siguieron los monedazos. Así empezó la guerra, que duró algunos minutos hasta que le pegaron a Oscar Moro en la mano. Ahí García dijo: «Basta basta» y atacaron con la primera canción. Yo tengo mi García en algún lugar de la memoria. Extraeré unos pocos datos.

El artista asesinado. En el año 1983, aprox., los alumnos del colegio Rivadavia de El Palomar, una zona muy propia del rock argentino -Santaolalla, Gieco, Sumo, Malosetti, los hermanos Bar, Tanguito, andaban por esa zona, vivieron allí e incluso algunos habrán ido a ese colegio-, se sumaron a una manifestación política realizada, si mal no recuerdo frente al cuartel militar de Campo de Mayo llamado Puerta 4. El motivo fue la muerte de un soldado, ex alumno del colegio Rivadavia, que se encontraba cumpliendo el servicio militar, a causa de los abusos que se cometían contra los conscriptos con el supuesto objetivo de que recibieran el entrenamiento. El joven, muy querido por sus compañeros y amigos, fue golpeado por los militares y devuelto a sus padres ya muerto. Los chicos de entonces, espontáneamente pintaron algunos trapos y llegaron a la zona a protestar. La noticia circuló por diversos colegios secundarios. Yo no conocía al amigo en cuestión, pero me avisaron el motivo de la movida. Todo eso estuvo a punto de ser una masacre, porque los militares se habían apostado apuntando a la gente con sus fusiles Fal, un arma que si te toca te rompe o te mata. Protestamos, gritamos, insultamos aquel día a los militares genocidas, y muchos lloramos por un hermano al que no habíamos conocido. Aquella experiencia fue importante para mí, para entender definitivamente de qué lado de las cosas, de la Historia, quería estar. Al final, a alguien se le ocurrió que se entonara una canción: «El fantasma de Canterville» (un tema que Serú Girán solía tocar espectacularmente en vivo). Desde aquel momento para mí esa canción tiene el sentido de un día de sol, luto y no resignación.

Yo era un hombre bueno
si hay alguien bueno en éste lugar
Pagué todas mis deudas
Y mi oportunidad de amar

Sin embargo, estoy tirado
Y nadie se acuerda de mí
Paso a través de la gente
como el fantasma de Canterville

Me han ofendido mucho
Y nadie dió una explicación
Ay! si pudiera matarlos
lo haría sin ningún temor

Pero siempre fui un tonto
que creyó en la legalidad
Ahora que estoy afuera
ya sé lo que es la libertad

Ahora que puedo amarte
yo voy a amarte de verdad
Mientras me quede aire
Calor nunca te va a faltar

Y jamás volveré a fijarme
en la cara de los demás
Esa careta idiota
que tira y tira para atrás

He muerto muchas veces
acribillado en la ciudad
Pero es mejor ser muerto
que un número que viene y va

Y en mi tumba tengo discos
Y cosas que no me hacen mal
Después de muerta, nena
vos me vendrás a visitar

Después de muerta, nena
vos me vendrás a visitar
Después de muerto, nena
vos me vendrás a visitar


Gracias al disc jockey. Una tarde de sábado estaba yo inclinado sobre mi tablero de dibujo técnico, haciendo la tarea de la escuela, con la ventana abierta, mucho ruido desde afuera y adentro de la casa. Tenía la radio encendida aunque mal sintonizada porque tenía pocas pilas. Escuchaba un programa que conducía Juan Alberto Badía, que tenía una hora dedicada a la visita de un oyente del programa bajo la consigna: «Vos sos el disc jockey». A partir de esa bella idea, un oyente compartía su música comentando algunas anécdotas y gustos durante la entrevista que le hacía el locutor. Ese día escuché por primera vez, creo, «Viernes 3 a.m.», de García. Este tipo, García, ya me venía persiguiendo con su bigote bicolor. Hacía poco que lo había visto en la tele, en un programa que conducía el actor y guitarrista Berugo Carámbula, quien una vez por semana se encontraba con el disc jockey Alejandro Pont Lezica para picar algunos discos nuevos y viejos y comentarlos a partir del fragmento escuchado. Pero en aquella oportunidad, el disc jockey había sumado a la reunión a un personaje: Charly García. El tipo era flaco, de pelo largo y hablar tímido, femenino, algo nervioso y a veces temerario. Dijo aquella vez, por ejemplo, que había una música a la que llamó comercial, pasatista o algo así, poniendo a la música en un lugar mucho más importante del previsto convencionalmente, o masivamente. Su destaque me resultó impactante. Que ese tipo raro fuera en contra de determinadas estructuras en un contexto que no se lo pedía, me pareció aleccionador. Aprendí algo, no sé qué. Y bien, era sábado a la tarde y yo con una radio mal sintonizada que iba perdiendo volumen y definición trataba de escuchar la sección dedicada al disc jockey ocasional. De pronto el invitado dice «traje a Serú Girán», el grupo nuevo de García. Hablan de la banda y la consideran estupenda, la elogian y después rematan la cosa pasando un temazo: «Viernes 3 a.m»; con la particularidad de que yo escuchaba aquel descubrimiento detrás de una cortina de ruido que era como una lluvia de vúmetros y transistores desgastados; detrás de la descomposición sonora se escuchaba la voz de García entonando una canción que se me hacía onírica y de armonía beatlera con cadencia de tango y alguna puesta en escena precipitada y dramática (suena continuamente a lo largo del tema el tic tac de un reloj). Escuché aquella canción con el oído en la radio, la precariedad del sonido profundizó la sensación y me llevó a dejar el tablero de dibujo técnico, juntar mi escaso dinerillo, e ir caminando con un motivo determinado, a la disquería. Por mucho tiempo, y por las circunstancias de la escucha, que aluden al modo incidental en que García a veces produce sus canciones, superponiendo sonidos, deslizando voces, provocando equívocos ruidos, «Viernes 3 a.m.» fue mi canción favorita. Hoy prefiero alguna otra, como «Bancate ese defecto», que tiene una rítimica letrística a mi entender menos previsible.

La fiebre de un sábado azul
Y un domingo sin tristezas
Esquivas a tu corazón
Y destrozas tu cabeza

Y en tu voz, solo un pálido adios
Y el reloj en tu puño marcó las tres

El sueño de un sol y de un mar
Y una vida peligrosa
Cambiando lo amargo por miel
Y la gris ciudad por rosas

Te hace bien, tanto como hace mal
Te hace odiar, tanto como querer y más

Cambiaste de tiempo y de amor
Y de música y de ideas
Cambiaste de sexo y de Dios
De color y de fronteras

Pero en sí, nada más cambiará
Y un sensual abandono vendrá y el fin

Y llevás el caño a tu sien
Apretando bien las muelas
Y cerrás los ojos y ves
Todo el mar en primavera

Bang, bang, bang
Hojas muertas que caen
Siempre igual
Los que no pueden más se van


No desafíes a García. Hace poco Gustavo Santaolla guionó una serie sobre el rock latinoamericano. Allí, el mismo Santaolalla, autoelogiándose, le pasa una factura a Charly García. Cuenta este gran músico que en el tema «Mientras miro las nuevas olas» (Bicicleta, 1980) García hace una crítica reaccionaria de la nueva música de ese momento, punk, pospunk y new wave, a la que Santaolalla, abandonando la antigua cultura hippie, adhiere, a tal punto que viene a la Argentina desde Estados Unidos (donde residía) con la intención de ser el iniciador de la cosa. Y si bien Santaolalla queda anotado en este nuevo impulso del rock, también lo es que se trata de una historia algo sucia, o esmerilada, si se quiere, si tenemos en cuenta que un ratito antes ya venían sonando en la Argentina, Virus, Cantilo y Punch y otros grupos. El álbum Bicicleta, donde García incluye su crítica de la nueva ola, puede ser considerado un último tramo con la música sinfónica progresiva rock; en este disco resuenan Genesis, Premiata Forneria Marconi, además de Pat Metheny procesado por Pedro Aznar. Es decir que se trata de un disco clave en la experiencia musical argentina de ese momento, no por su innovación, sino por su antigüedad. Podríamos pensar que es uno de los grandes discos de la etapa antigua del rock argentino. Específicamente, en «Mientras miro las nuevas olas» García critica la nueva onda y dice «¿qué es esto de nuevo?», haciendo alusión al perfil retro del estilo new wave. Inmediatamente complejiza su situación diciendo: «mientras miro las nuevas olas yo ya soy parte del mar». La disconformidad inicial parece absorberse en un reconocimiento; como si dijera: yo soy eso antiguo que llega para renovar, y en cierto modo liberar, mi época. Lo cierto es que el reflexivo argumento de la canción le sirve a Santaolalla para considerar que García está en contra de la renovación, que se comporta como un censurador, que perdió el oído de su tiempo, que se está sumando a la represión en un país lleno de represiones políticas y culturales. Por el contrario, él (Santaolalla) viene a traer lo nuevo. A esta crítica se le suma alguna otra; Federico Moura dice en un momento que él hace canciones que duran dos minutos, no como Serú Girán, que hace temas largos. En efecto, «A los jóvenes de ayer» (Bicicleta, 1980) es una pieza maestra que tiene un extenso pasaje instrumental en el que la banda suena con una potencia superior, que hoy día es difícil de reproducir aun con un ensamble de cuerdas. No sé si estas críticas tuvieron su efecto; pero el siguiente y último disco en estudio de Serú Girán (Peperina) tendrá otro sonido, popizado, tal vez, con lo que quedan atrás los pasajes instrumentales y retroceden significativamente los sonidos progresivos. Lo cierto es que Santaolalla tuvo su oportunidad, pero tal vez le haya quedado la sensación de que no la aprovechó; la gran renovación pop vino de la mano de García como solista y como productor a partir de 1982 con Yendo de la cama al living. «Mientras miro las nuevas olas» es un rock and roll, si se quiere, de pesada orquestación, de letra muy explicativa para el estilo, además de algo simplona en sus imágenes, pero que tiene el valor de asumir cierta realidad que a los ojos del poeta se empieza a revelar. En los años por venir, García abandona toda dubitación y empieza a formar parte del mar de la nueva ola.

Saben los que te conocen
que no estás igual que ayer
¿Te acuerdas de Elvis cuando movió la pelvis?
El mundo hizo ¡Plop! y nadie entonces podía entender
Qué era esa furia
Pues bien el muchacho se hizo rico y entonces
las dulces canciones conquistaron las señoritas,
A papá y mamita!
¿Te acuerdas del Club del Clan y la sonrisa de Jolly Land?
La música sigue pero a mí me parece igual.

¿Te acuerdas de los bailes de los palos de escoba?
¿Te acuerdas que entonces era la Nueva Ola? y bien,
¿Qué es esto de nuevo?
Te acuerdas del tipo que rompía las guitarras
cuando nadie tenía un miserable amplificador?
¡Hay miles ahora!
Corbatas con saco gris
Flequillo sólo hasta la nariz
La historia prosigue pero yo ya la vi

Quiero estar en la playa cuando se han ido
los que tapan toda la arena con celofán,
Recordar las estrellas que hemos perdido
y pensar a ciencia y verdad nuestro porvenir
¿Será como yo lo imagino o será un mundo feliz?

Quiero estar bien, bien solo lejos del ruido
descubriendo por qué olvidamos y volvemos a amar
Y pensar qué sería de nuestras vidas
Cuando el fabricante de mentiras deje de hablar

Mientras miro las nuevas olas
yo ya soy parte del mar.


García y el tango. En los años de Serú Girán, a García todavía le preguntaban sobre su posición frente a la tradición musical. En una de las primeras entrevistas que le hicieron en tv, declara que su música está influida por el rock, la música clásica, el jazz y el tango. Cualquiera puede pensar que esa es la mezcla determinante de Serú Girán. No obstante caben algunas observaciones. En la época en que se publica Bicicleta, dice en una entrevista que él no sabe hacer solos de jazz, y que un pasaje jazzeado en «Tema de Nayla» fue ejecutado por Diego Rapoport. Para la ejecución en vivo de la canción, dice haber escrito ese pasaje; es el que suena increíblemente armonioso y perfecto en el concierto que la banda grabó para canal 11, sin público, con la escenografía que había utilizado en su presentación en el estadio Obras. Recuerdo bien ese concierto, por el hecho por demás extraño de que nunca había visto a una banda de rock argentino presentarse en un show televisivo que habrá durado por lo menos cuarenta y cinco minutos. En la entrevista previa a ese concierto, Oscar Moro (baterista de la banda) dice: «Serú Girán es un grupo de músicos argentinos, reunidos para hacer música argentina». Esta amplia definición nos dice que la banda y la música de García se exponen ante la encrucijada de determinado devenir de la época. La búsqueda identitaria pone a García en una situación de discusión. Polemiza con la new wave, pero también polemiza con el tango. En una entrevista concedida a la revista Pelo, García dice «el tango está en el aire». Cada tanto he vuelto a esta formulación de un signo propio que no se necesita asumir, sino que se percibe en la misma acción de estar vivo. Así García reinserta al rock en la tradición cultural del país llevándolo a un género que no tiene otras referencias que las propias. Eso es el tango. El rock, en cambio, tiene a sus precursores y estrellas a muchos kilómetros de acá. Es como si García dijera: yo pertenezco a la cultura del rock pero vivo en la del tango, que es intrínseco a mi respiración. No obstante, a mi entender García no asume el tango naturalmente, no se deja llevar por su idiosincrasia y su poética, sino que así como lo vive lo cuestiona. Le gusta recordarlo, pero tal vez no tanto escucharlo. Lo toca, entra en una frecuencia y en ese clima le responde. «A los jóvenes de ayer» es un gran esfuerzo compositivo por generar y exponer todas estas cuestiones de identidad; y la forma de hacerlo no es simple. Musicalmente, compases de tanguito y milonga se fusionan con las fusiones de la música progresiva y la herencia clásica. El resultado es uno de sus grandes temas. Podría ser recordado solo por esta canción. En cuanto a letra, García va, como no podía ser de otra manera, en oposición; se resiste con irónica dulzura a ser alguien que «llora el pasado», o a convertirse en un modelo de otro tiempo. Y a la vez, el afecto y la crueldad serena con que trata a los tangueros habla también de que se ve a sí mismo en esa imagen; una imagen mítica que se encuentra como destino, en un futuro, lejos, es decir, en el pasado.

A simple vista puedes ver
como borrachos en la esquina de algún tango
a los jóvenes de ayer

Empilchan bien, usan tupé,
se besan todo el tiempo y lloran el pasado
Como vieja en matiné.

Míralos, míralos, están tramando algo
Pícaros, pícaros, quizás pretenden el poder
Cuídalos, cuídalos, son como inofensivos
Dígalo, dígalo, son nuestros nuevos Dorian Gray

En un remís, en SADAIC,
con sus bronceados de domingos familiares
y sus caras de kermesse
Grandes valores del ayer
serán los jóvenes de siempre,
los eternos, los que salen por TV


José Villa es editor del sitio op.cit. Ha publicado libros de poesía y artículos de crítica literaria.