Javier Galarza (1968-2022): La religión Hölderlin – Dossier

Algunas de las intervenciones en la presentación de La religión Hölderlin y homenaje a Javier Galarza el 19/8/22

Javier Galarza, 2014. Foto: Marco Zanger

La religión Hölderlin o el desborde del libro sobre el mundo

Por Gabriela Franco

En junio de este año (2022), Natalia Litvinova me propuso ser una de las presentadoras de La religión Hölderlin, el libro de Javier Galarza que saldría en agosto. Me envió entonces un archivo todavía no maquetado y fue así que tuve el privilegio de conocer este libro con anticipación.

Esa circunstancia posibilitó dos cosas. La primera y más importante es que me permitió llegar a cruzar algunas palabras sobre su nuevo libro con Javier Galarza: pude decirle que me había gustado mucho, que me resultaba estimulante, inspirador, emotivo y tambiénarriesgado. En ese breve encuentro sé que ambos nos sentimos contentos y expectantes. Me guardo esa felicidad de sentirnos embarcados en un mismo viaje.

La lectura anticipada también me permitió observar con mayor evidencia que Javier Galarza no nos dejó un libro sino dos. Porque es uno el libro que leí en ese primer momento y es otro el que leemos ahora, en el vacío de este presente. No son iguales. Como un Pierre Menard, Javier Galarza reescribió su propio libro antes de irse y lo volvió premonición, ceremonia y despedida. No de otro modo resuenan ahora algunas palabras: “El peligro, o el amor, emanan también del vacío que crean las cosas que dejan de estar. O las personas que salen de nuestras vidas, como un actor de una escena”. O también: “Saqué estas fotos ayer para mirarlas en un futuro donde no estaremos”. Y más: “Hoy recordé a alguien que no está y pensé qué sano es tener momentos de tristeza. Hoy lloré por el mundo que perdimos”.

Queremos celebrar con alegría a Javier Galarza y su obra, pero para hacerle justicia no es necesario eludir la muerte ni la tristeza. Hay en su obra la convicción de una unidad entre vida y muerte, y una reflexión insistente sobre lo provisorio —“y todo lo es”, advierte—, que acaso podríamos distinguir incluso como una ética.

“La muerte de un poeta es un drama del lenguaje”, dice Galarza retomando a Joseph Brodsky, “algo se apaga también en el momento en que la tierra debe dar paladas sobre sí misma”. Quiero entonces hacerle un lugar a esa palabra herida, y como el maestro budista al que refiere otro de los textos de este libro, recibir y compartir “ese regalo de tener un día para llorar”.

Decía que Javier Galarza nos dejó dos libros en uno, pero en realidad La religión Hölderlin son muchos libros. Porque se trata de una obra inclasificable, o más bien clasificable de múltiples maneras, aunque cada una da cuenta parcialmente de la obra. Podríamos decir que es un libro de ensayos. Pero es también un diario personal, una carta, un poema, un libro de estampas, una crónica de la pandemia, un álbum de fotos, una compilación de citas, un libro de relatos urbanos, una novela. Es un libro de filosofía, de poética, una introspección del yo. Es también un juego de piezas móviles: cada ensayo es fragmento y ensamble, puede leerse de forma aislada y al mismo tiempo entabla una continuidad y conforma un todo.

Algunas frases funcionan como un espejo que habla de sí mismo: “Quiero pensar en la poesía como un daño colateral, como un automóvil viejo que atraviesa la lluvia o un tropiezo en el lenguaje. Trabajar con el concepto de ‘libro artefacto’, es decir: una máquina rústica pero eficaz, con piezas intercambiables”. En ese abismo de un libro que habla de sí, leemos: “Allí donde se acumulan cicatrices, despliego el libro que te escribo”. Y esa segunda persona —que atraviesa todo el texto— marca otro rasgo esencial de este libro: su carácter de diálogo, atendiendo a aquello que decía Hölderlin (somos siempre un diálogo). Muchos pasajes del libro están dirigidos explícitamente a otro personaje, “Alia”, que ya desde el nombre y el género invocan a lo otro, al reverso, el borde que define y determina a un yo, y así también lo multiplica.

Este libro es también un sueño. O un estado de ensoñación. Hay frases que se repiten, que vuelven una y otra vez con variaciones, y producen un efecto encantatorio. Citas de Hölderlin cuya reiteración señala una insistencia y una música: “Allí donde está el peligro crece lo que salva”, dice el poeta alemán citado por Galarza. O también: “El lenguaje es el más peligroso de los bienes y la poesía, la más inocente de las ocupaciones”. A través de esas reiteraciones se produce una sensación de déjàvu, un estado onírico, como si se ingresara en otra dimensión, en el universo Hölderlin, o mejor, en la religión Galarza, que es la religión de la poesía: “Los poemas serían entonces esos pequeños reductos del misterio, donde nos encontramos como en un sueño, y nos preguntamos si somos los mismos que habitan el espacio diurno”. Y más adelante: “En la poesía ocurre como en el sueño: la multiplicidad de sentidos de un texto tarda años en descifrarse y siempre aparece un nuevo significado”.

Pregunta Galarza: “¿Cuánto tardamos en comprender un amor o un libro?”, y el interrogante se vuelve ahora sobre nosotrxs: ¿cuánto tiempo tardaremos en descifrar La religión Hölderlin? ¿Cuántas lecturas harán falta para leer todos los libros que habitan en este libro?

Hay una ética —y una estética— basada en el amor a lo provisorio. Pero la conciencia de lo transitorio o perecedero no implica renuncia. Por eso la literatura puede ser el lugar de guardar ese exceso de vida que a veces nos sucede. En uno de los ensayos, “La premonición de Rilke”, Galarza cuenta que Los sonetos a Orfeo alcanzan su cumbre cuando Rilke ofrenda a la divinidad el recuerdo de un caballo corriendo en la estepa rusa. Y destaca especialmente lo que cuenta Rilke en una carta sobre ese poema: “Escribí, hice, el caballo”, “lo viví”. Y parecería ser esa la conexión de Javier Galarza con la escritura. Es un caballo corriendo en la estepa. Es un caballo corriendo en el poema. Javier Galarza hizo Hölderlin, lo vivió. Y el caballo sigue corriendo.

Galarza cuenta también que una vez, con una chica, salieron a hacer esténcil en las paredes de la ciudad: “Quería un desborde del libro sobre el mundo”. Y esa es otra de las imágenes que atraviesan el libro: “El mundo es texto en tanto la vida misma es escritura. Y muchas veces uno reescribe libretos, los borra, los altera o los tacha. Me interesa ese desborde de la hoja de papel sobre la vida. Buscar en la escritura ese fluido: en las marcas de los libros, en papeles borroneados, en agendas con tachaduras, en colores de tinta y notas al margen. Deseo de expandir el mundo, no en el sentido de crear una ficción, sino en el de apresar un caudal de existencia que de otra forma sería inasible”. La escritura rebasa los límites, toma cuerpo en los márgenes de las hojas, en los de la ciudad, en los afiches, en las pintadas callejeras, en las remeras estampadas.

“Toda fiesta es deudora de nuestro origen en el fuego”, dice el poeta. Me gusta pensar que nosotros, reunidos alrededor de este fuego que es la palabra de Javier Galarza, somos una pequeña parte de ese desborde inmenso y genial que implica la aparición en el mundo de La religión Hölderlin.


Gabriela Franco (Buenos Aires, 1970) estudió Letras y es poeta, docente y editora. Publicó Por las ramas (Primer Premio Nacional de Poesía Storni 2022), En orden de aparición, Modos de ir, Los que van a morir, Piedras preciosas y Calle. Compiló varias antologías de poesía. Coordina la revista Por el Camino de Puan de la UBA, colabora en distintos medios, y ha realizado ciclos y talleres de poesía.


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Somos palabra en diálogo

Por Anna Frandzman

somos palabra en diálogo nos dice Hölderlin,
eso escribe Javier en un mail al grupo de taller que aún comparto,
ese lugar, que es otro lugar,
tan igual como distinto,
con Ianina Fornaro, Ayelén Rives y Ana Sibemhart.
vuelvo sobre estas palabras y ubico: aún, eso. Me doy cuenta.
Eso está ahí aún como un susurro que irrumpe lleno de vida
que engarza sin anudar, une sin amalgamar
que convoca, no, llama, mejor, invita a gritos
a vivir colectivamente algo de lo real,
como escribió en La religión Hölderlin
el encuentro con Javier es una conversación sin tiempo,
su sagrado se despliega en el interior de cada uno,
derramándose en la letra que circula,
siempre con generosidad
comienza sigilosa y humilde, casi abismada,
toma primero el pecho en una especie de ardor,
y sin esperarlo, pero sin sobresalto, como una ráfaga fresca de verano
se escucha su voz, pronunciándose en una entonación suave y cálida,
como caricia,

*

hay un no es sin Javier, que tintinea en cada palabra que se pronuncia entre poetas,
un don que circula, que no es de nadie,
es entre,
mística, silencios, escritura,
entre
muchos, algunos, cada uno,
que nombra y guarece,
tejiendo cuerpos textualizados(*)
sin dejar de deslizarse desafiante,
en un contrasentido,
como la poesía que anula la muerte porque la hace aparecer,

*

estoy atrapada entre dos tiempos,
has partido, de eso me quejo,
estás ahí porque me dirijo a ti.
Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia(**)
y aunque, por momentos, me asalte el hoy ya no
Javier falta porque está y habla
en ese lugar que construye en cada uno,
nos pide que nos reunamos,
y lo recojamos en sus rastros
mi encuentro con Javier
vive en el hoy, en su siempre
eso cada vez,
en la medida que dialogue en un nosotros,
está siendo,
aún.

(*) referencia a Cuerpos textualizados. Correspondencia 2008-2013, entre Javier Galarza y Natalia Litvinova, publicado en 2014 por Letra Viva.
(**) Adaptación de “El ausente”, de Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso.


Ana Frandzman (Buenos Aires, 1989) escribe y ejerce el psicoanálisis en la Ciudad de Buenos Aires. Es concurrente en salud pública, con recorrido en infancia y adolescencia. En 2021 publicó trozeada, libro de poesía concreta en el que deconstruye, a través del juego, el sentido de lo común. Esta propuesta también toma la forma de exposición visual. Se interesa por la relación entre psicoanálisis, literatura y filosofía. Publicó notas sobre estos temas en la revista El Gran Otro y entrevistas y reseñas en las revistas Ruda y Pintó Cultura.


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En recuerdo de Javier Galarza

Por Emiliano Campos Medina

La palabra siempre acude, me dijo Javier una vez. Era la presentación de mi primer libro de poemas. Natalia Litvinova y él iban a decir unas palabras de apertura, pero yo estaba completamente nervioso, dudaba de si llegaría a poder leer o decir algo frente al micrófono. Mientras nos sentábamos en la mesa frente a los asistentes me dijo “al final la palabra siempre acude, tranquilo”. Así inicio estas líneas, confiando nuevamente en que acudirán, aunque esta vez es para despedirlo, para intentar nombrar su falta.

La primera vez que entré en la habitación de La Boca en la que daba su taller junto a Natalia, sentí y pensé que en ese reducido espacio con un par de bibliotecas, una mesa, una cama, y completamente rebalsado de libros era el lugar más completo del mundo. Todo lo que se necesitaba para vivir cabía en ese lugar. Sobre el piso de pinotea, la pava eléctrica soltaba vapor. Cada vez que ingresaba alguien nuevo aparecía una silla debajo de una pila de libros. Para llegar desde la calle había que pasar por una cocina compartida y una escalera que subía por el patio. Por la ventana se veía el atardecer sobre las chapas del barrio, los gatos en sus escapadas, mediasombras desgarradas por el tiempo.

El taller se centraba en la lectura, por supuesto había un espacio generoso para intercambiar opiniones sobre los poemas que cada participante llevaba, pero la mayor parte del tiempo se leía a partir de libros que Javier y Natalia tenían preparados. Desde Eliot, Rilke, Celan, Mandelstam, Gianuzzi, Juanele, hasta poetas contemporáneos; muchas veces libros recién editados que leíamos completos pasando de mano en mano un poema a la vez: Silvia Castro, Marisa Negri, María Malusardi, Darío Cantón, Franco Rivero. No importaba la trayectoria de los poetas, se leía todo lo que se considerase que merecía leerse y comentarse. Javier fue un enorme difusor de la obra de sus pares y el taller en ese sentido era también una gran usina de difusión.

Mientras la conversación sobre los poemas fluía, a medida que surgían digresiones o enlaces con otros autores, él sacaba libros de las estanterías como una especie de médium, a veces sin mirar. Les pasaba una franela por la superficie de la funda de plástico y te indicaba un poema para leer. Naturalmente Hölderlin era una lectura recurrente, casi diría, estructurante: recitaba de memoria fragmentos de Pan y vino o de Mnemosyne para contextualizar el tiempo de indigencia, la retirada de los dioses anunciada por el poeta de Tübingen.

A Javier la palabra docente le queda chica, él fue un verdadero maestro, en el sentido pleno, existencial de la palabra. Con un profundo compromiso ético, con una gran convicción de que la poesía incide sobre la realidad cambiando a quien la lee y a quien la escribe. Siempre insistió en ese punto. Un nuevo libro de poesía arrojado al mundo no es solamente una operación de adición en cuanto a la proliferación de textos que un poco caracteriza esta etapa, sino un acontecimiento de naturaleza ética, que enriquece al mundo y también al autor/autora. No se es el mismo después de ser atravesado por la escritura de un libro de poesía. Intentaba hacernos conscientes de eso. La escritura nos reescribe ontológicamente de alguna manera. Pienso que en sus últimos años, quizá también a raíz de las mutaciones sociales precipitadas por la pandemia, él creía, junto a Bifo Berardi, que la respiración poética iba a jugar un rol esencial a la hora de poder pensar un resurgimiento de lo humano, un nuevo horizonte utópico para levantar la cabeza por encima de las aguas turbias que nos anegan. Por eso Hölderlin como clave de fuga (en el sentido deleuziano), como fisura abierta en el clima de “realismo capitalista” que nos asfixia y nos hace pensar que es más probable el fin del mundo que un cambio de sistema. Para él la poesía debía servir de guía y de horizonte, así como lo pensó Hölderlin en el contexto de la Revolución Francesa; así también en esta actualidad de recrudecimiento de los discursos intolerantes, de naturalización de las desigualdades e injusticias sociales, la poesía es llamado a reencontrar las potencias de lo humano y también de lo sagrado. Lo sagrado que es perforación de los procesos mercantiles, financieros, técnicos, cosificantes. Lo sagrado solidario de la poesía porque no puede ser osificado, ni capturado. Javier insistía en que padecemos una gran orfandad de “hombres faros”, esas personalidades intelectuales que oficiaron de guías en otras épocas, que facilitaban la cristalización de movimientos y tendencias críticas. Eso que Kandisnky llamaba “catalizadores culturales”. Javier sin duda lo fue. Su humildad, que es también parte de ese compromiso ético que lo transformaba en un verdadero maestro, lo alejaba de cualquier intento de sobreexposición o vedetismo tan habitual en el ambiente cultural.

No dejo de recordar que durante las primeras semanas de pandemia, cuando la cuarentena era total y las calles lucían fantasmales, desoladas; antes de que se volviera habitual el uso de plataformas virtuales, nos mantuvo a sus distintos alumnos activos en grupos de Whatsapp. Mandaba mensajes de audio desplegando las conexiones entre corrientes poéticas, citando biografías sobre Trakl, Mandelstam o Celan. Leyendo poemas de Chantall Maillard o Anne Carson. Esas dos horas y a veces más en las que a partir de sus mensajes leíamos y discutíamos sobre el lenguaje y sobre la vida fueron un verdadero anclaje a lo humano en esa etapa tan posthumana, tan de película de ciencia ficción. Esos grupos se mantenían activos las 24 hs y siempre había un mensaje de su parte: contenedor, amable, lúcido. Por un largo tiempo vamos a andar huérfanos de sus palabras guía, de su iluminar la instantaneidad vertiginosa de la realidad social, política, del drama cotidiano de nuestras calles ardientes; a veces enloquecidas. Hace poco que el mundo es un lugar más solitario para quienes fuimos tus alumnos, tus lectores, tus amigos. Estás sembrado en tus hermosos libros y en la enorme red de poetas que cobijaste y guiaste. Hoy ya sos poesía, hasta siempre querido Javier.


Emiliano Campos Medina (Buenos Aires, 1978) es poeta y artista plástico. Creció en Quilmes, donde reside. De 2003 a 2006 estudió Artes Aplicadas al Muro en la Escuela Llotja de Artes y Oficios de Barcelona, España. Cursó también estudios de Bellas Artes en la UNLP y Filosofía en la UBA. Realizó murales y muestras de pintura en distintos barrios de Buenos Aires para organizaciones sociales, comedores populares y centros culturales. Publicó Nieve en Barcelona (Ediciones en Danza, 2020) y Altares suburbanos (Ediciones en Danza, 2017). Se encuentra trabajando en un nuevo poemario, Napalpi, tierra de los muertos, que recibió una beca del FNA.


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Estrategias de supervivencia

Por María José Bozzone

Cuando los cuerpos se separan, la memoria intensifica su costado animal. Voces, susurros, imágenes, dolor físico y un llamado a estar atenta a las señales. Miro mis notas del taller en papelitos desordenados y leo: Como de la muerte nadie tiene saber… nadie rinde testimonio por el testigo, entonces habla, así seas el último en hablar”.

Podría datar cronológicamente el primer encuentro, pero no tiene fecha el momento de la aparición del habla, un habla que hizo que un maestro sea también un amigo par. Aún escucho el “Hablá, Majo, preguntá, no hace falta saber, hay que perderse y seguir”. En el diálogo con Javier sentí por primera vez que balbucir y enmudecer son compañeras del asombro. Así el taller devino en una experiencia donde la lengua se amplió y abrió el mundo y las escenas. Fue entonces inevitable que el habla de y en la economía se hiciera presente. La amistad entendida como hospitalidad es una economía no mercantil, que sin perseguir la ganancia se sostiene en una deuda motor de vida que no demanda ni siquiera cancelación. En medio de este escribir, recuerdo también los emails que hacían del taller una presencia cotidiana. Leo y recorto:

Claro, Majo –dice Javier–, la desigualdad es el punto. Hace unos años, trabajando ya en los temas que transito ahora, decía que toda lectura desembocaba en el marxismo, todo análisis profundo. Puedo leer a Artaud a través de Blanchot, pero a la larga los surrealistas eran señores burgueses y Artaud no. Olga Orozco era una dama ‘bien’ y Alejandra estaba a la intemperie”. Claro Javier, hay condiciones para vivir, para escribir. Un cuarto propio es un derecho olvidado en estos tiempos de salvajes códigos financieros.

Aún está latente en mí el vértigo de sobrellevar una hipoteca para tener una vivienda. Nada de lo que me conmovía era ajeno al taller. Cuando usando las mismas reglas del mundo bursátil pude cancelar el préstamo, Javier dijo “justicia poética”, mientras yo cantaba al teléfono saliendo del banco “solo tengo esta pobre antena que me transmite lo que decir”. Despojada de los amos, toda palabra es soplada y los nombres, una excusa. Luego se impusieron los recuerdos de la pobreza de infancia y ciertas intemperies de adulta.

“Es que –afirma entonces Javier en otro mail– cuando se llega a la angustia (alerta, te dije una vez), uno sabe algunas cosas: hay bordes que nunca voy a dejar de transitar. Pero dentro de esas periferias, necesito muy poco: una ducha, una máquina, un colchón. Mi despacho, mi home-office. Dormir y trabajar. No me interesan las convenciones, pero pasados los 50 me gustaría tener tres o cuatro paredes a mi nombre, aunque sea en alquiler, sin que el banco me vacíe la tarjeta y poder arreglar la pc y pagar el teléfono”. Nada de eso era imposible con el cobro del subsidio por haber ganado el Primer Premio Municipal. Respecto a esta coyuntura, no hubo justicia ni legal ni poética y todo se dio a destiempo.

Como Javier afirma en un poema, “se lo diré a todos en la vida, algunas cosas se pierden”. Pero la obra continúa el tiempo verbal presente y aquí estamos. Porque se trata justamente de estrategias de supervivencia, como Dionisio en Constitución.


Majo Bozzone (Buenos Aires, 1966) es practicante del psicoanálisis. Le interesa especialmente la vecindad entre psicoanálisis y poesía, que la llevó a publicar artículos, compilaciones y coordinar jornadas. Realizó talleres literarios con Carla Demark (2016-2019) y Javier Galarza (2019-2022). Publicó los poemarios El mito de mi habla (2021), Irrupciones (2020) y Ecos del silencio (2013). Desde 2001 coordina diferentes dispositivos de lectura y ciclos abiertos a la comunidad. A partir de 2019 desarrolla el sitio www.teleotecuento.com.ar.