Javier Galarza (1968-2022): La religión Hölderlin – Dossier

Escritos posteriores a la presentación

Javier Galarza 2019. Foto: Julieta Bugacoff

Habitar el desfasaje

Por Valeria Cervero

¿Cuánto tardamos en comprender un amor o un libro?
Y aun así algo nos huye. No somos contemporáneos.
¿Podremos habitar el desfasaje?

Javier Galarza, La religión Hölderlin

Tres días después del homenaje a Javier Galarza y presentación de su libro La religión Hölderlin, comencé a experimentar una serie de lo que podríamos llamar sincronías, o signos, o llamados de atención por marcas de ese “desborde sobre el mundo” que tanto interesaba a JG, del que más de una vez habló y que también destacó en distintos fragmentos de su libro. Sé que no fui la única que atravesó esas vivencias. Sé además que “esas cosas pasan”, como me dijo José Villa cuando se lo comenté, y como otras veces me sucedió. Sea por la entrada de Marte en Géminis el 21 de agosto –que quienes entienden de astrología destacaron–, o por otras razones astrales o de diferente carácter que se me escapan, los destellos de ese diálogo más allá de nosotrxs que no podemos evitar alcanzaron tal intensidad que se transformaron en motor para, entre otros trazados, esta escritura. Lo que intentaré decir entonces es algo de la trama que extiende el mundo, las marcas que de ella puedo ver. Y hablo de mí para olvidar también mi yo. En palabras de JG, porque “se sacan fotos, no para encontrar una respuesta, sino para multiplicar las preguntas”. Y es en esa potenciación que la poesía sucede.

*

Comencé el lunes 22 de agosto con la lectura de algunos mails a los que no había atendido el día anterior. Entre ellos encontré el boletín único –que elabora Alejo González Prandi–, dedicado a editoriales artesanales. Entre las novedades se anunciaba la presentación, el viernes 19 de agosto a las 19 –mismo día y mismo horario en que se presentó La religión Hölderlin–, del nuevo libro de Nakh Bábnakim: Universos-B. Grimorio 93-39. Diario de Entrenamientos, publicado por Vagantes Fabulae. Si bien mi encuentro posterior con ese texto abre a la vez otra serie de recorridos-avistajes de los que podría decir más, solo voy a destacar que la secuencia 93-39 trajo a mi mente la aparición de esos mismos números, el viernes mencionado, en mi lectura de algunas páginas del libro de JG; lectura que a su vez me había hecho recordar la irrupción más cercana del número 39 en mi vida, una semana antes. Todos estos signos bastante obvios solo me habían llamado la atención por breves instantes y los había olvidado, hasta ese lunes, en que otra lectura se activó.

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El sábado 13 de agosto nos habíamos encontrado con José Villa, por sugerencia de él, en la esquina de Corrientes y Lacroze, en Chacarita. De ahí nos dirigimos hasta un bar en la zona. Durante el camino pasamos por la terminal del colectivo 39, en Guevara y Jorge Newbery, algo que quedó guardado en mi memoria a partir de que José hizo un comentario sobre ese cruce. De lo contrario tal vez me habría pasado desapercibido. Pero sus palabras hicieron que recuperara la situación y el número de la línea de colectivo, en primer lugar, cuando el viernes 19 de agosto leí dos textos del libro de Javier que la mencionan y –luego de olvidarlo pasajeramente– cuando el lunes siguiente leí el mismo número en el subtítulo del libro que cité más arriba: Grimorio 93-39. Lo que se suma a estas coincidencias es que el número 93 también aparece en el texto de JG:

«Ocurrió hace algunos años. Me perdí. Dos veces en la misma semana. Abandoné toda intención y me olvidé de bajar del colectivo. La tormenta era fuerte. Aparecí en un lugar desconocido, por segunda vez en unos pocos días. El 93 ignoró mis señas. Debí aguardar en el frío. ¿Alcanzó Buda la iluminación por hartazgo? Luego de peregrinar en busca de todos los maestros se abandonó. Y con la puesta de la última estrella logró la luz. La mente se mueve porque hay algo que hacer. Alguna motivación, alguna meta o un lugar al que llegar. Cuando ya no hubo método ni esfuerzo y no tuvo dónde ir, Buda se iluminó. Como Castaneda encontró su lugar cuando, exhausto de buscarlo, se quedó dormido.

«Un lugar al que volver, comida caliente, la ropa seca y una estufa me devolvieron al mundo de los deseos. En aquel tiempo vivía en un barrio custodiado por la prefectura y me inclino a creer que allí hay una metáfora. Al día siguiente de la tormenta, un hombre se desnudó en la Avenida Patricios y corrió entre los autos hasta abordar el colectivo 39. Sigo buscando las señales y las palabras. Poco puede lograrse a través del esfuerzo. Pero decir esto también es un error. «
(“Ramdom Haiku Generator”, La religión Hölderlin, p. 41).

Ya en la página 37 del libro aparecía la línea 39: “Tengo un fuerte recuerdo de mi adolescencia. Con unos chicos, vestidos con el uniforme de la escuela, subimos a un colectivo 39. Adelante mío, un hombre leía un diario. Miré el titular. Decía ‘Argentinazo, recuperamos Malvinas’…”.

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Intentando disipar un poco mi ignorancia sobre los significados de los números, pude ver que, según distintas fuentes, el 39 y el 93 aparecen asociados a: la creatividad a través de las palabras, la espiritualidad, la iluminación, la influencia benéfica sobre otres.

*

El colectivo 39 es el que une Barracas con Chacarita. Parte de la avenida Patricios, en el límite entre Barracas y La Boca; luego pasa por el parque Lezama, en San Telmo, y también por Constitución. Al llegar a Chacarita, dobla por Lacroze hacia Corrientes, antes de pegar la vuelta hacia el final de su recorrido, en Jorge Newbery y Guevara.

Cualquiera que haya conocido un poco a Javier o lo haya leído puede saber que Barracas tiene un peso en su historia y en sus textos. Como La Boca, Constitución o San Telmo, constituye uno de los escenarios en los que se teje la trama simbólica de su poética. Más de una vez habló y escribió sobre el puente de la calle Ituzaingó que le apasionaba a Borges, en el límite entre Barracas y Constitución; los barcos oxidados del puerto; las fábricas abandonadas de Barracas; Constitución, donde “confluyen todas las tribus de Buenos Aires”.1 También leemos en La religión Hölderlin: “En la caminata de La Boca a Constitución intentamos sorprender el estatismo de las cosas. Pero todo bajo la luz del sol origina un efecto. Y aprendemos también el amor por la noche” (p. 103). La tarde en que nos vimos con José Villa, nos encontramos en la esquina de Corrientes y Lacroze, frente al cementerio de Chacarita, adonde dos días antes no pude llegar al responso por JG.

*

Una de las fotos de Javier que aparecen en La religión Hölderlin (p. 27) muestra una imagen del parque Lezama durante la época del confinamiento, cuando escribió buena parte de estos textos. Hacia el final del libro podemos leer: “Toda fotografía nos dice que, algún día, alguien comienza a faltar. Uno deja cosas y es dejado, no tenemos medida de lo perdido” (p. 113). Pero también, inmediatamente antes de esa foto que menciono (p. 26):

«No todo puede dejarse: no todos los cuerpos, no todos los ríos pueden ser atravesados. Alia, yo quería tatuarte, escribir un texto en tu remera o en tu espalda. (…) Cuando era adolescente, quería escribir en la pared de los cementerios. (…) Quería un desborde del libro sobre el mundo. Yo fui marcado. Estampa como marca o huella. Allí donde se acumulan cicatrices, despliego el libro que te escribo

*

En una entrevista que en 2018 le hizo Natalia Litvinova por la aparición del libro de poemas Für Alina, Javier Galarza cuenta:

“Hace casi 30 años, yo usaba una máquina de escribir Olivetti, regalo de mi padre. Una noche, escribí un párrafo pequeño donde aparecían dos personajes: Alina, una adolescente débil y marginal, junto a un hombre extraviado, acaso un poeta. Pasó el tiempo, se sucedieron los escritos e incluso los libros, pero nunca pude librarme de esas presencias que fueron desarrollándose a través de pequeñas prosas. (…) Tenía la historia que quería contar, los protagonistas recorren barcos abandonados, vías que ya no funcionan, es decir, los restos urbanos de esta civilización. Primero imaginé a Alina como una yonqui, también como portadora de un virus; pero como estas ideas me parecieron densas, solo quise decir que Alina se estaba disolviendo y que el narrador se estaba contagiando de esa progresiva disolución”.2

Y el poema de la página 11 de Für Alina nos confirma:

Disolución. La enfermedad

Pronto Alina me confesó que sufría
de disolución progresiva,
enfermedad que no tardé en contagiarme,
cuyos síntomas ocasionaban
invisibilidades y afantasmamientos;
los estados febriles propiciaban
conversiones religiosas
y visiones varias.
Pronto establecí conexiones
entre su fragilidad psíquica
y la piel blanca y destructible:
Alina era una criatura dañable por el sol,
situaba mis coordenadas
en el espacio exacto
entre la inocencia
y la perdición.
Nuestra consistencia apenas medía
en las balanzas, no aceptábamos
significantes que nos organizaran.
Ningún poder podía escribirse
sobre nuestros cuerpos.
Estábamos perdidos,
no inscriptos
y por eso mismo
desesperados.

La enfermedad de Alina, su “disolución progresiva”, pudo llevarla a ser Alia en La religión Hölderlin. Y quien se contagió de ella bien podría ser quien dice en “Los días de la peste”, el primer texto del último libro de JG: “Los cuerpos cambian a cada momento. El poder extiende la metáfora del virus y la guerra estalla en todas partes. (…) Hemos creado una metáfora perfecta con bordes donde despeñarse. (…) Hay textos que abren grietas en el borde del mundo. Un mundo que prohíbe las revelaciones. Y nos recuerdan que nunca estamos a salvo” (pp. 9-10).

E incluso llegar a afirmar (y predecir): “No es el yo lo que importa. Podemos caminar hacia un nosotros. Intentarlo. Aun si no llegamos. Uno muere solo en esa cama, otro insulta, alguien reza más allá, otro camina” (p. 35).

*

La totalidad del libro Für Alina es la historia de una disolución, de un camino hacia la desaparición: “Si sabemos disolvernos/ podremos terminar/ con la idea de un yo y de otro” (p. 27). Y si prestamos atención a las páginas que vine mencionando de ambos libros, nos topamos también con la relación entre las que llevan el número 27. Así, la página de la cita anterior de Für Alina nos remite a la que, con ese mismo número en La religión Hölderlin, presenta la foto del parque Lezama; foto que, desde julio de 2022, nos dice que es Javier quien comenzó a faltar –quien se perdió–, así como que es su libro el que desborda sobre el mundo. Aunque no solo lo hace La religión Hölderlin, sino toda la obra de Javier Galarza: poemas, entrevistas, clases, presentaciones, diálogos que inevitablemente no cesan, “más allá de nosotros”.

Agosto de 2022


1. “Entrevista a Javier Galarza”, por Natalia Litvinova, en Vallejo & Co. (19/4/18), en Vallejo & Co. y Un habitar poético. Entrevista a Javier Galarza, por Audisea.
2. “Entrevista a Javier Galarza”, op.cit.


Valeria Cervero es poeta, correctora de estilo y editora. Publicó, entre otros libros, Sin órbitas (El ojo del mármol, 2016); Madrecitas (Barnacle, 2017); Seres pequeños (HD, 2018); Sibilejo, con ilustraciones de Juan Lima (Editorial Maravilla, 2018); Ctalamochita (Barnacle, 2020) y Agujeros en la superficie (Kintsugi, 2021). Difunde poesía para todas las edades a través de distintos proyectos personales y colectivos. Integra el staff de Op. cit.


§


Son necesarios abrazos inmensos para desandar la muerte

Por María Magdalena

Sí, nuestro mayor desafío es no doblegarnos,
arrastrarnos hacia la vida.

Javier Galarza

La presentación del libro La religión Hölderlin fue homenaje y también celebración. Javier aparecía en imágenes, en sonidos, en palabras, en poemas. Y en su voz. Antes de leer lo que había escrito –una anécdota, pidieron, para recordarlo, y yo automáticamente pensé en la última vez que nos vimos– se escuchó su voz. Una frase, o un verso, resonó: “Son necesarios abrazos inmensos para desandar la muerte”. Sentí que continuaba nuestro diálogo, porque lo que quería compartir se trataba de eso: de un abrazo inmenso que intentaba, ahora, allí, en esa congregación triste y celebratoria, desandar la muerte. Aunque la muerte no pueda ser desandada, pero aun así. Aun así.

La última vez que vi a Javier nos encontramos en la librería Arcadia. Estuvimos conversando sobre libros, fuimos a un café y luego me acompañó a casa caminando. Se había convertido en un hábito, en nuestros encuentros durante la pandemia: acompañarme a casa, caminar desde donde estuviéramos y continuar con la conversación. Era una forma, supongo, de prolongar el encuentro en tiempos en los que los encuentros se habían vuelto difíciles y sagrados. Solía preguntarme, siempre en algún momento de la caminata, qué música estaba escuchando. Esa última vez le dije que estaba atravesando una fase Björk. Cuando nos despedimos, me abrazó fuerte. Fuertísimo. Tanto que casi me quedé sin aire. Ese era otro hábito, abrazarme en las despedidas. Pero ese último abrazo fue de algún modo profético, como si hubiera buscado impregnarme el cuerpo de memoria.

Javier sabía abrazar. Se lo dije, alguna vez: “Sos una de las pocas personas que conozco que sabe abrazar”. Abrazar lo roto, lo herido, lo vulnerable del otro. Hasta dejarlo sin aire, incluso, para que la siguiente bocanada resultara vital. Saber abrazar no es método, no es conocimiento, no es experiencia. Me refiero a un saber que, por el contrario, se desprende de todo cálculo. Una apertura, una entrega. Desconfío de quienes no presentan la disponibilidad para convertirse en hogar, y para hallar, al mismo tiempo, hogar en otro cuerpo. Aunque ese otro cuerpo sea siempre, como dice Octavio Paz, tanto casa natal como tierra incógnita. Porque abrazar también es un riesgo; así como puede ser hogar, también puede ser caída y abismo. ¿Acaso un abrazo no tiene la potencia de ser un pequeño apocalipsis, un fin del mundo transitorio, un signo de lo fugaz que contiene en su núcleo la atemporalidad de la memoria?

Cuando me enteré de su muerte, comencé a buscarlo en fotos, poemas, mensajes, cartas, canciones. Encontré este bálsamo: “Te abrazo fuerte, fuerte, solo para sostenerte un momento y sentir que allí yo también resisto. Escucho la celestial versión que hace Lotte Kestner de Halo y espero tu respuesta”. No, la muerte no puede desandarse, pero aun así. Aun así continuamos en diálogo con nuestros muertos. En algún lugar de la memoria Javier continúa esperando mi respuesta; en algún lugar de la memoria continúo hablándole. De esa persistencia en lo inútil está hecho el amor.

Octubre de 2022


María Magdalena (Buenos Aires, 1984) es poeta y escritora, psicoanalista y editora en Las Furias. Sus últimos libros publicados son el ensayo No hay milagro más cruel que este. Sylvia Plath: amar, maternar, escribir (Las Furias, 2022) y el poemario Un invierno sin Emma (Vagantes Fabulae, 2022).


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Oraciones sin divinidad

Por Alan La Veglia

La vida temblando desde sus bordes. Erizamiento por la disolución, por los escombros. Cada palabra como ofrenda o posibilidad para rehacer el impacto del mundo en nosotros. Una canción que sobrevive en boca de los extraños. Un poema de Hölderlin. La fosforescencia de las flores crecidas en su muerte. La pérdida como raíz embrionaria del texto.

Pero ahora hablemos del espíritu. ¿Qué es lo que nos convoca a los restos, al polvo, a la destrucción? Es la inclinación al misterio, el contacto con los huesos de la belleza. “Las ruinas dan testimonio de esto: el pasado no existe”, escribió Roberto Calasso. Javier, por su parte: “¿Vos querías hacer con los restos, con las huellas, con los rastros? ¡Ahí está! ¡Los restos, las huellas, y los rastros te hicieron a vos!”.

El haijin (poeta del haiku) sabe que el asombro se esparce en los márgenes. No espera nada más que el impacto de la realidad en el cuerpo. El asombro es la justificación de la vida. La recuperación de la vida. Y eso se capta en aquellos sitios ignorados. En uno de los diarios de Bashô leemos: “Fui a Atsuta a rendir culto. El recinto de la ermita estaba completamente en ruinas, su muro de barro se había derrumbado, oculto entre hierbajos. En un rincón, unas cuerdas marcaban las huellas de un templo menor; en otro, había una piedra con el nombre de cierto dios que ya nadie adora. Por todas partes, artemisas y helechos crecían libremente. De algún modo, el sitio me fascinó más que si lo hubieran mantenido de forma espléndida”.

Para que la vida se erija en la potencia del instante tenemos como condición desaparecer. Es la búsqueda en el descascaramiento. En el momento en que opera el olvido de nosotros mismos es cuando lo sagrado del mundo se despliega. Para entrar en los bordes, para captar sus rastros de magia, debemos ser nadie. Aquel que desaparece se vuelve receptor de la belleza que poseen las cosas. Esa es su riqueza: la desnudez, las palabras que devienen a la transparencia. Algo así leemos en La noche sagrada: “Y ahora que cae la noche, es hermoso saber que lo hemos perdido todo. Que no hay certezas que nos cubran ni ideas que guarezcan ni ficciones que cobijen ni tesoros en la tierra. Que detrás de las apariencias no hay nada. Saber que estamos perdidos. Definitivamente perdidos”.

Su pasión por Hölderlin, Celan, Rilke, Miguel Ángel Bustos, Artaud. Poetas de los límites, infestados por lo sagrado. Y los dioses, o lo sagrado, son las pasiones mismas. Javier, el fuego de una antorcha hecha de lenguaje cuyo destino siempre fue el otro. Un templo de instantes. Una capilla destruida. La sombra de un santo. Unos versos de San Juan de la Cruz. El olor religioso del óxido tocado por la lluvia. Alina, Alia, o quien camine perdido, glorioso de su pérdida. La materia quebradiza de esta noche en la que te escribo, maestro.


* La traducción de Bashô fue realizada por Alberto Silva. La traducción de Roberto Calasso, por Edgardo Dobry.


Alan La Veglia (San Miguel del Monte, 2001) cursa la carrera de Profesorado en Historia y estudió poesía con Javier Galarza. Forma parte del equipo editorial de Agua viva. Publicó El pasto muerto cría luciérnagas (Ediciones en Danza, 2021) y Las XXXIII cruces (2020).


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Cartas entre Javier Galarza y María Malusardi
Buenos Aires, 2016

Lo que nos dejó la noche sagrada

Por María Malusardi

Boris, no te escribo la carta que quisiera.
Las verdaderas no rozan siquiera el papel.
Marina Tsvietáieva
(Carta a Boris Pasternak)

A veces, lo mejor es el silencio. Y viene a mi memoria el final de aquel enorme poema del enormísimo poeta palestino, Mahmud Darwix: “Si escucháramos atentamente el sonido del silencio… hablaríamos menos”.

Las redes sociales y otros medios masivos sobreabundan de palabras. Es una época de mucha palabra. Palabras que exaltan. Que felicitan. Que elogian. Que abrazan. Que ahogan. Que fastidian. Que dicen… que no dicen nada. Palabras… Las cotidianas y de las otras. Mientras escribo, reniego. Porque sólo el lenguaje poético roza esa dimensión del decir que la muerte no abandona. La luz de la fatalidad se apaga sobre sí misma y nos silencia. Lo indecible abruma la sinestesia en la que un derrame de colores ha perdido su música por el camino. O el desnutrido sabor de sus antepasados.

Me resisto porque ya no estás. Ni para leer ni para enterarte ni para responder. Es una condición injusta. Faltará lo que en otros tiempos inspiró el diálogo.

Hurgando entre mis archivos, encontré más de cien páginas de nuestra correspondencia vía mail. Pertenece a nuestros primeros años de amistad. Nuestra Edad de oro, como suelo nombrar a esa época. Porque la tuvimos. Logramos cierto lirismo tan propio del romanticismo; logré ingresar en tu dimensión nostálgica y verdadera, y nos mandábamos cartas, como hacían los escritores y las escritoras en otros siglos. Y descubro, cuando releo las nuestras, que tienen el tono mágico de las cartas en papel. Que es otro tono. Son cartas inspiradas, son diálogos sobre la literatura y la vida. Sobre nuestras inquietudes como poetas, sobre nuestras lecturas y hallazgos. Nuestra Edad de Oro, no hay duda. Un tiempo en el que fuimos socios en varias situaciones: escribí el prólogo para La noche sagrada y vos otro para el desvío y el daño. Más tarde presentamos juntos, en La Paz aArriba, Chanson Babel y el desvío y el daño, editados ambos por Buenos Aires Poetry. Luego publicamos y presentamos juntos Für Alina y el descenso de Jacqueline du pré y otros poemas. Ambos por el sello Ediciones en Danza. Para hermanarlos, Marco Zanger nos diseñó dos tapas maravillosas, que los arrimó visualmente. Ambos títulos hacen referencia a la música. Un momento muy significativo y luminoso.
Lo que pueda agregar, redunda.
Lo que pueda callar, permitirá acercarnos a la magia de tu voz.


Querido Javier:

Recibí recién tu «noche sagrada», en la que, espero, navegar sin fin.

Esto que escribí es improvisado, pero lo tomaré. Puesto que la noche es, como el poema, un habitar sin tiempo.

Hermoso título.

Ha sido un placer nuestra charla. Parecés alguien salido de otro tiempo. No en vano sos un amante del romanticismo alemán. Venís de esa noche.

Yo no sé bien de dónde vengo yo, seguro que no de este tiempo crepuscular que no acepta su tono sombrío, e intenta llenarse de luces espectaculares que ciegan –siegan– y no gestan.

Quiero contarte que conseguí la versión de Hölderlin que me recomendaste. ¡En Mercadolibre! A 140 pesos. La semana que viene lo retiro.

La versión de Las elegías es de Juan Andrés García Román. Me gustó mucho esta versión. Tengo el libro todo marcado, evidentemente enloquecí al leerlo. Son textos bellísimos. La editorial es la que te dije: DVD Ediciones. Tengo, editado por la misma, El mundo no se acaba de Simic. Y Poemas japoneses a la muerte. Lamentablemente dejó de existir. Una editorial de bellezas.

Emprendo la lectura, entonces, de tu noche sagrada. Seguramente en un par de semanas consigamos tomarnos otro café y conversar.

Ya te mandaré “el desvío y el daño”.

Un fuerte abrazo

María

***

Querida María:

Qué placer que el texto esté en tus manos, estas piezas fragmentarias que apenas quieren dar testimonio de eso que uno amó en el mundo y subrayó con ansias de compartir con los demás.

Que navegues y te pierdas en esa noche sin dioses donde la luna, el mar y el viaje mismo instauran, como el poema, otra temporalidad.

Para mí también fue una hermosa charla. Constatar ese expresionismo donde tu ánimo se extiende a la niebla o a la lluvia. A veces pienso que uno no puede elegir un movimiento literario, tal vez son los movimientos quienes nos eligen. Primero me gustaron la noche y los paisajes desolados, solo después supe que eran tópicos románticos.

La traducción que hace Luis Cernuda de Hölderlin me provoca ternura. Porque se nota su esfuerzo por leer al poeta en su idioma original. Y por una forma de magia que excede toda corrección o academicismo, en esos versos está Cernuda y está Hölderlin.

Vi que en Librería Hernández tienen ese tomo que bajo el título de “Cánticos” agrupa la producción de Hölderlin cuando está entrando en la locura e incluye esos borradores que tomó Heidegger (a veces segundas o terceras versiones de un poema).

Aguardo con ansias ese nuevo café y la llegada de El desvío y el daño, otro hermoso título, que me hace pensar en los caminos imprevistos y en esas marcas que como huellas van forjando nuestro temple.

Otro gran abrazo

Javier

***

Se me ocurre, Javier, que escribirte cada vez que me surja, luego de leer algún fragmento de La noche sagrada, será una manera de dialogar, tal cual vos lo planteaste en nuestro encuentro. Y que me ayudará, sin duda, a componer un texto a partir no sólo de mi lectura sino de nuestro diálogo. Sería una manera de fortalecer esta necesidad de tejido que necesitamos los poetas para subsistir, para subsistirnos, abrigarnos, interpelarnos.

Me gustaría transmitirte una vez más mi entusiasmo, luego de leer el prólogo y el primer texto sobre Hölderlin. Me conmueven tus textos. Y esto me genera felicidad. La que necesito para avanzar en esto. Me siento en las mismas aguas de las renazco cada vez que muero. Así que gracias por este mar.

Además de tomar apuntes para mis apuntes sobre poesía, me asombran los encuentros textuales: Gadamer, por ejemplo. Qué pensador notable. Qué lucidez para referirse a los poetas. Ese libro que citás, lo tengo entre mis favoritos: Poema y diálogo. Lo descubrí hace no mucho, a partir de alguna lectura. Esto me fascina: cómo una lectura te lleva a otras y así sucesivamente, la vida se va armando en esta impaciencia que nos genera el lenguaje (y el dolor y la muerte). Esta impaciencia, como tan bien describís, de no llegar a decir lo que se necesita decir. De no llegar nunca a puerto, desesperación de la que el poeta es tan extravagantemente consciente y lo que, en ocasiones, lo llevaría a enloquecer.

En fin. Continuaré. Espero te parezca atinada mi propuesta. Es probable que las hermosas cartas entre Natalia (Litvinova) y vos, publicadas en Cuerpos textualizados, me hayan inspirado y generado deseos de intercambiar, como para nutrir el encuentro venidero.

Un abrazo

María

***

Claro que sí, María, acuerdo por completo, de eso se trata. En la carta a Böhlendorff, Hölderlin escribe: “El surgir del pensamiento en el diálogo y en la carta es necesario a los artistas”. Hablás de “tejido”, a veces nos movemos como animales heridos en busca de un lugar donde pasar la noche. Un resto de sentido nos interpela desde lo que se retira. Entonces permanecemos atentos cuando llega la tormenta, porque allí se abre una posibilidad.

Tu alegría justifica todo este trabajo. Una vez una amiga tuvo un “lapsus” muy pertinente. Dijo: “Es como el agua que respiro”. Y como pisciano podría adherir a esas palabras; la tierra requiere de adaptaciones, como escribe Borges, de “un cuerpo humano para andar por el mundo”. Mientras tanto el diálogo nos constituye. Quisiera preguntarte por qué tomaste esos dos formidables relatos de Kafka, el del Artista del trapecio y el del Artista del hambre para pensar dos poemarios.

La letra nos dice, María, nuestra gramática es esta política que espera tu lectura, tu palabra.

Javier

***

No sólo me regresaste a Hölderlin, querido Javier, sino que me abrís una nueva puerta hacia su poesía. Hay un regreso y un empezar. Ahí está el diálogo. Qué hermoso lo de Hölderlin a Böhlendorff. Siempre Hölderlin tiene palabras para todo lo que los poetas necesitamos.

«Nuestra gramática es esta política que espera tu lectura, tu palabra». Me impacta tanto como se me escapa. Como todo texto filosófico. Suele fascinarme todo aquello que cuando llego a rozarlo, se va y me deja en ascuas, aunque renovada.

Ambos relatos de Kafka me convocan demasiado. Y cuando digo demasiado ni siquiera me refiero a los relatos mismos, en el momento de leerlos, sino al reguero que dejan en mí. Las imágenes de ambos personajes, además de lo que ofrece Kafka, me sugieren un imaginario que me es propio. O bien: a partir de esos dos seres extrañados de sí mismos, la idea del trapecio, como un modo de estar en la vida –el equilibrio imposible, la caída y el regreso a la cuerda– y la jaula y el hambre –la opresión del mundo capitalista, con todas sus repercusiones en quienes padecen de manera flagrante y quienes asistimos, mirando, esa desgracia–, como una condena. Ya que me lo preguntás, se me ocurre que podría explayarme un poco más. Lo haré, sin ánimos de acaparar.

Por el momento, seguiré con tu noche sagrada. Y escribiéndote cuando algo surja. 

Abrazo grande

María

***

Es así, querida María, siempre digo que la historia de la poesía es mucho más extraña que cualquiera de esos trhillers místicos – conspirativos como “El código Da Vinci” o “El péndulo de Foucault”; la realidad no solo tiene estructura de ficción, como dijo Lacan, sino que, además, la supera ampliamente. Tal vez el mejor ejemplo de ello sean Kafka y Rimbaud. Ambos vieron mucho más allá de Charleville o de Praga. Rilke también habla de “ver”, Pizarnik también y Juanele, que tiene estos versos memorables:

“Blake, Shelley y Rimbaud supieron que no estaban solos y vieron, mis amigos, ellos vieron
Y unos cantaron lo que vieron y otros gritaron lo que vieron (…)”

Y está Mandelstam, claro. Kafka excede todos los géneros, y como le ocurría a Joaquín Gianuzzi, lo considero un poeta. Porque vio, tal vez como nadie, esas criaturas que describís y los engranajes del poder. Vio sin velos.

Alguna vez escuché que Octavio Paz decía que “somos jeroglíficos sensibles”, y a eso me refiero con “gramáticas”, cada lectura nos da una nueva vida, tal vez ese “tú invocable” que buscaba Celan y que hoy tiene tu mirada.

Javier

***

Continuará…


María Malusardi (Buenos Aires, 1966) es escritora, periodista y docente. Publicó Una madre es un piano triste, artista del hambre (Segundo Premio Municipal de Poesía 2018-2019;), el desvío y el daño, el sastre (Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba), artista del trapecio, diálogo con pescadores, entre otros. Escribe en Caras y Caretas. Es profesora en la escuela de periodismo TEA.


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La brasa del fuego colectivo

Por Ayelén Rives

Cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia,
un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido.
Dedicatoria de Miguel Hernández a Vicente Aleixandre
En La religión Hölderlin (p. 79)

En estos días de bucear entre fotos de todas las épocas de su vida, entrevistas, videos y poemas, siento que puedo recuperar un poco del Javier que conocí.

Fui una de sus tantas alumnas de taller, pero a su vez, ese vínculo generaba inevitablemente una amistad, un vínculo más íntimo. No podía faltar al encuentro de los viernes, había que compartir este poema con el grupo, había que llevarle a Javier esta pregunta que pocos iban a poder responder. Él sabría o intuiría: ¿qué llevó a Sylvia Plath a su destino? ¿A qué se refiere Rilke con este verso? ¿A quién dedicó Edgar Bayley su poema? ¿En qué historia personal se basa este libro punzante de una poeta contemporánea? ¿Qué hizo Hölderlin durante los 43 años que estuvo encerrado en una torre?

De cada pregunta podíamos escucharlo hablar horas, conectando a unx poeta con otrx, una historia con otra, un lugar llevaba a otro a mil kilómetros de distancia. En esos encuentros podíamos sentir cómo toda la poesía está unida como las raíces de un bosque, aunque a veces se toquen apenas, muy abajo. Ese era el mapa mental que Javier tenía en la cabeza y que pocxs pueden reconstruir. “¿Será ingenuo unir poetas de distintas épocas y nacionalidades y pensar en un diálogo común a todos?” (LRH, p. 86). Todavía a veces me surge una pregunta y siento que sólo podría preguntársela a él, que sólo él podría responderla.

En todos esos registros que nos quedan –“Toda fotografía nos dice que, algún día, alguien comienza a faltar” (LRH, p. 113)–, veo lo que veíamos a diario: siempre rodeado de poetas, de amistades, de abrazos, de colegas que no dejan de profesarle afecto, que no dejamos de estar heridxs por su falta. Pero que también seguimos conectando en las huellas de lo que nos dejó: poesía, aprendizajes, anécdotas, frases, amistades, chismes, amores, filosofía, astrología, psicoanálisis, heridas, conversaciones sin saldar. Y entre todo esto que nos dejó, también está aquel mapa mental. La red que él veía como un mapa de poetas, artistas, editoriales, un mapa de amistades, de vínculos de maestrx-alumnx, talleristas, organizadorxs de ciclos, músicxs, actores y actrices. Personas y posiciones en un campo. Él veía, sin haberlo bajado a ningún libro, a ningún estudio sociológico, la red que constituye el campo poético literario en Argentina. Esa red, hecha de libros y de vínculos humanos.

Y también nos dejó esta otra red, la de la amistad y la solidaridad, la que insistía en construir y compartir. La que armó a fuerza de sacudirnos de nuestras rutinas para converger en un grupo de alumnxs que se terminó convirtiendo en guarida. Nos reclamaba el hacer colectivo: compartan, pasen el flyer, organicemos un festival. Azuzaba el fuego colectivo. Y si no lo hacíamos nosotrxs, ya él compartía nuestros trabajos ahí. Para que no estemos aisladxs ni solxs en nuestro hacer, para que hagamos red con la palabra poética. Para vivir colectivamente algo de lo real (LRH, p. 24), pero también algo de lo imaginario y lo simbólico.

Todo esto que dejaste en nuestras manos, Javier, todo esto que nombro y recuerdo con tanto cariño, es todo lo que nos dejaste para hacer. Una brasa, para seguir construyendo y seguir compartiendo. Para seguir haciendo que tu vida y tu mundo circulen, con la fuerza que lo hizo siempre.


Ayelén Rives (Quilmes,1988) es comunicadora social, gestora cultural y periodista. Amante de la naturaleza y del mundo botánico. Colaboró en la organización de ciclos y festivales de poesía como el Club Atlético de Poetas, La Juntada – Festival de Poesía Joven de APOA y Lengua que Ladra. Actualmente es editora y redactora de la revista Ruda. Publicó los poemarios Kintsugi (Ediciones En Danza, 2022) y Morada (2015), en la colección Miliuna, surgida de la Clínica de Poesía de la Biblioteca Nacional, coordinada por Liliana Lukin.