En la Avenida Charly García. Dossier

POR FAVOR, YO / Imágenes de Charly García


Por Jorge Monteleone

Piso 1. El pasaje del niño que inventaba melodías en un pianito de juguete al alumno de conservatorio Carlos Alberto García Moreno que tocaba con facilidad las partituras fue el comienzo del mito personal: la escena de la familia de clase media que quiere un concertista hasta que el pibe escucha su primer disco de los Beatles y siente que,  junto con el estudio de piano, venía una “mentalidad de vida muy represora”, es propicia. Fue en 1963, a los doce años. Charly García dijo que al escuchar “There’s a place” “se volvió loco” y ahí “¡kabooom! se acabó mi carrera de músico clásico”. El tema estaba en Please please me”, ese primer disco del sesenta y tres. En la edición argentina los improvisados traductores saquearon brutalmente el diccionario y borraron el sexual “Por favor complaceme” y escribieron: “Por favor, yo”. Pero la frase no dejó de producir una huella futura y una rima: cuarenta años después, en 2003, Charly García grabaría un disco llamado Rock and Roll Yo.

Piso 2. Como siempre en el rock el cuerpo es un signo, no hay rock sin ese ego –demasiado ego–  que habita una imagen como un acto material de presencia. ¿Cómo fue ese origen? Algunxs pudimos asistir a ese comienzo, que fue también un origen para nosotrxs. Sui Generis es una frase en latín que significa “único en su género”, algo de un carácter  excepcional. En 1972 ya todo había sido fundado: habían pasado “Rebelde” de Los Beatniks, con Moris y Pajarito Zaguri y “La balsa” cantada por Tanguito en el baño de La Perla del Once y asimismo “La balsa” grabada por Los Gatos. Ellos también se habían separado, tal como ya habían terminado Almendra y Manal. Incluso ya había aparecido La Biblia de Vox Dei. Pero lo que no había ocurrido era algo único en su género. La música no vendría exactamente del under, de las calles y de los bares del centro, de las trasnoches de un teatrito o un cine a deshoras, de Plaza Francia y la calle Corrientes, de las corridas de la cana y la división Toxicomanía, del estudio de grabación cuando se vaciaba después de que alguien cantara boleros. La música vendría del colegio secundario.

Piso 3. En el aula o en el patio del colegio Dámaso Centeno, el alumno Carlos García Moreno, del conjunto (entonces no se llamaban “bandas”) “The walk spanish” (tomaron el nombre de un manual de inglés), con el alumno Carlos Alberto Mestre, del conjunto “The Century indignation” hicieron una fusión y formaron Sui Generis. Al principio eran seis, cantaban en inglés pero, escuchando a Los Gatos, ya entendían que solo era posible apropiarse del rock al cantarlo en español. Después egresaron y quedaron dos solos: Charly García y Nito Mestre. En 1972 sacaron ese primer long-play (casi nadie le decía “álbum”), Vida, con el pelo largo y la remerita bien pegada al cuerpo desgarbado y los pantalones vaqueros pata de elefante. Se los veía pendejos, como nosotros. Así flaquitos, sentados en el piso, contra la pared encalada, charlando. No eran un ideal, solo un espejo un poco más alto. Lo que salía del secundario volvía al secundario, único pero plural, se repetía en otros miles de patios y plazas y los fueguitos en la playa con las violas baratas un poco desafinadas. Ese era nuestro primer Charly, el de anteojos gruesos, un tipo con una leve extravagancia, de cuerpo parecido a cualquiera  –si ni siquiera sabíamos que podía tener un bigote de dos colores. Era apenas el hermano mayor de una utopía adolescente. “Yo tenía el pelo largo sin gomina por primera vez en mi vida”, dijo. Fue un brevísimo momento de pasaje, de leve diferencia, de rebeldía idílica poco antes de los golpes verdaderos.

Piso 4. El proceso de pasaje para el músico fue una iniciación en la violencia institucional al poner, literalmente, el cuerpo, cuando tuvo que hacer el servicio militar: “yo no me la bancaba y me puse muy loco. Insulté a un teniente y después de una larga aventura me llevaron al psiquiatra y decretaron que estaba esquizo-histérico. Me largaron. Después de ese viaje de locos, en el hospital, compuse ‘Canción para mi muerte’”, contó. La otra canción de esa experiencia fue “Botas locas”. Del primer disco de Sui Generis, Vida, al tercero, surgió la parábola que volvería a Charly y a su público de adolescencia conscientes del efecto de las instituciones en la vida común. Los que salían del secundario se abrieron a un riesgo donde el cuerpo sería llevado al peligro. Por ese tiempo también nos empezaron a cagar a palos, a reprimir, a perseguir y, muy poco después, a cercar y a asesinar. Como ocurrió con aquel bautismo brutal de Charly en el aparato represivo del servicio militar obligatorio (que recién finalizó en 1994 después del asesinato del soldado Omar Carrasco). Eran los días posteriores a la muerte de Perón, del gobierno de Isabel, de la acción criminal de la Triple A de López Rega desde el Estado y del paso a la clandestinidad de las organizaciones armadas. El disco tuvo una censura previa, que llegó con una advertencia del gobierno al editor Jorge Álvarez, que estaba en la mira: se eliminaron “Botas locas” y “Juan Represión”, se atenuaron algunos temas, el disco se llamó Pequeñas anécdotas sobre las instituciones. Pero Sui Generis cantó las canciones eliminadas en un show de Uruguay en agosto de 1975.  Como ocurrió durante la dictadura, que llegaría unos meses después, la continuidad represiva entre las dos orillas era común. Los secuestraron del hotel, les vendaron los ojos, se los llevaron en una camioneta y los molieron a golpes en un edificio donde se oían los gritos de los Tupamaros torturados. Le pidieron a Charly que escribiera la canción y él cambió el sentido de un par de versos: “si ellos son la patria / yo me juego entero”, puso. Los largaron paralizados de frío y dolor a la calle.    

Piso 5. El recital de despedida de Sui Generis en el Luna Park  el 5 de setiembre de 1975, al mes siguiente de la paliza recibida en Uruguay, fue el equivalente al dream is over de Lennon, que era el fin de la utopía hippie. Cuando vimos a Charly con una barba tupida a dos colores nos olvidamos del lampiño: ya era otro tipo. Estaba vestido con ese mismo frac blanco que en la tapa del último disco de Cream tenían Jack Bruce, Eric Clapton y Ginger Baker y que se llamaba, justamente, Goodbye Cream. Este sería igual: Adiós Sui Generis. Con esa mutación conocimos la iconicidad del cuerpo de Charly. El Flaco Spinetta, por ejemplo, siempre fue igual a sí mismo y ganaba en sutileza. Charly mutaba como si su cuerpo fuera un manifiesto de cada presente.  No me refiero a cambios espectaculares, como los de Bowie, por ejemplo, sino a ese cuerpo mutable siempre llevado a cierto extremo, literalmente ex-céntrico. El tipo de pelo larguísimo de Serú Girán y el pelo oxigenado a lo Kurt Cobain; el del pelo corto frente al muro que dice Modern Clixs o el de los mocasines de piel de leopardo; el de los dedos larguísimos y retorcidos que rematan en las uñas pintadas y el extremadamente flaco y de espaldas que escribe con aerosol las paredes blancas de su departamento; el de la piel plateada y el brazalete de Say no more y el que tiene un poncho blanco bajo la lluvia: el que siempre regresa, el que estalla y el que sucumbe, el que se parte de anfetas o el que se ralenta vulnerado, el  transformista de sí mismo. El tema “Otro” de Random (2017) dice que siempre hay otro y otro y otro personaje para interpretar: “En la primera hora / me dieron el papel / la concha de la lora / ahora lo tiene él. // Por eso yo ya quiero / otro, otro, otro / yo quiero otro, nada más”, pero también dice que la ratio médica quiere que él mismo sea otro: “La medicina quiere / otro, otro, otro, / querían otro en mi lugar, / otro, otro, otro”.

Piso 6. Y además la música misma produce el cambio. Si “ya estaba podrido de la guitarrita y la flautita” del primer Sui Generis, como dijo una vez, y pasaba del folk al sintetizador y el mellotron, también cambiaba la imagen corporal, lo traspasaba otro ritmo que no solo sería el del último disco del dueto, sino también el primero de La Máquina de Hacer Pájaros, supergrupo de virtuosos (con José Luis Fernández, Bazterrica, Cutaia y Moro) que se conforma según el modelo del rock progresivo de los setenta –“éramos el Yes del subdesarrollo”, dijo Charly.  Cuando  comienza componiendo “Yendo de la cama al living” al disolverse Serú Girán, se entrega a una escena solipsista: usa un grabadorcito que tiene en su casa y hace demos en una cinta que luego copia en el estudio y a la cual le agrega voz y piano. En el tema «Casa vacía» de Say no more aquel living se asume como  una forma del caos. En el tema se escucha: «Si querés mirar mirar/ esto tiene muchas salidas/ yo soy vos yo soy vos / vivo en una casa vacía». La estética del solipsismo se construye sobre el no decir, que en la voz se distorsiona hasta el verbo mutilado por sentidos y sonidos superpuestos, como capas exasperadas de materia sonora, desechos, tachaduras e ironías. Una especie de action painting sonoro, como el de las paredes con aerosol de líneas superpuestas. La voz de Charly se oculta en la masa sonora o de pronto grita en primer plano, susurra frases sueltas en un borroso fondo chirriante, hay restos de melodías de piano, un lodo de cuerdas, el atisbo de una sinfonía olvidada que deviene farsa, una confusión calculada. Ese tedio esencial comunica, en verdad, lo incomunicable: se inicia como una música vaga que llega de lejos, se fija con un ritmo rocker básico y se espesa, se fusiona, se eclipsa, se hace ininteligible para despedirse con un vago desperdicio sinfónico que muere en una sola voz, irrisoria y serena. En algún momento se oye la consigna: «la vanguardia es así», en otro «no thanks», en otro “la entrada es gratis, la salida vemos”, en otro la frase «donde se van a esconder, podés desapare-» interrumpida por una ráfaga (Charly es también un extraordinario creador de consignas). Podría asegurarse que la mejor audición de «Casa vacía» no es la amplificada, sino más bien la que dispone la intimidad autocomplaciente de los auriculares, donde pueden descubrirse los detalles del susurro y de ciertas declaraciones que van de un oído al otro. Lo que dice lo dice en inglés, say no more, para decir al fin: “no digas nada”. La música de Charly es una emanación de Charly en vaivén, que va y que vuelve, incluso que se construye y se destruye y produce sus propias escenas imaginarias en lo real.  Pero también es un imaginario musical de lo argentino, reversionado: solo él puede grabar en un ensayo de 1999 el cover de “All you need is love” reemplazando los primeros acordes de “La Marsellesa” por el del Himno Nacional Argentino y solo por él podemos referirnos al “Himno Nacional de Charly” grabado en  Filosofía barata y zapatos de goma, 1990.

Piso 7. El cuerpo de Charly García  siempre fue como un diapasón: con cada golpe sale un tono que vibra. Lo que comenzó a cantar desde el principio es una especie de historia oblicua de la Argentina en su sismógrafo corporal. Parece que el bigote bicolor proviene de una afección muy temprana: cerca de los cinco años sus padres hicieron un viaje largo a Europa y sintió un abandono que se cobró el cuerpo por primera vez con vitíligo, una enfermedad de la piel que deja zonas blancas, despigmentadas. A Charly le quedó blanca la mitad de la cara: un arcaísmo infantil de lo que fue toda su vida. La cultura rocker pone en escena un cuerpo: el de Charly es, desde el principio, el doble de riesgo de esa escena que la sociedad argentina representaba. “Amar a la patria bien, nos exigieron: / si ellos son la patria yo soy extranjero” decía “Botas locas”. Sus composiciones siempre oscilaron entre el individualismo anárquico y el enfrentamiento con lo institucional e incluso manifestaron estos polos cruzados como un antagonismo: el anarcoindividualista contra las instituciones. Por una parte, ofreció un ademán de la manía y la extravagancia que en su deriva podían rematar en la locura o la autodestrucción. Como una cuerda tensada, la voz de Charly García es una cámara de resonancia de la imbecilidad pública que teatraliza lo banal en carne viva. Por otra, esa voz solitaria, irreductible, se manifestó en su cruce con lo social por vía de un ácido conflicto con todo aquello que coerciona el cuerpo y la conciencia. Charly mismo proyectó esta figura en el límite entre lo real y lo imaginario: desde ser el intérprete de la historia que leyó la banalidad criminal de la dictadura,  hasta ser el huésped furioso de un delirio megalómano o de radical individualismo. Tanto “Canción de Alicia en el país”, o “No bombardeen Buenos Aires”, o “Demoliendo hoteles”, o “Los dinosaurios”, o “Nos siguen pegando abajo” para lo primero, como “Yo no quiero volverme tan loco”, o “No voy en tren”, o “Hablando a tu corazón”, o “Influencia” para lo segundo:  hay ejemplos por decenas.

Piso 8. Es curiosa esa exterioridad vital: muchas veces se le siente una timidez intrínseca, imborrable, que se quiebra con microestallidos de genio imprevisto o de ira, esa introversión que sale de sí de repente, como algo que se arroja. Porque se arroja literalmente: aquel día de marzo del 2000, en el hotel Aconcagua de Mendoza, desde la cornisa de la terraza sobre el piso 9 donde estaba alojado, Charly se tiró a la pileta. Salió ileso, nadando. Cualquier otro se estrella contra el piso, como le pasó al cantante de funk brasileño Mc Kevin en un acto similar. Lo absolutamente extraordinario no es solo que este hecho haga coincidir el delirio con la figura del “Superhéroe” sino que, además, Charly lo transformó nuevamente en el continuo de su mitología musical. 25 años después del show del Luna Park, en el 2000, Sui Generis se reúne y graba un cuarto disco llamado, con toda intención, Sinfonías para adolescentes. Charly incluyó allí dos temas llamados: “Me tiré por vos” y “Noveno B”. En el primero la acción se dice en pasado: “Estaba muy aburrido / en mi Mendoza fatal / dije  ¿qué me falta ahora? / sólo aprender a volar / / Mirá, pendejo, me tiré por vos / Me tiré por vos / Me tiré por vos // Yo tengo todos los discos / y la actitud radical / quise enseñarle a los chicos / la última oportunidad // Mirá, pendejo, me tiré por vos  /Tírate ahora, me tiré por vos”. En el segundo la acción es futura, como intención o promesa: “Me voy a tirar del noveno piso / me voy a tirar al mar / me voy a tirar / aunque sea por vicio / me voy a tirar igual”. Muchos de los temas que enmarcan y rodean estos dos son covers de canciones de los sesenta, que remiten a aquellos años de adolescencia en los que se formó Sui Generis: temas de Vanilla Fudge, Don Covay, The Byrds, The Ronettes, incluso de Los Shakers. En Charly hay toda una poética del cover, menos mimética que verdadera apropiación ya que, además, suele ser cantado en español con una traducción propia. El cover es también un modo de ser, otra vez, algún otro, jugar otro rol así como los ecos de su música también se mimetizan: hacer de Lennon, de Prince, de Cobain, de Gene Clark, de algún Charly García ya vivido que renace aunque la voz se arruine en el sosías (60 x 60 fue, por ejemplo, otra gran experiencia de retorno). Al conjunto de covers de Sinfonías para adolescentes, se suman tres temas que Sui Generis no pudo grabar por entonces: aquel llamado “Monoblock”, compuesto junto a Carlos Piegari, cuando todavía eran seis, “Espejos”, y el prohibido “Juan Represión”. ¿Quiénes son los adolescentes destinatarios de este disco en el cual Sui Generis regresa? ¿Quién es el pendejo por el cual se tiró?  ¿Es acaso el pendejo del 2000 al que Charly le habla con suficiencia y dolor o aquel otro del pasado que fuimos cuando Charly era casi un hermano mayor, un semejante? Creo que se trata, otra vez, de un retorno del mito originario para el cual los años de Sui Generis fueron el fundamento (todo mito no hace más que repetirse como relato y perfeccionarse en cada repetición ritual). De allí los temas perdidos que se lanzan por primera vez pero a la vez son viejos antes de ser estrenados y los covers que representan la música escuchada en los sesenta, pero ahora apropiada en un ritmo personal y una lengua diversa de los originales. Así el acto de tirarse a la pileta, en sí mismo rabiosamente excepcional, obra en el imaginario musical de Charly con mayor fuerza todavía.

Piso 9.  Este feroz solitario que dice yo nos habló desde el primer día. Habla de sí mismo pero nombra a cada quién: tantas veces fue que nos dijo.  Lo sabemos de memoria y quienes nacimos aquí en su tiempo lo llevamos siempre en el inconsciente colectivo. Escribe, por ejemplo, una canción llamada “De mí” que dice: “Cuando estés mal cuando estés solo, / cuando ya estés cansado de llorar / no te olvides de mí / porque sé que te puedo estimular”. Multiplicó el yo entre miles y está en nuestra autobiografía. 


Jorge Monteleone. Profesor en Letras (UBA). Escritor, crítico literario y traductor. Investigador en el CONICET. Especialista en literatura argentina. Es periodista cultural en medios gráficos de Buenos Aires y La Plata. Compiló y coordinó la antología 200 años de poesía argentina (Buenos, Aires, Alfaguara, 2010).